LA TELARAÑA: febrero 2015

viernes, febrero 27

La hora de los dones


La Telaraña en El Mundo.
 
 No es fácil entrar a saco e hilar fino entre los códigos enmarañados del mercado judicial, entre la báscula de los delitos y las penas, el tira y afloja estratégico de abogados y fiscales, el largo y tortuoso camino entre las curvas sinuosas de la libertad y las líneas rectas, y echadas a perder para siempre, de la prisión. Entre el tiempo aplacado por el estupor de las rejas y el tiempo aplazado por la imposibilidad de escapar al último hilo de la conciencia, el que nos hace defender hasta la mínima sombra de todo aquello que creímos ser y que, quizá, no fuimos. No siempre somos quienes somos.
 Pero a Jaume Matas el fiscal le ha hecho una oferta que, tal vez, no debiera poder rechazar. Pagar diez millones de euros y cumplir sólo cuatro años de cárcel a cambio de un mordisco en la médula de los días felices en que la corrupción era la norma y el pacto, la brújula común, la yugular abierta donde proveerse cara al futuro. Sin embargo, hay atajos que atraviesan hasta las montañas, pero que luego desembocan en lugares malditos, en miradores de vértigo, en galerías y corredores sin más vistas que la propia imagen en el espejo. O en el abismo.
 De momento, parece que todos los partidos, desde el PP hasta el PSIB y MÉS, están de acuerdo con la oferta. Deben de querer que las declaraciones de Matas, además de ahorrarnos su manutención entre rejas, nos aclaren el paisaje de una corrupción general en la que ellos no hicieron sino turnarse a la hora del reparto y los dones. Y aun así se creen con derecho a opinar. Vivir para ver.
 

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martes, febrero 24

Tejero, Monedero y otros


La Telaraña en El Mundo.
 
 Me siento a escribir estas líneas y caigo en la cuenta de que hoy (ayer para el lector) vuelve a ser 23-F y que ya han pasado, en definitiva, 34 años de aquel fallido golpe de estado a caballo de los tricornios y los sables del ejército, las intrigas palaciegas, las sombras y luces de la Corona, el lastre ruidoso de los tanques. Ahora recuerdo que aquella tarde anduve entre la soledad de mi despacho de entonces y la inquietud de un bar vecino donde el camarero no dejaba, eufórico, de jalear a Tejero y su panda. Mi despacho y ese bar ya no existen.
 Me siento a escribir estas líneas y caigo en la cuenta, también, de que debo ser muy torpe. O muy desafortunado. Me sobrecoge que, tras tantos años escribiendo, nunca me hayan ofrecido, como al confidencial Monedero, cuatrocientos mil euros (o así) por un informe más o menos sesudo sobre cualquier cosa. Recuerdo, eso sí, que hace bastantes años me ofrecieron cuarenta euros por escribir un folio y medio sobre la feria del libro de Palma en un digital inaugurado con mucho oropel y hasta con la presencia estelar de Jaume Matas. Todavía se me adeudan, ay, esos euros.
 Me siento a escribir estas líneas y caigo en la cuenta de que mi película preferida de este año se ha quedado sin ningún Oscar. «The Imitation Game», la biografía del matemático Alan Turing, famoso por haber descifrado los códigos secretos nazis de Enigma, es un canto a la libertad individual y la inteligencia, un ejemplo de cómo sobrevivir al síndrome (presunto) de Asperger y hasta salvar el mundo, mientras tanto.
 

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viernes, febrero 20

Las 50 sombras


La Telaraña en El Mundo.
 
 Desde siempre, el erotismo ha estado llamando a las puertas de nuestra percepción, nos ha retorcido hasta el alma, nos ha acariciado la piel, como con látigos de fuego, con su brisa urgente y lasciva, nos ha convocado a las reuniones más selectas y salvajes, nos ha proporcionado, en fin, las primeras pruebas de vida, las más fiables: las que nunca se olvidan.
 Será por eso, tal vez, que aún recuerdo la excitación que me produjo la lectura, casi de niño, de algunos párrafos de la novela «Nana», una de las obras naturalistas de Émile Zola. O varios años después, la chanza de las películas de Alfredo Landa. O la hipnosis ante el discurso fatuo de la serie «Emmanuelle». Los libros virtuosos de Sade, Henry Miller o Georges Bataille. Las once mil vergas de Apollinaire. Así hasta llegar, más o menos, hasta el andamiaje rápido (y sin palabras) del sexo en Internet, esos dos minutos eternos de fruición y descarga.
 Ahora llegan, convertidas en un gran éxito económico, las cincuentas sombras o así del señor Grey y su harapiento discurso a base de retales de disciplina inglesa de andar, tan sólo, por suntuosas habitaciones rojas, su refinado arsenal de dominación: el arcaico fetichismo del poder y el dinero. Del dinero, sobre todo. Pero no seré yo quien critique la versión o perversión de estos juegos íntimos de amor o sexo (o de lo que sean) expuestos en la ambigua almoneda del placer y el dolor, ese escaparate público donde cada puja que no ganamos puede convertirse en una ocasión perdida para siempre. Hay que andarse con ojo.

