LA TELARAÑA: Matar al mensajero

martes, febrero 7

Matar al mensajero


La Telaraña en El Mundo.

 Las líneas que escribo no consiguen, me temo que afortunadamente, cambiar ni un ápice el mundo en el que vivimos, pero sí que logran, al menos, conectarme y hasta establecer extrañísimas relaciones conceptuales con gentes de lo más variado a las que, sin embargo, nunca tuve el placer o el disgusto de conocer. Pero eso es, quizá, lo de menos; lo importante es que escribí sobre ellas y que, al hacerlo, las incorporé de algún modo a mi propio catálogo de los horrores o de las maravillas, las confiné a mi propia agenda, a ese lugar, no sé si impostado o real, donde me reúno con la actualidad en una sucesión interminable de surrealistas citas a ciegas donde lo más visible, por supuesto, es la necesidad insatisfecha de entender al otro como a uno mismo. Contra esa especie de callejón sin salida o de muro infranqueable nos topamos una vez y otra.
 Repaso, pues, mis papeles y compruebo que ya han pasado casi cuatro años desde que me ocupé, en estas mismas páginas, del rapero Valtònyc, de sus chirridos y alaridos más allá de la gramática o la música, los videos de YouTube o los intercambios de mensajes en lo más infecto y nauseabundo de las redes sociales. Gracias a Valtònyc, sin embargo, recordé aquellos conciertos, durante los años setenta, de Lluís Llach, Pi de la Serra o Raimon en los que, sin duda alguna, fui feliz, porque hay épocas en la vida en las que nos debemos por completo al furor invencible de nuestras hormonas y todo lo demás puede y hasta debe esperar; siempre tendremos tiempo, luego, para afilar algunos conceptos, para matizar e inventar otros, para separar el grano de la paja o para alcanzar a ser, en fin, lo más parecido posible a lo que realmente somos. O así.
 Hace cuatro años creíamos que Valtònyc era un verso suelto y absolutamente deshilachado de esa madeja compleja y convulsa del activismo político más o menos radical, indignado y, tal vez, de izquierdas, por decirlo de modo que parezca tener sentido, aunque, de hecho, no lo tenga.
 Hoy sabemos, además, gracias a la sorprendente denuncia en Twitter del propio rapero, que fue Pablo Iglesias quien le encargó una pieza tan sibilina y sofisticada como la canción contra el Borbón emérito, por la que la fiscalía le pide un año y tres meses de cárcel por injurias. Debe dolerle a Valtònyc (y de ahí su denuncia en Twitter) que siempre sea más fácil matar al pobre y afónico mensajero, que llegar al fondo de la cuestión y revelar el meollo de la trama: la meteórica ascensión del populismo desde las cloacas de Internet y algún medio televisivo hasta las de algunos gobiernos locales y el Parlamento. Siempre en las cloacas, claro.

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