LA TELARAÑA: marzo 2015

martes, marzo 31

Doce años y un mes


Este blog acaba de cumplir doce años y un mes.

El viaje de la vida


La Telaraña en El Mundo.
 
 A menudo, mis paseos diarios por Palma me llevan hasta la plaza de las Columnas, Pere Garau o Son Gotleu. Es la mejor forma, quizá, de reconocer los paisajes más castigados por la crisis, el zoco de los emigrantes, los exóticos lugares donde la cultura muestra su mestizaje y la civilización contiene el aliento y se convierte en otra cosa: una espera más allá de toda esperanza, una voluntad de supervivencia sin límites, el alarido silencioso de quien desea fundirse con las sombras para dejarse llevar, tal vez, por la inercia de todos.
 En ese cónclave de pueblos, sin embargo, no parece producirse fusión alguna. Los chinos, árabes, africanos, hindúes y latinoamericanos parecen vivir en compartimentos estancos. Incomunicados entre sí. Sus comercios son distintos. Sus restaurantes, otros. Y no se relacionan entre ellos, sino a través de nosotros, los asombrados indígenas de esta selva donde la ciudad resplandece como si el sol fuera de fuego y viajásemos en un avión sin más piloto que un suicida a los mandos. El viaje de la vida.
 En estas, y por aquello de las próximas elecciones, el candidato de MÉS, Antoni Noguera, apuesta por la creación de un eje cívico que una Pere Garau y Son Gotleu. La idea es buena. Una rambla peatonal permitiría que, desde las Avenidas hasta la mismísima cocina del infierno, el mundo fuera poniendo en orden el artificio rabioso de sus etnias y la presunta diferencia de sus culturas. Todo para que, al final, resplandeciera la verdad única de la soledad, la pobreza y el desvalimiento compartidos.

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viernes, marzo 27

“Aló, Jarabo”


La Telaraña en El Mundo.
 
 El mando a distancia del televisor nos puede deparar cualquier cosa. Así, días atrás me topé con una entrevista (grabada) al líder de Podemos en Baleares, Alberto Jarabo, en una de las tertulias de Canal 4. Sus opiniones, tan insustanciales como su ingrávida sonrisa, tuvieron la virtud de rendirme al buen humor del escepticismo. Por desgracia, este hombre no se entera de nada. Será que la realidad es demasiado compleja como para abordarla sólo con consignas más o menos bienintencionadas.
 El caso es que era de noche y no tenía sueño. Sin embargo, las claves dialécticas de Jarabo me aproximaron, raudas, a la somnolencia. Les cuento algunas ovejas de su virtual rebaño. A falta de ideas propias, asamblearismo y redes sociales. Un indisimulado afán de control de los medios de comunicación privados. El corsé bien ceñido sobre los lomos escuálidos de la educación, la sanidad o el fisco. Todo muy público en una gran nación de funcionarios. El sector turístico bajo sospecha. Los sueldos (de los futbolistas, por ejemplo) limitados. O una auténtica inflación demagógica. Pero sigo.
 Una política suicida (en el actual Estado de Derecho) respecto a las viviendas vacías de los ciudadanos y las entidades bancarias. Pobrecitos los bancos. Todo para terminar con la propuesta de la retransmisión (streaming) en directo de todas las negociaciones entre los partidos. De ahí a un ubicuo "Aló, Presidente" en la mejor franja horaria de las televisiones (se entiende que públicas, claro) va un solo paso. Fue entonces cuando me fui a la cama.
 

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martes, marzo 24

Guía del paraíso


La Telaraña en El Mundo.

 Según una encuesta del diario londinense The Times, Palma es la mejor ciudad del mundo para vivir. Está bien. Vale. Lo aceptamos, porque tampoco podemos refutarlo. Vivimos aquí desde el principio de los tiempos y, desde entonces, nos hemos sabido muy próximos al paraíso, en sus aledaños cálidos y prometedores, en su círculo espectral de elegidos a pesar de todo. A pesar de nosotros mismos, nuestra abulia esencial y nuestra condena íntima de todo lo provinciano, localista, vulgar o nefasto. Palma es, también, ese lugar que detestamos, hasta cuando nos subyuga.
 Hace un par de semanas vino a Palma un amigo sevillano. Me puse mi mejor disfraz de guía turístico y me ofrecí a enseñarle la ciudad en unas tres o cuatro horas. Nos encontramos en el Paseo del Borne y nos fuimos caminando hasta la Catedral. Estaba cerrada. De ahí nos llegamos a Cort, con su olivo y su fachada esquinera de pega, ese milagro arquitectónico, esa vergüenza funambulista de vigas metálicas sostenidas no se sabe cómo ni por qué o hasta cuándo.
 Después visitamos la Plaza Mayor, esa explanada de camareros y mimos mendicantes, y la Plaza de España. Entre ambos lugares, San Miguel nos acogió con su ir y venir urbano, su top manta y sus abigarrados comercios. Esta calle me recuerda a la calle Sierpes, me dijo, entonces, mi amigo, y me sonreí pensando que el paraíso está en todas partes y en ninguna; quizá, pues, lo mejor sea llevarlo muy adentro para que si nos falla, por algún motivo, todo lo que nos rodea, no nos falle, al menos, lo que sentimos. O así.
 

