LA TELARAÑA: febrero 2017

martes, febrero 28

Carnaval y cultura


La Telaraña en El Mundo.

 El pasado domingo aproveché el Carnaval para darme un baño de multitudes. Algo rápido y disparatado, por supuesto. Me disfracé de mí mismo, que es el disfraz que tengo más a mano, para intentar reconciliarme con un par de cosas por las que aún conservo algún interés, alguna ilusión, incluso. Me refiero a la gastronomía y también a la cultura locales. Con la gastronomía no hay ningún problema. Tenemos una sobrasada y unos quesos realmente fantásticos, tenemos unos vinos memorables y también unas ensaimadas de crema, confitura o cabello de ángel que no son, finalmente, de este mundo. Yo mismo no soy de este mundo, tampoco, cuando degusto esas salvajes delicadezas que suelo prohibirme durante el resto del año, pero que en días así, travestido al fin de mí mismo, no puedo dejar de lado. Qué remedio. Me temo que llevo hambre atrasada.
 Si con la gastronomía todo marcha sobre ruedas, con la cultura, sin embargo, las relaciones son muy distintas. En efecto. Hace ya muchos años que, por circunstancias de todos conocidas, no parece que los escritores en castellano, por muy nativos y residentes de las islas que seamos, formemos parte de la cultura local. Hablo de la cultura oficial, por supuesto. Muy al contrario, no tienen los comisarios políticos y lingüísticos de turno ningún inconveniente en catalogarnos como extranjeros, por decirlo suave, o como traidores y renegados, como invasores o hasta como imperialistas culturales si les tiramos algo de la lengua. A mí me gusta tirar de la lengua a la gente. Me gusta tirarme a mí mismo, también, de la lengua.
 Pero no escribo estas líneas para quejarme. La cultura oficial me importa muy poco, porque la cultura es siempre otra cosa, algo que tiene que ver con la vida, la memoria y la voluntad propias, con las afinidades electivas que uno va atesorando día a día, con lentitud, arriesgadamente. Cerca de la Lonja, en un tenderete de la Conserjería de Educación y Cultura, me encontré, expuestos, bastantes números de la colección de plaquetas “Paraula de poeta”. Las editan el Consorci per al Foment de la Llengua Catalana i la Projecció Exterior de la Cultura de les Illes Balears (es decir, el inefable COFUC) y el propio Govern.
 Como decía, no tengo absolutamente nada que objetar. Al revés. No por azar, sino por necesidad, simpatía o cariño cogí dos librillos y me los llevé a casa. Uno de Ángel Terrón, con una fantástica foto suya de aspecto retro en la portada, y otro de Josep Lluís Aguiló, donde releí dos viejos versos sobre el Minotauro, que no pienso aquí traducir, porque no hace ninguna falta: “El cap de brau és només una anécdota. La meva part pitjor és la part d´home”.


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viernes, febrero 24

El mural


La Telaraña en El Mundo.

 No sé yo, pero contemplo el enorme mural de “street art” que ha realizado Joan Aguiló en los aledaños de la estación del tren de Sóller, con el beneplácito general de todas las autoridades locales y el patrocinio de la empresa Tren de Sóller y la Fundación Can Prunera, y no acabo de encontrarle a ese niño que juega con el trenecito de madera de unos sueños a los que ya resulta muy difícil ubicar en este siglo, no le encuentro, decía, los elementos que siempre caracterizaron a este tipo de arte, es decir: la sátira corrosiva de las leyes del mercado, el impacto a contracorriente en la moral o la ética, la ruptura absoluta o relativa -que sobre eso habría mucho que hablar- de los cánones, el comentario ácido, la crítica social, el estallido irreverente y la locura subjetiva del arte precipitándose en sí mismo, en el agujero negro del vandalismo y la usurpación de la propiedad pública o privada, el muro como lienzo único de una necesaria y efervescente subversión de la realidad hecha, cómo no, con nocturnidad y alevosía.
 La vida debiera resurgir, pues, de lo más profundo de las cloacas para que las ciudades, al fin, vuelvan a ser lugares mecidos por el intermitente pulso propio de sus habitantes de carne y hueso en vez de por la pulsión ruidosa y asfixiante de los poderes económicos de turno.
 Me seduce ese sueño, en efecto, esa utopía de gente que se quiere libre sin saber, pese a todos los intentos y las simulaciones históricas realizadas, en qué consiste la libertad. De ahí los excesos y, tal vez, la violencia; más inútil cuanto más violenta. De ahí las vidas rotas por la dolorosa sensación de saberse derrotados de antemano. Es cierto, nunca hemos sido realmente libres. O sí, pero no lo recordamos.
 Hasta aquí la teoría, que no es poca cosa. Nada de ella subyace en el mural de Aguiló, absolutamente nada. Luego viene la estupidez, por decir algo. Anteayer, José Hila y Miquel Ensenyat, entre otras autoridades, inauguraron el mural con los discursos de rigor. Según nuestro alcalde, estas iniciativas modernizan Palma. Qué cosas que dice Hila, por dios. Hay que ver cómo anda, cómo va, cómo viene, qué poco o qué mucho, cuánto cotiza, cuánto vale, cuánto cuesta, qué valor añadido nos ofrece, qué espejismo nos están vendiendo estos vendedores de humo cuando hablan de modernidad y sonríen y un niño solitario, allá en su muro de yeso, marés o ladrillo, quiere ser conductor de un tren que ya no sirve para otra cosa que para transportar turistas o nostálgicos, quizá, de otros tiempos, de otra velocidad, de otra forma de vida, la de algún sueño del que, tal vez, aún no hemos despertado. Paradójicamente.

