LA TELARAÑA: julio 2015

viernes, julio 31

«Blue Screen of Death»


La Telaraña en El Mundo.
 
 Tengo todo el arsenal informático (y hasta telefónico) de la casa sumido en una especie de alerta roja, un estado de alboroto digital que prende en sus entrañas y les obliga a ingresar, prietas las filas, en la cola impaciente de Windows 10. Es cierto que estas chorradas informáticas me gustan y que, además, les tengo cariño, porque me vienen aconteciendo cada tres años desde mediados de los ochenta, aunque me temo que no volverán a sucederme. Una lástima.
 Resulta que Microsoft, al parecer, no va a sacar más sistemas operativos y que este Windows amenaza con ser el último y con evolucionar sin grandes saltos ni tampoco aspavientos, de forma tal vez parsimoniosa, pero constante. Quizá esa lentitud y estabilidad no sean ninguna mala idea, en absoluto.
 Por lo demás, la informática sirve para lo que sirve. Para recordar las ruidosas máquinas de escribir que ya no poseo. Para leer los libros que tampoco podría, de hecho, almacenar en las estanterías de casa. Para emular el pasado y el futuro: los juegos de 8 y 16 bits, las películas en versión original subtitulada, el hallazgo de la propia opinión en el espejismo, cómplice o delator, del tiempo. Sirve para escribir estas líneas en las que tuve la tentación de glosar la invencible modernidad de Palma, ahora que es ciudad antitaurina, y no pude, porque me atraganté al saber que Cort tiene una regidora de Ecología, Agricultura y Bienestar Animal. Esto último es tan emocionante como una pantalla azul de la muerte, una genuina BSOD de Windows. Neus Truyol, vaya.

martes, julio 28

Sobrevivir


La Telaraña en El Mundo.

 Sigue haciendo calor y las noches se me hacen largas. Voy de las sábanas pegajosas del lecho al sofá del salón como el que busca la evasión o la victoria, el salto espectacular, no sé si en el espacio o el tiempo, que me devuelva el pulso y me seque el sudor. No es fácil lograrlo. El éxito de cualquier artificio dura lo que la propia fe lo mantiene vivo; al rato, la ficción cede a la realidad y no hay otra forma de sobrevivir que acomodarse, de la mejor manera posible, en el estrecho callejón sin salida de la asfixia. El lugar no es tan malo como parece.
 
 Enciendo ordenadores, tabletas y demás artilugios contra la pantalla de nieve de la televisión. Proyecto ahí la versión original de algunos sueños o pesadillas que me rondan. Proyecto ahí las revisiones de algunos de mis textos preferidos. «El día de los trífidos» de John Wyndham, adaptada por la BBC, o la búsqueda compulsiva y cruzada de referencias, por ejemplo, entre la coreografía de La Fura dels Baus en los JJOO de Barcelona, 1992, y la última entrega de Mad Max. Se trata de sobrevivir al calor y al insomnio.
 
 Sobrevivir, pues, parece la palabra y también la clave. Repasar la actualidad y distinguir, pese a todo, entre lo fundamental y lo accesorio. Las ofensas. Las provocaciones. Saberse en una especie de inestable balanza donde se arremolinan la estupidez y la cordura, las rutinas simbólicas del pasado y el abismo insondable del futuro. Sólo nos queda asumir que la realidad empieza a agriarse y que habría que evitar que se corte. De cuajo, vaya.

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viernes, julio 24

Espantapájaros


La Telaraña en El Mundo.
 
 El mejor gobierno es el que no existe. Hace tres décadas yo hubiera suscrito, sin ningún rubor, esta afirmación tan llamativa como sesgada, tan valiente como suicida, tan irreflexiva como utópica. La hubiera suscrito, pero ya no. Pasa el tiempo y nos damos cuenta de que no somos, por desgracia, autosuficientes, que precisamos de la ayuda de los demás, igual que los demás nos necesitan, que algo o alguien ha de poner cierto orden en el comportamiento humano, cierta justicia más allá de la fuerza bruta o la inercia totalitaria del número, cierta equidistante objetividad en esa reyerta de intereses, ideales y pasiones que somos y fuimos, que seguimos siendo.
 El mejor gobierno, en cualquier caso, nos lo empieza a parecer el que logre sus objetivos sin apenas molestarnos. El que nos deje hacer, porque el camino ya está más o menos insinuado y lo que corresponde, al fin, es que la imaginación, el talento o el esfuerzo individual vayan puliendo los aspectos mejorables de la enorme colmena global en que vivimos.
 Aquí no caben, pues, gobiernos como el de Artur Mas y sus elecciones que no son elecciones, sino referéndums o vaya usted a saber qué. Aquí tampoco caben gobiernos como el liderado (sólo nominalmente) por Francina Armengol, incapaz de otra cosa que no sea marear la perdiz de la financiación, regresar al Ramon Llull o reunirse con la OCB, colocar a sus docentes más adictos y regresarnos al pasado en que ya fuimos súbditos de la gran farsa nacionalista. Su corte de bufones, su club de espantapájaros.

