LA TELARAÑA: enero 2015

viernes, enero 30

Románticos


La Telaraña en El Mundo.
 
 Parece que nos vence la puerilidad, la incapacidad, en palabras de Immanuel Kant, de usar la propia razón sin la guía de otra persona: siempre el otro, quizá el líder, tal vez el mayor, el más hábil o listo, seguramente el más fuerte o el más bruto. Así las cosas, al menos algunas, el proceso de los días y las horas nos retrotrae a los albores de la Ilustración sin más perspectivas que repetir un viaje que ya hicimos entre las sombras y pesadillas de la razón, su tortuoso desfilar bajo el filo centelleante de las guillotinas como bajo el aire viciado de las banderas y banderías. El plomo asfixiante de las ideas vencidas, manipuladas, tullidas.
 Estamos, pues, en el difícil momento en que el discurso general ya ha perdido todas sus conexiones con lo esencial (la poesía y el arcano de lo sagrado) y se convierte en mera narrativa, en prosa magullada por las fabulaciones y las parábolas, por la ficción espectacular y televisiva de los medios y su ciclo biológico en el interior alambicado de las redes sociales. Ahí es donde se gesta, ahora, el pensamiento único (pero formalmente variado) de la tribu: el lugar es tan deleznable como cualquier otra mazmorra que imaginemos, pero no mucho más.
 Mientras tanto, me entero de que la Conserjería de Educación le acaba de comprar 410 libros a la Editorial Moll por casi seis mil euros. Todo lo que sea salvar libros del polvo y las hogueras del tiempo me parece bien; pero no puedo evitar preguntarme cuántas veces hemos de volver a pagar el subvencionado material romántico del pasado.
 

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martes, enero 27

El Oráculo


La Telaraña en El Mundo.
 
 El domingo anduve, taciturno y aterido, entre las sombras de Christian Boltanski en la Lonja como entre las del teatro electoral de la vida en Grecia, por citar un lugar común y bastante promiscuo, a la misma hora y con el mismo frío. O eso supongo. Pensé el domingo entre las sombras (que ya no importa de quién eran, porque lo único cierto es que eran mías) que resulta realmente muy difícil llenar el gótico sentimental y solemne de la existencia con el vacío inaguantable de unos cuantos focos de luz mortecina, las sombras chinescas de una danza (y su somnolienta letanía) que se desea macabra, pero que ni siquiera es cómica, sino ridícula.
 Voy, pues, de las sombras tullidas y menesterosas que han usurpado, no sé cómo ni entiendo por qué, el espacio arriba y abajo de los arcos potentísimos de la Lonja y su antiguo comercio de las cosas y la vida, a las maniobras orquestales, también en la oscuridad, de un carnaval político donde se pretende usar el filo de una inverosímil balanza para medirnos por igual y al gusto de todos. No hay forma.
 Así se mece, la usura, entre las sombras de Boltanski como entre los bastidores del espantoso artificio de unas elecciones donde el Oráculo va de un bostezo a otro; de la manipulación del miedo y las proyecciones de la pobreza a la indigencia intelectual y la precariedad física, de las arenas movedizas al lodo primigenio donde acabamos sumergidos y aprendemos a respirar lo irrespirable. No debe ser tan difícil, cuando tantos parecen hacerlo y son los que prosperan y hasta prevalecen.

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viernes, enero 23

La cárcel de plasma


La Telaraña en El Mundo.

 Quizá la cárcel ya no es aquel lugar mugriento y peligroso que aparecía (y que aún aparece) en algunas películas más o menos ejemplares. O igual es que hay cárceles a la carta; cloacas inmundas para unos y apañados lugares de retiro y meditación para otros. Lo ignoro, pero la imagen de Luis Bárcenas, elegantemente trajeado y relamido en el plasma hiperbólico de la comisión del Parlament que investiga la construcción de Son Espases, nos obliga a añorar la bola de hierro y los grilletes en los tobillos, el traje de lista (a rayas verticales) y hasta el zumbido sudoroso de las viejas moscas voraces, como abejas en abril, perseguidas, perseguidas, por amor de lo que vuela. O así. Seguro que recuerdan esa música.
 Pero el baile, estos días de voluptuosas vísperas electorales, parece marcado por el aullido urgente de las sirenas. Unos y otros van dando bandazos a la espera de encontrar su propio lugar en la tormenta perfecta de un panorama político que da más grima que otra cosa.
 Así, mientras en el PSIB miran a Francina Armengol (y a su séquito) por verle al pasado su auténtico rastro de milagrosos palacios conyugales en mitad de los jardines del edén, en el Partido Popular esperan, aturdidos, a que dejen de ladrar los enormes perros del inexplicable José María Rodríguez. En Podemos, mientras tanto, se agolpan algunos rostros jóvenes (y casi vírgenes) con los desechos monolíticos de otras formaciones políticas, otras patrañas y pactos. El paisaje es el que es, pero no sé si el flautista va hacia donde quiere o le dicen.

 

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martes, enero 20

«Blue Monday»


La Telaraña en El Mundo.
 
