LA TELARAÑA: abril 2018

viernes, abril 27

Videos, mentiras y libros


La Telaraña en El Mundo.




 Cuando visioné el vídeo de Cristina Cifuentes en las mazmorras espectrales de un supermercado perdido en el tiempo me acordé de que en lo que fue Galerías Preciados de Palma, una vez, siendo un adolescente, cogí por capricho, por amor o por descuido (qué importan ahora los motivos) una cinta, una casete de música, concretamente de Procol Harum, y me olvidé, al parecer, de pasar por caja. No sé yo, pero algo no debí hacer bien cuando acabé, como Cifuentes, en el despacho de un ejecutivo con cara de muy pocos amigos intentando explicar lo inexplicable y comprometiéndome, con el rostro compungido y el alma en un puño, a regresar al establecimiento a pagar exactamente el doble de lo que valía la cinta. No creo, la verdad, que fuera muy legal lo que se me exigía; y por ello (o porque no tenía ni un duro) no volví nunca a por la cinta. En realidad, nunca me gustó demasiado la solemne música de Procol Harum, qué se le va a hacer.
 Algunos años después, en el Corte Inglés de Valencia, concretamente en el de Pintor Sorolla y Colón, sí que anduve (ya consciente, más o menos, de lo que hacía) dejándome de músicas, por supuesto, y cazando lo que por aquel entonces más me importaba y mi pequeña paga de estudiante desterrado en provincias no me permitía, de ningún modo, adquirir: libros, libros magníficos, gordísimos, como algún diccionario de mitología o filosofía, libros importantes, pero enjutos, afiladísimos, como algún texto de Cioran o Nietzsche, libros como ríos que van y desaparecen y que, aunque no son lo que aparentan, llevan la firma púrpura de Hermann Hesse y la marca brillante, muy poco ejemplar pero muy efectiva, de algún lobo solitario. Es terrible descubrir con el paso del tiempo qué libros te engañaron, qué autores te condujeron al extravío, qué páginas no deberías, en modo alguno, haber asendereado.
 Hasta aquí llega, más o menos, mi confeso historial delictivo, un historial que no les hubiera contado si yo fuera presidente de alguna comunidad, siquiera fuera de vecinos, de autónomos furiosos por la falta de ayudas e incentivos, de pensionistas rabiosos con el sueldo que no llega a fin de mes, de afectados por la corrupción extrema de los mil y un gobiernos que nos van gobernando desde que la democracia dejó de ser la lógica y necesaria prioridad de todos y este país se convirtió en un reino de taifas donde cada uno hace la guerra por su cuenta. Sólo una prensa vendida al sensacionalismo del mejor postor, sólo una caterva de energúmenos dedicada a la extorsión y a la caza y captura del enemigo político les podrá, tal vez, proporcionar algún video de esos delitos de los que me declaro autor confeso, aunque igual sólo sean fruto de mi calenturienta imaginación. Habría que ver esos videos para saberlo.


Etiquetas: , ,

martes, abril 24

El negocio del libro


La Telaraña en El Mundo.





