LA TELARAÑA: septiembre 2016

viernes, septiembre 30

Vistazo al caos


La Telaraña en El Mundo.

 Parece que el corral anda muy revuelto. Extraordinariamente revuelto, incluso. Mientras en Cataluña, Puigdemont se ha liado la manta a la cabeza hipotecando el futuro político de su comunidad con un absurdo referéndum (tan absurdo e imposible de convalidar, que sólo puede movilizar a gentes tan febriles como las de las CUP, vaya panorama), en el Partido Socialista Obrero Español se han perdido, definitivamente, los estribos y, tras el aldabonazo mañanero del miércoles de Felipe González, tanto los críticos como los partidarios de Pedro Sánchez han demostrado no disponer de otra arma dialéctica que la demagogia populista heredada del degradado contexto general en que vivimos: las referencias cruzadas a la legitimidad perdida por unos y otros, la ocupación más o menos orgánica o sulfúrica de la sede de Ferraz, el mantra del aval maniqueo de la militancia y cosas así de difusas y manipulables, para justificar, de alguna manera, su propia estrategia política, sus opiniones y preferencias personales, su decisión conjunta de convertir el primer partido de la izquierda nacional en una especie de solar arrasado. Por ahí han pasado los bárbaros.
 Supongo, sin embargo, que ambos temas (como tantos otros que nos rondan) se irán reconduciendo en breve. O se eternizarán, que es otra manera de ir pasado páginas y asumir que la realidad es un libro muy grueso, un sumidero enorme, un pozo sin fondo, una profunda y ávida garganta que lo engulle todo, porque, a fin de cuentas, no hay mal que dure cien años y, si los dura, no estaremos ahí para sufrirlo y lo que no mata, engorda, y mil otros tópicos similares que funcionan, tal vez, como formidables ansiolíticos y que, como mucho, sólo son ridículos placebos. Hay que ver con qué poco nos conformamos. ¿Nos conformamos?
 Repaso algunos muros de amigos en Facebook y me encuentro con bastantes apoyos a Pedro Sánchez. Puedo comprender, en efecto, que echar a Rajoy y al Partido Popular del poder tiene su no sé qué fascinante, justiciero y, quizá, letal. Puedo comprender, incluso, que ese deseo vaya más allá de la cruda fisonomía de los números y la representatividad electoral alcanzada en las urnas. Puedo comprender que hasta el intachable espíritu democrático de mis amistades tenga algunas grietas selectivas por las que se les cuele el deseo, la ilusión o la esperanza. Puedo comprenderlo casi todo. Todos tenemos nuestra razón y, sobre todo, nuestras razones; con ellas, aunque sea a cuestas, cargadas las espaldas de pesadísimos sueños, como en un deslumbrante poema en prosa de Baudelaire, vamos haciendo y deshaciendo el camino que, aunque puede que no nos conduzca a ninguna parte, acabará siendo nuestro propio, auténtico y definitivo camino.

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martes, septiembre 27

Velocidad terminal


La Telaraña en El Mundo.