 Creo que esta noche he soñado que al entrar, primero en Facebook y luego en Twitter, me encontraba con el no sé si desolador o refrescante panorama de no tener absolutamente ningún amigo. Ningún admirador, seguidor o acólito. Ningún lector, ningún escriba. Ningún alma gemela dispuesta, de vez en cuando, a leer y compartir mis palabras; a ponerme, siquiera sea por compasión o inercia, un ansiolítico y hasta reparador «Me gusta».
 Esto debe ser el fin del mundo, pensé, repasando los muros vacíos donde recordaba haber dialogado (y hasta pontificado) sobre lo humano y lo divino, sobre el sexo de los ángeles y sobre los ángeles mismos, al fin caídos y convertidos en los seres más heridos del universo: abocados a la confusión y al ruido infernal de Babel, esa tertulia televisiva, virtual, lenguaraz y eterna. Seres al borde de un precipicio y con ganas, vaya por dios, de dar un paso al frente.
 Pero es ahora, en vivo y en directo, cuando advierto las oscuras razones de este sueño. Buceo en internet sin más brújula que el deseo de encontrar algún sucedáneo de la luz o la palabra. Algún silencio, tal vez, bajo el que guarecerme. Lo encuentro al descubrir que el lunes (al sol tímido de enero) en que escribo esta columna (ayer para el lector) es el «Blue Monday», el tercer lunes del año y, según exóticas fórmulas más o menos matemáticas, el día más triste del año: el día ideal para haberse dejado el alma en el botellón de Sant Sebastià y amanecer, luego, entre estas líneas sin más compañía que una maldita e insuperable resaca.

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viernes, enero 16

Santos Sebastià y Kanut


La Telaraña en El Mundo.
 
 Días atrás, respiré con alivio al comprobar que había sobrevivido a la larga y ceremoniosa romería de las fiestas navideñas, el cambio de año y hasta la liturgia de Reyes. Sin embargo, la calma no me duró mucho, porque aún nos faltaba por celebrar el flamígero Sant Sebastià y conseguir, así, que la endemoniada cuesta de enero se convierta, por estos lares, en una interminable sucesión de festejos que no se sabe cuándo son institucionales o ciudadanos. Creo que no es lo mismo, aunque no sabría explicar por qué.
 Es cierto. Ignoro hasta qué punto es voluntad institucional o ciudadana llenarnos la ciudad de dimonis y foguerons, sumergirnos en la exaltación de la mugre y el humo, en el paroxismo acústico de la atronadora pirotecnia fallera sin la cual, al parecer, no sabemos divertirnos. Divertirse no es fácil, de acuerdo. Eso sí lo sé.
 No es fácil divertirse cuando se trata, como en este caso, de eventos colectivos que hay que planificar con cargo al erario público y no de situaciones espontáneas o personales. No es fácil divertirse cuando la risa va por barrios y en los juzgados de Vía Alemania la aglomeración es de las que hacen época. No es fácil divertirse cuando la alternativa a Sant Sebastià es Sant Kanut y su apuesta (la de MÉS y la riada nacionalista) es sólo más de lo mismo: la impostura generalizada en la que unos y otros se empeñan en vendernos no sé qué cosa más o menos popular (a la que llaman cultura) mientras no arde más cera que las tripas del cerdo en las ascuas del ubicuo botellón urbano. Un sin vivir.

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martes, enero 13

Sueños húmedos


La Telaraña en El Mundo. 

 Después de los baños de multitudes y de la emotiva efervescencia simbólica general –los líderes de una Europa en absoluta crisis avanzando de la presunta mano del pueblo por las calles abiertas y luminosas de París- toca, al fin, un poco de ensimismamiento. O de luto. Anita Ekberg acaba de morir, ya con ochenta y tres años a cuestas, y yo repaso, como un huérfano inverosímil, mis álbumes de fotografías a la caza y captura de alguna de sus imágenes todavía en mi retina.
 No creo que se pueda visitar la Fontana de Trevi, en Roma, sin quedarse absorto un buen rato imaginándola, exuberante, húmeda y también retórica, por entre las cortinas del agua y el amor o el deseo. Me sorprendo, sin embargo, al constatar que apenas guardo imágenes de la escultural actriz sueca en el álbum metafórico de mi vida. Hago memoria y me desando. Frunzo el ceño.
 El sueño cinematográfico de Federico Fellini se me aparece como un sueño ajeno entre todos los sueños que he soñado como si también fueran míos. Seguro que lo son, porque los sueños no tienen dueño; son ellos los que nos dominan y despiertan, los que nos hacen avivar el paso y tender la mirada hacia un horizonte que no esconde otra cosa que nuestra insatisfacción permanente. Anita nos miraba somnolienta y sabíamos, entonces, que no entendía nada de un guión que tampoco nosotros entendíamos. No hay forma, quizá, de despertarse nunca del todo. De despertarse por completo, quiero decir, y saberse tan lejos de la rígida y estricta realidad como de la voluptuosidad rubia de los sueños.
 

