LA TELARAÑA: Me gustan los alienígenas

martes, agosto 8

Me gustan los alienígenas


La Telaraña en El Mundo.




 Si nos alejamos lo suficiente, es decir, mucho, quizá muchísimo, el mundo es dialécticamente simétrico, casi, casi, redondo, absoluta y, tal vez, absurdamente circular y, aunque es cierto que parece estar en constante ebullición controlada no sabemos exactamente por qué o por quién, también parece estar en perfecto equilibrio, pese a las turbulencias que se le adivinan a todo lo que se mueve, y no deja ni un solo instante de moverse, sobre la faz de la tierra. Es cuando descendemos desde las alturas del vértigo a esa mismísima faz de la tierra cuando el mundo se nos agrieta de veras, se nos llena de bancales de humo y de nubes púrpuras de sangre y amor u odio, cuando se nos hace trizas entre las manos y se nos convierte en barro, en lodo, en esa sustancia primordial y viscosa que es, a la vez, magma destructor de fuego y caldo milagroso de vida; quizá no se pueda ser nada en concreto, sino sólo algo en constante evolución y tránsito, en perpetua transformación, en abierta e inagotable crisis.
 No conviene, pues, creerse demasiado nada de lo que, aparentemente, nos ronda. Se aproxima, por ejemplo, el 1-O y, pese a todos los pájaros de mal agüero, no cabe sino esperar, más o menos tranquilamente, a que ese grupito feroz de políticos, que no saben en qué país o en qué Europa viven, decidan suspender definitivamente el absurdo referéndum y convoquen, al menos mientras puedan aún hacerlo, unas elecciones autonómicas con las que afrontar el futuro, ese futuro incierto que siempre acaba llegando. No les queda otra, de hecho, por mucho que embarullen con sus urnas repletas de oxímoros y sus inverosímiles países faraónicos.
 Los titulares de la actualidad, pues, se nos van cayendo, poco a poco, como templos arrasados por el paso vertiginoso de los días. El tiempo es corrosivo e igual que nos convierte en lo que somos también habrá de acabar deshaciéndonos hasta ese polvo bíblico del que, sin duda, provenimos. ¿Qué son, por ejemplo, los recientes brotes de presunta turismofobia, sino el sarpullido ideológico de los que, por los motivos que fueren, no acaban de entender que la realidad es una enorme ficción contra la que todos nos acabamos estrellando? Llevamos décadas luchando contra la insularidad y el aislamiento, lustros acumulando la pírrica prosperidad propia de cualquier sociedad turística más o menos desarrollada, más o menos capitalista, más o menos bárbara para con sus orígenes tribales, sus ritos étnicos y sus cavernas. ¿Nos dolerán prendas ahora por un éxito turístico auténticamente espectacular, por un trasiego inagotable de gentes de afuera, extrañas y hasta alienígenas, en busca de un ocio y un placer lo más exuberantes posibles? Por supuesto que no. A mí me gustan los alienígenas.

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