 A una pérdida de tiempo le suele suceder otra. Así se crean cadenas larguísimas, donde cada eslabón se engarza al siguiente como a sí mismo y el universo entero se curva y las ideas crujen, revientan y emiten un humillo rojo al disolverse, mientras los extremos se tocan y en esos círculos infernales se alzan nubes de azufre y brillan, vacíos, los espejos y una extraña voz, monótona y estéril, nos dicta lo que hemos de pensar o hacer hasta que dejamos de escucharla, porque no queremos que nos coarten la libertad, la dignidad o la coherencia, que nos mutilen ese sexto sentido que nos obliga a llegar a ser quienes somos, aunque no lo consigamos. No hay forma de alcanzar la meta sin que nosotros, la meta y el camino recorrido desaparezcan. Desaparezcamos.
 Pero todo a su tiempo. Francina Armengol sigue perdiendo el tiempo, porque sólo así puede disfrutar de un poder con el que no sabe qué hacer. Sin palacete no hay gloria, quizá piense. O a dónde voy yo con estos socios infames. Pero erre que erre. La presidenta impone el catalán a sus funcionarios, porque no tiene nada mejor que imponerles, aunque tanto da. Yo sigo hablándoles a los funcionarios del Govern en la lengua de todos y ellos siguen contestándome en castellano, porque lo cortés no quita lo valiente y no hay nada mejor que la amabilidad para dotar de un rostro humano a la burocracia. Ese castillo, mazmorra o laberinto del que sólo nos puede sacar una sonrisa o una voz amiga. Quizá una caricia. Me gustan las caricias.
 Pero la realidad baja tumultuosa, desnortada. Observo que discurre a medio camino entre el ingenio, el chascarrillo soez y la mendicidad conceptual. Por ese trillado terreno discurren las redes sociales, muy especialmente Twitter, pero también el grueso de la actualidad. Me refiero a los grupos de presión que mantienen las tertulias teledirigidas. También las locales, por supuesto. Me refiero al lobby que reescribe el lenguaje y nos deja sus edictos en el elíptico tablón de anuncios donde parece dictarse nuestro futuro. Ahí lo buscamos cada mañana. Lo malo es que no sabemos si hay futuro.
 Repaso ahora algunos titulares -quizá los más acuciantes- porque he de escribir esta columna y ofrecerles algo de carnaza; pero esta columna ya está casi escrita y hoy no habrá, tampoco, carnaza. No sé si ese detalle importa mucho o importa poco. No puedo detenerme en él, porque casi todo va degradándose, conmigo, pero también sin mí, a la velocidad de un vértigo que no sabría realmente cuantificar. A velocidad terminal, me digo, mientras finjo una sonrisa, algo insatisfecha y notoriamente destemplada, antes de poner el preceptivo punto y final.

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viernes, septiembre 23

Burundanga

La Telaraña en El Mundo.

 Parece que nuestras relaciones personales son, en el fondo, complejas relaciones de poder. En algunas llevamos, o creemos llevar, la voz cantante y en otras, en muchísimas otras, cantamos (y desafinamos) según nos dicten los demás, las circunstancias, el extraño guión de las cosas y la vida, la implacable estructura piramidal de una sociedad de la que no podemos escapar, porque la acabamos llevando, siquiera sea en germen, allá donde quiera que vayamos. La llevamos dentro y con su voz, nuestra voz de adentro, repetimos los tenebrosos conjuros del brujo y damos saltos y hasta bailamos desnudos o travestidos alrededor de un fuego que nos seduce igual que nos aterra. ¿Cómo explicarlo? Fascinación, quizá sea la palabra.

 Pero donde hay poder hay sumisión, hay perversión y también agonía. Desde hace tiempo sabemos que cualquiera (aunque aquí el lenguaje miente, porque no todo el mundo, por fortuna, es capaz de llevar a cabo este tipo de atrocidades) puede poner alguna que otra sustancia química en nuestra bebida o comida (o en nuestro aire) y convertirnos, así, en presa fácil de la delincuencia, en víctima desarmada y hasta complaciente, por ignorancia, de los caprichos ajenos. Pueden dormirnos, enloquecernos o abolir por completo nuestra voluntad y también nuestra memoria. Manipularnos, robarnos, violarnos, despojarnos de nuestra identidad y conducirnos, de muy mala manera, hasta las aguas revueltas y terriblemente sombrías de la amnesia, esa simulación técnica y tétrica del olvido. O de la muerte.

 Acaba de suceder en Mallorca, y es un caso pionero en España, con una mujer que ingresó en Son Espases víctima de una intoxicación química por burundanga (en realidad, escopolamina), que es una droga, al parecer, muy conocida en Caracas o en Bogotá, por ejemplo, y cuya ingesta parece anular la voluntad de la víctima. Suele usarse en robos y, sobre todo, violaciones; es decir, en aquello que denigra a un ser humano y lo rebaja a una esclavitud absoluta revivida mediante engaños y consumada a las bravas, a lo animal, a lo bestia.

 Siempre lo supimos. El remedio es también el veneno. La droga es también el fármaco y viceversa. Recuerdo que hace siglos alguien me habló sobre las virtudes alucinógenas del estramonio, que es una planta muy común en nuestro entorno. No recuerdo más detalles, pero el estramonio y la escopolamina vienen a ser lo mismo. Alcaloides más o menos tóxicos. Pasa, sin embargo, que, en aquellos días veloces, en que nos fumábamos lo que no está en los escritos, no buscábamos poder alguno, sino tan sólo disolvernos en nosotros mismos, encontrar un hilo conductor interior al que agarrarnos cuando el guión de la existencia se volvía ininteligible. Y eso sucedía, como en la actualidad, demasiado a menudo.