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martes, julio 21

El parpadeo


La Telaraña en El Mundo.
 
 No parece que las cosas de la vida nos afecten de la misma manera a todos. Muy al contrario, nuestros gustos y aficiones coinciden de vez en cuando, en efecto, pero también divergen muy a menudo y merodeamos, entonces, parajes absolutamente distintos, separados y ajenos los unos de los otros. Supongo que en eso consiste, precisamente, estar vivos; en saber afrontar la realidad según la vamos sintiendo. A veces, con rabia o miedo y, a veces, con una balsámica indiferencia.
 No podemos, pese a todo, abarcar tanta humanidad como, quizá, nos gustaría, pero esto no constituye ningún problema. La humanidad no acaba de ser ninguna suma, resta, multiplicación o división de partes mejor o peor avenidas; más bien se asemeja a la visión repentina de algún espejismo, a la aparición reveladora de algún extraño efecto cromático, al instante milagroso e improbable en que cuaja el puzle de la realidad y alcanzamos, entonces, a ver esa imagen única que, tal vez, nunca más volveremos a ver.
 No sé muy bien de lo que hablo, porque hablo de cosas intangibles y hasta indemostrables, a las que vamos poniendo nombre según se nos aparecen. O según las inventamos. Diríase que formamos parte de algún mecanismo de relojería que, al igual que nos mide el paso del tiempo, también es capaz de detenerlo. Es entonces cuando miramos alrededor y todo parece inmóvil y no hay otra música que la del espíritu; y es, en ese mismo instante, que parpadeamos y todo desaparece y regresamos a la locura, la ignorancia y el vértigo habituales.

 

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viernes, julio 17

La ceremonia de la confusión


 
La Telaraña en El Mundo.
 
 La sobredosis informativa me abruma, porque una cosa son los sentimientos y otra, muy distinta, el análisis forense de la realidad. Nos sabemos, pues, incapaces de llegar a conclusiones que incorporen las variables que ignoramos. Hay que ser honestos. El mundo es demasiado turbio como para aclararlo con unas frases. Se nos desvanece su perfil y también su pulso; tan indistinguible y ajeno, a la vez, del nuestro.
 Es en ese juego de distancias donde nos perdemos. El chisporroteo de las redes sociales no nos ayuda a vencer la inercia de los días dándole vueltas a lo mismo. La crisis económica, los cirros de la corrupción o el aura de los que luchan contra ella. La merma de identidad, los espejismos territoriales, la decadencia de las grandes ideas, la penuria literaria de los lugares comunes, el paulatino ir deshaciéndose todos en todas partes sin atender sino a alguna revancha o revolución pendiente. Alguna idea que, de tan fija, se nos pudre en los anaqueles de la vida.
 Pienso en Grecia o Cataluña, dos palabras que se me mueren en el paladar, sin que pase nada. Hace siglos que se me murió España; y Europa, como Baleares, aún no me ha nacido en parte alguna. Rescato, no obstante, una última evidencia. Ante el colapso económico o la pérdida, tal vez, de los ahorros de toda una vida, lo mejor es que esta ceremonia de la confusión en que vivimos se eternice. Sólo los que no tienen nada y los que lo tienen todo (en otra parte, se supone) pueden darse el lujo de discrepar. Y hasta discrepan, por cierto.
 

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martes, julio 14

Terrazas y espejismos


La Telaraña en El Mundo.
 
 Pasan los días y las noches y no hay forma de evitar que la ola de calor se convierta, casi, en un modo de vida. No es de extrañar, pues, que en casa no dejemos de abrir ventanales, galerías y hasta ventanucos virtuales que no conducen a ninguna parte, en busca del lugar donde se arremolinan todos los vientos. En esa privilegiada encrucijada nos acabamos instalando, aunque nos cueste respirar. Estiramos los brazos, mientras tanto, como si fuéramos los espantapájaros de un desierto de dunas, sol y espejismos. Muchos espejismos nos rodean, en efecto.
 Pero hay una ciudad ahí afuera y no conviene perderla de vista, no sea que nos la cambien o mutilen. Aurora Jhardi, por ejemplo, no tiene reparo alguno en inaugurar su labor como teniente de alcalde en Cort con la promesa o con la amenaza de limpiar el Paseo del Borne de terrazas y devolverlo así, según nos afirma, a la ciudadanía.
 No sé cómo auscultan, estos ilustrados de nuevo cuño, las relaciones que se establecen entre una ciudad y sus moradores. No sé si saben de los carruajes de niebla, de los serenos fantasmales y sus manojos de llaves maestras e incandescentes. Hago memoria y, al igual que recuerdo un Borne repleto de bares, restaurantes y terrazas (Miami, Antonio, Baleares, Yate Ritz y los adyacentes Granja Reus o Formentor), también recuerdo un Borne, inmediatamente anterior al actual, donde los únicos que campaban a sus anchas eran las ruidosas bandas del monopatín o el skate. Igual es esa la participación ciudadana que conoce y añora Jhardi.

