LA TELARAÑA: febrero 2016

viernes, febrero 26

Los populistas

La Telaraña en El Mundo.

 Gobiernan o vigilan al gobierno, según se mire, en Baleares. Dan la nota en Madrid y Barcelona. Deambulan, como una siniestra falange de famélicos ministros, por si fuera posible subastar el gobierno de España a costa de la ambición y los conflictos ajenos. Se reproducen, sobre todo, en las tertulias televisivas, entre los bastidores de las redes sociales y, por último, en ese lugar gélido y terriblemente oscuro donde apartamos lo que nos produce algún tipo insuperable de repulsión o fobia. Estoy bailando alrededor de esa fosa.
 Pero hagamos balance. Desde el principio quisimos la libertad y la justicia por sobre todas las cosas, pero nunca las alcanzamos. Hemos especulado durante décadas con todo lo que nos podía hacer mejores sin encontrar salvo al individuo solo, enfrentado a sí mismo y sus dudas, su pequeña soledad de a dos, cuando hubo suerte, y su soledad absoluta cuando la brújula enloquecía y tocaba buscarse, tullidos, en el espejo de la multitud. Todos nos hemos buscado en ese espejo roto.
 Pero vivir en un espejo es someterse a demasiadas aristas y reflejos. Demasiado ruido. Me echo, pues, a un lado, sin cerrar, por supuesto, los ojos. Toda la cultura, los conocimientos y hasta la ignorancia que somos capaces de atesorar nos exigen resguardarnos de la inercia general y alejarnos de las frases hechas, las consignas y eslóganes, la publicidad tóxica y populista de una forma de vida que da, finalmente, en no pensar en nada. Cuando lo que urge es lo contrario. Pensar más y, sobre todo, mucho mejor.

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martes, febrero 23

Umberto Eco

La Telaraña en El Mundo.

 De repente, muere Umberto Eco y la terrible sospecha de que vamos perdiendo referentes empieza a tomar cuerpo y a convertirse en una inexorable certeza. Seguimos, no obstante, mirando el mundo como siempre, pero cada vez hay más sombras cayendo verticales y plúmbeas sobre nosotros; cada vez el claroscuro claustral en que elegimos vivir va perdiendo solidez, mientras se nos confunden las líneas, que creímos intocables, de la verdad y la mentira, y aprendemos que todo cumple su función en la vida y que vivir no es otra cosa que agotar todas las opciones y posibilidades que se nos presenten, al margen del éxito o fracaso final.

 Rebusco entre los libros y el desorden de mi biblioteca, sin suerte. No encuentro mi ejemplar de «Obra abierta» que fue, sin duda alguna, el ensayo de Eco que más impacto tuvo en mi vida, en aquellos años setenta repletos de búsqueda y revelaciones, de inocencia, curiosidad y lujuria. Tampoco encuentro «El péndulo de Foucault», la novela con la que cerré los superficiales años ochenta y empecé a pensar, quizá, en lo que no sería capaz de escribir hasta muchos años después, tal vez demasiados.

 Sin embargo, sí que encuentro un ejemplar bastante envejecido y sucio de «Baudolino», el último libro del filósofo piamontés que compré, allá a principios de siglo, y que, por cierto, no terminé de leer. Es muy posible que ya no lo lea nunca por completo, porque hay un tiempo para la lectura y otro para la escritura y no siempre coinciden, sino que se alternan. Descanse sin olvido, Umberto Eco.

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viernes, febrero 19

Provocaciones y bobadas

La Telaraña en El Mundo.

 Entró en la capilla universitaria, se desnudó de cintura para arriba y coreó varios eslóganes reivindicando el poder del clítoris contra la vagina de los siglos, los humedales del Vaticano, la monodia de los rosarios o vaya usted a saber qué. Rita Maestre es joven y estoy seguro, en efecto, de que quería mejorar el mundo, como le leo decir en una entrevista, que quería mejorarlo siquiera un poquito, cuando le dio por ponérselo, voz en grito, por montera. Pero el mundo es enorme y no mejora ni un ápice porque hagamos esto o lo otro; sólo mejora en nosotros, muy adentro, si ese poquito que hicimos obró el milagro de hacernos mejores sin saber bien por qué ni cómo.

 Quiero decir, claro, que yo no hubiera llevado a Rita Maestre a ningún juzgado por lo que acaeció hace cuatro años. Más aún, tampoco llevaría ante ningún juez a la poetisa Dolors Miquel por su espantosa parodia vaginal, uterina y hasta coñera del «Padrenuestro», que aprendí cuando niño y que ya casi no recuerdo, en la entrega de los premios Ciudad de Barcelona. De hecho, no iría a ninguna parte con ella.

