LA TELARAÑA: Los hackers rusos

martes, enero 10

Los hackers rusos


La Telaraña en El Mundo.

 No les quepa duda alguna. La culpa de todo la tienen los hackers rusos. Siempre lo supe, aunque sea ahora, desde que propiciaron, según el FBI, la ascensión al poder de Donald Trump, cuando la opinión pública parece haberse dado cuenta. Pues ya era hora. Convénzanse. ¿El PC les marcha a trompicones y, en vez de atender a sus órdenes, se dedica a la extraña minería de los bitcoins (o bitcoines, según Fundéu)? Es culpa de los hackers rusos. ¿Entran en Call of Duty o en GTA V para demostrar a sus hijos que no les tiembla el pulso y las terribles hordas de los niños rata les masacran sin darles tiempo, siquiera, a salir corriendo? No se preocupen. Son los putos rusos. Siempre son ellos. Desde el oro de Moscú es que no paran.
 Pero me preocupa lo de Trump. No sé si los rusos se han equivocado con sus maniobras orquestales en la oscuridad (lo que constituiría un auténtico notición) o si, por una vez, no han hecho absolutamente nada y es la propia opinión pública norteamericana, la resultante del eterno conflicto de la guerra de los medios, siempre mucho más allá de la verdad o la mentira, la que está intentado recuperarse del tremendo shock que les ha producido el inesperado resultado electoral, de la única forma que creen posible, aunque no lo sea: buscando un culpable ajeno a ellos mismos y sus peores miedos, a su sociedad convertida en un lugar indecente si eres rico e indigno si eres pobre, en un mortífero campo de minas donde el único que parece moverse con cierta soltura es Trump, nada menos. ¿Quién va a gobernar ahora América, Trump o los hackers rusos? Pues nunca se sabe. ¿Y qué es peor? Pues tampoco se sabe.
 Aquí en España los hackers rusos (como todos imaginábamos) hacen y deshacen las encuestas preelectorales y, sobre todo, se lo pasan pipa manipulando las sufridas votaciones online de los partidos asambleístas como Podemos, CUP o similares, empeñados en convertir la realidad en una especie de referéndum unilateral y totalitario, una asamblea perpetua y vitalicia, sectariamente vocinglera y resignadamente digital, obsesiva y disciplinada: tres o cuatro punto cero, por lo menos.
 Con todo, no nos importa mucho en qué sentido los hackers rusos van o vienen, porque manipular lo que ya está viciado de origen no perjudica demasiado el resultado final; igual lo compone o hasta lo mejora. Además, a los hackers rusos la realidad ajena les importa un pimiento más allá de cambiar unos por ceros y ceros por unos, bitcoins por dólares o rublos, incluso por los agonizantes euros de un sistema financiero que nadie sabe dónde va a ir a parar. No lo saben ni los propios hackers rusos de Wall Street.

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