 

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viernes, julio 10

La marea al poder


La Telaraña en El Mundo.
 La falta de autoridad, no sé si moral o política, del desnortado gobierno del PP, durante la pasada legislatura, ha convertido a varios funcionarios públicos (a los que solemos llamar docentes, sin saber muy bien por qué) en pequeños héroes de andar por casa. De andar por la media casa, entre nacionalista e iconoclasta, que nos gobierna y que ya ha empezado a ponerles en el lugar que les corresponde; es decir, bajo palio del escaparate solemne de la lengua única. ¿Dónde si no?
 Así, por ejemplo, Jaume March, que fuera expedientado de mentirijillas, ya digo, por la desidia del PP, ha sido nombrado jefe de planificación o algo similar en la Conserjería de Educación. Un cargo de libre nombramiento, por supuesto. Con March andarán Antonio Morante, Jaume Ribas, Mª Antònia Serra y Jordi Escudero, nada menos. Sólo nos falta saber qué cargo ocupará, por ejemplo, Iñaki Aicart o, como bien apunta el colectivo PLIS, el ínclito Jaume Sastre que, al margen de su gusto por los barcos de rejilla, atesora gran experiencia en huelgas de hambre sin que el barrigón se resienta. Un milagro.
 Está claro, pues, que el gobierno de Més, bajo la mirada, no sé si risueña o ceñuda, de Podemos y la decorativa presidencia de Francina Armengol (le hacía mucha ilusión ser presidenta, qué se le va a hacer) está dispuesto a convertir la educación insular en el paraíso de la inmersión lingüística y el adoctrinamiento ideológico. Es lo que pasa siempre. Si no se avanza cuando se puede, cuando no se puede, se retrocede el doble. O más.

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martes, julio 7

#Grexit


La Telaraña en El Mundo.

 Está bien. Grecia vota no y sólo podemos encogernos de hombros y mirar hacia adelante. El paisaje parece resquebrajarse en mil pedazos, que no acertamos a vislumbrar con claridad porque una densa polvareda nos lo impide. No es la hora, sin embargo, de dejarse llevar por el pánico, pese al revuelo insoportable de las ruidosas alarmas; esas grietas existieron siempre y llevamos siglos respirando esa asfixiante humareda.
 No es la hora, tampoco, de hacerle el juego a la euforia tuitera de Nicolás Maduro, Marine Le Pen o Pablo Iglesias. Su alegría nos importa poco. Los extremos del abanico se pliegan igual que se despliegan, pero hace un calor horrible y casi que lo único que vale es que corra el aire, que despeje el olor a cloaca, que clarifique este cónclave de acreedores y deudores que no parecen negociar sino retorcidas posturas retóricas y políticas. Hay que pagar. Hay que cobrar. O mandarlo todo a la mierda.
 No obstante, reconozcámoslo. Propinarle un simbólico zas en toda la boca a la mismísima troika puede resultar muy gratificante. Lo malo es acostarse con ese grito de aniñada felicidad en el rostro y levantarse con una resaca de siglos. Hay que dejar atrás la bruma virtual del referéndum y afrontar la semana con la suficiente entereza como para mirarle los colmillos a la realidad de los días eternos del corralito y las negociaciones gélidas al filo del abismo, el previsible, casi inevitable, desahucio de Europa y sus instituciones, de Europa y su fuliginoso futuro. Su moneda de humo y sus ruinas griegas.
 

 

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viernes, julio 3

La barbarie


La Telaraña en El Mundo.
 
 Tenemos fe, pero no mucha. Tenemos esperanzas, pero no demasiadas. Es así que, con el paso de los años, nos vamos despojando de las innumerables certezas, cada vez menos firmes y mucho más renqueantes, con las que nos hemos ido moldeando y, a cambio, nos aprovisionamos de incertidumbres y vacilaciones, de ese mirar la realidad como quien ausculta un deseo y lo hace con tiento, porque teme romperlo y sabe que no tiene mucho más, que es muy difícil reponer las ilusiones rotas y que lo que se pierde a cada instante se acaba volviendo inexpugnable, inalcanzable, rigurosamente ajeno.
 Pero todo tiene un límite. No podemos vaciarnos por completo. La vida es una celebración, pero también un ritual plagado de lugares y oraciones comunes. La vida es la forma en que vivimos, la minuciosa rutina que nos lleva a repetir, una y otra vez, el método heurístico de la prueba y el error, ese ir avanzando y conociendo sin alcanzar a entender por qué los misterios que vamos aprehendiendo son, también, los que no logramos desentrañar.
 Quiero decir, pues, que la vida se convierte en otra cosa cuando se sobrepasan ciertos límites. No es posible aceptar que el gobierno de las cosas nos conduzca a situaciones como se viven en Grecia. Me refiero a las colas de los jubilados para hacerse, sin éxito, con su propio dinero. Hablo de una sucesión de gobiernos nefastos culminados por otro todavía peor, catastrófico. Como si a la gestión terrorífica e infame del PP y el PSOE les sucediera, en España, la barbarie de Podemos, por ejemplo.
 

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