 

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martes, febrero 17

Todo está por hacer


La Telaraña en El Mundo.
 
 Desde hace tiempo ya casi que sólo leo por azar, por volver atrás, metafóricamente, y convencerme, así, de que lo desconozco todo. El mundo lleva lustros enloquecido y las bases del conocimiento, en las que llegué a creer, ya no valen para casi nada. Me refiero a la filosofía ambulante de los primeros griegos, a las horas asfixiantes y tercas de la literatura centroeuropea, al espumeante spleen francés o al realismo mágico y no tan mágico, sino sucio, desgarrado, de América al completo, de abajo a arriba. También al oro español de siempre y a la calderilla familiar de ahora mismo.
 Así, pues, todo parece haberse vuelto, al fin, pura especulación y mero posibilismo. Una especie de agónica carrera contra un reloj que nunca se detiene y que, por lo tanto, no nos deja saborear el placer de la victoria o la derrota, las horas dulces y amargas, posiblemente ebrias, en que respiramos con atropello tratando de recuperar el habla y el resuello. Todo eso que nos lleva de una parte a otra del orbe (y de nosotros mismos) sin más urgencia que buscarnos ni más destino que perdernos. Que no encontrarnos del todo, quiero decir.
 Es por eso que la misma tristeza insuperable nos vale para auscultarle el pulso a la barbarie en Dinamarca que en París o en las zanjas polvorientas de Ucrania, Libia, Irán, Israel o Palestina. Es por eso que guardo todos los archivos de mi vida en una inverosímil nube digital por ver si un apagón los borra todos y regreso a ese día especial donde todo estaba aún por hacer y yo, además de intuirlo, lo sabía.

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viernes, febrero 13

Imposturas


La Telaraña en El Mundo.
 
 A veces el paisaje tan sólo se sostiene porque algunos matices lo mejoran. Se trata de rápidas pinceladas de humor o ira, de soledad o tumulto. Un amigo me recuerda una frase del último libro de Javier Cercas, «El impostor», alrededor de la ficción y la realidad, la ficción que nos salva y la realidad que nos mata; pero no sé si la frase es de él o de tantísimos otros. Seguramente sea mía.
 Otro amigo escribe sobre la lista Falciani y utiliza varias de mis metáforas (entresacadas de viejos lugares que ya no recuerdo) para ilustrar un desolador panorama de ciencia ficción en el que la civilización actual está en manos de los más grandes depredadores. «Ni siquiera tiburones financieros, sino pulpos gigantescos de los fondos abisales, como en las novelas fantásticas de Julio Verne» nos explica, certeramente, Justo Serna en una pesadilla futurista de invasores mutantes, defraudadores, impostores.
 El pasado y el futuro, pues, se me van entremezclando de tal forma que es muy posible, no sé si por fortuna o por desgracia, que el presente acabe cediendo parte de su protagonismo y se vaya quedando en nada. O en casi nada. A lo peor el tan sobrevalorado, como escurridizo, presente no es sino este simbólico y precario lugar desde el que afirmo (sin más pruebas que la propia certeza) haber sobrevivido a la selva de internet y al acoso de la impostura literaria y hasta sentimental gracias a la metódica y obsesiva persistencia de seguir mirándome en los espejos pese a no gustarme, en muchas ocasiones, lo que pudiera ver en ellos.
 

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martes, febrero 10

La extraña pareja


La Telaraña en El Mundo.
 