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martes, febrero 21

Elogio de los floreros


La Telaraña en El Mundo.

 La vida tiende a ser un juicio sumarísimo. De hecho, lo es. Observo a mi alrededor sin saber dónde acaba el infierno y dónde empieza el cielo. O viceversa. ¿Tienen límites propios? ¿Son lugares definidos, excluyentes? Desde Sartre, sabemos que los otros son el infierno, pero me barrunto que también son el cielo. Pueden serlo. ¿Dónde debieran estar el cielo y el infierno sino en ese lugar ambiguo en el que nosotros no somos nosotros ni ellos son ellos? No estamos solos en la tierra: hay todo un lenguaje en llamas que nos une, un sarpullido de sangre que nos abrasa, una herida abierta y acaso infecta que compartimos. Que no cese.
 Hay más, pero explicarlo no es fácil. Puede que alguien nos tenga simpatía, nos desee lo mejor, se identifique con nosotros y nos ame, incluso, al menos de vez en cuando. Este hecho, acaso insólito, acaso corriente, nos convierte en algo singular y extraordinario. No estoy diciendo que alguien nos ama porque somos extraordinarios, que eso sería vanidad de vanidades, sino lo contrario: es el hecho de que nos amen lo que nos convierte en extraordinarios. Es el amor el que troca en extraordinario al objeto amado, al distinguirlo. Está bien que a uno le amen. Resulta saludable.
 Cambio de tercio, sin cambiar de tema, porque todo trata sobre fobias y filias, amores e inquinas. Sobre juicios más o menos universales. Resulta que a muchos no les ha gustado que Ana María Tejeiro y, en especial, la Infanta Cristina se hayan ido de rositas tras el juicio del caso Nóos. Repaso el núcleo y los arrabales del delito sin alterarme. No hallo ningún detalle que tenga valor en sí mismo, pero no me molesta, en absoluto, que esas dos mujeres se aferren a su derecho a ser, aunque quizá no lo sean, lo que la sociedad en su conjunto facilita que sean. Dos auténticos floreros.
 Luego están los condenados, unos vividores cínicos y desahogados. O el fiscal y los abogados, que se pasaron el juicio levitando y no quieren dejar de hacerlo. La acusación popular, sin embargo, anda por los suelos; pero es que la ejerció Manos Limpias, ese vergonzoso eufemismo. Nos queda nuestro héroe local, también caído. En efecto, el juez Castro, quizá como corolario a tantos folios de amor y desamor prosaicos, ha acabado apelando al lugar común de los floreros, que suele ser una mesa camilla en algún rincón de la trastienda, para descalificar, así, a las tres jueces que dictaron la sentencia. Mal hecho. Confirmo que la gente confunde la realidad judicial con la realidad a secas y me digo que los floreros, al menos, sí que ocupan el lugar exacto, siempre húmedo, para el que fueron concebidos. No me parece poco, sino todo lo contrario.

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viernes, febrero 17

Todo envejece


La Telaraña en El Mundo.
 