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viernes, enero 9

Los imbéciles


La Telaraña en El Mundo.
 
 Lo peor de todo son los imbéciles, en efecto. La insuperable estupidez de los que se suman a un credo, una fe, un avivamiento o una liturgia cualquiera y la acaban convirtiendo en la mortaja totalitaria del universo, en el paisaje único de sus lamentables vidas, en la asfixiante locura de tratar de imponer a los demás ese mismo credo, fe o liturgia, esa fúnebre broma de los sentidos que consiente hasta en inmolarse para alcanzar un imposible harén de vírgenes ensangrentadas.
 Lo peor de todo son los imbéciles, en efecto. La insuperable estupidez de los que le buscan razones y hasta motivos a la barbarie, justificaciones a la fría descarga asesina de un arma de fuego y plomo contra la piel y la vida, contra la levedad y el humor, a veces errado y herido, de los que intuimos que todo en la vida es siempre fugaz y pasajero, salvo alguna que otra cosa; hay que volver a atravesar el viejo río de Heráclito y de la existencia y recordar la perseverante humedad del agua en la piel hasta cuando se haya, finalmente, secado y los truenos resuenen cerca y los rayos nos sigan persiguiendo con sus chuzos de punta. Con su fanatismo.
 «Es duro ser amado por estos imbéciles». Así lo declaraba un desbordado Mahoma de caricatura refiriéndose a algunos de sus seguidores. Pero hoy, que podríamos dibujar esas mismas viñetas con la sangre aún caliente de las víctimas de Charlie Hebdo, sólo nos queda pensar que es duro, muy duro, ser odiado por estos imbéciles y asesinos del kaláshnikov en las manos y la metralla en la frente. O en el alma.

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martes, enero 6

Indignados y circulares


La Telaraña en El Mundo.
 
 Una mala digestión lo explica casi todo. Justifica hasta el mal uso que hacemos del lenguaje (en especial de los adjetivos, al sustantivarlos) convirtiéndolo en un manojo aterido de sílabas que crujen, espantadas, según el devenir de nuestros caprichos sintácticos o nuestro ver el mundo tal y como nos conviene verlo. Será que no hay que dejar escapar lo que quisiéramos nuestro, pese a sospechar que no lo es ni lo será nunca.
 Pienso en algunas palabras que nos rondan como espectros que han tomado cuerpo entre nosotros. Presencia, peso específico, acampada en las graderías oblicuas del pensamiento. Pienso en la indignación, por ejemplo. En ese estado sulfuroso del espíritu que sirve para que algunos nos vendan su mercancía de futuro en los barrios risueños de la igualdad, la justicia, la libertad, el bienestar, el harén (ni a la diestra ni a la siniestra) de un cielo huérfano de dioses. Podemos creérnoslo. O no.
 La indignación, con todo, no acaba de ser una doctrina universitaria con visos docentes. Al contrario. La gente indignada no se dedica a las metáforas ni a tomar el cielo por sorpresa. Los auténticos indignados debieran arrasar con todo, destruir palacios de invierno, iglesias, bancos, cuarteles, tomar calles, plazas y hasta ejecutar urbes enteras. La indignación debiera cruzar el puente de las palabras e ir más allá. Hasta ese punto sin retorno, donde se nos expulsa del paraíso para que pasemos la vida entera intentando recuperarlo. Se cierra así el círculo y regresamos al principio. Es decir, donde siempre.

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viernes, enero 2

La usura


La Telaraña en El Mundo.
 
 Me pareció, en fin, que al menos por esta vez (y sin que sirva de precedente) había más fuerzas de seguridad en las esquinas, como meretrices redentoras, que independentistas ceñudos y barriobajeros por las calles céntricas de Palma, la otra noche del 30-D, mientras el artefacto conceptual (y tan maniqueo) de la fiesta del Estandart se diluía como un azucarillo industrial y la ciudadanía paseaba ajena a lo que no fuera la Navidad pura y dura, las últimas compras, las penúltimas efusiones, el leve deambular sobre un manto de incertidumbre, pero también de fe. De fe, pese a todo.
 
 Será por ella, tal vez, que 2015 llegó a su hora y que me levanté de buena mañana (para escribir estas líneas) entre el silencio general, afuera, y no sé si algo, aparte de la expectación, adentro. Me demoré, no obstante, en un recurrente sueño que vengo teniendo: las páginas del calendario de la vida se me convierten en bolas enmarañadas de papel arrugado. Hubo un tiempo, en efecto, en que cuanto escribíamos dejaba un rastro así: la papelera repleta, la Olivetti agobiada.

 Sigue repleta, cómo no, de basura la vida; y el año comienza enredado. Habrá que seguir siendo muy críticos, pues, con los lodos que se avecinan, las conjuras de políticos y banqueros (y pienso en Bankia y Sa Nostra), la desvergüenza de los que convirtieron el sistema democrático y financiero en su cortijo, en la infame cloaca donde los otros padecemos el espejismo (y la pesadilla) del Estado del Bienestar evaporándose sobre las autopistas rumbo al infierno. Eso es la usura.

 

 

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