 No puedo ser imparcial con los libros, porque siempre he vivido muy pendiente de ellos, porque los he escrutado como si la vida me fuera en ello, porque he acariciado sus lomos y sus páginas y he escrito en sus márgenes como si respondiera a algún mensaje que su autor me enviara desde el más allá, porque los he acunado como si confiara en las revelaciones, las alucinaciones, los hallazgos, en las ideas que, de repente, te abren la mente y te introducen en el laberinto de las palabras; y las palabras, entonces, se convierten en seres vivos, en personajes de la propia vida, en compañeras infatigables de una aventura que se sabe cuándo empieza pero no dónde ni tampoco cómo acaba.
 O sí que se sabe, pero bien y mucho, que nos han sido útiles los libros, algunos libros, al menos, para ir demorando la diáspora final, el estertor ineludible, la última esquina que doblaremos algún día con la misma inocencia, quizá, con que doblamos la primera y también la de ahora: San Miguel con Olmos u Olmos con la Rambla, por ejemplo, y las terrazas están atiborradas y los tenderetes repletos de libros y los turistas de sol y hay gente que pasea, que compra libros y también rosas, que no compra nada, gente que me mira sin verme o me ve y me saluda o no lo hace. ¿Para qué? Así es Palma, un lunes de abril y Sant Jordi. O San Jorge, su espada flamígera, el dragón, su aliento de fuego.
 Pero no todo ha de ser introspección. Repaso las estanterías de casa, en las que llegó a haber unos tres mil libros y observo que sólo queda un centenar largo. Son los libros escogidos que salvé de la quema (de vender, por ejemplo, en Fiol Llibres, ese oasis que ya no existe) cuando decidí dejar de coleccionar libros inútiles y guardar sólo los que merecían mi atenta vigilia, mi curiosidad, mi consulta o relectura más o menos obligada. Ahora, en este instante, paso mi mano por los lomos de algunos de estos libros y me estremezco con los nombres que cazo al vuelo y no por azar. Eliot. Pound. Hölderlin. San Juan de la Cruz. Juan Ramón Jiménez. Gracián.
 No voy a extenderme mucho más. El negocio del libro me parece cultural y socialmente necesario, pero no hay nada que justifique la gran cantidad de auténtica basura literaria (y no literaria) que se imprime por motivos que casi da asco mencionar. Habría que revisar o hacer trizas el actual sistema de subvenciones cultural, política y lingüísticamente teledirigidas. Habría que revisar toda la política fiscal para que un objeto de primera necesidad no se convierta en uno de lujo. Habría, también, y quizá esa sea la más difícil de las tareas, que frenar de algún modo el ego desmesurado de tanto presunto escritor sin más bagaje personal que la obsesión de ver su nombre en letras de imprenta. No hacen falta alforjas para ese viaje.




Etiquetas: , ,

viernes, abril 20

De himnos y silbatos


La Telaraña en El Mundo.



 Si España, tanto en su conjunto como en sus partes, fuera realmente seria, no estarían pasando las cosas que pasan. O las que pasarán. Si España fuera un poco más que menos seria no tendríamos programado para el sábado, por ejemplo, una multitudinaria pitada de proporciones bíblicas al himno nacional (y al Gobierno, representado por  Rajoy, y al Estado, encarnado en la persona y también en el símbolo del Rey) con motivo de la celebración de la final, de la maldita final de cada año los últimos años, de la Copa del Rey de fútbol, esa copa que en tiempos solía levantar casi siempre el Athletic de Bilbao y que, últimamente, parece ser cosa del Fútbol Club Barcelona. Son cosas que pasan, aunque igual no debieran.
 Con todo, con el paso serpenteante del tiempo, con las copas galácticas de Europa o del Universo, el fútbol se ha ido convirtiendo en un asunto meramente televisivo para la mayoría de la población, que no pisa un estadio ni que lo lleven a rastras. Hacen bien. El Lluis Sitjar, por ejemplo, ya no es lo que era, aunque tampoco, ni mucho menos, lo que debería ser. Hace frío, en efecto, frío y también cierta desolación, en esos campos dejados de la mano de dios; y en casa o en la ubicua casa de apuestas de la esquina se está mucho más cómodo: las pantallas escupen su dinero de mentira y hay apuestas para todos los gustos. Creo que hoy es un buen día para el gol del cojo o para que al quinto córner consecutivo suene, como es de ley y algunos sabemos, la flauta.
 No suena, sin embargo, ninguna flauta. Son los viejos silbatos de la mala educación sentimental o, en fin, de la pésima educación política propia de los días en que vivimos. Hay que llegarse hasta Madrid, como hasta el fin del mundo, para armar la marimorena (lo que nos remite al siglo XVI y a una tabernera de Madrid, conocida por el nombre de María Morena) o la de San Quintín (que es la encrucijada donde franceses y españoles libraron una cruenta batalla tras la que Felipe II mandó construir el Monasterio de San Lorenzo en El Escorial, nada menos). Hoy en día, por desgracia, ya no se construyen monasterios; sólo puentes resbaladizos (de Calatrava, la mayoría) por los que salir huyendo no es nada fácil. En absoluto.
 Con todo, la tramoya organizada de los silbidos, los silbatos (y este año, además, las camisetas amarillas) sólo puede tener, legalmente, una lectura. ¿Es delito abuchear a las autoridades y pitarle al himno? ¿Es delito vestir de amarillo gafe o no gafe? Si lo es, toca actuar rápidamente y con firmeza. Si no lo es, toca disfrutar de la música y del viento, de las caras de unos y otros, de la estulticia general y del poco fútbol que suelen deparar estos partidos donde lo único que realmente parece importar sucede antes de que el árbitro ordene que ruede el balón.