 Con todo, hay que saber ser modernos, absolutamente modernos, si ello fuera posible. Resulta demasiado fácil e inútil, demasiado hipócrita, escandalizarse por estas provocaciones tan tópicas y poco elaboradas, tan burdas y triviales, tan desvencijadas que más parecen haberse escapado, a deshoras, de esa guerra antigua que nuestros abuelos mantuvieron, que formar parte del enigmático futuro que, día a día, construimos igual que destruimos. O así.

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martes, febrero 16

El oleaje del universo


 
La Telaraña en El Mundo.
 
 Resulta que nos mecemos en el oleaje reflectante de una explosión lejana y antigua, antiquísima. Resulta que, a nuestro alrededor, jirones de tiempo y espacio juegan a enloquecer juntos y a perder, ebrios, su hilo conductor, su compostura. En efecto, la conmoción causada por el descubrimiento científico de las ondas gravitacionales no hace sino demostrarnos lo que ya sospechábamos sin tener ni idea de astronomía: sólo nos está permitido entender hasta donde alcance nuestra imaginación y los sentidos sean capaces de certificarlo. De emularlo o trocar en símil. En metáfora. Quizá en un pavoroso «ringtone».
 Somos, pues, simulación y artificio. Ejercicio de estilo. Pose. Tal vez afectación. Por ello, nuestras largas conversaciones y el discurso existencial, que parece sostenerlas, sólo son un simple chasquido, como el de las ondas gravitacionales, que se habrá de perder sin remisión en la inmensidad cósmica de las galaxias, el vacío gélido de los agujeros negros, la eternidad en fuga de las constelaciones.
 Pero el universo también tiene sus coordenadas entre nosotros. No podría ser de otro modo. Así me entero, por ejemplo, de que el Grupo de Relatividad y Gravitación de la UIB es el único grupo de investigación en España que ha participado en el trasunto científico de las ondas gravitacionales. Es de justicia reseñar que la UIB, aparte de su reputada maestría en simulaciones y pálpitos filo-lingüísticos, tampoco es manca a la hora de auscultar el universo y hasta descifrar sus regüeldos. Nos alegramos.
 
 

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viernes, febrero 12

La obra en marcha

La Telaraña en El Mundo.

 En la sala de espera del médico nadie hace caso de la pila de suplementos culturales y revistas del corazón sobre la mesa. No obstante, todos atienden de forma uniforme y disciplinada, automática, a la palpitante actualidad de sus móviles: el ajetreo muscular de WhatsApp, la confortable empatía de Facebook, el vértigo histérico de Twitter, el enjambre visual de Instagram o el magnífico diseño de las aplicaciones, como Flipboard o Nextgen Reader, que filtran las principales noticias de las agencias y diarios.

 La actualidad sigue siendo, pues, lo que siempre fue. Un montón de bits transformándose sin pausa, como si la vida fuera reducible a unos pocos titulares centelleando, rutilantes, en los escaparates virtuales donde todo parece cobrar sentido antes de desvanecerse y convertirse en otra cosa. Todo se transforma en otra cosa, igual en la vidriosa pantalla táctil de nuestros móviles que en el pozo selectivo, oscuro y subterráneo, de nuestra memoria.

 Sólo he citado algunas de las muchas aplicaciones que conozco y que he utilizado o utilizo. Sin embargo, añoro aquellos días en que mi móvil sólo servía para llamar o recibir llamadas. Aquellos días en que iba al médico tan sólo para hojear el papel brillante y hasta satinado de la prensa rosa, amarilla o verde, para embriagarme con el perfume azul de la tinta negra o roja, para palpar el torso resbaladizo de una realidad que, como la piel, va mudando sus capas sin fruncir su ceño ni cambiar su expresión de provisionalidad y tránsito, de obra en marcha.

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martes, febrero 9

La tormenta perfecta


La Telaraña en El Mundo.
 

