LA TELARAÑA: Terrorismo y libertad

viernes, marzo 24

Terrorismo y libertad


La Telaraña en El Mundo.




  Un coche cualquiera y un cuchillo grande de cocina. Está claro que no hace falta demasiado para sembrar el terror y la muerte, paralizar la opinión pública, colapsar las televisiones del mundo entero y obligarlas a enfocar con sus cámaras el lugar de la tragedia. La rapidez con que viaja la información convierte el recuento de víctimas, heridos o cadáveres en un lento goteo donde se mezcla la necesariamente cuidadosa contabilidad oficial con el vértigo inconsciente de los rumores, los dimes y diretes, los tuits y retuits a vuela pluma, los memes, las valoraciones de parte, el complejo arco iris donde se enmarcan todas las opiniones con la misma ligereza o solemnidad con que un imaginario pavo real abriría el inmenso abanico de sus atributos y los mostraría por inercia, por naturaleza, por compulsión de amor y muerte sin reparar, ni siquiera por azar, en el dolor incurable de sus heridas. La vida siempre sobrevive.
 Huelga decir, claro, que no formamos una sociedad ni mucho menos ejemplar, pero que nuestra forma de vida parece ser la mejor que podemos o sabemos darnos, aunque en el viejo arcón de las utopías nos guardemos todos los gulags habidos y por haber del universo con unas sumariales anotaciones a su lado: «Este sistema no funcionó. Este fue un desastre. Este pudo ser, pero algo falló. Este prometía, pero tampoco».
 Ya he podido visionar, gracias a la BBC, un video bastante borroso de la enloquecida carrera mortal sobre el puente de Westminster. Seguro que los mil satélites que nos vigilan podrían ofrecernos mejores y más fidedignas imágenes. Con todo, no parece que haya forma humana de prevenir por completo estos atentados, salvo si una especie de «Policía del PreCrimen» (he vuelto a ver «Minority Report», en efecto) pusiera sus siete sentidos en marcha y fuera capaz de preservar el futuro abortando la violencia del presente antes de que acontezca. El juego, no obstante, tiene su peligro. No sé si ese futuro salvaguardado (¿salvaguardado por quién?) sería realmente el nuestro. No sé si nuestra romántica idea de la libertad resistiría una hipotética libertad vigilada, restringida, teledirigida.
 Miro alrededor y el escepticismo me vence. La libertad que tengo está en mis manos (y en las de mis obligaciones personales, familiares o laborales, voluntariamente asumidas), pero también está en manos de un montón de incompetentes (políticos, banqueros, sindicalistas, especuladores de variado y espectacular pelaje) que dirigen el mundo como si fuera suyo, que usurpan y trivializan el lenguaje como si supieran descifrarlo, que se dirigen a nosotros como si con sólo dos o tres Grandes Palabras malabares bastara para apaciguarnos. Pues no es así, por supuesto.

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