LA TELARAÑA: Elegía de agosto

martes, agosto 30

Elegía de agosto

La Telaraña en El Mundo.

 Se acaba agosto. Para celebrarlo, anteayer, regresé a Cala Blava, a la playa donde veraneé la mayor parte de mi vida: la playa en la que casi siempre amanecía cuando tocaba ir a pescar en barca con los amigos o amanecía de veras, ya sin eufemismos de ningún tipo, cuando la fiesta nocturna se eternizaba y no había otra forma mejor de demorar el regreso a casa que perderse y hacer el remolón o lo que se terciara sobre la arena húmeda, corpórea y tangible, revoltosa, del alba.

 Pero el tiempo no pasa en balde. En absoluto. Mis ojos de hoy ya no son los de ayer, aunque vean igual o, quizá, mejor; pero es que tampoco el espectáculo es el mismo. Lo más difícil, a estas alturas magníficas de la vida, es dejarse caer levemente sobre la arena, medir el litoral y hasta auscultar el horizonte intentando recrear el viejo juego de las mil y una diferencias. Hay una pareja de hombres prodigándose, de soslayo, alguna que otra caricia furtiva. Ellos no estaban antes, porque el amor es lento, difícil y, quizá, inexorable. No los conozco.

 Hay unas hermosas jóvenes tendidas al sol o entrando y saliendo del agua. Ríen o hablan. Susurran. Se ponen crema solar y hasta parece que miran, divertidas, hacia donde yo estoy, sin verme. Soy invisible. Tampoco las conozco, aunque ya quisiera, porque me recuerdan, inevitablemente, a algunas de mis antiguas amistades; quizá sean sus hijas, me digo, mientras dejo que las evanescentes ninfas, que mi imaginación no tiene pudor alguno en inventar, me confirmen que, aunque el paso del tiempo no nos cambia demasiado por dentro, sí que lo hace, y mucho, por fuera. Supongo que está bien que así sea.

 Con todo, la playa es la misma, la arena es similar y el agua no está demasiado sucia. Me calzo las viejas gafas de agua y busco las madrigueras submarinas donde tantos pulpos se escondían en otro tiempo. Ya no están. ¿Dónde se habrán ido? Desemboca en la playa un estrecho torrente, repleto de polvo y laberintos infantiles, por el que nunca transita nada ni nadie salvo el agua de la lluvia, cuando llueve. Pronto lloverá, porque se acerca la temporada de las lluvias propia de finales del verano. No se inundará, sin embargo, mi casa, porque ya no están mis padres para cuidarla y hace años que decidimos (y conseguimos, que no era tan fácil) venderla; pero igual sí que se sigue inundando y son los nuevos inquilinos, ahora, los que achican los remolinos del agua, los que ponen los muebles de la cocina a cubierto, los que recorren, entre risas y acrobacias, la casa tan llena de charcos como, quizá, de recuerdos.

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