LA TELARAÑA: Los suicidas

martes, enero 9

Los suicidas


La Telaraña en El Mundo.


 Todos estamos siendo puntualmente informados de la gran cantidad de personas que el tráfico rodado de nuestras carreteras se va llevando por delante o por detrás, día a día, hora a hora, puente festivo a puente festivo: se va llevando por delante, directamente a la oscuridad innombrable del otro barrio, o se va llevando por detrás, hacia la incierta y espectral luz blanca de las salas de los quirófanos, las lentas y sudorosas colas de la rehabilitación ortopédica, la inmovilidad resignada o la crispación inasumible de los que nunca volverán a ser los que fueron. Nunca se vuelve a ser quien ya se ha sido, pero cómo explicárselo al que no lo sabe o no lo siente así. Es que no hay manera.
 Todos estamos, asimismo, siendo puntualmente informados de la gran cantidad de personas que son víctimas de multitud de circunstancias adversas y, sobre todo, injustas. Pienso en los malos tratos, por ejemplo, que los más fuertes infligen a los más débiles. O en la violencia más o menos sexual, machista, doméstica o, quizá, de género. Pienso en el acoso constante, la manipulación y el sectarismo piramidal en las escuelas y las redes sociales. O en el dolor y la desolación, la devastación personal y familiar que produce el abuso del alcohol y las drogas. Pienso en las armas de destrucción absolutamente masiva que, nos guste o no, estamos ayudando a mantener entre todos cuando nos vence la comodidad, la inercia rutinaria del pensamiento y nos dejamos llevar a favor de corriente hasta desaguar, como no podía ser de otra forma, en el mismísimo vacío: en ese lodo acomplejado y populista, en esa llaga infecta donde el lenguaje en vez de ser un afilado bisturí acaba siendo una venda inútil en la herida y también en los ojos, una asfixiante mordaza en el pensamiento que habría de desentrañarla y que ya no podrá, por desgracia, hacerlo.
 No se nos informa, sin embargo, de otras muchas cosas; de algunas, directamente, porque ni nos enteramos y de otras, porque algún pesado estigma o tabú se ha posado sobre ellas, como sobre nosotros. Me refiero, por ejemplo, al elevadísimo número de suicidios consumados que se producen en la sociedad en que vivimos y morimos. Estaríamos hablando, aquí en las Islas, de casi el doble de fallecidos por suicidio que por accidente de tráfico. Ahí es nada. Huelga decir que coincido con Javier Torres, decano del Colegio Oficial de Psicólogos de Baleares, en que conviene que la sociedad sea informada de este problema sin temer, por supuesto, a ningún posible efecto rebote de contagio por imitación o lo que fuere. El principal y, quizá, más célebre pensador, analista, fabulador, desmitificador y hasta propagandista del suicidio fue mi admirado Emil Cioran y, sin embargo, murió a los 84 años. De viejo, claro.




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