LA TELARAÑA: septiembre 2017

viernes, septiembre 29

Apocalipsis, serie B


La Telaraña en El Mundo.




 Quizá lo peor de todo, en esta vida nuestra de aquí y ahora, es sentir que no puedes, aunque bien que lo intentas, respetar a tus enemigos como a ti mismo. Tampoco ellos, nos lo han dicho, te pueden respetar como dicen respetarse a sí mismos; y así las divergencias entre unos y otros no pueden sino eternizarse y las grietas crecen y la herida nos muestra nuestro interior volcánico de magma airado, confuso, de combustión que dejará de contenerse a sí misma y se expandirá cubriendo la tierra como el espíritu o el alma. Algo similar, pues, al apocalipsis en alguna de esas versiones cinematográficas de serie B. Siempre me conmovieron esos clásicos de cartón piedra, sus domésticos efectos especiales y sus formidables héroes de pega: la terrible paradoja de no saber cómo desprenderse del miedo, del desprecio, de la ignorancia y la envidia. Cómo dejar de ser, en definitiva, los náufragos de este viaje a ninguna parte. No se puede ir a ningún sitio con semejante bagaje de vergüenza.
 Pero estas cosas suceden cuando se prioriza la importancia del ruido en las redes sociales, cuando lo que vale es celebrar la frase ingeniosa, el exabrupto, el zasca, el meme por sobre la lenta digestión de un lenguaje común y un estilo propio, por sobre la compleja construcción de un discurso, el que fuere, capaz de conducirnos a algún lugar reconocible donde quepa algún tipo de complicidad y entendimiento. Cualquier tipo de complicidad y entendimiento. Ignoramos dónde para ese oasis.
 Pero el espectáculo es el que es: una auténtica porquería de guión, de paisaje y hasta de paisanaje, de representación, farsa o tragedia. El domingo ya es 1 de octubre, pero eso es casi lo de menos, porque el teatro nos importa muy poco. El problema sigue siendo otro. Sin respeto mutuo no hay ninguna épica a la que aferrarse. No hay ninguna ética ni estética posibles. No hay, tampoco, ninguna equidistancia (ese oxímoron tan poco viril y tramposo) que enarbolar como si nos valiera con alguna síntesis de diseño para superar la dialéctica de los siglos, el furor de las razas, las cíclicas migraciones de los nómadas, la eterna agonía del hombre frente a su destino. No hay posibilidad, en fin, de diálogo o negociación, de puesta en juego de algo que no sea el paupérrimo orgullo herido.
 Yo no movería un dedo sólo por orgullo. Dejaría que las ruinas continuaran derrumbándose y que los molinos siguieran siendo gigantes invisibles entre los labios invencibles del viento. España es esta tierra de castillos en ruinas y desaforados molinos de aspas que chirrían, enloquecidas, cuando toca moler el trigo y tomar, de alguna manera, partido decidido por lo único que importa: la vida. Da igual si en común o separados, aunque no sea lo mismo, por supuesto. Y por desgracia.

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martes, septiembre 26

Nit de l’Art y otras noches


La Telaraña en El Mundo.





 Parece que hay mucha, muchísima, gente en las redes sociales, en Twitter, Facebook, WhatsApp, en los canales sumergidos de Telegram, en los currículos asombrosos de LinkedIn, en las tertulias virtuales de cualquier foro más o menos ilustrado, pero las apariencias, como es de ley, siempre engañan y ello no es realmente así; la mayoría no son personas, sino «bots», aunque muchos de ellos quizá no lo sepan ni lo llegarán a saber nunca: no son personas de carne y hueso, sino programas informáticos de ceros y unos, software más o menos elaborado que no deja ni un instante de rastrear opiniones, de calcular, frenéticamente, algoritmos matemáticos y de exprimir los grasientos patrones de la lógica conductista, para intentar, en fin, crear tendencias y estados de opinión irresistibles. La mentira repetida que se acaba, qué remedio, convirtiendo en verdad es aquí el arma renovada de la más antigua y repugnante de las manipulaciones. Qué viejo es ese maniqueísmo.

