LA TELARAÑA: noviembre 2015

viernes, noviembre 27

La escalera de color


La Telaraña en El Mundo.
 
 Uno quisiera, a todas horas, poner en orden el mundo, al menos en su cerebro y así en la voluptuosidad del papel, pero las palabras y los conceptos necesarios no siempre están a nuestro alcance. Sólo lo están a ratos, como si jugasen con nosotros al escondite: ahora aparecen y nos muestran, generosamente, el universo entero; ahora desaparecen y nos rodea, abrumadora y gélida, la niebla, el espeso velo de la ignorancia, la decepción o, quizá, el hastío.
 La diversión, con todo, parece garantizada. El mundo está tan en obras como pueda estarlo nuestro mal ubicado Palacio de Congresos, ahí tiritando medio desnudo frente al mar embravecido de los años, con sus ventanales como ojos de calavera y sus vergüenzas a la vista de todos: su limbo de certificaciones de obra, su rosario de penalizaciones judiciales, su futuro hipotecado, como el nuestro, en no se sabe qué maletines del dinero o del tiempo. O de ambos. Así no vamos a ninguna parte.
 Mientras tanto intento dibujar una metafórica escalera que vaya desde las cloacas del dinero del SOIB y las luchas del poder en IB3, por ejemplo, hasta la ingobernable ficción independentista de Cataluña, que salte hasta las colas de los refugiados, abocados ahora al abismo invernal de Europa y al rapto de Zeus, para concluir repasando un video en YouTube sobre el conflicto de Siria. La escalera (que iba para escalera de color y quedó en simple farolillo) acaba tan retorcida y rota que su vuelo parece el de una peonza que se nos ha escapado de las manos. Definitivamente.

 

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martes, noviembre 24

La guerra


La Telaraña en El Mundo.
 
 No sé si lo que nos conviene es andar buceando por entre la artificial ubicuidad de las redes sociales y la guerra en directo de las televisiones o si, por el contrario, deberíamos alejarnos del mundanal ruido y dedicarnos, en fin, a nosotros mismos; al menos mientras todavía se pueda. Que aún se puede. Abro las ventanas y las persianas verdes de casa y observo que ya están colgadas y hasta encendidas, de buena mañana, las pequeñas bombillas del alumbrado navideño.
 Las deben estar probando, pienso, y confirmo que así es, en efecto, cuando al rato las luces se apagan y queda balanceándose, sobre la ciudad húmeda y recién levantada, el armazón de plástico de la fiesta, el esqueleto de algunos de nuestros mejores sueños, la mueca desdentada de unos días que se suelen asociar con unos cuantos tópicos sentimentales, familiares y hasta religiosos que no sé yo, la verdad, si han resistido, indemnes, al paso del tiempo. Es posible que el tiempo siempre arrase con todo.
 Hace unos días, tras la masacre de París, el Papa Francisco nos avisó de que había comenzado la tercera guerra mundial. Puede que así sea y que la guerra, en definitiva, se haya convertido en una forma de vida. Deambulamos de un campo de batalla a otro sin saber en qué trinchera encontraremos paz o refugio. Deambulamos entre los taciturnos campos de cruces como entre los ruidosos bulevares de la libertad o la ira. Deambulamos como almas errantes buscándonos, en fin, a nosotros mismos como si nos fuera en ello la existencia. Quizá nos vaya.

 

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viernes, noviembre 20

Sectarios


La Telaraña en El Mundo.

 No hay nada como buscarse un decorador nacionalista (o un simple edil nacionalista, como Miquel Perelló, metido a decorador, para ser más exactos) y apechugar, después, con lo que acaezca. El magnífico salón de plenos de Cort, que conozco bien, porque ahí celebré mis segundas nupcias no hace aún un año, ha sufrido una intoxicación ideológica de alto calibre y ha empezado, definitivamente, a perder peso. Se le han evaporado un llamativo dosel decimonónico, un recargado crucifijo de lo más aparente y hasta el apolíneo e institucional busto de Felipe VI. Ahí es nada.
 Hay que ver cómo anda de destructivo o de higiénico, según se mire y valore, el ánimo de Cort. No les basta con demoler monolitos, contra el viento y la marea de la presión ciudadana y popular. No les basta con limpiar de terrazas el Borne y convertir Palma en un polvoriento erial donde no haya forma de tomarse, siquiera, un mínimo respiro. No les basta con no hacer nada realmente necesario o, al menos, útil. Les urge empreñar por sistema y dispararle, por supuesto, a todo lo que se mueva.
 La penúltima es el apoyo de Cort a unas trasnochadas, sectarias y hasta impresentables jornadas llamadas «Mallorca davant el centralisme». Las conferencias las organizan, con el fin de promocionar la independencia, colectivos afines al PSM y a ERC, con los incombustibles Sebastiá Serra y Mateu Morro a la cabeza. Me encanta saber que los viejos rockeros, casi zombis a estas alturas de la fiesta, siguen gozando de buena salud y, sobre todo, de mejor trabajo.