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viernes, marzo 20

Los delfines y la muerte


La Telaraña en El Mundo.
 
 Hay temas que se eternizan, a veces, porque el azar o el destino entran en conflicto y no logran ponerse de acuerdo. Pienso, por ejemplo, en el suicidio del entrenador de delfines de Marineland, José Luis Barbero, y en los posibles efectos colaterales de propagar en la ficción demagógica de las redes sociales un video más o menos real o manipulado. Auténtico o subjetivo. Desprovisto de matices e incertidumbres o saturado de suposiciones, primeros planos ambiguos, imágenes escogidas por no se sabe bien qué oscuros o diáfanos motivos.
 Puede que no seamos capaces de hallarle razones suficientes a la vida o a la muerte. O que, pese a intentarlo con fuerza, nunca logremos explicarnos de forma coherente las razones de la inercia de las células, el horror del piélago erizado de algunos de nuestros pensamientos y actos, el muro en blanco frente al que nos lamentaremos un instante antes de que una sábana blanca nos acicale. Al fin desnudos y para siempre.
 No tiene razón, sin embargo, SOS Delfines cuando califica de artificial la polémica sobre la autenticidad del video que realizaron sobre el maltrato de los cetáceos. Dicen que hay muchas otras horas de grabaciones que probarían lo que el video venía a denunciar. Es muy posible, en efecto, pero no sé si estos animalistas son, a fin de cuentas, unos perfectos irresponsables o unos auténticos extraterrestres. No es de recibo confundir el lento y tortuoso devenir de los trabajos y los días con la edición mutilada de su macabra síntesis, su corolario, su agónica verdad de parte.
 

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martes, marzo 17

Polvos y lodos


La Telaraña en El Mundo.

 Leo sobre toda suerte de dietas (del cuerpo, pero también del espíritu) mientras apuro el catálogo completo de mi pastillero médico y me subo a la báscula de cada día con la única obsesión de aligerar peso o esclarecer conceptos. Quizá no podamos aspirar a nada más que despojarnos de la asfixia harapienta de los tópicos, esos lugares comunes, mediocres, tóxicos, y bañarnos en las aguas revueltas de la realidad.
 Porque la realidad, en efecto, baja revuelta y en sus aguas hay un hilillo rojo de sangre, una profusa sucesión de persecuciones, secuestros y ejecuciones. A un fanatismo le sucede otro igual, pero de signo opuesto. Aparentemente opuesto. No es de extrañar, pues, que ahora sea fácil encontrar nostálgicas defensas, por ejemplo, de Sadam Hussein, Muamar el Gadafi o Reza Pahlevi, el sha de Persia, como si sus derrocamientos (tan artificiales y manipulados como sus llegadas al poder) nos hubieran traído la barbarie de Estado Islámico y grupos afines. No es así. O no del todo. Aquellos polvos, estos lodos. O viceversa.
 Parece, pues, que el mundo precisa de un equilibrio general que no tiene, porque nos toca bailar sobre un alambre muy fino y no hay otra forma de avanzar que hacerlo tambaleándose y retorciéndose (sobre nosotros mismos) intentando conservar la conciencia y hasta la compostura. Quizá la dignidad o esa última quimera, que da en pensarnos libres mientras rendimos culto a tanto paraíso perdido, a tanto sueño encapsulado en la tormentosa espiral genética que nos obliga a mantenernos erguidos. O casi.
 

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viernes, marzo 13

La clase media


La Telaraña en El Mundo.
 
 
 Resulta que se comparten archivos –ya conocen esa vieja y guerracivilista historia del cine español, la propiedad intelectual de la indigencia o la música corporativa y militante de los de casi siempre; a cualquier cosa se le llama cultura en nuestros días- de la misma forma que se comparten asientos en los vehículos privados sin más taxímetro que el precio al alza de la gasolina y hasta habitaciones sin más estrellas que la noche oscurísima de los lobos (los de Wall Street y Bruselas, los de Andorra) en las casas de cada cual para ir moldeándole la cintura del hambre a la crisis y salir adelante aunque sea a rastras y contra el fragor del universo.
 Hacienda, mientras tanto, intenta amordazar hasta la asfixia el espejismo dorado de la economía sumergida. No sé si saben lo que hacen o si sólo hacen lo que saben. Poca cosa. O quizá mucha. Una simplificación perversa, una maniobra de distracción, un error absurdo de cálculo contra una clase media que se ve señalada, a la vez, como el motor de la economía y el progreso, sin tener más horizonte que su renta menguante en los saldos rojos del capitalismo crepuscular en que chapotea.
 Igual sucede que toda la economía española (y también la europea: no hay mercado de trabajo, presión fiscal o políticas sociales únicas y comunes) es, aquí y ahora, un precario iceberg a la deriva, una peonza ebria y demacrada que viene huyendo, vapuleada, de los políticos de siempre y va camino, ay, del latrocinio globalizado de los que quieren sustituirlos. Podemos y Ciudadanos, por ejemplo.