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martes, septiembre 20

El botellón silencioso


La Telaraña en El Mundo

 Cuatro cosas que remiten, cuando hay mucha suerte, a otras cuatro. Más o menos, eso es el arte cuando ya se está de vuelta de casi todo y se busca la explosión repetida del estilo personal, la habilidad inconsciente y rota de la perfección técnica, el desasosiego íntimo de abrir interrogantes donde antes no había nada. Literalmente, nada. Debe ser por eso que cada año les vengo hablando del botellón colectivo de la Nit de L´Art de Palma como si los años, exactamente veinte, no pasasen en balde y cada celebración tuviera su indescifrable resaca propia, el eco vertiginoso de algún aguardiente cada vez distinto, pero no. Este año no hubo realmente botellón ni, tampoco, aguardiente.
 Con todo, algún irresistible canto de sirena pareció sacar a los palmesanos a las calles y, una vez cortado el tráfico rodado, era ciertamente reparador y hasta ansiolítico pasearse entre racimos y grumos de personas, entre manadas sedientas, quizá, de una música que la ciudad, voluntaria y políticamente muda este año, no acababa de ofrecerles. El arte acechaba, esta vez sí, desde las galerías donde los galeristas diseccionaron su oferta según los parámetros de la quimérica demanda: aquí las reivindicaciones ideológicas y el material de usar y tirar, allá las provocaciones más o menos eróticas o infantiles, el desequilibrio hormonal o la tensión bien resuelta, el temple, la profundidad o la sumisión. Quizá la elocuente nadería.
 No hay en el arte otra cosa que el artificio y la reinterpretación, la realidad mutilada o esplendorosa de un metalenguaje en otro como en un juego de espejos astillados. En esas grietas nos acabamos encontrando y perdiendo definitivamente, pero así es la vida. Cierro y abro los ojos, alternativamente. Repaso el divergente catálogo de la noche silenciosa y me quedo, por supuesto, con Mercedes Laguens y sus óleos sobre lino o sobre lo que sea. Ya no es tiempo de leer el ensayo de Foucault, El cuerpo utópico. Ya no es tiempo de escribir en la piel de los cuerpos desnudos como si fuera sobre la arena en llamas de una playa del infierno donde pisamos más que por placer, por necesidad o angustia. Quizá por castigo.
 No haré, sin embargo, ninguna disección detallada de un catálogo que es el que es, porque no puede ser otro. El cadáver es sólo uno y yo simplemente deambulaba por la ciudad silenciosa (y desvelada) como quien espera oír un fantasmagórico toque de diana para realizar una penúltima batida mejor que bien acompañado antes de regresar, finalmente, a casa y dejarme sepultar por la belleza famélica, la singularidad fatal y la emoción temblorosa de mis propias elucubraciones. Es muy posible que sólo me importe, ya, lo que imagino. Viva el narcisismo.

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viernes, septiembre 16

El sudor del de enfrente

La Telaraña en El Mundo.

 Se me ocurre abrir algunos interrogantes que no acabo, por desgracia, de cerrar. Cada uno es como es o como le han hecho, quizá, las circunstancias. Pero hay demasiadas cosas que no entiendo. ¿Cómo es posible que, con su dilatado historial, la que le está cayendo y la que, de seguro, le va a caer, Rita Barberá tenga todavía humor y arrestos para aferrarse a su escaño en el Senado? ¿Cómo, también, que Mariano Rajoy no se harte de todo, de tanta investidura fallida y tanta corrupción más o menos familiar, por ejemplo, y decida dimitir, como haría cualquiera, creo, que antepusiera su dignidad a mil otras cuestiones menores? ¿Cómo es posible, asimismo, que Pedro Sánchez acumule debacle tras debacle electoral y no se le ocurra otra salida política sin salida que ese no archirrepetido y persistente, descerebrado, castrante?

 Son sólo tres personajes, casi tomados al azar, de una actualidad que da más grima que otra cosa. En las islas la situación no mejora sustancialmente. ¿Nos importan algo las explicaciones que Francina Armengol dará en comisión secreta del Parlament sobre el ático del millón ridículo de euros? ¿Lo que diga mejorará nuestra opinión sobre la turbadora ingeniería financiera de Sa Nostra? ¿Nos preocupa que Jaume Matas, otro que parece volver, pero que nunca se había ido, trueque la frialdad metálica de la cárcel por la delación generalizada y a tumba abierta, contra corriente? No sé yo, pero hay películas que, de tanto verlas, ya no nos las podemos creer. Nos aburren solemnemente.