 Pero salgo a la calle y paseo por entre los enormes cortinajes que pusieron durante la Nit de l´Art en la calle San Elías para volver a atravesarlos, un rato largo después, en la calle del Carmen. Esas cortinas metafóricas abrían las puertas (de la percepción) de un universo absolutamente imaginario, pero también las cerraban. En su interior anduve como por los pasillos de mi propia casa, buscando, quizá, la forma de abrir pasadizos secretos y de encontrar criptas solemnes y magníficas cuevas de ladrones con algún que otro tesoro que compartir, con algún que otro tesoro que dilapidar, con algún que otro tesoro con el que sentirse libres o, incluso, si ello fuera posible, independientes. Pero la independencia no existe, como no existe la libertad. Como no existe el arte. Y los tesoros son siempre maravillosamente fugaces.

 Pero no sé muy bien dónde demonios andaba, este año, el auténtico, el genuino botellón artístico que les vengo contando cada año desde ya no recuerdo cuándo. Los años pasan y los botellones se multiplican y uno ya no añora nada, salvo aquellas resacas fantásticas que ya no volverán. Qué lástima. Este año, sin embargo, el botellón oficial tuvo su botellón alternativo. En efecto, algunos iluminados se fueron a Formentor, a escuchar a un grupito selecto de «bots» travestidos, siendo sumamente bondadosos, de escritores de cuarta o quinta fila, de editores de culto, de críticos literarios vagamente ágrafos y voluntariamente posmodernos, en busca, en fin, de magos, de vagabundos, de errantes o de bohemios. Craso error, porque estaban todos por San Elías y Misión o por el terrorífico ambulatorio del Carmen, por los pasillos interminables de mi casa, por las catacumbas personales de una noche en la que nada fue lo pretendía ser, como de costumbre.




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viernes, septiembre 22

La hora de los milagros


La Telaraña en El Mundo.

 No resulta agradable mirar alrededor y sentir una inmensa vergüenza ajena. Por un lado, la violencia se ha instalado, aprovechando la falsa percepción del anonimato, en las redes sociales y parece andar, también, camino de llegar a las calles y plazas, a la deriva torrencial de la vida cotidiana y a la minuciosa o, quizá, delirante historia de los días en que vivimos. Haré un breve inciso: no vivimos todos los días que vivimos, sino sólo aquellos días afortunados que nos paramos a pensar en lo que hacemos, aquellos días escogidos en que nos detenemos a mirar el horizonte o a imaginarlo siquiera, porque hay niebla, hay bruma o hay un muro enorme donde no lo imaginábamos, aquellos días que grabamos en la memoria para revisarlos, tal vez, mucho más adelante, cuando no nos importe reconocer que casi todo lo hicimos mal o lo hicimos a medias. A mí me gusta recordar aquello en que pienso que fallé, en que creo que no di, tal vez, la talla: me reconcilia con los perdedores que me rodean sin que me ciegue ningún glamur, ni siquiera el del espejo. No hay ningún glamur en ser, una vez y otra, derrotados.
 Pero mirar alrededor es un ejercicio de estilo muy doloroso. Quizá desquiciante. Uno casi diría, tal vez, que la infamia general tiene forma de pirámide funeraria y que, contra todo pronóstico, arriba del todo, en lo más alto y en lo más escarpado de la escala social, en el lugar, quizá, más preminente de entre todos los lugares, están siempre (y desde siempre) instalados, en vez de los mejores, los peores, los menos ilustrados, los más advenedizos, los que perciben el mundo sólo a su propia imagen y semejanza, los que le ponen bridas sectarias y absolutamente partidistas, los que lo saquean con su mediocridad y avaricia, los que lo constriñen con sus carcasas ideológicas, con sus negras mordazas más o menos tullidas o abanderadas. Nadie debería, en fin, llegar a sentir en vida ninguna mortaja envolviéndole a destiempo, ninguna soga acariciándole, como una amenaza letal, el cuello.
 Podría hablar ahora sobre la vergonzosa toma de postura de Més per Mallorca en contra de la legalidad constitucional y a favor del golpismo secesionista. Ellos están en el poder, así que ellos sabrán a qué legalidad se deben. Yo recuerdo, ahora, una enloquecida noche en llamas del siglo pasado en que amanecí en el antiguo hospital de Son Dureta con la primera vértebra cervical quebrada. Ser un superviviente me confiere, en efecto, un aura especial, aunque ello no suponga, por supuesto, mayor mérito que haber tenido mucha, muchísima, suerte y un buen equipo médico a mi entera disposición. Ojalá esta sociedad nuestra tenga a mano, cuando más lo precise, ese equipo médico prodigioso capaz, si no de hacer milagros, sí de intentarlos. Falta nos hará.

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martes, septiembre 19

Bestiario español


La Telaraña en El Mundo.




