LA TELARAÑA: Los islotes federados

viernes, marzo 2

Los islotes federados


La Telaraña en El Mundo.




 El Día de las Baleares amaneció en Palma, la calle Olmos húmeda y semivacía, los cristales de las ventanas repletos de chorretones, con la sensación de que el frío gélido del este está empezando a ceder su lugar al sol de costumbre, a ese sol que no tardará demasiado en reinar en esta plaza de arena sin toros, sin sangre, sin ni siquiera ardor o furia. Es posible, pues, que el tiempo atmosférico influya en nuestro carácter y que por ello nos molesten tanto las salidas de tono, los exabruptos, las exageraciones y, en definitiva, el ruido infernal de quien no piensa lo que dice (o al revés, quién sabe) y las ideas y los conceptos, las frases y las palabras le salen tergiversadas y mordidas, le salen renqueantes y hasta magulladas, le salen como aquellos seis personajes deambulando desnortados, huérfanos, en busca de su autor en una obra de teatro del absurdo que, por desgracia para nosotros, esta vez, no ha escrito Luigi Pirandello. Ni por asomo.
 Francina Armengol no da para más teatro que para el teatro nacional, costumbrista y local que nos ronda (y repite) cuando las autoridades toman el escenario del Palacio de Congresos (en vez del Teatro Principal, al fin) y lo convierten en el lugar de los abrazos y las sonrisas, los discursos sectarios y la entrega melancólica de medallas o medallones, cuantos más mejor. Pasa cada año, cuando los premios Ciutat de Palma o muy a menudo, cuando la OCB decide darse un auto homenaje a nuestra costa, y volvió a pasar durante la entrega de los premios Ramon Llull, mientras Armengol nos convertía en una absurda parodia del surrealismo más absurdo, ideológico y, por lo tanto, vacuo al proclamar, según leo, que somos «cuatro islas unidas por el mar que hacen posible una cultura de federalismo interior». Nada menos. O nada más.
 No sé muy bien qué cultura es esa, porque aquí, como en todas partes, la gente busca vivir cada día un poco mejor -o un poco igual y que no nos quiten lo bailado, por favor- intentando aprovechar lo que tiene o encuentra a su alrededor o al alcance de su mano. El turismo, por ejemplo. La economía colaborativa y hasta digital, si hay suerte y procede, cuando la economía de mercado pinta corrupta y, además, no nos da ni para pipas. Cierro los ojos y dibujo en la oscuridad cuatro islotes varados en el centro mismo, por supuesto, del universo (sin contar Cabrera, Dragonera, Conejera y otros islotes más cuyos nombres no quiero recordar) e imagino una espesa niebla, como si fuera una red de puentes imaginarios, uniéndonos los unos a los otros y viceversa; y a esa niebla, por llamarla de alguna manera, la llamo federalismo interior y me quedo como Armengol: sonriente, pero en la inopia. Sólo le faltó este año, a Armengol, la medalla a Valtonyc. Pero todo se andará, seguro.


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