 Pasa, sin embargo, que acabamos presintiendo, entre bostezo y bostezo, que la culpa de todo la tiene la formación, la falta de formación general y, sobre todo, particular, en este caso. ¿Cómo es posible que la inmensa mayoría de los políticos que nos representan carezcan de algún tipo de historia personal de éxito que pueda identificarlos profesionalmente, al margen de su meteórica o sudorosa ascensión en las listas cerradas del partido, su aferramiento a las filas prietas del sectarismo ideológico, a la comodidad tétrica del escaño, al exuberante cargo digitalizado, a la fructuosa asesoría vitalicia y hasta hereditaria si se tercia?

 Hay que sobrevivir, qué duda cabe, y no están los tiempos como para confiar, exclusivamente, en el propio sudor de la frente para salir adelante. Es triste, en efecto. Es descorazonador, también. Es patético, en fin, que los más cínicos integrantes del círculo infernal de la política y sus allegados hayan cambiado la vieja, pero justa e igualitaria, maldición bíblica por un nuevo lema (parabólico y paradojal, por supuesto) que creía haber leído en Twitter, pero no. Es el título de una novela, que no conozco, de Patricio Chamizo: «Ganarás el pan con el sudor del de enfrente».


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martes, septiembre 13

El búnker de la lengua

La Telaraña en El Mundo.

 Tanto mi hijo como mi hijastro, que hay que tener de todo y no privarse de casi nada en esta vida, hablan perfectamente tres lenguas. Español, catalán o mallorquín e inglés. Podría decirse, pues, que el sistema educativo, al menos en su caso, ha funcionado bastante bien y que las leyes educativas han sido lo suficientemente flexibles como para ellos mismos pudieran ir acompasando, cada uno a su manera, las peculiaridades de su entorno familiar y el absurdo caos lingüístico al que, de forma más o menos consciente, han tenido que ir enfrentándose a lo largo de los años en la enseñanza pública o concertada.

 ¿Está bien, entonces, lo que bien acaba? En absoluto. La posible buena suerte de mis hijos no garantiza ni condice la de tantos otros chavales que, por desgracia, no supieron o no pudieron adaptarse a los planes lingüísticos de los colegios, no lograron sobreponerse al panfletario poso ideológico de algunos docentes ni, tampoco, driblar las líneas rojas del pensamiento único y dejar pasar así, sabiamente, el tiempo, cumplir, con mayor o menor holgura, con los deberes y los exámenes, hacer y deshacer los entuertos puntuales de cada día y sobrevivir, en fin, a esa forma de castración personal que acaba siendo una educación genérica, mediocre, acrítica según convenga y, sobre todo, ideológicamente contaminada.

 Me envían desde Change.org, ese muro virtual de las lamentaciones donde cualquiera puede llorar sobre lo que le plazca con la certeza de que va encontrar suficientes plañideros con que consolarse, la petición al Ministerio de Educación de España de que nuestros hijos puedan estudiar en castellano y balear. Este derecho, en principio, viene incluido en la infame Ley de Normalización Lingüística, pero la penúltima pirueta econacionalista del Govern, es decir, el Decreto de Lenguas, ha convertido el claustro de los colegios en el búnker desde el que se puede blindar (y se blinda) el uso exclusivo del catalán. Los centros educativos, además de la aberrante morralla de los planes de estudio que mutan según el gobierno de turno, poseen un denominado “proyecto lingüístico propio” que prevalece sobre cualquier otra norma, incluso de orden superior. Es increíble. O no. Es lo que hay.

 No pienso, faltaría más, quejarme porque se incumpla el único artículo de la Ley de Normalización Lingüística con el que, de hecho, estoy de acuerdo. Pero a otro perro con ese collar. No concibo ninguna solución educativa en Baleares que no pase por derogar esa ley de normalización zoológica y territorial, esa encerrona conceptual, esa grieta subrepticia por la que se nos coló, para quedarse, el nacionalismo, su primitivismo lingüístico, dialéctico y tribal, su reduccionista ir avanzando, parasitariamente, a costa del progreso y el futuro colectivos. Hacia ninguna parte.

