LA TELARAÑA: Las lágrimas de Barceló

viernes, abril 14

Las lágrimas de Barceló


La Telaraña en El Mundo.


 Hay muchas sillas de madera alineadas a lo largo de la calle Olmos. Pronto se llenarán de fieles, curiosos y turistas. Resuenan de vez en cuando algunos tambores, todavía solitarios y destemplados. Pronto se convertirán en esa especie de orquesta que recorrerá solemnemente las calles y también el alma de quien quiera ser recorrido. Cierro las persianas y corro las cortinas, mientras extiendo la hoja en blanco virtual del monitor donde escribo estas líneas.
 Me corroe alguna que otra duda. ¿Las instituciones, pienso ahora, por ejemplo, en el Govern o en la UIB, son algo mejor o peor, en sí mismas, en su naturaleza, en los resultados finales de su actividad, que las personas que las componen? ¿Son las instituciones tan rácanas, indolentes, sectarias o mezquinas como parecen serlo algunos de sus miembros más significados o existen instrumentos correctores capaces, tal vez, de llevar a buen puerto cualquier nave por desnortados que anden sus más cualificados tripulantes?
 Empezaré con el Govern. Las lágrimas de Biel Barceló, mientras reconocía los errores políticos de sus subordinados en el caso de los contratos de Jaume Garau, me recuerdan a las de los cocodrilos que, por cierto, no lloran porque estén tristes, sino porque necesitan lubrificarse los ojos. Suelen llorar, los cocodrilos, cuando abren y cierran sus enormes mandíbulas mientras devoran, con delectación, a sus víctimas. ¿Por quién lloraba, anteayer, Barceló? ¿Por Ruth Mateu, tal vez? ¿Por el fiero ataque fratricida de Jarabo, imperturbable pese a sus historias para no dormir con IB3 o el asunto Bachiller? ¿Por el paraíso perdido, según confesó, el maldito día que se le ocurrió dejar de ser un probo funcionario para meterse a vicepresidente del Govern y comprobar que no hay forma de vivir tranquilo cuando lo que importa, al margen de las ideas, son las sillas, pero no las de fe y madera en plena calle Olmos, sino las sillas muelles, los sofás y tresillos del poder y sus aledaños, el chirriar intolerable de las puertas giratorias, el despelote de las propias huestes siempre ávidas de carnaza, espectáculo, dinero?
 Barceló, en fin, puede coger su peculiar sentido de la responsabilidad, guardárselo donde le quepa y marcharse, pues, por donde vino. No se lo reprocharíamos. De la UIB, por desgracia, me tendré que ocupar otro día. Hasta la fecha, y a falta de otras excelencias, conocíamos su infatigable capacidad para vendernos el catalanismo a todas horas y en todos los ámbitos de la sociedad. Ahora sabemos, también, que son capaces de vendernos fármacos que no curan lo que dicen curar. El asunto clama literalmente al cielo. Mientras tanto empiezo a oír clarines y tambores, crepita la cera y alguien entona una saeta, vaya escándalo.

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