 Abro Bestiario Español, el libro de semblanzas de Justo Serna en la editorial Huerga y Fierro (Madrid, 2014) y observo desfilar, entre muchos otros, al Rey Juan Carlos, a Franco, Zapatero, Felipe González, Manolo Escobar, Aznar, Torrente, Berlusconi o Belén Esteban y me dejo llevar por esa especie de Guernica literario que constituye un país llamado España, un país que siempre está en llamas, siempre en ebullición, siempre a punto de alcanzar esa frontera metafórica de la que sólo se sabe que, cuando se llega a ella, no hay forma de volver atrás, de regresar a la inocencia previa del instante en que aún hubiéramos dado la vida por algo. Ya no la daremos, salvo a cambio de nada, porque hay que ser absolutamente desprendidos (o, quizá, modernos, como dijo Rimbaud) cuando de lo que se trata es de perderlo todo sin añorar nada. De eso trata la vida.
 Podemos, pues, cerrar con tranquilidad los ojos y dejar vagar nuestra mirada interior por los rincones que nunca podremos iluminar del todo: ni falta que hace, por supuesto. La lucidez tiene estas cosas, nos enfrenta a estos problemas irresolubles, estos desengaños inmensos, casi cósmicos, estas decepciones catastróficas, este acabar sintiéndose, pese a todo, muy a gusto en el estúpido callejón sin salida de la vida, porque no hay ni puede haber nada mejor ni más fructífero que eternizarse en el laberinto, que olvidar el paso marcial y musculoso del tiempo y sus infinitas servidumbres, que perderse definitivamente en sus calles suspendidas en la niebla y caer derrotado una y mil veces en sus rotondas de pega, en sus alcantarillados de ficción, en sus miradores ciegos y en sus abismos aplastados por el plomo sangriento de la noche cuando ya ha anochecido y, en efecto, no hemos llegado a ninguna parte. No hay donde llegar, pero el viaje, sin embargo, es inmenso. Siempre lo ha sido, siempre lo será.
 Abro Bestiario Español, el libro de semblanzas de Justo Serna y le agradezco al amigo, al semejante, pero también, y sobre todo, al escritor, que no le tiemble el pulso para ser capaz de desaparecer del todo, de borrarse por completo del mapa, mientras van desfilando, como cadáveres exquisitos en sus propias exequias, todos los personajes del libro, los que nos son más cercanos y los que no, los que perfilan, arremolinados, nuestra existencia actual, los que nos han conducido, incluso a nuestro pesar, hasta el instante presente. Cierro ahora el libro y leo algunas de las atrocidades que mis amigos (sic) en Facebook han escrito. Hago lo mismo en Twitter y también con los memes que me llegan vía WhatsApp. Creo que nunca había estado tan comunicado y me había sentido, sin embargo, tan solo. Pero no todo está perdido, aún nos quedan los libros, algunos libros. Menos mal.

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viernes, septiembre 15

Las cuatro capitales


La Telaraña en El Mundo.



 Está muy bien ser capital de algo. Sabíamos que Palma ya lo era de Mallorca y de Baleares o, por aquello de los excesos metafóricos, hasta del mar Mediterráneo. Pero hay más. Gracias a la CUP y los grupos antisistema, que son, a fin de cuentas, los que manejan los entresijos de la actualidad política española, esa gran ramera con aspecto de dama de alto copete, nos hemos enterado de que Palma es, con Barcelona, Perpinyà y Valencia, una de las cuatro capitales de los Países Catalanes, ese grupo selecto de países que, aunque por separado no parezcan gran cosa, juntos son o deben ser, juntos serán, algo así como El Dorado, un territorio auténticamente mítico y legendario donde, a falta de oro, maná o clarividencia, todo será identidad absolutamente mejorada, ennoblecida, ensimismada.
 Identidad cultural y, desde luego, lingüística. Identidad que, como es justo y necesario, barre todas las diferencias habidas y por haber hasta abolirlas. Identidad que nos convierte -a nosotros también, porque vivimos en estas islas y el territorio es, a fin de cuentas, el dueño único de nuestro espectacular destino- en los mimbres mágicos, telúricos, del mismo cesto, en los obreros especializados y sudorosos de la misma colmena, en las células fundacionales del mismo cuerpo astral, en los querubines y arcángeles de la misma quimera donde viajaremos bajo el éxtasis hipnótico del arcoíris, abierto el mundo a la inigualable plenitud de la luz y al absoluto deslumbramiento. Ciegos todos, pero felices, por lo tanto. No sé de qué se quejan algunos.
 Hasta Palma y, en concreto, hasta el parque de Sa Feixina, ya ven para qué sirven nuestros más emblemáticos monumentos, se vinieron el miércoles pasado los diputados de la CUP en el Parlament de Cataluña, Eulàlia Reguant y Carles Riera, para ampliar la convocatoria del referéndum a Baleares y para intentar despertar, de alguna manera, nuestra peculiar conciencia cívica, nuestra ancestral conciencia de pueblo que recibe con la misma sonrisa y las mismas hondas cargadas de escepticismo y hastío a los invasores que a los turistas. Yo prefiero a estos últimos, pero tiene que haber gente para todo. La hay, qué duda cabe.
 Con todo, lo mejor del evento de Sa Feixina, aparte de los discursos, las fotos de familia y la inmensa nube tóxica que sobrevino tras tanta exhibición impúdica (porque los mallorquines nunca airearíamos nuestra identidad con tanta ligereza, no fuera a marchitársenos), lo mejor, decía, fue la actuación estelar de la magnífica e hiperbólica colla de Xeremiers Pau i Càndid. Su jota del Tiro Tatí o d´en Pep Toni, por ejemplo, junto a su interpretación, en plan «jam session», de The Devil's Dream me tienen subyugado desde hace años. Qué ritmo y armonía, cuánta exuberancia étnica.