 Abraracúrcix, el jefe de los irreductibles galos de Astérix y Obélix, no le teme más que a una cosa en la vida: que el cielo le caiga sobre la cabeza. Pero eso no es algo, como él bien piensa, que suela suceder todos los días. Así es, menos mal. Paseo muy a menudo por las estrechas callejuelas del casco viejo de Palma y en no pocas ocasiones he alzado la vista hacia los balcones repletos de ropa tendida o de macetas de flores con algo de temor. A Newton se le cayó encima una manzana y acabó descubriendo la ley de la gravedad. No sé qué descubriríamos nosotros si se nos cayera encima un balcón entero de piedra, una simbólica tonelada de marés convertido, finalmente, en un polvoriento montón de escombros.
 Es una lástima, pero todo envejece y se deteriora, todo pierde firmeza y empieza, poco a poco, a encorvarse y a rendir pleitesía progresiva al paso marcial del tiempo, a mostrar sus arrugas y sus grietas más íntimas con una mezcla, tal vez demasiado humana, de orgullo y resignación. Sabemos que, más pronto que tarde, todo se acabará viniendo abajo, pero, qué caramba, eso no es algo que vaya a suceder hoy. Lo sabe Abraracúrcix, también llamado "Abrazopartidix" en algunas traducciones del original francés, y lo sabemos todos: hay que luchar a brazo partido contra la erosión y las llagas del tiempo; contra esa herida incurable que se nos abre al nacer como si fuéramos hijos de algún desgarro y de alguna caída absolutamente inevitables. Puede que así sea.
 Paseo por la calle Olmos y observo que están reparando la dolorida fachada del edificio, ahora con los balcones desfondados, del Bar Espanya. Espero que el bar no esté cerrado durante demasiado tiempo. Mientras tanto, me subo hasta San Miguel y, como de costumbre, me entran ganas de entrar en el Bar Moka a retomar ese café con leche que tomé con mi editor Javier Jover el mismo día, la misma hora, el mismo instante en que nos conocimos en persona. Es así como los lugares prenden en nosotros, porque se hicieron un hueco importante en nuestra memoria. Pero en el desaparecido bar Moka sólo venden, actualmente, ropa y lencería femenina.
 Con todo, la ciudad permanece. No importa demasiado si ayer me encontré la Plaza Mayor repleta, literalmente, de mierda de caballo expuesta al sol del mediodía durante, al menos, un par larguísimo de horas. A su alrededor revoloteaba el top manta. Ignoro dónde estaban los operarios de Emaya; igual andaban apurando las 36 horas lectivas de sus cursos de catalán, por ejemplo. Convendría que aprobaran pronto sus certificados lingüísticos por si los escombros, la basura o la mierda en general necesitan, en fin, que alguien las recoja.

 

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martes, febrero 14

Desmontando San Valentín


La Telaraña en El Mundo.
 
 Con los tiempos que corren no resulta nada fácil saber en qué día, realmente, estamos. ¿Qué se celebra, en cualquier caso, hoy? Resulta que hay días para casi todo y que es muy rara la circunstancia, la eventualidad, la ocurrencia o el arquetipo más o menos histórico que no tenga, en fin, su propio día de máxima visibilidad, de exaltación, de celebración en alguna parte del mundo o, al menos, de las redes sociales. Así, por ejemplo, mientras escribo estas breves líneas, se está celebrando, a la vez, el Día Mundial de la Radio y el Día Mundial del Soltero. Ahí es nada. Y hoy mismo, mientras ustedes las leen, se celebra, aparte del archiconocido (y comercial) Día de los Enamorados o de San Valentín, el Día Europeo de la Salud Sexual. ¿Lo sabían ustedes?
 Pero hay mucho, muchísimo más. Sólo hasta el final de este mes de febrero, según la web diainternacionalde.com, se celebran, entre otros de similar importancia o calado, el Día Internacional de la Lengua Materna, el Día del Pensamiento Scout, el Día Mundial de la Justicia Social, el Día Nacional del Trasplante y hasta el Día Mundial de las Enfermedades Raras. Ya lo dije, hay días para casi todo. El del pensamiento scout, al menos, tendré que revisármelo.
 Mientras tanto, al Consell de Mallorca y, sobre todo, a Podem Mallorca, con Miquel Ensenyat y Nina Parrón a la cabeza, les ha dado por sacar adelante, entre la bruma ágrafa e irrespirable de las redes sociales, la campaña «Desmontando San Valentín». Se trata, en resumen, de vincular el Día de los Enamorados con el grave problema de la violencia contra las mujeres. Se trata, y ya son ganas de hilar muy fino, de desmitificar el viejo y hasta revolucionario concepto del amor romántico, calificándolo de peligroso por sus presuntas conexiones con el maltrato machista y las relaciones tóxicas.
 No sé yo. O sí que sé. Hacer pasar por tóxicos, por ejemplo, a Goethe, Byron, Schiller, Hölderlin, Espronceda, Keats, Leopardi, Novalis o Pushkin resulta ridículo. Cínico. Manipulador. Y circunscribir el romanticismo a las fotonovelas de la televisión matinal o al repugnante trasiego de las tertulias del corazón (y de la política, por supuesto) me parece una simplificación imperdonable. El problema, por supuesto, no es el amor ni tampoco sus múltiples adjetivos, casi siempre fértiles, imaginativos y seductores; el problema es la ignorancia de algunos y algunas, de muchos, su pesada, mórbida gravidez, su absoluta falta de adjetivos y expectativas, su carencia de diálogo, su ausencia, en fin, de discurso, esa silenciosa sumisión donde la vida pierde su propio perfil y se convierte en una sombra oscura, pesada como una lápida y asfixiante como una mortaja.