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martes, noviembre 17

París o Palma


La Telaraña en El Mundo.
 
 Hace algo más de treinta años fui testigo, en un comedor estudiantil de la Sorbona, de un violento tiroteo entre partidarios del ayatolá Jomeini y de Reza Pahlavi, el Sah de Persia. Siglos de cultura reconvertidos en minutos de barbarie. O algo así. De aquella rápida y confusa refriega sólo me queda, aparte del insoportable resplandor del miedo, un ligero, pero penetrante, olor a pólvora. El mundo siempre huele demasiado a pólvora.
 Pienso regresar a París en unos días y no me extrañaría que, siquiera metafóricamente, el mismo miedo y olor a pólvora me recibieran como a quien regresa a casa sin pretender otra cosa que reconocerse en los rincones polvorientos de la felicidad o el spleen. Hay que asumir que la vida se repite como si fuera un bucle de imágenes que rebobinamos mil veces porque le tememos a la oscuridad y al silencio, la quietud y la inacción.
 Llevo más de treinta años, también, viviendo en el mismo lugar de Palma. Alrededor hubo muchas librerías, cuando yo leía mucho y compraba muchos libros. Más tarde, las librerías cerraron y abrieron algún bar, que me fui muy útil para ir ordenando la vida por entre los cristales rotos. Ahora han abierto dos bazares, uno regentado por una joven pareja hindú y otro por un árabe taciturno, que cuelga versos del Corán donde antes pudo haber un reloj de pared o un crucifijo. Ambos colmados me son muy útiles cuando he olvidado comprar alguna cosa. Parece, pues, que la vida tiene que ver con hallarle la utilidad a lo que hay. A su devenir como a su decadencia.

 

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viernes, noviembre 13

Deshaciéndose


La Telaraña en El Mundo.
 
 De repente, uno viaja al único pasado pluscuamperfecto (que es el interior, el intimo) y decide, sin éxito pese a Google o Facebook, pasar lista a sus más antiguos recuerdos personales y descubre, por desgracia, que van menguando a la velocidad del rayo. Es cierto, los nombres se olvidan con facilidad y hasta los rostros, tan diáfanos en los mejores momentos, se difuminan de forma irreversible.
 ¿Dónde andarán, me he preguntado no pocas veces en los últimos años, aquellos primeros compañeros de estudios y residencia universitaria o, más tarde, de piso destartalado y polvoriento en Benimaclet, de días cortos y noches larguísimas, de conversaciones absurdas pero maravillosas, de vino áspero y dulce, de rosas tiernas y alucinógenas, de guitarras rotas y de mujeres, sobre todo, de mujeres mágicas, de asambleas y libros, de poemas y resacas?
 Puede que la lista de los recuerdos devenga una renqueante lista de bajas contra la que ya nada puedo hacer. Recito apodos y origen (Pedro de Sax, Caspa de Lleida, Tomás de Tortosa, Bondi de Alcoy, entre muchos otros) sabiendo que lo que me une a ellos es sólo el homenaje literario de este instante y la certeza de que todos deberíamos estar curados del enorme espanto de haber vivido aquellos días en que el mundo se iba haciendo a la vez que nosotros. O eso creíamos, cuando era, quizá, al revés; y el mundo y nosotros (y también España, que ya era el gran problema de nuestras vidas), todo se deshacía, porque aún no sabíamos hacer otra cosa y parece que seguimos sin saber.
 

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martes, noviembre 10

(Des)conexiones


La Telaraña en El Mundo.
 
