LA TELARAÑA: La hora de la penitencia

martes, abril 11

La hora de la penitencia


La Telaraña en El Mundo.





  Un baño de sangre en una iglesia del norte de Egipto. Con esa fotografía, en la que el principal protagonista era el rojo ubicuo y desgarrado de la sangre y también el estupor de unas cuantas personas intentando ordenar el caos y hasta salvarse de él, abrió este diario, ayer lunes, su portada. Sangre y estupor, sangre y metralla, sangre escenificando el silencio de Dios, el ensordecedor silencio de Dios. «Moriré protestando contra el silencio de Dios» dice, en un momento de exaltación y rabia, el padre judío del protagonista de la última película de Woody Allen, “Café Society”, y casi toda la acción que se narra en el film discurre, revoletea, danza sobre ese fino alambre donde la conciencia y la realidad intentan ponerse de acuerdo sin demasiado éxito.
 En efecto, somos el lugar inquieto, inestable y hasta intempestivo donde concurren las ansias concienzudamente irracionales de rebelarnos contra todo y todos, incluso contra nosotros mismos, contra la injusticia, acaso cósmica, que acaba siendo la vida. Pero somos, también, un cúmulo sucesivo de civilizada resignación, de nostalgia y hasta languidez más o menos inteligente, un paisaje coloreado por la ternura, por la curiosidad o la indiferencia, el extraño lugar donde florece la muerte igual que el respeto exquisito, inmenso, que finalmente sentimos por las decisiones que vamos tomando, aunque muchas veces nos equivoquemos. Cómo no.
 Ya estamos en Pascua. Los turistas sacan fotografías de nuestras solemnes procesiones, los encapuchados, la parafernalia paramilitar de las bandas y las cofradías; las mismas fotografías que sacaría yo si fuera uno de ellos: reamente lo soy, pero disimulo y hago como si fuera uno de los nuestros cuando sólo alcanzo, tal vez, a ser uno de los míos, de los muy míos. Pero no importa. Los turistas observamos el mundo con el mismo estupor con que el rojo ubicuo y desgarrado de la sangre va tiñendo la convivencia en nuestro planeta. No siempre nos gusta lo que vemos.
 Ahora podría ser, tal vez, el instante en que no estaría mal flagelarse un rato por la desvergonzada actuación de nuestro Pacte de Govern al ponerse de perfil mirando hacia Rasputín, por ejemplo, cuando la verdadera penitencia debiera consistir en leerse su propio código ético y concluir que la gente decente no precisa de códigos éticos para serlo. Debiera el Govern, tal vez, salir de anochecida con sus caperuzas blancas, sus pies descalzos, sus tobillos encadenados y una gran cruz a sus espaldas. Jaume Garau podría cantar saetas adoloridas con letra de Valtònyc, por ejemplo, y Biel Barceló recordar, con Francina Armengol y Vicenç Vidal, aquellos tiempos en que bailaban la conga como si el mundo fuera suyo.  Quizá lo era o, al menos, se lo creían.



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