 No sé si Pedro Sánchez y Francina Armengol (en la foto más llamativa de su último encuentro en Palma) están celebrando, al alimón, un gol de Ronaldo o Messi en un surrealista e imaginario partido de fútbol o si están marcándose los pasos más triunfales de una absurda sardana. No sé si están celebrándose, en fin, a sí mismos como si ellos fueran la fiesta y el mundo enarbolara, alrededor, la estúpida mirada crítica de un puñado de fans arrebatados. No sé si se adoran o si sólo se soportan, pero casi que tanto da. Lo cierto es que sonríen como poseídos por alguna verdad que apenas sí somos capaces de intuir.
 ¿De qué puede tratarse? ¿De la verdad limpia e inefable del socialismo? ¿De las claves mayéuticas del futuro? ¿De la soledad compartida de los que se sienten acosados? ¿De la ilusión radiante del recién llegado frente al terco afán superviviente de quien lleva ahí una eternidad sin moverse ni un ápice, no sea cosa que la muevan: no me moverán, no me moverán?
 Pero, por mucho que nos lo intentemos explicar, la pareja no deja de ser una pareja extraña. Si Sánchez dice buscar la regeneración democrática, Armengol representa la continuidad más arribista. Si Sánchez busca la transparencia, Armengol es opaca como sólo pueden serlo dos legislaturas de pactos, componendas, créditos y palacetes inexplicados. Si Sánchez habla de España, Armengol sólo murmura sobre unos países catalanes que habrán de devorarla cuando llegue la hora definitiva y la gran verdad le sea, por fin, revelada. Roma no paga traidores. Faltaría más.

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viernes, febrero 6

Las nieves


La Telaraña en El Mundo.
 
 Me alertan de que se anuncia nieve, pero me asomo al paisaje de la calle Oms y observo (abordando la leve cuesta de sus cinco olmos absolutamente desnudos y ateridos) que la nieve sólo brilla por su ausencia. Sí la hubo, hablo de la nieve, en el año 1956, pero yo andaba por aquellos días sumergido en las aguas cálidas del vientre de mi madre y, quizá por ello, vine a nacer con un frío lejano en la piel y también en el alma. O algo así.
 Mientras tanto, las imágenes de la última ejecución sumarísima de Estado Islámico me dejan tiritando de vergüenza ajena (o propia, tanto da) por una especie animal que no sé muy bien qué ha aportado desde que se bajó de los árboles, abandonó el nomadismo y se dedicó a construir ciudades, naciones y patrias, ejércitos, sectas, profetas y hasta dioses para acabar matando en su nombre.
 Vuelvo a la nieve, como al lenguaje de la desolación (y la calma). No parece que este año vaya a cuajar a nivel de calle como más o menos lo hizo, un par de veces, en los últimos lustros: conservo algunas fotografías de los tejados blancos de escarcha de la antigua librería Fiol, que ya no existe, pero necesitaría de Google para ubicar esas nieves en el volátil calendario de mi memoria y no estoy por la labor: más me apetece apartarme de lo que llaman la civilización o peregrinar hacia algún lugar remoto y, por supuesto, inalcanzable. La idea es olvidarse de internet, las redes sociales, la globalización de la estupidez o la propaganda, entre otras muchas formas de violencia. Pero ya no sé si es posible.

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martes, febrero 3

Tic Tac Tic Tac


La Telaraña en El Mundo.
 
 No es nuevo, en absoluto, que el paso marcial del tiempo se presienta como una implacable amenaza. Para unos, porque creen tener mucho que conservar. Para otros, porque quieren seguir dilapidando lo que ya dilapidaron. No sé, pues, si se trata de conservar esta miseria tranquila (y a plazo fijo) de los días y las horas al sol o de alzarse, en cambio, lo suficiente como para que el viejo astro deje de requemarnos la piel y la costra de las heridas y que así, al menos en nuestra imaginación metafórica, el reloj deje de ajustarnos las costuras con ese cric crac hiriente de la mortaja hecha trizas, descalabrada, excedida.
 Sin embargo, los problemas que el tiempo nos produce son casi tan sólo, a fin de cuentas, los mismos de la propia conciencia. Se trata de una especie de revuelta gramatical donde los tiempos verbales campan a su antojo sin acabar de estabilizarse nunca. Una nebulosa donde las ideas se expanden o un agujero negro donde finalmente colapsan. Colapsamos.
 Con todo, uno agradece recordar, por ejemplo, algunas partes escogidas del pasado pero no, en absoluto, del futuro y asume que, gracias a esa paradoja, nos sigue mereciendo la pena levantarnos cada mañana por ver si aún llegamos a descubrir ese algo que nos ronda sin que le intuyamos otra cosa que creerlo fruto nuestro y hasta interior o íntimo; de esos adentros que uno busca, primero, en los espejos, luego en la pelusilla del ombligo y más tarde, si hay mucha suerte, en el espejismo fuliginoso de las autoestopistas hacia ninguna parte. Tic Tac Tic Tac.
 

 

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