LA TELARAÑA: Paisaje con móvil y café

viernes, enero 13

Paisaje con móvil y café


La Telaraña en El Mundo.

 Desde casa, observo la calle Olmos repleta de gente que sube hacia San Miguel, que baja hasta la Rambla o que desaparece, de refilón, por las ilustres callejuelas laterales, por Misión o San Elías, por ejemplo. Me da que las calles son algo así como ríos con afluentes, ríos más o menos largos, salvajes o peligrosos que nos sirven para viajar de un lugar a otro o a muchos otros. Que el viaje acabe siendo metafóricamente circular no significa que no podamos disfrutarlo: es obligatorio hacerlo.
 En algún sitio escribí que Internet es tan grande como la calle en la que vivo; no es así: la calle es mucho más grande, porque no me cabe en el móvil que introduzco en el bolsillo con la vana esperanza de que no suene, de que no me interrumpa, de que me deje a solas con la multitud de mi calle, la que me saluda o ignora, la que tropieza conmigo y mis circunstancias, la que sonríe, como también hago yo, a las imprevisibles alegrías de igual forma que a las recurrentes fatigas. La verdad es que sonreír cuesta poco.
 Cuando era niño los coches circulaban por Olmos igual que por San Miguel o la Plaza Mayor, entre los parterres de flores y la bruma de algunos tranvías eléctricos que no sé si llegué a ver o si sólo los soñé. Los recuerdos son una sucesión de imágenes sueltas, pero hace falta un discurso, mejor propio que ajeno, para ordenarlas. Yo no sé qué sentido tiene escarbar en el pasado (y no lo digo por mí o estas breves líneas fuera de contexto, sino por los memorialistas y su voluntad propagandística de revisitar una vez y otra la historia: la misma historia de siempre) si no es para añadirle matices humanos al presente y mejorar el futuro que ya casi no tenemos ni esperamos, para no repetir algunas de las muchas estupideces que hicimos y volveremos a hacer, para no volver a caer donde ya caímos. Hemos caído muchas veces, quizá demasiadas.
 Pero a lo que iba. Salgo a la cuesta de la calle Olmos y en el Bar Espanya, antes Can Vinagre, releo este periódico mientras apuro un café con leche. La realidad global que me ofrece la prensa, con sus diversas secciones, local, nacional, internacional, etcétera, se mezcla con las musiquillas y vibraciones que va soltando, incansablemente, mi móvil. Las redes sociales palpitan en su interior hasta que lo apago y decido que la vida está en otro sitio. Mientras tanto, observo a la clientela del bar y a Mateo Martorell (y a Toni) con su continuo ir y venir, entre bromas y veras, de cafés, cervezas o refrescos. Si hay suerte pasará Miquel Julià, cámara en ristre, y me sacará una buena foto. Ojalá.





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