 Blanco y dorado o azul y negro. Así se veía, según quien mirara, el mismo vestido en el carnavalesco escaparate de las redes sociales de hace un año. Pero ese vestido y esa anécdota, en concreto, ya están olvidados. Otros juegos visuales han ocupado su trono. Otra sucesión de malentendidos. No importa, ahora, si la controversia actual trata sobre la mala baba de unos titiriteros en busca de un público inverosímil o si lo que se discute es el sabor de una ensalada de siglas políticas sin más obligación que alcanzar el gobierno sin perder del todo la propia personalidad. No es fácil ser, a la vez, flexible e irrompible como un junco.
 El tema es que la realidad prende en la retina de cada uno sin que veamos lo mismo. ¿Deberíamos verlo? No estoy seguro. Puede que incorporemos algunos filtros biológicos y culturales que nos diferencian, nos hacen únicos en lo accesorio y en lo esencial, que es ir de frente por la vida pese a los malos humos, la asfixia, la crisis que no acaba de remontar y que amenaza con empeorar y eternizarse.
 Por eso no me preocupa no entender absolutamente nada de la gente que ha salido de las cloacas reparadoras y justicieras del 15M y que ha tomado, por asalto democrático, el poder en las grandes ciudades. Incluso en Palma, aunque sea desde la sombra. Me da que son el fruto bíblico de una corrupción y decadencia absolutas. Me da que son la pesadilla, la tormenta perfecta de una razón colectiva que, poco a poco, va perdiendo su identidad y hasta su discurso. Y sin discurso no hay vida.

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viernes, febrero 5

Mutantes

La Telaraña en El Mundo.

 Repaso los titulares sobre el virus del Zika, como quien mira un enorme paisaje -quizá un poema de Mallarmé, cuando lo que vuelve a estar de moda es la cínica provocación del dadaísmo, cien años después- para deslindar el todo de las partes. El río de la mano abierta, caligráfica, de los afluentes. La tierra, en llamas, de los desiertos del fuego, la boca seca y los espejismos. El arte y la cultura, sobre todo, de la opresión territorial y lingüística. La convivencia, en fin, de la plaga de los totalitarismos.

 Parece que el problema no es el virus en sí, sino la mutación que le rodea. Nos rodea a todos. Nos penetra. Hace calor cuando no debiera. O hace frío. Y todo lo bueno y lo malo viajan, juntos, a la velocidad de la luz, el tren o el avión, el vértigo. Hoy transito una utopía o unas sombras letales, escapo de un intento de linchamiento en alguna red social y busco, en el paisaje de todos, ese espacio virgen, desubicado, desconectado, donde tanto me gustaría estar y, sin embargo, no estoy. No estamos. No hay nadie en ese sitio.

 Pero mutamos, en efecto. Leo que en Francia han identificado a unos ocho mil radicales que ahora apoyan el yihadismo, cuando hace poco no eran ni la mitad, y pienso en el mal que anida en la pobreza y la ignorancia, la falta de oportunidades. Salgo a las calles de Palma y me pregunto cuántos de mis vecinos son, ahora, partidarios de la extraña mezcla de populismo y nacionalismo con que nos vamos convirtiendo en otra cosa. Siempre en otra. Hermosos mutantes, perfectos. Retóricos.

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martes, febrero 2

El desencanto


 
La Telaraña en El Mundo.
 
 Venimos de las tinieblas del pasado y puede que nos aguarden las del futuro. Mientras tanto, sentimos la ficción de la luz (y la deslumbrante promesa de las luces) en el único marco del que podemos dar fe: el escurridizo presente, ese resplandor que parpadea y crepita como el fuego sobre la cera, como la vida a través de los años, el vaivén de las ideas o el seductor naufragio con que nos recibe la tierra al nacer o nos despedirá, seguramente, al morir. Todo es dulce y, a la vez, siniestro.
 Así viajamos en la barcaza de la vida. Desde el embarcadero de una promesa y una ilusión, que creíamos invencibles, hasta dejarnos la piel en los arrecifes de un fracaso anunciado o de una penúltima quimera, según el optimismo y la fe, el humor de cada uno. Así toma cuerpo el viaje y nos convertimos en los refugiados que nunca dejaremos de ser. Visitaremos la arena de todos los naufragios.
 En uno de esos arenales de sudor y sangre o risa y llanto, en sus acequias repletas de tristeza y esperanza, andamos ahora. Andamos de naufragio como de compras por los pasillos vacíos de unos almacenes donde no hay forma de satisfacer ningún deseo, de paliar ninguna necesidad, de solucionar ningún problema. Estamos sin gobierno y sin brújula. Rodeados de sombras y alimañas que rugen. Puede que claree la hora terrible del alba, la hora crucial de hacerlo (o deshacerlo) todo. Pero me debo a una quietud antigua y a cierto pesimismo del que ya no sé desprenderme. Me conformo, pues, con observar el desastre y mecerme en el desencanto.

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