LA TELARAÑA: Hologramas y cariátides

viernes, marzo 16

Hologramas y cariátides


La Telaraña en El Mundo.


  
 Llevo varios días perdido entre las ruinas de Atenas. Puedo refugiarme (y así lo hago) entre la multitud de turistas que recorre con ánimo festivo el centro comercial de la ciudad, comiendo muy bien y a buen precio en una cualquiera de las innumerables tabernas y restaurantes de Plaka, Psyrri o Monastiraki, o puedo perderme (y así lo hago también) por los arrabales dejados de la mano de Dios y los hombres, donde los inmigrantes ocupan viviendas de papel quemado, siempre a punto de venirse abajo como castillos de naipes, y donde los indigentes y mendigos duermen bajo los arcos espléndidos del cielo, mientras el calor de marzo empieza ya a saber a plomo sobre la tez, sobre las espaldas, sobre la conciencia telúrica, tal vez, del universo.
 Llevo varios días, en fin, imaginando hologramas, intentando capturar líneas de luz y también de tiempo, convirtiendo la sobrenatural Acrópolis, por ejemplo, en el decorado perfecto de unos hombres enloquecidos y desnortados por culpa, tal vez, de unos dioses excesivamente caprichosos. Me detengo (o el tiempo se detiene por mí) frente a un solar casi vacío e imagino el monumento dórico a Nikias que ahí, orgulloso, se levantaba en otro tiempo, según reza una lápida. Hago lo mismo donde estuvieron, al parecer, el Templo de Artemis o la Calcoteca, donde se guardaban las ofrendas a Atenea, los santuarios de Pandión, Gea Karpófora o Zeus Polieus, entre otros. Escaneo esas ruinas indescifrables buscando palpar la gran belleza que ya no está, la grandeza que tampoco, ese temblor ausente que fue y que, pese a todo, sigue siendo, porque siempre queda algo en el aire de lo que fuimos o de lo que fueron otros por nosotros.
 Luego está el azar (y lo que queda, si queda algo, de los dioses) y unas imágenes sobrevenidas en una televisión griega -el rostro sonriente de un niño asesinado en Almería, la sombra andante y negra, negrísima de la muerte, las lágrimas de todos, el revuelo de los pescaítos en las redes sociales, el duelo permanente en la España de siempre- me restituyeron a la realidad a la que pertenezco, me devolvieron al hedor, la tragedia, la decepción perenne, la tristeza y las alegrías, la idiosincrasia cruel y vertiginosa de una España que intento dejar atrás sin apenas éxito.
 El único holograma tristemente real que encontré en Atenas está en la Plaza Sintagma y es el holograma del Parlamento donde hoy gobierna Alexis Tsipras, el mismo tipo de holograma de piedra, en vez de luz y tiempo, que existe, por ejemplo, en el Parlament de Palma, en la Sala de las Cariátides, sin ir más lejos, donde las columnas con forma de mujer son las únicas que soportan -y sólo ellas saben cómo- el peso de la democracia simulada y retórica en que vivimos a la espera, tal vez, de tiempos mejores.


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