 Mi catalán es infinitamente más pobre que el de Àngel Terrón; por eso leo los versos en prosa de su último poemario, «Els noms del cervell», como si traduciéndolos al castellano. En el ejercicio se me va la misma vida que las frases del amigo de toda la vida me devuelven con creces. Con refinada ironía y ternura, con el filtro personal de la química inorgánica y el revuelo ilustrado de siempre alrededor del cataclismo que surge de entre los labios (como desde los pliegues del cerebro) para dar nombre a las cosas y revelarlas más allá de la retórica y tantas otras artes menores y comunes.
 La actualidad, aquí al lado mismo de donde voy tecleando, sin prisas, estas líneas contra la soledad (o muy a favor de ella) me habla, casi a gritos, de la desconexión metafórica de Cataluña del resto de España. Es la hora de los recursos y los desplantes. El golpe del mazo sobre la mesa de la sala rota en mil pedazos. El ondear de las banderas convertidas, finalmente, en vendas sobre los ojos, en torniquetes sobre las heridas, en gélidas mortajas sobre los cadáveres.
 Es mucho más estéril, aunque más sencillo, traducir esa menguante realidad de aristas y crispaciones políticas, leguleyas y hasta sentimentales que afrontar la lenta y minuciosa deriva de la verdad en llamas con la que Terrón describe el mundo y lo recrea. «L´art innovador és com una poma verda. Quan es tasta l´obra o es mossega la fruita, esmussa». Ambos sabemos que siempre se acaba regresando al jardín del Edén, como a la conexión y desconexión primeras.
 

 

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viernes, noviembre 6

Franco ha muerto


La Telaraña en El Mundo.
 
 Hace tiempo que me quejo de la excesiva, vergonzante y hasta intempestiva presencia de Franco en la plana mayor de nuestra actualidad política. Parece haberse olvidado que este mes se cumplen cuarenta años del óbito del dictador y que buena parte de la gente no lo conoció en vida y basa sus referencias en lo que les contaron los supervivientes y en esa enorme metáfora organizada que hemos dado en llamar memoria colectica (o memoria histórica), que pasa por ser la memoria de todos e igual no es de nadie. Las sociedades no tienen memoria propia, porque no tienen una mente única ni una experiencia uniforme de la vida. Por fortuna, claro.
 En cosas así pensé, ayer, mientras devoraba los primeros capítulos de «Españoles, Franco ha muerto» el nuevo libro del historiador valenciano Justo Serna, editado por Punto de Vista. Se trata de un ensayo riguroso, diáfano y, sobre todo, irónico. Un viaje hacia donde se mezclan la historia de Franco y la sombra del franquismo, su oscurantismo económico, político y cultural, el complejo vía crucis de la transición democrática. En ese extraño lugar, síntesis de todas esas circunstancias, vivimos en la actualidad.
 Dice Serna en el libro: “Por un lado, la España de Franco es intervencionista, ordenancista, leguleya; por otro, ese país es también el del estraperlo, la corrupción y el nepotismo. Aparte de la dictadura, lo que lo hace repudiable es, precisamente, la suma de intervencionismo y corrupción”. Me temo que el diagnóstico, además de acertado, es tan actual que asusta.

 

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martes, noviembre 3

Los muertos


La Telaraña en El Mundo.
 
 Pasó el truco o trato promocionado de Halloween con la misma celeridad que ya dejamos atrás las flores de la Rambla y las lentas comitivas hacia los cementerios destemplados y casi siempre gélidos del día de Difuntos. O de todos los Santos. Lo grotesco de nuestras celebraciones más solemnes es que la muerte, su perfil deshabitado y absolutamente ajeno al fulgor de las máscaras, se nos suele colar de rondón cuando menos la esperamos.
 Será por eso, tal vez, que nunca hemos logrado asumir por completo ese vínculo inoportuno y terminal, ese instante que rompe la baraja y hasta los calendarios para acabar aboliendo todas nuestras relaciones temporales. Fuera del tiempo no hay discurso alguno y, por lo tanto, tampoco hay existencia.
 Hace años, pues, que ya no visito el cementerio de Palma. Compro los ramos de flores y en vez de depositarlas en las lápidas, me las llevo a casa, para que algún olor lejano me recuerde a los míos y también a mí mismo. Sin monolitos ni zanjas, sin historias ejemplares de crímenes, torturas o venganzas. Sin otro devenir más o menos reseñable que el de la ternura y la justicia interior; la que no sabe nada de guerras civiles, héroes o traidores, la que sólo busca lodo, viento y arenas movedizas donde enraizarse y hacerse fuerte. Hasta disolverse. Yo soy todos mis antepasados, ahora mismo. Soy todos ellos palpitando en algún lugar de la memoria donde arden la fe o la pasión incombustibles, pero no el raciocinio. Las ideas, por desgracia, acostumbran a ser pasto fácil de las llamas.
 

 

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