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martes, marzo 10

La privacidad


La Telaraña en El Mundo.
 
 Repaso las portadas de la prensa y llego a la dolorosa conclusión de que, según parece, todos los teléfonos móviles (y sus correspondientes pilas íntimas de mensajes en aplicaciones como WhatsApp y similares) de la gente más o menos conocida o por conocer están, constante y ubicuamente, pinchados, intervenidos, minuciosamente auscultados.
 La verdad es que me cuesta mucho creer que eso es así. Me resisto a aceptarlo pese a que la batalla parece perdida e intuyo, incluso, que nunca sabremos, con certeza, si lo que se filtran son las goteras malolientes de la realidad desbordada y desbordante o su abono de parte, ese riego interesado que va escribiendo la historia. O rescribiéndola. Mal asunto, éste, el de la historia rescrita según se escrutan las líneas de una mano o se convoca a los muertos para que nos digan, en fin, lo que ya sabemos. ¿Qué otra cosa podrían decirnos?
 La privacidad pasa, entonces, por huir del escenario de la modernidad y las nuevas tecnologías, por abandonar el vértigo de los chats del infierno, las rápidas y desaliñadas grabaciones de la barbarie, el tuit inmisericorde con que el pensamiento libre se cuadra y se convierte en otra cosa, una consigna, un dogma, quizá un arma vírica y arrojadiza que intoxica al personal, desvía su atención o, mejor aún, la colapsa. Será por eso, tal vez, que desde hace tiempo sé que soy aproximadamente quien soy y no más ni tampoco menos. Desde ese lugar tan incierto miro al mundo, como a mí mismo, sin acabar de reconocerlo o reconocerme. Buena señal. Estoy seguro.
 

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viernes, marzo 6

¿Por dónde?


La Telaraña en El Mundo.
 
 La verdad es que no le encuentro la vena erótica a las voces en falsete de una pareja mallorquina discutiendo sobre si por delante o por detrás. Pensaba que esos viejos tabúes sobre lo que usted quisiera saber y no sabe, tal vez, sobre el sexo se habían solucionado durante los años ochenta o noventa; pero parece que no fue así y que el fin de siglo sigue extendiendo sus garras dialécticas hasta donde ahora estamos y más allá. Será, pues, que los años igual no pasan o pasan, tan sólo, para regresar cuando menos los esperamos, como si nada.
 Nunca he escuchado la radio de IB3. De hecho, nunca he escuchado ninguna radio y casi que me sorprende que la radio siga existiendo en la época del culto indisimulado a la imagen, a las verdades incontestables de YouTube y al paroxismo visceral de las tertulias televisivas: la omnipresente cámara que nos muestra las veinticuatro horas de nuestro día a día como si no tuviésemos otra cosa mejor que hacer que asomarnos a ese tragaluz donde sólo triunfan la ordinariez y la mentira, la casquería del espíritu, el neolenguaje orwelliano de las apariencias.
 Ahora podría aprovechar el hilo, estirarlo lo suficiente y hasta hablarles, quizá, de Podemos. Se habrán dado cuenta de que todo el mundo habla de Podemos. Pero no lo haré. Me siento escindido entre el lógico respeto hacia la indignación de la gente de la calle y la vergüenza ajena que me producen las burdas manipulaciones de su cúpula dirigente. Con ellos al mando no cabrá preguntarse, en modo alguno, si por delante o por detrás. Ay.
 

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martes, marzo 3

La Piedra Rosetta


La Telaraña en El Mundo.
 
 No parece que vaya a quedar mucho de nosotros. Ya no escribimos cartas que puedan sobrevivir, sudorosas y amarillentas, al paso del tiempo, sino emails y mensajes rápidos, volátiles susurros en la nube digital que nos envuelve. No imprimimos fotos, sino que las almacenamos en los sucesivos discos duros que se nos van rompiendo a lo largo de los años. No guardamos discos de vinilo sino mp3 o ni eso, simple música de consumo inmediato en el vivo y en el directo imaginarios de un par de programas informáticos.
 Yo mismo, hace unos meses, tuve que deshacerme de cientos de disquetes porque ya no tengo disquetera en el PC y, además, ya no existen aquellos venerables programas de edición de textos, básicamente bajo MS-DOS o Windows 3.11, con que solía escribirlos. Pronto haré lo mismo con los casetes y hasta con las cintas de video. La obsolescencia programada de soportes (y también de formatos) va reduciendo nuestro pasado a un montón de sombras indescifrables.
 En algo así pensaba este largo fin de semana frente a la Piedra de Rosetta en el Museo Británico de Londres. Su trilingüismo pétreo y rotundo ha sobrevivido al olvido, permitiéndonos descifrar conocimientos de incalculable valor histórico, cultural o artístico. Fue entonces, creo, que intenté hacerle una foto con el teléfono móvil y subirla, de inmediato, a Facebook, pero algo salió mal. Con la cuenta terminantemente bloqueada perdí, de golpe, unos quinientos amigos y me dije que la soledad también debía ser eso. No tener con quien compartir lo que se nos antoje.

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