LA TELARAÑA: Provocación en las aulas

viernes, marzo 31

Provocación en las aulas

La Telaraña en El Mundo.




  Recuerdo, ahora, haber intentado descifrar los versos más o menos sueltos, los textos literalmente sin sentido de Antonin Artaud. Había en las frases inconexas de su surrealismo de siquiátrico aún sin domesticar una primera aproximación al absurdo y al vacío, a la cómica o trágica situación de saberse en el lugar principal de la trama y no entender, sin embargo, nada de nada. Quizá no haya mejor manera de situarse en el mundo y de ocupar, así, el lugar que nos corresponde: todo cuanto sucede a nuestro alrededor forma parte de una farsa a la que podemos atender o no, pero de la que somos, inevitable y simultáneamente, cómplices y verdugos o víctimas.
 Recuerdo, también, haber fotografiado el urinario firmado sobre un pedestal de Marcel Duchamp tan sólo para tener alguna prueba personal de una obra que, en vez de conmoverme, me produjo una enorme y fría indiferencia. A veces nos cansamos de ser conejillos de indias de tanto artista que anduvo o que anda suelto, que dejó sus huellas en el camino trillado de la existencia para que los interesados en estas cosas desandemos sus pasos y descubramos lo agotador que es viajar en círculos, lo descorazonador que es perderse una y otra vez para acabar descubriendo que la constelación en que vivimos está mucho más llena de efectos especiales que de talento. Quizá Piero Manzoni sabía lo que hacía cuando enlataba su propia mierda y la vendía a precio de oro.
 Venía lo anterior porque me sobrevinieron un par de conceptos, la provocación y el arte, por ejemplo. O la nostalgia de aquellos días en que creíamos, a cada paso, estar descubriendo algo nuevo. Quizá era así o así sucede el deslumbramiento de las cosas, el avistamiento de la vida. Ahora, en cambio, casi todo es repetición y, tal vez, hastío. Repetición e incredulidad. Repetición y vergüenza ajena por lo que nos han ido vendiendo según pasaban los años y cambiaban las modas, por lo que aún nos quieren vender o nos venderán en el futuro, por lo que ya parecen haber vendido a muchos de nuestros escolares.
 Sólo un sistema educativo en manos del sectarismo más grosero, banal e irresponsable puede propiciar que alguien con el historial artístico (y en la actualidad, también, delictivo) del rapero Valtònyc se convierta en invitado especial de las aulas de un colegio público en Santa Margalida. Pero no pienso entrar al trapo. Me basta con su resumen del hecho, expresado en su cuenta de Twitter: “Hoy he oído a niños de 1º y 4º de ESO que opinan de la libertad de expresión y de si es necesaria o útil una monarquía. Lo tienen claro”. Qué suerte (levedades e incorrecciones ortográficas al margen) tener las cosas tan claras. Pues sí.


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