Etiquetas: , ,

martes, abril 17

De Son Banya a Tokio


La Telaraña en El Mundo.




 Estaba repasando las dudas, las vacilaciones, los pasos en falso, las mentiras a medias, los enormes silencios, los quiero y no puedo, el inmenso catálogo, en definitiva, de la dejación y la desidia, de la impotencia y la falta de ideas con que el Pacte que nos gobierna (como tantos otros pactos que ya nos han gobernado) está buscando la cuadratura del círculo a la hora de intentar, por lo menos, sacar adelante el más que urgente realojo de Son Banya, es decir, esa diáspora teledirigida de más de cien familias con hondas raíces en el desarraigo de la marginación y la droga hacia no se sabe dónde, aunque en la baraja maldita de los lugares presuntamente escogidos por los estrategas de asuntos sociales (y  urbanismo, infraestructuras y vaya usted a saber cuántas disciplinas más) parece que están, entre otros, Son Gotleu, Verge de Lluc y la Part Forana.
 La verdad, lo triste, quizá lo humano y, a la vez, lo inhumano, es que nadie parece querer acoger de buen grado el desembarco final de esas familias en su territorio, en la colmena vital que consideran suya, en ese paraíso o infierno en el que van sobreviviendo con sus carencias y sus problemas propios, con su idiosincrasia de cuatro calles y nueve esquinas, con su ley no escrita de protegerse los unos a los otros y todos de los que puedan venir de fuera y traerles, en vez de paz y bienestar, más tensiones y conflictos que sumar a los que ya atesoran. La vida en los barrios de Palma sólo da para malas novelas plagadas de detectives sin nadie a quién vigilar, asociaciones de vecinos con vocación de sindicatos verticales, críticos literarios que se hacen pasar, sin pudor, por escritores más allá del bien y el mal y mujeres que, por desgracia, ya no son fatales. Esa pérdida es irreparable.
 Estaba repasando estos problemas más que existenciales, distributivos, de la vivienda, estas convulsiones de la noche de la inteligencia entre los surcos concéntricos del cerebro, esta locura y este oxímoron cotidianos de la verdad, la libertad, el pensamiento, el arte, la bolsa o la vida, convertidos en un burdo eufemismo cuando me encontré, de repente, con un suelto que hacía referencia al auge de los hoteles cápsula de Tokio, esos nichos, cabinas, celdas donde el espacio vital de un ser humano ronda los dos metros cuadros: un lecho donde retozar con aire acondicionado, teléfono, televisión, wifi, el auténtico paraíso donde conectarse a la nada y cerrar profundamente los ojos. Como me apetece conocer Japón he consultado en Booking su precio actual: unos 50 euros por persona y noche. Me río, pues, de Airbnb. Y creo que hasta en Son Banya uno puede dormirse -gratis total- con vistas al cielo repleto de estrellas, misiles, drones o, quizá, ángeles. Nunca se sabe lo que nos deparará el futuro.




