LA TELARAÑA: Calor y zombis

viernes, agosto 4

Calor y zombis


La Telaraña en El Mundo.





 No recuerdo que me hubiera pasado nunca. Llevo dos noches cambiando las sábanas de la cama hacia las tres de la madrugada para no tener que dormir sobre el charco de mi propio sudor. Alto ahí. Es de noche, los sueños campan como desvaríos y la piel es una especie de cortina líquida, una membrana amniótica que podría devolvernos al origen, al útero materno de la existencia donde estuvimos agazapados, escondidos, protegidos. Pero me detengo un instante porque, tras escribir estas líneas, caigo en la cuenta de que en ellas aparecen, al menos, tres conceptos quizá muy sobrevalorados, la memoria, el sudor y los sueños, esas tres excreciones que nos salen de muy adentro para acabar convirtiéndose en algo así como nuestra segunda piel, la que vestimos día a día, la que ofrecemos a los demás para demostrarles que somos como ellos, aunque, quizá, no lo seamos. Tampoco importa demasiado cómo somos.
 No recuerdo, pues, otra ola de calor tan asfixiante como ésta, pero ello, por desgracia, no significa casi nada. Muy a menudo me digo que nunca voy a olvidar lo que, indefectiblemente, acabo olvidando. Olvido acontecimientos y también sensaciones; o no olvido absolutamente nada y son los acontecimientos, de tanto repetirse como si fueran nuevos sin serlo, los que nos acaban aletargando los sentidos, los que nos sumergen en la marea ingrávida de una actualidad que sólo existe porque formamos parte de ella. ¿Es cierto eso, siempre, siempre?
 Pero estos días previos al ferragosto romano muchos de nosotros nos convertiremos, mal que nos pese, en auténticos turistas. En efecto, pasa con frecuencia que nos convertimos en viajeros, que la curiosidad o la necesidad de aires desconocidos y, si puede ser, más refrescantes que los nuestros, nos lleva de un lugar a otro, de una colección de ruinas a otra colección de ruinas, de un abismo del que conocemos sus límites a otro del que, efectivamente, también conocemos sus límites, pero hacemos como si no. Nos gusta imaginar límites por conocer. O por transgredir.
 También pasa, tal vez para compensar una catástrofe con otra, que los chicos de Arran, esa sucursal juvenil de la CUP, ese arrabal escogido de entre los más selectos arrabales, se vienen a las islas convertidos en auténticos bárbaros, es decir, por decirlo con claridad, convertidos en turistas del kale borroka (del euskera «kale», calle, y «borroka», lucha, pelea), en turistas tan similares a los hooligans de Magaluf o el Arenal que nos haría falta un ojo clínico espectacular para distinguirlos. O no, no tan espectacular, porque la violencia de algunos turistas dura unos pocos días al año y la de los chavales de Arran durará lo que les dure este terrible calor en la mollera. Zombis, quizá para toda la vida, qué lástima.


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