LA TELARAÑA: mayo 2015

viernes, mayo 29

El gato de Cheshire


La Telaraña en El Mundo.

 El martes pasado les hablé de los pactos, de sus íntimas razones y su armazón, esa columna vertebral que todo lo aguanta, aunque sea a pedazos, retales, rotos. Pienso en una escultura de Calder o en un puente en ruinas de Calatrava. Voy de un extremo al otro y regreso. Me quedo pensando en el cadáver exquisito que somos y del que sólo nos libra alguna que otra sonrisa antropológica, la sonrisa del desencanto o la inteligencia, la sonrisa del gato de Cheshire, por ejemplo: ya no estamos nosotros ni está el felino, sólo resta en al aire una amplia sonrisa, la anónima sonrisa de todos.
 Vislumbramos, pues, lo más humano, cómico o trágico, de los pactos. Su ejecución a cara descubierta y sin más argumentos en la mano de los tahúres que una baraja de flores. En ese baile de máscaras se mezclan los números y conceptos, las fobias y filias, la siempre manipulable opinión de los electores. ¿Qué querremos nosotros, en fin, que los políticos dicen conocer y haber asumido?
 En las islas, el panorama pinta mal para todos, aunque peor para unos que para otros. Bauzá, por ejemplo, ha comprendido que su continuidad (a las duras y a las maduras, como repetía, sin pestañear, el domingo por la noche) no tenía ningún sentido. Cuando llega la hora de irse hay que marcharse, sin que se nos note el pánico. Armengol, en cambio, no parece haber entendido que su largo historial de alianzas con la ciénaga de la corrupción la ha inutilizado cara a un futuro que se desea regenerador y hasta brillante. Pese a lo que resulte de los pactos, claro.

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martes, mayo 26

Los pactos


La Telaraña en El Mundo.
 
 Nos guste o no, la vida es una sucesión melindrosa de pactos. Es cierto, no obstante, que muy a menudo querremos decir que no a todo y a todos, y que así lo haremos, en efecto, pero la rebelión nos durará poco, muy poco; al final, aunque sólo sea para sobrevivir, tendremos que pactar hasta con el mismísimo diablo para ir avanzando, mal que a trompicones y a tientas, en el alambicado universo de las cosas pequeñas, para ir reflotando, en fin, de tantas veces como acabamos zozobrando, de tantas ocasiones que nos estrellamos contra la realidad y sus fantasmas, la realidad y sus universos paralelos, la realidad y sus inexplicables espejismos.
 Es así, a base de pactos y componendas, como disfrazamos nuestras derrotas y las intentamos convertir en otra cosa. Sabemos desde casi siempre que, en la vida, lucen muchísimo las dianas fluorescentes, enormes y llamativas, como seductoras luces de neón en mitad de la noche más oscura; y es así como nos relucen en el horizonte las mayores abstracciones y los mejores artefactos conceptuales. No importa, en absoluto, que todo sea mentira. ¿Quién sabe, de hecho, lo que es verdad o mentira?
 Lo único cierto es que las urnas han dictado su inapelable sentencia política en las islas. La debacle del PP. El fracaso del PSIB. La ascensión de Podemos. La resurrección de MÉS. El fulgor del PI. El orto de Ciudadanos. Un paisaje, quizá ingobernable, que ahora deberán moldear unos y otros para que florezcan, voluptuosos y lascivos, los pactos; y que la fiesta de todos no decaiga. Sobre todo eso.
 

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viernes, mayo 22

Elecciones personales


La Telaraña en El Mundo.
 
