LA TELARAÑA: El infierno de los otros

viernes, noviembre 24

El infierno de los otros


La Telaraña en El Mundo.





 Un referéndum para saber si hay que hacer otro referéndum que nos permita, a su vez, otro referéndum que, con elecciones locales, autonómicas o generales de por medio, legitime los referéndums que aún puedan hacernos falta para que los diversos mantras de la actualidad que tanto parecen preocuparnos, fíjate tú, como las liturgias de la identidad, las entelequias étnicas, el peso específico de las raíces, el aura lingüística de los territorios y, en especial, el vaivén jerárquico y sacrosanto, este sí, de las balanzas fiscales, sean sometidos, taxativa y disciplinadamente, a una nueva tanda de referéndums, de nuevo con elecciones locales, autonómicas o generales de por medio, que serían más o menos vinculantes para un futuro nacional, internacional y hasta galáctico repleto de sucesivos  referéndums que habría que seguir realizando cada poco tiempo para que todo fuera, y siguiera siéndolo siempre, absolutamente democrático, absolutamente político, absolutamente sectario, absolutamente estúpido.
 Esta sería, más o menos, la propuesta de reforma constitucional que ha publicitado Carolina Bescansa y que, en principio, no parece que vaya a ser aprobada por los círculos teledirigidos (o fagocitados por Pablo Iglesias) de Podemos. Es de suponer que, con el paso de los días, otros partidos políticos irán ofreciéndonos también sus ideas al respecto. No es fácil, en efecto, reformar una Constitución sin que se te vengan abajo los principios, cuando estos principios ya no son los cimientos básicos de la convivencia, sino que se han convertido, por desgracia, en meros adornos, en banderas e himnos impostados, en fatuas armas arrojadizas, en vagas señas de una identidad fantasmal que ya no vale nada, porque no tiene unos cimientos comunes donde manifestarse y hacerse fuerte, unos principios de todos donde hallar su propio reflejo, unas asideras fuertes y solidarias a las que aferrarse cuando sobreviene el vértigo. Siempre acaba sobreviniendo el vértigo.
 Vivir no es fácil; y vivir juntos lo es todavía mucho menos. La familia, la familia política, los amigos, los conocidos. Los vecinos, los compañeros de trabajo, la gente con que nos relacionamos en las redes sociales. Todos pueden dar fe, desde su situación particular, de lo difícil que puede resultar entenderse y llegar, sobre todo, a acuerdos beneficiosos para todos. Porque vivir es exactamente eso: llegar a acuerdos más o menos productivos, aquilatar complicidades, más o menos firmes o volátiles, donde la realidad de cada uno tome asiento junto a las realidades de los demás, sin espantarse más de la cuenta por lo que ve o por lo que oye.  Habrá que desmitificar, tal vez, el infierno de los otros y asumir, en su lugar, el infierno propio. No es un lugar agradable, pero es ahí donde realmente vivimos.


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