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martes, septiembre 12

Diadas y paradojas


La Telaraña en El Mundo.





 Un par de cámaras móviles en la Rambla y algún que otro dron dando vueltas como si fuera un cometa teledirigido. De fondo, una música horrible de banda de música en horas bajas desafina todo lo que los micrófonos de la retrasmisión la retuercen y, quizá, algo más. Así están emitiendo, en vivo y en directo, la llamada Diada del Sí las televisiones en Internet (y por lo que acabo de comprobar, también las televisiones generalistas, no vaya a ser que la audiencia se despiste y se quede sin el morbo de asistir al éxtasis, la pasión, la astracanada alquímica de un buen número de personas empeñadas en ser una nación, un estado, una unidad de destino en lo universal) cuando son sólo las nueve y media de la mañana del día 11 de septiembre y ya se están lanzando consignas, coreando eslóganes, ofrendando coronas de flores y agitando banderas. Esto va para muy largo.
 Lo bueno de estas retrasmisiones por internet es que carecen de un locutor y, sobre todo, de una mesa enloquecida de tertulianos. Los tertulianos son gente tan escogida como poco despejada: sobre todo, los de TV3. Hay que ver con qué fervor arriman el ascua a su sardina, prendida milagrosamente, como a su carné de buenos y diligentes nacionalistas, su grano de arena al arenal donde nos revolcaríamos si aún quisiéramos construir castillos donde rompe la marea y crujen las costuras de la existencia, su voz desgañitada al corro general de las voces, ese estropicio inaudito.
 Recuerdo, ahora, que en los domingos luminosos de mi infancia se bailaban correosas sardanas en la avenida Conde Sallent de Palma, exactamente bajo la casa en que nací, un edificio actualmente tapiado y cubierto con una precaria malla verde: parece que la finca amenaza ruina y, tal vez, derrumbe. Es así, en definitiva, como pasa el tiempo mientras nosotros intentamos ser los protagonistas o, tal vez, las comparsas, los testigos, los cómplices, los jueces o, finalmente, las víctimas. La vida es ese extraño juego.
 Tengo en la retina la imagen victoriosa de Rafael Nadal, anoche en el US Open. Está bien estar de vuelta cuando, de hecho, nunca te has ido y sólo estuviste tomando aire, porque te hacía falta. Está bien ser el mejor en algo o luchar para serlo durante algún tiempo y dedicarse, después, a cualquier otra cosa. Reflexiones como estas son mucho más serias y fructíferas que andar perdiendo el tiempo con el provinciano discurso de las naciones y los estados, las repúblicas más o menos federales y los colectivos unidos, al parecer, por un vínculo tan artificial como puede llegar a ser la maldita forma en que decidamos, aleatoriamente, amargarnos la vida en común pretendiendo, sin embargo, mejorarla. Quizá esa terrible paradoja encierre más verdades de las que, de hecho, podemos soportar.

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viernes, septiembre 8

El imperio de Jolly Roger


La Telaraña en El Mundo.