 Repaso el calendario deportivo como si en el mando a distancia del televisor se escondiera algún mapa del tesoro, algún diagrama oculto, alguna revelación apocalíptica sobre la pasión o la indiferencia, sobre el enigma de la vida. Repaso sin prisas las hojas marcadas, minuciosamente, por la adrenalina o el cuajo de las diversas competiciones. El actual rugido afónico de la Fórmula 1. El desenlace matemático de la Liga. El deambular sudoroso del Real Mallorca. Las previsiones lógicas de la Champions. Roland Garros y Rafael Nadal. El Giro, el Tour, la Vuelta. Quizá, también, el Festival de Eurovisión. ¿Por qué no? Todo vale igual, cuando vale lo mismo.
 Pero lo bueno y hasta lo esencial de tanto acontecimiento más o menos deportivo o sinfónico, al margen de lo que nos pueda interesar personalmente, no es el hecho competitivo en sí mismo, sino su mecanismo cíclico y con vocación de eternidad. Los fracasos o éxitos de este año podrán ser vengados o ratificados, según corresponda, el año próximo y, si no, el siguiente o el otro. Indefinidamente.
 Repaso las columnas de la prensa, ese edificio en ruinas y en constante reconstrucción. Me asombra que algunos columnistas tengan el humor o la osadía de desvelar el sentido de su voto este 24 de mayo. Repaso las sucesivas elecciones de mi vida (que son todas las de la democracia, por supuesto) y no me encuentro con otra cosa que con decisiones personales de índole compulsiva y, quizá, azarosa. Apuestas un tanto suicidas por un futuro mejor que, a veces, se ganan y, a veces, no.

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martes, mayo 19

Dadaísmo


La Telaraña en El Mundo.
 
 Repaso en la página web de este diario los encuentros electorales mantenidos con los candidatos de los partidos o agrupaciones que se presentan el 24 de mayo y así consigo, al fin, ubicar a los que aún se me resistían. «Guanyem» o «Som Palma», entre otros. Con lo que descubro gano muy poco. Me vence, eso sí, la recurrente sensación de que más de lo mismo es más de nada, nada que sumar y muy poco que perder cuando ya todo parece perdido.
 ¿Todo perdido? No creo. Cada cuatro años nos rencontramos con el hormigueo dialéctico de unos y otros. Con sus filigranas y cabriolas en el aire de todos. Con su vuelo bajo y nocturno, pero no indetectable. Sólo se trata, pues, de afinar las alarmas y permanecer vigilantes. De eso o de dormir a pierna suelta y que otros, nuestros hijos, por ejemplo, carguen con la pesadilla. Aún podemos elegir, pero no sé hasta cuándo.
 Con los partidos conocidos la situación no mejora. El goteo tísico de sus ideas nos aturde. Repiten regeneración y transparencia, anticorrupción, pacto social o renta básica como si balbucearan el «dadá» inicial del lenguaje. Podemos reírles las gracias o dejar que el paso del tiempo los delate y sepulte. Acumulan tantas promesas e incumplimientos que no sé cómo insisten en este esperpento de la verdad o la mentira convertidos en consigna, impostura, letanía, mantra. La soledad del corredor de fondo cuando le falla la brújula, en el caso de José Ramón Bauzá. O la añeja y sectaria sesión de frente populismo entre los gruesos labios de Francina Armengol. Es lo que hay.

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viernes, mayo 15

Orgías


La Telaraña en El Mundo.
 