Etiquetas: , ,

viernes, abril 13

Adivinos o agoreros


La Telaraña en El Mundo.




 No siempre es fácil distinguir entre lo que es noticia y lo que no lo es. ¿Nos concierne todo aquello que les sucede a los demás en algún universo que, aunque se parezca mucho al nuestro, imaginamos muy alejado, quizá paralelo, absolutamente distinto al nuestro? No sé si la realidad -el resplandor de una única bengala en la noche de un universo completamente a oscuras- da para tantos universos como parece que somos los que la sustentamos con nuestra existencia, los que la aguantamos día a día, los que nos reunimos de vez en cuando para juzgarla, para llevarla al paredón cuando procede, para intentar convertirla en algo más llevadero y más humano; diríamos, tal vez, que más justo, si no nos diera tanto miedo la justicia de los hombres y prefiriéramos algo mucho más sencillo: la compasión, por ejemplo.
 Ha sido noticia estos días la singular odisea, a la manera de Leopold Bloom y Stephen Dedalus, es decir, un viaje magnífico a ninguna parte, de un apostante mallorquín que anduvo muy cerca, con una apuesta de sólo cuatro euros -realizada en Betpoint, una casa de apuestas con varios locales abiertos en Palma- de hacerse con un botín de unos treinta mil euros. No es moco de pavo. Tenía que acertar la friolera de dieciséis partidos de fútbol y la buena suerte, por desgracia o azar, se le acabó cuando llevaba acertados quince y el Villareal perdía con el Athletic cuando tenía que ganar a toda costa y algunas emisoras de radio, más o menos deportivas, ya retransmitían en vivo y en directo sus deseos y sensaciones, su desilusión y sufrimiento cuando el reloj avanzaba y el sueño del dinero fácil se evaporaba en noventa minutos porque los sueños duran lo que duran y ni un segundo de más. Hay que volver, entonces, a la realidad y aunque haya tantas, todos sabemos cuál es la nuestra. No hay otra.
 Hemos pasado, en pocos años, de poder jugar mucho (porque las diversas loterías nacionales, la ONCE, la quiniela y las tragaperras han dado siempre para mucho) a poder jugar muchísimo. Demasiado. No hay forma de ver un partido de fútbol sin que nos interrumpan con la penúltima cotización en las bolsas turbias de la ludopatía, ese clamor casi místico que nos pretende convertir en adivinos cuando no llegamos ni a agoreros. En señal de protesta, mientras tanto, voy a convertirme en un «tipster», un experto en deportes realmente apasionantes: la hipnótica liga canadiense de curling, las agónicas carreras de galgos moribundos en Florida (que a los nuestros ya los vi correr en el antiguo canódromo: ese solar que van a reformar pronto o eso dicen), las imaginarias partidas de dardos en el Duke of Wellington o los salvajes enfrentamientos de buzkashi, el deporte nacional afgano. ¿Les parece que nadie apuesta a esas cosas? Pues no estaría yo tan seguro.





Etiquetas: , ,

martes, abril 10

La sinfonía de los mares


La Telaraña en El Mundo.



  

