LA TELARAÑA: La hora feliz

martes, mayo 16

La hora feliz


La Telaraña en El Mundo.





 Todo es absurdo, quizá surrealista. “No lo declaré, pero informé a Hacienda” dijo Alberto Jarabo refiriéndose al piso que realquiló a turistas en el pasado. ¿Cómo se hace eso de informar a Hacienda, sin llegar a declararlo en los correspondientes y numerosísimos epígrafes de la siempre prolija declaración del IRPF? He de informarme sobre ello, sobre a quién llamar, sobre a quién dar un toque redentor que nos exima de participar en esa especie de mal trago o de gran merienda de negros que suele ser la declaración de Hacienda, la tómbola de los ingresos y los gastos, el pozo negro y también el aire fresco de las devoluciones. Salvo algunos, que pueden informar y no declarar, los demás, la inmensa mayoría, siempre acabamos pagando por adelantado. Y así nos va, por supuesto.
 Otro mal trago, peor que el anterior, si cabe, porque Jarabo ya nos parece, a fin de cuentas, un exquisito cadáver político, es el trago largo, infinito, que ha vuelto a renacer en varios pubs de Punta Ballena, en Magaluf, ese territorio comanche donde el alcohol corre como los ríos de lava enfurecida por las gargantas profundas y las cañadas devastadas de los descerebrados de turno. Nunca una hora feliz podrá tener peores consecuencias ni convertirse en un espectáculo tan deleznable, pero es así como se escribe la intrahistoria de la miseria compartida, de la usura sin medida, de la soledad intolerable, de la inconsciencia absoluta convertida, finalmente, en un auténtico sucedáneo de la locura.
 La oferta habla por sí sola. Entre 5 y 7 euros por una hora de ilimitada barra libre, un esprint de alcohol más o menos destilado que enloquecerá a muchos hasta sumirlos en el coma etílico de las mejores ocasiones. No hay derecho. No hay retorno. No hay balance ni saldo, no hay epígrafes, no hay devoluciones ni beneficios inconfesables, no hay nada que pueda justificar este descarriado viaje (de los turistas, pero también de los empresarios que ofrecen estas barbaridades) hacia ninguna parte.
 No es fácil encontrarle el equilibrio al mercado global en que vivimos. Cambiamos tiempo y talento por dinero. Y con el dinero adquirimos, a su vez, algo más de tiempo y talento. No nos sobra ni lo uno ni lo otro, aunque nos duela reconocerlo. Una hora feliz nos parece poca cosa, porque la podemos pagar y lo que buscamos no tiene precio; no puede tenerlo. Estamos hartos de simulacros, de errores y engaños garrafales. Estamos hartos de casi todo, pero aun y así nada podrá impedir que nos ovillemos a la vida, a sus ciclos productivos, a su ocio regenerador, a sus lados ocultos y más salvajes, a ese gran misterio sin resolver que nos late adentro. Creo que nació con nosotros y que morirá, también, con nosotros.

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