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viernes, septiembre 9

El laberinto del 11-S


La Telaraña en El Mundo.
  
 Se acerca el 11 de septiembre y la celebración de una nueva Diada en Cataluña (y en Baleares, el día 12, pero esa no parece importarle a casi nadie). Una diada en la que, aprovechando que los nacionalismos están gobernando, aunque sea de aquella triste manera, en Valencia y Baleares, se intentará convertir la ficción de los países catalanes en algo más que en un disparate geográfico. No hay problema. Con la presencia de las fuerzas vivas (aunque renqueantes y no menos zombis) de Cataluña, Valencia, las Islas Baleares, la franja este de Aragón, Andorra, el Rosellón francés, el Alguer italiano (allá por Cerdeña) y El Carche (en la esquina noreste de Murcia) están más que garantizados unos espléndidos juegos florales. Sin ninguna duda.
 Pero hay fechas que se hacen un hueco propio en nuestras vidas. Estaba yo en Barcelona el 11 de septiembre de 2001 sentado ante el televisor mientras Matías Prats narraba, no las vicisitudes de la diada catalana de aquel año, que ni recuerdo si la hubo, sino el horror sucesivo de los aviones enloquecidos impactando contra las Torres Gemelas de Nueva York, mientras el mundo se venía abajo con ellas y todos nosotros presentíamos que aquello no era el fin del mundo, pero sí el fin de muchas cosas; de muchísimas, en efecto, pero no de la estupidez, la negligencia o el sectarismo, los enfrentamientos a cara de perro por razones tribales, lingüísticas, étnicas o religiosas. Casi nada.
 Está claro que no avanzamos demasiado. O no, al menos, en la dirección correcta. El camino está repleto de falsas rotondas y hay abismos abiertos en mitad de ninguna parte. Puede que nos hayamos perdido. ¿Quién iba a decírnoslo, mientras la generación digital muestra el fulgor de sus flores de mentira y la existencia se refugia en el contagio de las redes sociales y el lenguaje se colapsa y el discurso no es otra cosa que unos fragmentos reunidos al azar de un Dios que ya no importa si existe, porque casi nadie cree en él? Casi nadie cree ya en nada.
 El panorama, pues, no pinta muy tranquilizador. Entre todos vamos creando los conflictos que luego se emponzoñan y eternizan, vamos recreando las crisis, más o menos profundas, que nos asolan, la peste metafórica que nos tiene confinados en el laberinto de este mundo, porque no parece que haya otro y afuera no hay nada, salvo el holograma de los paraísos artificiales que tantas veces hemos soñado habitar sin ningún éxito, el ridículo espejismo de nuestra enfermiza nostalgia por todo aquello que creemos haber perdido y que no sé yo si fue así, porque no se puede perder lo que, de hecho, nunca se ha poseído. Ni en sueños.

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martes, septiembre 6

El cetro del Rey Midas


La Telaraña en El Mundo.

