Videos, mentiras y libros
La Telaraña en El Mundo.
Cuando visioné el vídeo de Cristina Cifuentes en las mazmorras espectrales de un supermercado perdido
en el tiempo me acordé de que en lo que fue Galerías Preciados de Palma, una
vez, siendo un adolescente, cogí por capricho, por amor o por descuido (qué
importan ahora los motivos) una cinta, una casete de música, concretamente de Procol Harum, y me olvidé, al parecer,
de pasar por caja. No sé yo, pero algo no debí hacer bien cuando acabé, como
Cifuentes, en el despacho de un ejecutivo con cara de muy pocos amigos
intentando explicar lo inexplicable y comprometiéndome, con el rostro
compungido y el alma en un puño, a regresar al establecimiento a pagar
exactamente el doble de lo que valía la cinta. No creo, la verdad, que fuera
muy legal lo que se me exigía; y por ello (o porque no tenía ni un duro) no
volví nunca a por la cinta. En realidad, nunca me gustó demasiado la solemne música
de Procol Harum, qué se le va a hacer.
Algunos años después, en el Corte Inglés de Valencia, concretamente
en el de Pintor Sorolla y Colón, sí que anduve (ya consciente, más o menos, de
lo que hacía) dejándome de músicas, por supuesto, y cazando lo que por aquel
entonces más me importaba y mi pequeña paga de estudiante desterrado en
provincias no me permitía, de ningún modo, adquirir: libros, libros magníficos,
gordísimos, como algún diccionario de mitología o filosofía, libros importantes,
pero enjutos, afiladísimos, como algún texto de Cioran o Nietzsche,
libros como ríos que van y desaparecen y que, aunque no son lo que aparentan, llevan
la firma púrpura de Hermann Hesse y
la marca brillante, muy poco ejemplar pero muy efectiva, de algún lobo
solitario. Es terrible descubrir con el paso del tiempo qué libros te
engañaron, qué autores te condujeron al extravío, qué páginas no deberías, en
modo alguno, haber asendereado.
Hasta aquí llega, más o menos, mi confeso historial
delictivo, un historial que no les hubiera contado si yo fuera presidente de
alguna comunidad, siquiera fuera de vecinos, de autónomos furiosos por la falta
de ayudas e incentivos, de pensionistas rabiosos con el sueldo que no llega a
fin de mes, de afectados por la corrupción extrema de los mil y un gobiernos
que nos van gobernando desde que la democracia dejó de ser la lógica y
necesaria prioridad de todos y este país se convirtió en un reino de taifas
donde cada uno hace la guerra por su cuenta. Sólo una prensa vendida al
sensacionalismo del mejor postor, sólo una caterva de energúmenos dedicada a la
extorsión y a la caza y captura del enemigo político les podrá, tal vez,
proporcionar algún video de esos delitos de los que me declaro autor confeso,
aunque igual sólo sean fruto de mi calenturienta imaginación. Habría que ver
esos videos para saberlo.
Etiquetas: Artículos, Literatura, Relatos
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