LA TELARAÑA: Paseando con políticos

martes, abril 4

Paseando con políticos


La Telaraña en El Mundo.





 A menudo empiezo a escribir como quien sale a pasear y sabe que debe anotar buena parte de lo que ve o imagina. No me faltan, por supuesto, adjetivos calificativos ni paisajes que rememorar o descubrir, pero sí que me fallan, me bailan, por así decirlo, algunos nombres; no siempre identifico correctamente a los políticos con los que me voy cruzando una vez y otra por las aceras y las esquinas, bajo la luz de las farolas o el asfixiante sol del mediodía. No obstante, me los cruzo y descruzo permitiéndome, tal vez, enarcar una ceja, pero no, nunca, esbozar siquiera un saludo, porque saludarles una única vez implicaría tener que saludarlos siempre, cada día, cada hora, cada instante de paseo conmigo mismo y la ciudad que nos parió a todos. O a casi todos.
 El caso es que me hago un lío con frecuencia. A veces, por ejemplo, me tropiezo con la nueva camada izquierdista, sindicalista o nacionalista o todo a la vez, que suele ser lo más habitual, y me parece estar viendo a los viejos camaradas o compañeros (en realidad, ni una cosa ni la otra) con los que tengo cierto pasado en común. Pienso, entre otros, en Pep Vilchez con quien tropiezo muy a menudo y siempre desde aceras distintas, lo que nos obliga a mirarnos como de refilón. O en Miquel López Crespí, que la última vez que me vio tuvo a bien escupir con rabia al suelo y yo ni caso, como escrutando el vacío, pasando. La verdad es que nunca le he agradecido lo suficiente aquella viril invitación al duelo. Aquel malentendido u homenaje. Lo que fuera.
 Últimamente he compartido restaurante y menú económico con Xelo Huertas, Montse Seijas y hasta con Balti Picornell, nada menos. Hay que ver lo bien que comemos. Con ellos no tuve que enarcar la ceja ni preocuparme por un pasado común que no tenemos, porque son gente sobrevenida de no sé dónde y que sólo conozco de las primeras planas de los periódicos (ese WANTED de la actualidad que tanto me horroriza como me fascina, supongo).
 Con todo, no hay recuento sin algunas ausencias. Hace demasiado tiempo que no me tropiezo con Ramón Aguiló y eso sí que me fastidia, porque Hila o Cirer no son lo mismo y ya no puedo rencontrarme con Paulino Buchens, con quien sí que tuve algún que otro magnífico encontronazo. Pelillos a la mar. Vuelvo a Aguiló, porque me gustaría rencontrarlo y recuperar el paso y el poso cultural que tuvo a bien convocarnos en determinado momento, más allá del buen humor y la ironía cómplices, los vaivenes de la literatura y el periodismo o la imprevisible inercia de las afinidades electivas. Es cierto, a veces me siento el joven Werther en las manos adoloridas, quizá tumefactas, del viejo Goethe.


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