 

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viernes, febrero 10

Bienvenido, Balti


La Telaraña en El Mundo.

 No sé si Maria Antònia Munar, mientras la desfachatez de sus cómplices la mantuvo como presidenta del Parlament, se parecía o no a la Virgen María. Puede que sí, pero también que no. Sin embargo, nadie duda que Baltasar Picornell sí que se parece mucho, iconográficamente, a Jesucristo; basta fijarse en su pelo largo, en su barba, a la vez frondosa y deshilachada, incluso en su oficio proclamado, por no se sabe muy bien qué oscuros motivos, de carpintero metálico. Ya puede ir pidiendo disculpas el siempre locuaz Alberto Jarabo, porque igual la política balear precisa más carpinteros y menos directores de cine. ¿Alguien lo duda?
 Pero a lo que iba. Dicen que la historia se repite y, aunque desconfío de las cosas que se dicen sin matizar los mil detalles que las conforman, es muy posible que sea así. Fue Jesucristo, tal vez, el más feroz de los antisistema en aquellos tiempos en que Herodes se lavaba con demasiada frecuencia las manos y el Imperio entero empezaba a desmoronarse: esos arrogantes y decadentes romanos se durmieron pensando que el mundo era suyo y se despertaron cuando los bárbaros ya habían arrasado con todo. Quizá la historia se repita, con su haz poliédrico de matices aún por definir, y a nosotros nos acabe pasando algo parecido. A lo peor ya nos ha pasado y no nos hemos dado ni cuenta.
 Toca, pues, informarse. Busco a Picornell en la Wikipedia y lo encuentro en la Viquipèdia. Leo su currículo y frunzo el ceño. Picornell ya superó la edad bíblica. Mal asunto. Además, resulta ser miembro de Unió per la Tercera República y de UCxR Baleares. Malo, también. O no tan malo. ¿Se puede ser antisistema y también republicano? ¿Se puede ser anticapitalista y republicano a la vez? ¿Se puede ser todo eso y presidir nuestro egregio Parlament? Hace tiempo que ya no hace falta preguntarse por lo que se puede o no se puede ser: la gente resulta ser lo que finalmente le peta; y no me parece mal, porque yo también he sido anarquista a la par que monárquico o republicano, no me acuerdo ya, y ninguna receta es mejor que otra si nos sirve, al menos, para intentar ser felices. De eso trata la vida, de ser felices.
 Así las cosas, no creo que el mesianismo de Picornell pueda empeorar la imagen política de nuestro Parlament, ese iconoclasta cadáver exquisito que han ido perfilando, a través de los años, personajes tan peculiares como Antoni Cicerol, Jeroni Albertí, Cristòfol Soler, Joan Huguet, Antoni Diéguez, Maximiliano Morales, Pere Rotger, la ya citada Munar, Aina Radó, Margalida Durán o la muy poco bíblica, Xelo Huertas. Al contrario, quedará perfecto presidiendo las últimas cenas de esta democracia zarrapastrosa en que vivimos. Bienvenido, Balti.

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martes, febrero 7

Matar al mensajero


La Telaraña en El Mundo.

