Uno de mayo
La Telaraña en El Mundo.
Con los años hay fechas que adquieren cierta solera propia, cierto
peso inconfundible en el calendario de los días. Hoy es una de esas fechas. Uno
de mayo. Tal día como hoy, hace siglos, me recuerdo (sin estar seguro, la
verdad, de que las imágenes que revolotean en mi memoria no sean una pesadilla
o una ficción del NODO) tumbado y dando saltos, formando círculos y quizá
escuadras y hasta escuadrones malabares sobre el césped verde del Luis Sitjar
con motivo de alguno de esos juegos florales que se organizaban, en los
colegios, a mayor gloria de un régimen que contraprogramaba las manifestaciones
obreras de las centrales sindicales, proscritas entonces, con policía en las
esquinas, con partidos de fútbol en la televisión y con demostraciones así de
festivas, rumbosas y familiares.
Luego, mucho más tarde, también un uno de mayo en Valencia,
conocí el miedo y padecí la indefensión, la incontinencia verbal y la violencia
en los furgones en llamas de los antidisturbios como también en algún que otro
pub de Benimaclet donde grupos de jóvenes pandilleros cuyo sueño personal era
trabajar de policías nacionales (y sé de varios que lo consiguieron) patrullaban
la noche buscando apalear universitarios. Ese descubrimiento de la propia
fragilidad, ese conocimiento del terror me dejó alguna que otra secuela, pero
no, en absoluto, ningún tipo de dolor o remordimiento. Al contrario. Ese día
-esos días que circunscribo al uno de mayo- aprendí muchísimo, con sólo
diecisiete años, sobre mis límites y, por lo tanto, mis posibilidades, sobre mi
valor o cobardía, sobre mis reflejos y mi insuperable capacidad de salir
corriendo cuando empezaban a llover los palos. Faltaría más.
Las cosas, ahora mismo, parecen ser mucho más complicadas
que antaño. Casi ya no quedan trabajadores y los que quedan ya no son aquella
clase social exclusiva y vanguardista que, en realidad, nunca fueron. La
vanguardia viaja ahora desde las justas, lógicas y airadas reivindicaciones de
los pensionistas (que somos y queremos ser todos) a la parafernalia racista y
sectaria, al pulso anti demócrata de los nacionalismos soberanistas. ¿Ya no
existe, pues, una vanguardia que merezca ese nombre?
Quizá -aunque reconozco que la idea no me gusta ni poco ni
mucho- la vanguardia sea, en la actualidad, el feminismo. Abro los ojos, leo
algunas frases de amigas y conocidas en las redes sociales durante estos días
de violaciones en manada y pienso, con tristeza, que algo no funciona como
debiera si se generalizan la vergüenza y el despropósito de que una mujer (normal
y corriente) vea detrás de cada hombre (normal y corriente), antes que
cualquier otra cosa, una terrible y dolorosa amenaza. Y si, por desgracia, así
es el mundo, que lo paren: yo me bajo.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home