 El miércoles me quedé más que prendado, prendido, del terrible espectáculo que sucedía en el Parlament de Cataluña. Escuché los discursos completos de Miquel Iceta e Inés Arrimadas y me entraron ganas de aplaudirles; les aplaudí, de hecho, con todas mis fuerzas interiores, porque no es fácil predicar en el desierto de la estulticia, desplegar el lenguaje donde las palabras ya no significan nada, enarbolar la bandera del escurridizo sentido común, la libertad o la democracia donde la única bandera vigente, por desgracia, es la Jolly Roger, la bandera negra con las tibias cruzadas, la calavera y los ojos absolutamente vacíos, torvos y amenazadores de la muerte (o de la CUP, vaya panda).
 Más tarde, los diputados votaron la Ley del Referéndum y se pusieron a cantar «Els Segadors». No lo negaré, pero me dio una risa incontenible que intenté, sin éxito, contener; pensé que nunca volvería a ver algo así de ridículo e impostado y que, cuando el esperpento alcanza su máximo esplendor, lo único que podemos hacer es observarlo con suma atención y dejarlo ser, en definitiva, lo que es, el frágil y bellísimo canto de un cisne que se sabe absolutamente condenado. La imagen es triste, por desgracia, porque la metáfora es real.
 Intento acceder a la nueva página web -referendum.cat- del gobierno catalán sobre el referéndum del 1-O y me encuentro con un descriptivo mensaje: «500 Internal Server Error». La informática siempre lanza mensajes así de exagerados, pero no. Nada es exagerado, cuando la página en blanco de la vida se nos antoja una pesadilla, un agujero negro que hay que rellenar con mil garabatos a toda prisa; el vacío nos duele, el horror nos paraliza y el brillo inhumano de la página en blanco, más que deslumbrarnos, nos ciega del todo. Cerramos entonces los ojos porque necesitamos regresar muy adentro en busca de los cristales adecuados con que protegernos de la lluvia ácida de la intemperie. O de la página que ahora sí funciona, qué horror.
 Me asomo a la ventana. No llueve ni va a llover. Pero mientras escribo estas líneas deben deambular por la Plaza Mayor, concentrados en pro de la inefable República Catalana, los selectos miembros de la Assemblea Sobiranista de Mallorca, la OCB y la Plataforma Avançam. Son los habituales: Jaume Mateu, Cristòfol Soler, Miquel Oliver y sus diez o doce acólitos en esta magníficamente bien subvencionada tarea de ser absolutamente catalán en Mallorca. Me alegra no tener ninguna necesidad de explicarles que prefiero, simplemente, vivir y dejar vivir antes de convertirme en títere o cómplice de ese monstruo ideológico llamado la identidad, esa voluntad castradora, esa rancia llamada a filas, ese espíritu uniformador, ese pretexto perfecto para que algunos vivan a costa de los demás.


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martes, septiembre 5

Ri Chun-hee


La Telaraña en El Mundo.



  
 Encuentro en YouTube un video de La Sexta, concretamente del programa de Wyoming, en que le hacían burla, bastante pobre y chusquera, por cierto, a Ri Chun-hee, la célebre e inconmensurable presentadora de noticias a mayor gloria del impresentable Kim Jong-un, ese joven rollizo y mal peinado que pasa sus días en el poder posando con sus intrépidos generales entre risas y pruebas bélicas más o menos nucleares. Parece que le gusta jugar con los misiles y las bombas y hacerlas explotar y generar, así, enormes terremotos por la zona de la catástrofe que le rodea, dejándonos, de paso, a todos más que avergonzados, cabizbajos y hasta tristes, porque así no se va a ninguna parte y ya va siendo hora de que alguien, y mejor que no tenga que ser Trump, le pare los pies y le borre la sonrisa de la cara o la podredumbre del alma. O ambas cosas.
 No he encontrado en YouTube ninguna otra parodia española de Ri Chun-hee y mal que me sabe. Me extraña que TV3, de cuya gran capacidad paródica nadie duda, no haya tenido la enfermiza ocurrencia de dedicarle alguno de sus espacios. Sin duda, la veterana presentadora le daría un tono más solemne y hasta marcial a la inminente Diada del día 11. O podría, incluso, ponerse a llorar a moco tendido cuando se consume el fracaso final del referéndum o la caída anunciada de Puigdemont y su exquisita corte de alucinados.
 Tampoco sobraría en IB3, que ya va siendo hora de aumentar un poco la audiencia. Ahí podría, por ejemplo, abrillantar el ego multisecular de Més, agigantar la importancia de las iniciativas de Podem o glosar, ya puesta en faena, el inigualable temple político de Armengol o Ensenyat, la talla republicana de Noguera o el irresistible carisma de Baltasar Picornell, Balti. Así, entre bromas, parodias y tomas falsas nos lo pasaríamos mejor que bien, nos lo pasaríamos bomba.
 Habría, eso sí, que solucionar antes algún problemilla, pero estoy seguro de que, a falta del incómodo requisito del catalán, Ri Chun-hee ostenta méritos incontestables. En 1994 lloró ante las cámaras de la televisión única norcoreana la muerte de Kim Il Sung y en 2011, la de su sucesor, el eminente Kim Jong Il. Se mire como se mire, eso es como anunciar en vivo y en directo la muerte de Lenin, luego la de Trotsky y, finalmente, la de Stalin. O las de Mussolini y Hitler, así de corrido y en tan sólo un par de días gloriosos de 1945. O la de Franco, mucho tiempo, quizá demasiado tiempo después, en 1975, y ríanse de las lágrimas de Arias Navarro mientras me disponía a coger un barco de regreso a la isla, no fuera a complicarse la situación y quedarme tirado en la tierra de nadie que aún era, para mí, Valencia. Es curioso, 42 años después me da que sigo en tierra de nadie.

