LA TELARAÑA: Los muertos

viernes, octubre 27

Los muertos


La Telaraña en El Mundo.


 Alrededor, percibo cierto trasiego, entre festivo y resignado, por Halloween. Nunca he celebrado esa fiesta pagana y extranjera, pero no porque fuera pagana y extranjera, ya que me gustan todo tipo de fiestas y cuanto más paganas y extranjeras mucho mejor, sino porque la muerte me parece algo muy serio desde que, hace ya unos cuarenta y cinco años, en uno de aquellos terribles ejercicios espirituales que también formaban parte, supongo, de mi muy leve educación franciscana, el curita de rigor tuvo a bien largarnos, justo antes de acostarnos, un discurso tan terrorífico sobre la muerte, el pecado y los infiernos que no sé si aquella maldita noche, que pasé en blanco, logró dormir bien alguno de mis compañeros de colegio. Creo que no, pero me será fácil averiguarlo porque, ya cumplidos los sesenta, mantenemos un grupo abierto en WhatsApp. Qué modernos.
 A todo esto, le leo a Aurora Jhardi unas declaraciones en las que, sin decir nada, pone cara de lo contrario. Esa petulante solemnidad dialéctica la pierde. Dijo "Recuperamos una fiesta mallorquina y lo hacemos con vocación de permanencia" al presentar, urbi et orbi, la llamada Nit de les Ánimes, el sábado 4 de noviembre en el Parc de Sa Riera. Se trata, truco o trato, de crear un Halloween a la mallorquina con dimonis, batucadas, juegos infantiles y música popular. Nada muy original, salvo la posibilidad de asistir, de la mano de Carlos Garrido, a una visita guiada del cementerio de Palma. Personalmente, con Carlos, por simpatía cultural de tantos años, aficiones musicales al margen, iría a cualquier lado. ¿Pero es necesario perderse bajo la fría niebla de noviembre, cuando los muertos, precisamente, andan más que revueltos, por entre cruces, lápidas, mausoleos y tumbas? Pues no sé yo.
 Donde sí que me perdí fue entre las voces y ecos del debate del estado de la Comunidad. Por lo visto, Francina Armengol sigue viviendo en su particular ordalía nacionalista sin más cera que las lágrimas del victimismo habitual. Resulta muy difícil entender a los que hacen del victimismo una forma de vivir, una manera de acercarse a la catástrofe segura (ya lo decía yo) que es siempre la propia vida cuando se nos cruza, ensombreciéndonos la mirada, la idea turbadora de que son los demás, siempre los demás, los que nos la estropean, los que nos impiden sacar adelante nuestros legítimos deseos (los de la independencia catalana, sobre todo) con buena letra y mejor nota, los que nos la convierten, a la vida, en un largo y tortuoso camino hacia ninguna parte. Miren, la vida es siempre un largo y tortuoso camino hacia ninguna parte, sin que haga falta echarle las culpas a nadie. Pero si no hay culpables, tampoco habría víctimas y entonces se les vendría abajo a muchos el chiringuito.

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