 Cuando era muchísimo más joven y veraneaba, con la familia, en Cala Blava, tenía a la Playa de Palma por un lugar vulgar y ruidoso que, sin embargo, merecía la pena visitar, de vez en cuando, por aquello de las interminables fiestas que la lógica caprichosa del azar o, frívola, de la edad nos parecían tener siempre a punto. Las noches se nos alargaban tanto que hasta amanecían y la arena fresca y húmeda, entonces, nos recogía suavemente como a unos náufragos rotos de un tiempo que corría volátil y promiscuo, inconsciente, todavía, de sus límites y costuras.
 Pero es así, luego, en este instante de ahora, que recordamos las viejas historias pretéritas con varios signos de admiración, algún interrogante y no pocos puntos suspensivos. Nunca tuvimos conocimiento, por supuesto, de otra forma de diversión que no fuera fruto de nuestro esfuerzo, de nuestras propias ganas de comernos el mundo, de nuestro encanto (tan efímero, aunque aún lo ignorábamos) para cortejar todo lo que se moviese a nuestro alrededor, que no era poco.
 Debe ser por eso o, a fin de cuentas, porque algo hemos acabado aprendiendo con el paso marcial de los años, que se nos antoja sumamente repugnante y hasta vomitivo el cúmulo de revelaciones sobre las orgías de algunos policías y políticos o empresarios con cargo a la autoridad inmoral de los más fuertes y a la indefensión vergonzosa de los más débiles. Prostitutas. Menores. Sin papeles. O todo a la vez. Tanto en la Playa de Palma, como en Calviá, hay que hacer una limpieza tan ejemplar como higiénica.
 

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martes, mayo 12

Pablo y Albert


La Telaraña en El Mundo.
 
 
 Lo primero es situarse en las plácidas horas lentas de la noche en casa. La cena rápida de los niños: mañana aún hay cole si la huelga de la casta docente lo permite. En el mullido sofá virtual del espectáculo, que es una composición de lugar, un rebuscado plató televisivo con cámaras, acción, pocas luces y muchísimos efectos especiales, están sentados los hologramas de los líderes de Podemos y Ciudadanos; ellos no están, pero no importa. Esto es un juego litúrgico, un ejercicio de estilo donde lo que vale es enfrentar sus inmaculados perfiles estratégicos. Quizá, también, su aparente falta de hervor o su apetecible lógica suicida.
  De ambos se nos ofrece, sobre todo, su metódica y esforzada sonrisa, la que encandile a más gente aturdida o absorta, asombrada, abúlica, indignada o simplemente crítica con un discurso político que, cada vez, sostiene menos y peor la realidad que debiera arrullar y no arrulla. Será que no puede.
  A esos dos jovencitos relativos y treintañeros, Pablo Iglesias y Albert Rivera, uno los mira sin apenas ver casi nada. Parece mentira que ambos, con un discurso tan retórico y blandito, se hayan convertido, al parecer, en los personajes claves de un futuro político que se presagia convulso. Con tantas balas de fogueo, la realidad (o su parodia televisiva, su reflejo clónico en las redes sociales) se despereza para volver, enseguida, a la somnolencia. Es lo que tiene viajar hacia el futuro en un mullido sofá al que le chirrían los muelles y también las tripas. No hay viaje. No sé si hay futuro.

 

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viernes, mayo 8

Adán y Eva


La Telaraña en El Mundo.
 
 No sé si es algo común o sólo muy mío. Con los años, las pequeñas o grandes fobias y filias que reconocemos padecer y, sobre todo, haber padecido, parecen ir perdiendo peso y también entidad; se desdibujan y diluyen hasta convertirse en casi lo mismo. Sucede, pues, que acaba prevaleciendo, poco a poco, el principio de la terca realidad sobre el del fulgurante, volátil deseo y uno empieza a saberse situado en un mirador inverosímil y vertiginoso, en un balcón o puente colgante con las mejores vistas subjetivas del universo. Su espectáculo, no obstante, nos sobrecoge o aburre sin que sepamos muy bien por qué. Ni cómo.
 Miramos al mundo y se nos escapa, ahora, un indisimulable bostezo. Volvemos a mirar y, aunque nada haya cambiado, ahora la emoción nos desborda. Hablamos (o callamos) al margen de que casi nadie nos escuche, porque nosotros tampoco escuchamos a casi nadie y sólo pretendemos, tal vez, cumplir alguna que otra orden invencible que nos nace muy adentro, en algún lugar tan poderoso que no la podemos ignorar ni contradecir.
 Mientras tanto, leo que Adán y Eva han muerto. Eva, abatida y Adán, asfixiado, quizá. Son dos chimpancés. Dos antepasados escandalosamente próximos en la escala genética. Ellos también se descolgaron del viejo árbol bíblico del conocimiento del bien y el mal. Ellos tampoco recuerdan el lugar exacto donde la fruta prohibida nos abocó al hambre, la emoción o la abulia. A la pasión que nos hace semejantes, pero no iguales. Al miedo que nos convierte en asesinos y que, a la vez, nos asesina.

