LA TELARAÑA: El turismo sostenible

martes, agosto 16

El turismo sostenible

La Telaraña en El Mundo.

 Repaso las ocurrencias con que las muy diversas autoridades del Pacte afrontan el tema, el sonsonete, la canción más estridente del verano. El turismo sostenible. ¿Manejable? ¿Tolerable? O ni una cosa ni la otra. Así, por ejemplo, Biel Barceló aboga por imponer un máximo de plazas turísticas mientras Cosme Bonet afirma que la solución a la saturación turística «no es cerrar puertas». Está claro que no hay más cera que la que arde, aunque haya mucho pirómano suelto. Sólo así se entiende, aunque sea ininteligible, que Aurora Jhardi llegue a ejercer de alcaldesa en funciones y tenga el humor de asegurarnos que «Palma ha llegado al límite y que una presión insoportable nos dificulta la vida, no sólo a los residentes, también a los turistas». Pobre chica.

 Igual Jhardi lo ignora, pero hace sólo unos diez años Palma era una ciudad absolutamente desierta los domingos y fiestas de guardar. Una ciudad muerta y hasta enterrada donde costaba encontrar un bar abierto y las persianas de metal caídas eran la única decoración de unas calles que no conducían a ninguna parte, porque nadie se perdía en ellas; y un silencio denso se adueñaba de las plazas y las piedras temblaban una sangre invisible, inmóvil y taciturna. Así nos iba y no hace tanto.
 
 Pero ahora, mientras escribo estas líneas, es quince de agosto. La Asunción de la Virgen. Me llega de afuera, de la calle, un ligero rumor a gente que pasea por pasear, por dejarse caer un rato en las terrazas y tomar algún refresco para vencer el calor u olvidarlo en la medida de lo posible. Con todo, el ruido es tenue y no hay agobios ni empujones ahí afuera. Tampoco adentro. Observo que, a mi alrededor, no hay nadie peleando por un lugar de aparcamiento, como dicen que sucede en Cala Varques, ni tampoco disputas familiares por colocar una toalla en la arena, como en Es Trenc, pero yo no me lo creo. O sí.

 En realidad, esas anécdotas no debieran importarnos demasiado, porque es el devenir de la economía el que acabará dictando, nos guste más o menos, nuestras auténticas necesidades, nuestras urgencias y prioridades; en definitiva, nuestro futuro como comunidad camino del bienestar o, quizá, de la ruina. Si el Govern necesita ahora financiar comisiones de estudio y hasta rescatar a Carles Manera o a Ivan Murray, es decir, a lo más granado de la UIB afín, es que no ha entendido nada sobre el turismo, la hostelería y las relaciones entre el ocio y el territorio, entre la cultura y las subculturas de los nómadas, de los bárbaros, de los residentes, de los nacionalistas, de la gente normal, de todos. Pero eso ya lo sabíamos.

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