LA TELARAÑA: Los muros de Trump

martes, enero 31

Los muros de Trump


La Telaraña en El Mundo.

 Quería visitar Nueva York durante unos días (en realidad, intento escribir un libro en el que la calle del muro, es decir, Wall Street, la isla de Manhattan y los orígenes franceses de la Estatua de la Libertad tienen su papel y pensaba documentarme in situ) cuando las últimas disposiciones de Donald Trump para con las idas y venidas de los extranjeros de no importa qué países me ha quitado la idea de la cabeza. No sé si habrá libro, pero lo que es seguro, de momento, es que no habrá viaje.
 Recuerdo ahora los versos de un poema de Bertolt Brecht, que ya son todo un clásico cuando se trata de defender la libertad o la vida ante cualquier discriminación por motivo de raza, condición o ideología. Sin embargo, el tiempo no pasa en balde y los versos de Brecht necesitan una urgente actualización. Hoy ya no hay comunistas ni, mucho menos, intelectuales, ya no hay judíos ni tampoco curas, como en los tiempos heroicos en que Brecht puso el dedo sobre una llaga que sigue sin cicatrizar. Al revés, supura un líquido sanguinolento y apestoso.
 Mientras tanto, asumo que no soy musulmán, como tampoco soy negro ni mujer. Por no ser, no soy, ni siquiera, homosexual. No debo ser, pues, nada. Nada de nada, quiero decir. Un ser humano genérico y vulgar que no pertenece a ningún colectivo en reconocido peligro de extinción. A nadie parece importarle, en definitiva, si estoy discriminado lingüísticamente en mi propia tierra (que lo estoy, como lo estaré pronto, me temo, en la de Trump) o si me veo obligado a cotizar de autónomo a la Seguridad Social sin cubrir ni gastos para poder llegar a más viejo con algún derecho a jubilarme más allá de la caridad pública.
 Me temo que esta situación de relativo outsider sólo puede ser considerada, actualmente, como anómala y sospechosa de todo, de absolutamente todo. Desde lo malo hasta lo peor, sin ir más lejos. Y es que siempre se puede reinterpretar la realidad. En efecto. Puede que alguna vez me disfrazara de mujer o de algo parecido en algún carnaval erótico en la mitad más enloquecida de mis sueños y puede, también, que hiciera de negro de algún amigo en horas bajas; nada muy serio, apenas unas cuartillas, pero igual estas cosas tiznan y hasta imprimen, quizá, carácter, dan feminidad o negritud, por así decirlo, y entonces, si ya fui mujer y negro, aunque sólo fuera en sueños y durante un ratito, igual ya soy mujer y negro para siempre. Con todo, el motivo auténtico por el que no viajo a Nueva York es por el temor a que mi apellido materno dispare todas las alarmas aduaneras. Sólo acaba de llegar y ya me está usted fastidiando con sus muros en tierra de nadie y de todos, señor Trump.


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