 Observo el panorama sin dejar de preguntarme sobre lo que, de verdad, me importa o interesa. La manifiesta inutilidad de casi todo lo que hago, ignoro si por instinto o necesidad; por ejemplo, el arte, que es una especie de broma pesada y sobrevaloradísima que me abruma igual que me desazona, la ternura, que suele romper en añicos el escudo en el que acabo grabando todos mis esquemas personales, la soledad, que tan sólo es un circunstancial estado de ánimo, que se combate, si se quiere, con la persistencia en el cariño, en la empatía, en la fe, en aceptar que te cojan de la mano y te guíen cuando el camino se oscurece y no ves nada y hay que dar un paso adelante o dos o tres y el vértigo te paraliza, pero la piel te calma, finalmente.
 No es mala idea afrontar la actualidad con pensamientos así de extemporáneos. Me ayudan a vencer el sueño y desperezarme del todo. Resulta que ayer madrugué viendo a Rafael Nadal caer en el US Open ante un deslumbrante tenista francés, Lucas Pouille. A mí, el tenis, no me entusiasma; más bien, al contrario, me aburre solemnemente, pero no deja de impresionarme la perseverancia casi sobrenatural con que Nadal se aplica en devolver la pelotita amarilla de un lado de la red al otro y viceversa. En ese gesto, tan inútil y mecánico como infantil y pasional, siempre encuentro un símil, una metáfora precisa de la condición humana. No hacemos otra cosa que esforzarnos por doblar una esquina y luego otra y después la siguiente sin que nos detenga la terrible sospecha de que la esquina quizá sea, siempre, la misma.
 Los espejismos nos rondan sin que importe discernir su grado de verosimilitud o realidad. Quizá no exista la realidad. Quizá no existan, tampoco, los espejismos. La condición humana reside en las metáforas. En el fastuoso ático con vistas, por ejemplo, que le hizo ilusión a Francina Armengol y que no pudo acabar de comprar por el qué dirán o no dirán. Jaume Matas, en cambio, sí tuvo el valor suicida de comprar el suyo y ya saben, supongo, que lo acabó consignando en los juzgados para pagar deudas y lo que aún le falta. Impagable.
 Con todo, no nos parece mal que cualquier presidente o presidenta de nuestra augusta comunidad autónoma tenga acceso preferencial a un ático de lujo, escobillas áureas incluidas, en alguna que otra zona señorial de Palma. Tampoco nos molestaría que las exuberantes ruinas de Sa Nostra (o de la entidad que la sustituya) les otorgaran, a nuestros presidentes, el cetro incorruptible del Rey Midas. Lástima que no haya regalo sin contrapartida, ni leyenda sin maldición. Abrumadora.

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viernes, septiembre 2

El ruido del Pacte


La Telaraña en El Mundo.

 
 Resuena, casi a mediodía, el horror mayúsculo de unas pocas maletas que ruedan, dando tumbos, sobre el enladrillado a medio hacer o deshacer de nuestras calles más o menos céntricas y peatonales. Quiero pensar que esos hipotéticos turistas urbanos no han caído en las manos de algún intermediario inmobiliario, absolutamente opaco y hasta ilegal, que maneja habitaciones y pisos de otros como auténticos churros, sino que se dirigen a la casa particular de alguien que no podría sobrevivir, tal vez, sin alquilar esas dos míseras habitaciones, por ejemplo, con que le premió el destino o le castigaron la soledad o las circunstancias de la vida. Nunca se sabe qué o quién nos otorga lo que parece pertenecernos hasta que lo abandonamos. Siempre lo acabamos abandonando todo.
 Pero no sé si el Pacte, que nos gobierna, da para tantos matices. El Pacte se mira el panorama y sólo acierta a ver, en el paisaje y en el paisanaje, aquello que quiere ver y que mejor casa, por supuesto, con su propia ideología. Algún espejismo. No obstante, es verdad que demasiados turistas escapan a la ridícula ecotasa de Biel Barceló, en efecto, pero eso es lo que suele suceder, por desgracia, cuando las cosas no se regulan bien o, sobre todo, a tiempo. Uno se escapa de los abusos y las imposiciones ajenas sólo si puede o si le dejan algún que otro vacío legal donde plantar una palmera y convertirlo, tal vez, en un maldito oasis.
 El Pacte es un lugar, una entelequia, una fusión metafísica muy compleja. Difusa. Turbulenta. Cuerda y ebria. Marcial y asamblearia, a partes iguales. Un conglomerado de intereses dialécticos que no cuadran, ni siquiera idealmente, porque sus integrantes andan a la gresca de unas competencias físicas que se les escapan, porque no se puede moldear una realidad cuya sustancia y funcionamiento se ignoran; y el discurso político conjunto sólo da para el ruido infernal de un Dj desarbolado sin otra música que mezclar que sus propias pesadillas.
 Me asomo a los hechos. A un debate televisivo de no investidura le sucederá, hoy, otro idéntico. Obviaré el tema, a la espera de que Sánchez intente, para España, un Pacte como el que lidera, aquí, Armengol. Pioneros que somos. Mientras tanto, rugen los monopatines de algunos descerebrados que se lanzan calle Olmos abajo hasta la mismísima fuente de la Rambla, por ejemplo. Un camión recoge la basura o riega el adoquinado justo cuando intento domar mis penúltimos sueños. Algún vociferante hijo pródigo intenta regresar a la casa donde sus padres, quizá, todavía le esperan; nadie debería esperar a los bárbaros, salvo para que pasen de largo y nos dejen la paz que nos hurtaron en vida. O así.
 

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