LA TELARAÑA: Señas de identidad

martes, diciembre 27

Señas de identidad


La Telaraña en El Mundo.
 
  No seremos más catalanes (pero tampoco menos) porque una castiza y abigarrada mayoría política, tal que MÉS, Podemos, PSIB y el PI, hayan decidido que lo seamos. Tal vez lo somos, en efecto. O tal vez no. Es posible que, a fuerza de que nos lo repitan, nos lo creamos. Pero también puede que, por lo mismo, acabemos por no entender ni una palabra de lo que nos cuentan. Yo me recuerdo observando desde las terrazas de un edificio, hoy estruendosamente tapiado, de las avenidas de Palma, los coros infinitos de la gente bailando sardanas los domingos de mi infancia y no sé si este hecho es una premonición definitiva o una desechable anécdota, otra más. Uno puede rebuscar su identidad donde le plazca, pero esa sombra que finalmente somos suele sernos muy esquiva y habitar, acaso, muy adentro de nosotros mismos.
 Por ello rebusco en mi árbol genealógico y me sale un frondoso sarpullido de ancestros con orígenes en Campanet y en el barrio palmesano de Santa Catalina. Me salen, también, un montón de conexiones perdidas, hace ya muchos años, con presuntos parientes de algún lugar incierto de Extremadura, de Larache (Tánger, Tetuán, tal vez del mismísimo jardín de las Hespérides), de algún islote, en fin, del siempre remoto Caribe. A todos ellos, mis queridos antepasados, los llevo siempre conmigo sin saber cómo ni por qué, pero ya me he acostumbrado tanto a su compañía que no me resultan ninguna carga. No se me quejan. No chirrían ni tampoco alborotan, cuando el mundo se nos planta tal cual es (o quiere ser, que no es lo mismo) y nos acaba pareciendo, el mundo, un decepcionante mal chiste o una ambulante estupidez sin ningún sentido, aunque parezca ir de enarbolar banderas y también banderines, pancartas y también pasquines. Estoy convencido de que, a mis antepasados, pese a ser de otras épocas y costumbres, les importa muy poco lo que, desde luego, a mí me importa nada. O menos que nada.
 Luego están los delirantes informes de los expertos de la comisión de la Diada representados, entre otros, por el inefable Cristòfol Soler, de la Asamblea Soberanista de Mallorca, o Maria Antònia Font, del sindicato STEI, nada menos. Pero ya lo dije. Uno puede buscar su identidad donde le plazca: hay paraísos artificiales, distopías y lodazales suficientes para todos. No hay que alarmarse, por lo tanto, si nuestra progresía fija sus señas de identidad (y las nuestras, ay) en el genocidio de la conquista, saqueo y posterior reparto de Madina Mayurqa antes que en el nacimiento histórico del Reino de Mallorca. Seguramente ignoran que manipular el pasado para construirse un futuro a medida es prostituir pasado y futuro; es convertir el frágil presente en una vergonzosa farsa.
 

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