LA TELARAÑA: Los muertos

martes, noviembre 3

Los muertos


La Telaraña en El Mundo.
 
 Pasó el truco o trato promocionado de Halloween con la misma celeridad que ya dejamos atrás las flores de la Rambla y las lentas comitivas hacia los cementerios destemplados y casi siempre gélidos del día de Difuntos. O de todos los Santos. Lo grotesco de nuestras celebraciones más solemnes es que la muerte, su perfil deshabitado y absolutamente ajeno al fulgor de las máscaras, se nos suele colar de rondón cuando menos la esperamos.
 Será por eso, tal vez, que nunca hemos logrado asumir por completo ese vínculo inoportuno y terminal, ese instante que rompe la baraja y hasta los calendarios para acabar aboliendo todas nuestras relaciones temporales. Fuera del tiempo no hay discurso alguno y, por lo tanto, tampoco hay existencia.
 Hace años, pues, que ya no visito el cementerio de Palma. Compro los ramos de flores y en vez de depositarlas en las lápidas, me las llevo a casa, para que algún olor lejano me recuerde a los míos y también a mí mismo. Sin monolitos ni zanjas, sin historias ejemplares de crímenes, torturas o venganzas. Sin otro devenir más o menos reseñable que el de la ternura y la justicia interior; la que no sabe nada de guerras civiles, héroes o traidores, la que sólo busca lodo, viento y arenas movedizas donde enraizarse y hacerse fuerte. Hasta disolverse. Yo soy todos mis antepasados, ahora mismo. Soy todos ellos palpitando en algún lugar de la memoria donde arden la fe o la pasión incombustibles, pero no el raciocinio. Las ideas, por desgracia, acostumbran a ser pasto fácil de las llamas.
 

 

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