 Mi actividad marinera se reduce a unos cuantos madrugones veraniegos para embarcar en un llaüt de madera y dejar, estoicamente, que las horas, el sol, la sal y el hastío me vencieran. Con todo, era divertido bajar a la playa y encontrar en la arena los restos etílicos, convulsos, hermosísimos, de algún naufragio: las mujeres rubias, morenas, blancas, negras, mulatas, a cuadros, rombos, a rayas, corriendo entre risas en busca de sus minúsculos bikinis y los hombres mirándose absortos en la superficie rizada del mar como en sí mismos. La verdad es que los peces, por lo general, nunca mostraron demasiado interés por mis anzuelos al volantí y aunque podría decirse, sin mentir, que casi me especialicé en llevármelos a casa pillándolos por la cola no es esa, desde luego, la mejor manera de honrar el noble arte de la pesca, en absoluto.
 Mi actividad marinera se reduce, también, a bastantes viajes en barcos de la compañía Transmediterránea entre Palma y Valencia, noches o días enteros, según fuera o volviera, que pasaban lentísimos en cascarones con nombres tan característicos como Ciudad de Burgos (o de Badajoz, Sevilla, Salamanca o Toledo: ya no lo recuerdo) sin más camarote que unas butacas de plástico pegajosas ni más compañía que algún amigo tumbado, como yo, entre los vómitos, los paquetes de comida y las maletas de familias enteras con niños llorando, con adolescentes con cara de aburridos y abrumados, con viejos (y no tan viejos) liándose sus propios cigarrillos como hacen ahora los pocos fumadores que uno se sigue encontrando aún en las esquinas de algunos hospitales, en las terrazas de los bares, en las jaulas de algún aeropuerto más o menos exótico donde la gente deambula como si fuera a alguna parte.
 Anduve, anteayer, por la costa observando el perfil monolítico del crucero Symphony of the Seas. Repaso sus características y se me encoge el alma: camarotes con terraza propia, toboganes gigantes, parques acuáticos, piscinas, campos de tenis, simuladores de surf, un teatro para más de mil personas, pistas de hielo, restaurantes y bares. Se trata, pues, de la mastodóntica visita de unas nueve mil personas (y la visita se seguirá repitiendo todos los domingos estivales) contra la que solamente unas cien personas (lo mejor de cada casa de las muchas, GOB incluido, que conforman la llamada Assemblea 23-S) han tenido el humor, el valor y también la ingratitud de sacar no sólo sus pancartas y su turismofobia, sino también sus importados, impostados y nauseabundos lazos amarillos, tan fuera de sitio como todos ellos en una tierra que vive del turismo porque no ha sabido, querido o podido -y aquí el principio de la realidad es el que dicta su inapelable sentencia- organizarse y vivir de otra manera mejor.

Etiquetas: , ,

viernes, abril 6

El paraíso


La Telaraña en El Mundo.




 El paraíso es un lugar simbólico que cada uno se imagina como quiere. Soñar es gratis, dicen, pero no es así: todo tiene su precio. Con todo, parece que hay un paraíso bastante baratito muy cerca de aquí, concretamente en Magaluf. Acabo de descubrirlo al visitar la página web británica -Magaluf Events Company- donde, entre otras lindezas, expiden online los tickets de lo que llaman Sunset Booze Cruise: no lo traduciré para no traicionar mi instinto metafórico, pero el asunto va de alcohol y también, supuestamente, de lujo, de alcohol y de cierto tipo colectivo de lujuria, de alcohol y también de yates, aunque no sean, por desgracia, privados, de alcohol y sol en la medida de lo posible, de alcohol y, desde luego,  gente eufórica, de alcohol y música, de alcohol y gente bailando y saltando como posesos, de alcohol y esa vaga promesa de sexo infinito con todas las vírgenes, quizá, del paraíso, de alcohol y esa profunda, definitiva, somnolencia que tras tres horas largas de barra libre no sé si te convierte en un auténtico e irrecuperable guiñapo o en el muñeco perfecto para las prácticas más avanzadas de los pocos médicos de urgencias que han superado el examen de catalán y ahí siguen, sobrios y sacrificados, firmes con el bisturí y las vendas en las manos.
 Y todo por unas asequibles 50 libras esterlinas. O por 59 si quieres, en fin, un trato más VIP, una botella de champán de marca, una camiseta gratis para la ocasión y alguna que otra gentileza de la casa. El paraíso este de Magaluf es bastante hortera.
 El paraíso, ya lo dije, es un lugar simbólico que cada uno se imagina como quiere. Todos hemos estado alguna vez en el paraíso. Intento, ahora, hacer memoria de todos esos lugares y la lista se me hace larga, muy larga. Estoy seguro de que fui feliz en el vientre de mi madre, pero la verdad es que ese primer paraíso no lo recuerdo. Fui feliz, también, jugando con mis hermanos y leyendo aquellos libros de Enid Blyton o Richmal Crompton que aún conservo en algún lugar de mi biblioteca. Fui feliz, más tarde, en los brazos de todas las mujeres que me permitieron olvidarme de mí mismo en la profundidad enorme de sus misteriosas entrañas. Soy feliz en este instante en que recuerdo los libros que me transportaron hasta donde estoy, los que leí, los que escribí, los que volveré a leer, los que sigo escribiendo porque la vida no se acaba en los libros y hay que saber leerse, también, las palmas de las manos para reconocer esa mota de polvo, esa piedra rodante, ese lugar imprevisto donde tropezamos, donde caímos, donde volvemos a tropezar y caer, donde fuimos lo suficientemente fuertes como para sonreír ante la adversidad y levantarnos cuantas veces hagan falta. El paraíso está ahí donde siempre estuvo: en uno mismo y en sus circunstancias.