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viernes, septiembre 1

La cuesta de septiembre


La Telaraña en El Mundo.




Al fin, llega septiembre, que es como decir que se acaba lo que se daba, que el turismo empieza a aflojar, el tiempo a languidecer y Palma, en definitiva, a dormirse mucho más pronto de lo habitual, con sus malos estudiantes buscando una repesca tan imposible como necesaria y sus pésimos políticos, nuestros pésimos políticos de cada día y cada mes, cada cuatro años, intentando rizar el rizo de la actualidad con sus imposiciones y caprichos, su realidad sectaria y absolutamente fiscalizada, su ecotasa plenipotenciaria y ávida, su catalán integral y a la fuerza, urbi et orbi, médicos incluidos, su seguir haciendo añicos la convivencia y hasta la memoria histórica, vista su obsesión demoledora con Sa Feixina, porque gobiernan, es por un decir, tan sólo para los suyos y a los demás que nos den morcilla. O ni eso. Ojalá que nos dieran algo (aparte de la risa que nos da cuando los vemos, tan ceñudos y obcecados, intentando justificar lo injustificable, sus retorcidas tomas de posición, sus delirantes decisiones) y no sólo disgustos, preocupaciones, tal vez zozobras.
 Pero repaso el calendario más o menos oficial de la historia y septiembre empieza a darme un poco de miedo. O mucho miedo. El 1 de septiembre de 1939 las tropas alemanas invadieron Polonia dando comienzo, así, a la Segunda Guerra Mundial. Nada menos. Mejor dejarse de bromas al respecto. Pero hay mucho más. El día 11 de septiembre de 2001 -hace tan poco y, sin embargo, hace ya tanto tiempo: yo vivía entonces en Barcelona- cayeron las torres gemelas de Nueva York y, desde aquel día, dos inmensas y verticales columnas de humo y fuego, dos monolitos de luz suspendidos en el aire de todos, dos mausoleos intangibles de amor y muerte siguen ardiendo entre las ascuas de nuestra asombrada y adolorida conciencia, de nuestro mirar el mundo y querer, pese a todo, seguir viéndolo todo. O casi todo.
 Otro funesto día 11, pero del remotísimo 1714, la ciudad de Barcelona acabó cayendo ante las tropas borbónicas durante la Guerra de Sucesión Española. Esa vieja efeméride, ese relato entre mítico y patético, esa numantina resistencia, esa ficción de cartón piedra y aguardiente barato es la que viene a edificar y sustentar, a fin de cuentas, toda la parafernalia del nacionalismo catalán, la enorme Diada del día 11, esa marabunta, entre barroca y modernista, de banderas y banderías, la primera toma de contacto con esa peculiar cuesta abajo o cuesta arriba -eso ya se verá, porque por aquí tenemos la Diada del Consell de Mallorca, el día 12- que habrá de conducirnos, finalmente, al histriónico 1 de octubre, ese día hipotético en el que, según la Wikipedia, nunca ha sucedido nada importante. Habrá, pues, que andarse con ojo, no vaya a ser que finalmente pase.





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