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martes, mayo 5

El disputado voto


La Telaraña en El Mundo.
 
 Si se confirma la dispersión general del voto, que presagian las encuestas, no es absurdo concluir que todos los partidos políticos de las islas (salvo UPyD, porque su antiguo líder, en el penúltimo momento, prefirió dimitir y dedicarse a la gloriosa complejidad estratégica del criquet o a los revolcones lingüísticos, en fin, de la filosofía pangermánica; y no sé si hizo bien o mal, ni me importa) tienen alguna que otra posibilidad de llegar, aunque sea por la vía interpuesta de los pactos y las componendas, las renuncias y las usurpaciones, a gobernar. O a disputar, al menos, su parcial, pero jugosa, subasta de cargos, su espejismo burocrático de vencedores y vencidos.
 Gobernar, ya se sabe, es tan sólo un pretencioso eufemismo dialéctico de otras muchas labores que no se citan, pero se sobrentienden, como son repartir y repartirse, a la vez, el pastel monstruoso, pero escaso, del dinero público y moldear, lo más ideológicamente que se pueda, el cada vez más globalizado (y sin embargo, uniforme: uniformado) espectro social de la existencia.
 La vida no avanza, me temo, hacia donde quisiéramos (sobre todo, si fuésemos capaces de formular correctamente ese deseo) sino hacia no sabemos dónde, porque tan sólo alcanzamos a seguirla de lejos y con la mirada. Nuestro tiempo es tan limitado e insuficiente que lo único que nos puede consolar, tal vez, es proyectar esa trayectoria desconocida en algún lugar remoto de nuestro cerebro y esperar que ahí nos podamos, algún día, reunir con el mundo. Y con nosotros mismos, claro.
 

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viernes, mayo 1

Catástrofes


La Telaraña en El Mundo.
 
 En no pocas ocasiones, observamos el lienzo ensangrentado y siempre vertiginoso de las numerosas tragedias que ocurren (y por cierto, no cesan) sin saber si el espectáculo del horror nos alcanza de lleno o si sólo nos roza. ¿Hasta dónde somos privilegiados espectadores y sólo eso? ¿Seremos capaces de subir al escenario cuando llegue la hora y alguien, quizá el destino o el azar, nos llame? No es fácil, en efecto, responder a este tipo de preguntas. No siempre nos será posible cuantificar un dolor aparentemente ajeno y quizá exótico y convertirlo, de alguna forma más o menos honesta, en una herida abierta en el propio costado. Cómo duele. O debería.
 Con todo, me da que lo único capaz de mudarnos la inexpresiva faz del mundo en convulsión y en agonía es añadirle algún que otro matiz de verosimilitud, un aire menos aleatorio y más reconocible, cercano, familiar. Será por eso, tal vez, que una tragedia obviamente menor (pero grave) como la del ferry «Sorrento», a muy pocas millas de nuestro presente y a menos, aún, de nuestro pasado, nos afecta incluso más que la devastación monstruosa e indescifrable en el lejano Nepal.
 Parece, pues, que los sentimientos se nos pegan como lapas a la piel y tiritan. Nos ponemos, entonces, su musculoso abrigo de frío y salimos a las calles a pasear tan desnudos y tan desvalidos que se nos trasparentan el hueso, el callo y hasta la vieja médula que da en sostenernos, una vez y otra, incluso cuando ya nos hemos caído y toca, cómo no, volver a intentar levantarse. Cuesta, pero no hay otra.

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