LA TELARAÑA: El cetro del Rey Midas

martes, septiembre 6

El cetro del Rey Midas


La Telaraña en El Mundo.

 Observo el panorama sin dejar de preguntarme sobre lo que, de verdad, me importa o interesa. La manifiesta inutilidad de casi todo lo que hago, ignoro si por instinto o necesidad; por ejemplo, el arte, que es una especie de broma pesada y sobrevaloradísima que me abruma igual que me desazona, la ternura, que suele romper en añicos el escudo en el que acabo grabando todos mis esquemas personales, la soledad, que tan sólo es un circunstancial estado de ánimo, que se combate, si se quiere, con la persistencia en el cariño, en la empatía, en la fe, en aceptar que te cojan de la mano y te guíen cuando el camino se oscurece y no ves nada y hay que dar un paso adelante o dos o tres y el vértigo te paraliza, pero la piel te calma, finalmente.
 No es mala idea afrontar la actualidad con pensamientos así de extemporáneos. Me ayudan a vencer el sueño y desperezarme del todo. Resulta que ayer madrugué viendo a Rafael Nadal caer en el US Open ante un deslumbrante tenista francés, Lucas Pouille. A mí, el tenis, no me entusiasma; más bien, al contrario, me aburre solemnemente, pero no deja de impresionarme la perseverancia casi sobrenatural con que Nadal se aplica en devolver la pelotita amarilla de un lado de la red al otro y viceversa. En ese gesto, tan inútil y mecánico como infantil y pasional, siempre encuentro un símil, una metáfora precisa de la condición humana. No hacemos otra cosa que esforzarnos por doblar una esquina y luego otra y después la siguiente sin que nos detenga la terrible sospecha de que la esquina quizá sea, siempre, la misma.
 Los espejismos nos rondan sin que importe discernir su grado de verosimilitud o realidad. Quizá no exista la realidad. Quizá no existan, tampoco, los espejismos. La condición humana reside en las metáforas. En el fastuoso ático con vistas, por ejemplo, que le hizo ilusión a Francina Armengol y que no pudo acabar de comprar por el qué dirán o no dirán. Jaume Matas, en cambio, sí tuvo el valor suicida de comprar el suyo y ya saben, supongo, que lo acabó consignando en los juzgados para pagar deudas y lo que aún le falta. Impagable.
 Con todo, no nos parece mal que cualquier presidente o presidenta de nuestra augusta comunidad autónoma tenga acceso preferencial a un ático de lujo, escobillas áureas incluidas, en alguna que otra zona señorial de Palma. Tampoco nos molestaría que las exuberantes ruinas de Sa Nostra (o de la entidad que la sustituya) les otorgaran, a nuestros presidentes, el cetro incorruptible del Rey Midas. Lástima que no haya regalo sin contrapartida, ni leyenda sin maldición. Abrumadora.

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