 Las líneas que escribo no consiguen, me temo que afortunadamente, cambiar ni un ápice el mundo en el que vivimos, pero sí que logran, al menos, conectarme y hasta establecer extrañísimas relaciones conceptuales con gentes de lo más variado a las que, sin embargo, nunca tuve el placer o el disgusto de conocer. Pero eso es, quizá, lo de menos; lo importante es que escribí sobre ellas y que, al hacerlo, las incorporé de algún modo a mi propio catálogo de los horrores o de las maravillas, las confiné a mi propia agenda, a ese lugar, no sé si impostado o real, donde me reúno con la actualidad en una sucesión interminable de surrealistas citas a ciegas donde lo más visible, por supuesto, es la necesidad insatisfecha de entender al otro como a uno mismo. Contra esa especie de callejón sin salida o de muro infranqueable nos topamos una vez y otra.
 Repaso, pues, mis papeles y compruebo que ya han pasado casi cuatro años desde que me ocupé, en estas mismas páginas, del rapero Valtònyc, de sus chirridos y alaridos más allá de la gramática o la música, los videos de YouTube o los intercambios de mensajes en lo más infecto y nauseabundo de las redes sociales. Gracias a Valtònyc, sin embargo, recordé aquellos conciertos, durante los años setenta, de Lluís Llach, Pi de la Serra o Raimon en los que, sin duda alguna, fui feliz, porque hay épocas en la vida en las que nos debemos por completo al furor invencible de nuestras hormonas y todo lo demás puede y hasta debe esperar; siempre tendremos tiempo, luego, para afilar algunos conceptos, para matizar e inventar otros, para separar el grano de la paja o para alcanzar a ser, en fin, lo más parecido posible a lo que realmente somos. O así.
 Hace cuatro años creíamos que Valtònyc era un verso suelto y absolutamente deshilachado de esa madeja compleja y convulsa del activismo político más o menos radical, indignado y, tal vez, de izquierdas, por decirlo de modo que parezca tener sentido, aunque, de hecho, no lo tenga.
 Hoy sabemos, además, gracias a la sorprendente denuncia en Twitter del propio rapero, que fue Pablo Iglesias quien le encargó una pieza tan sibilina y sofisticada como la canción contra el Borbón emérito, por la que la fiscalía le pide un año y tres meses de cárcel por injurias. Debe dolerle a Valtònyc (y de ahí su denuncia en Twitter) que siempre sea más fácil matar al pobre y afónico mensajero, que llegar al fondo de la cuestión y revelar el meollo de la trama: la meteórica ascensión del populismo desde las cloacas de Internet y algún medio televisivo hasta las de algunos gobiernos locales y el Parlamento. Siempre en las cloacas, claro.

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viernes, febrero 3

El día de la marmota


La Telaraña en El Mundo.

 Al levantarme, pensé que todo estaba en orden. Los obreros que construyen la finca de enfrente ya habían comenzado, diligentes, su monstruosa sinfonía de cada mañana, la cafetera italiana que mi mujer recién había puesto sobre el fuego empezaba a ronronear y el aroma del café se esparcía, con suavidad, por todos los rincones de la casa convirtiéndola en un lugar cálido y habitable, el niño seguía durmiendo y yo, tras pasar rápidamente por el baño, por el espejo y por un par largo de incontenibles bostezos, apuré mis pastillas matinales con unos sorbos de zumo de naranja recién exprimido. Al rato, mientras desayunaba pan de centeno y semillas con demasiado aceite de oliva virgen por encima, como de costumbre, encendí el ordenador y caí en la cuenta de que #díadelamarmota era una de las tendencias más celebradas en Twitter. Acabáramos.

 En efecto, el día de la marmota se celebró ayer, 2 de febrero, pero es una tradición folclórica americana que se viene repitiendo desde 1887 en un lugar de nombre impronunciable, Punxsutawney, en Pensilvania, un lugar en el que la mayoría de nosotros no ha estado ni estará nunca, salvo a través de las imágenes, constantemente repuestas por los canales televisivos, de la película «Groundhog Day» dirigida en 1993 por Harold Ramis y protagonizada, de forma memorable, por Bill Murray. En España se tituló «Atrapado en el tiempo». No es mal título para un «déjà vu» en toda la regla.

 Quiero decir que uno se levanta y echa un vistazo, primero, a la agenda y, después, al mundo; y la agenda no lleva casi nada nuevo y el mundo no hace otra cosa que repetir y repetirse, que eternizarse en sus conflictos, su falta de coherencia, su ingravidez, su mezcla de pasado y futuro hipotecados por no se sabe muy bien qué oscuras fuerzas o qué terribles circunstancias. Me aterra, sobre todo, la desoladora incompetencia de los colectivos que, supuestamente, nos gobiernan.

 Sólo así puede explicarse, aunque no del todo, que gente que debiera constituir una alternativa política seria, como Més per Palma, se dedique, en vez de a trabajar para solucionar los problemas de Palma, a dilapidar su tiempo (y el nuestro, el que trabajamos para sufragar los impuestos municipales) con brindis al sol tan ridículos y tendenciosos como declarar a Donald Trump persona no grata. Ya les conté el martes pasado lo que pienso del presidente de EEUU. No necesito, pues, darle más vueltas a una historia, la de cada día, que suele empezar como si fuéramos un punto de luz surcando la oscuridad de los cielos y finalizar cuando el sueño nos vence y una especie de espiral sicodélica nos obliga a ver el mundo como bajo hipnosis. Lástima que, al despertar, no lo recordamos.


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