Etiquetas: , ,

martes, abril 3

La guerra fría


La Telaraña en El Mundo.




 A veces me sucede que me canso del aburrido día de la marmota catalán y me quedo callado, absorto y como sin argumentos, fulminado por no sé qué extraños juicios, cuando observo que la izquierda y la derecha políticas se dejan contaminar por el nacionalismo y, entonces, todo se convierte, más o menos, en lo mismo, en más de lo mismo; y no hay por dónde coger la escurridiza trama de los días que se suceden sin apenas cambios, sin apenas esperanzas, sin apenas una mínima estrella de luz en alguna que otra parte de los cielos intentando mostrarnos un camino que igual existe, pero que aún no vemos ni intuimos.
 Hay muchas cosas, en efecto, que no vemos cuando asendereamos la vida guiados por la curiosidad o el azar, por sus luces intermitentes y vacilantes, empujados por espejismos que aparecen y desaparecen en el horizonte de nuestros pasos, que juegan con nosotros y que nunca logramos, por desgracia, alcanzar tremendamente lastrados, como estamos, por el peso enorme, en nuestras adoloridas espaldas, de todo aquello que somos y, sobre todo, de todo aquello que quisiéramos ser. Demasiadas quimeras, tal vez, en nuestras alforjas.
 A veces me sucede que me agobia el regreso extemporáneo de la guerra fría y me quedo aletargado, sombrío y como sin argumentos, mientras observo las legiones de espías yendo y viniendo, cruzando los puentes (en mitad de una niebla espesa que nos resulta familiar porque crecimos, intelectual, física y filosóficamente, con ella), cruzando los puentes, decía, entre Rusia y Europa, entre Rusia y los Estados Unidos de Trump, entre Rusia y el señuelo del Brexit, entre Rusia y las caravanas perdidas en las arenas bíblicas de Siria o el desfile marcial en Corea del Norte, que precede a todas la guerras, que las simula con sus misiles de cartón piedra enriquecido, con sus ácidos de ira, con sus venenos de escorpión y laboratorio; entre Rusia y el mundo entero vía Internet, la web oscura y subterránea donde la economía real del universo tiene sus humeantes calderas, sus salas de máquinas, su mazmorra central, su macabro origen y también su fatal desenlace.
 A veces me sucede que me canso de todas estas cosas y cojo, entonces, las obras completas de Gottfried Benn (Calima ediciones, 2006, con traducción de José Luis Reina Palazón) y me dejo llevar por cualquiera de sus enormes tomos de poemas, de ensayos, de textos más o menos autobiográficos; y sonrío, escéptico, burlón, cuando compruebo que Benn murió poco antes de que yo naciera y el mundo, por supuesto, no se detuvo: el mundo (y no voy a explicar, en absoluto, cuánto me fastidia esto) no se detiene nunca por muchos poemas extáticos que uno quiera escribir y escriba. A veces me sucede que me canso de todo y no sé lo que hacer o decir para disimularlo.

Etiquetas: , ,