LA TELARAÑA: diciembre 2014

martes, diciembre 30

El balance del año


La Telaraña en El Mundo.
 
 Es un clásico que, cuando las hojas del calendario escasean, nos dé por ponernos a hacer balances; a sumar y restar anécdotas como si la vida nos fuese en ello y esa contabilidad escondiera buena parte de lo que somos o queremos ser. Una rebuscada sucesión de muecas y aspavientos, un informulable catálogo de proyectos, un vertiginoso resquicio de realidad virgen por entre las estridencias y la promiscuidad de los lugares comunes.
 Quiero decir, claro, que no hay balance que resista un análisis serio más allá del azar y el humor variable de las horas. Abro Flipboard (que es un magazine digital de lo más aparente) y me encuentro con el mismo resumen del año que ya leí en la prensa escrita. O en Twitter y Facebook. Todo es similar cuando depende, en fin, de la prevalencia monstruosa del diseño y de la íntima convicción de que a nadie le importa un ápice remover el espléndido lodazal que suele ser (y es) un año entero. Algo que hay que celebrar cuando acaba, mañana mismo, entre uvas, campanadas y confetis. No es mala idea olvidar lo que no merece ser recordado.
 Pasará, sin embargo, que del año que se va yendo, como de los que ya se fueron, tercos y parsimoniosos, nos quedará siempre alguna que otra imagen suelta y acaso inconexa, alguna idea por perfilar, algún nubarrón repleto de sospechas y temores: la intratable melancolía de haber dejado pasar otros 365 días sin dar lo mejor de nosotros. O dándolo, que duele mucho más, cuando lo que hay lo dice todo de nuestras carencias y no tanto de nuestras posibilidades. O así.

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viernes, diciembre 26

Cuento de Navidad


La Telaraña en El Mundo.
 
 Se va yendo rápido el año con el lento ritual de costumbre. Miro atrás y observo el confuso arenal de los días que ya pasaron. Miro adelante y no acierto a saber, con exactitud, qué nos espera; ello me tranquiliza, porque prefiero pensar (contra la lógica de la experiencia) que todo está siempre por escribir, que la vida es un renacer sucesivo con sus sudores, sus contracciones físicas y su llanto. La convicción asfixiante de que la vida comienza al quebrarse el silencio: recomienza a cada instante como el oleaje persistente (de nuevo, la bulliciosa Teoría de las Catástrofes y sus múltiples variantes) en el cementerio marino de Paul Valéry como en el de nuestras propias vidas.
 Voy, pues, de la religión y el caos al caos y la poesía, como en un trance místico que va a durar, por supuesto, mucho menos de lo que yo quisiera. Un instante, un parpadeo, un fulgor, una vida.
 Pero escribo, en definitiva, al alba de un día de Navidad que ahora se despereza: cruje el papel rasgado de los regalos junto al árbol de las luces parpadeantes y hay en las migajas de pan abandonadas sobre la mesa el recuerdo de algunas risas y algún que otro chascarrillo en torno al discurso del nuevo Rey. No se puede ser solemne al borde mismo y expectante de las viandas y el champán descorchado. No se puede ser estrictamente real y convenir, a fin de cuentas, que lo único que de verdad nos une es el ir y venir (y también el tira y afloja) de algunos sentimientos. Dependemos de ellos. De que prevalezcan. Mientras tanto, felices fiestas para todos.
 

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martes, diciembre 23

Palacetes de invierno


La Telaraña en El Mundo.
 
 Una curiosa aglomeración en las escaleras del Mercado del Olivar me desvió, el sábado pasado, de mis pasos (y también de mis pensamientos) para ofrecerme el espectáculo de Pedro Sánchez, el líder socialista que aún no se sabe si será el gran líder socialista de los próximos cuatro años, atendiendo a los medios, repartiendo sonrisas y estrechando manos; haciéndose selfies (autofotos, en castellano) con la mamá y la abuela, con los jóvenes, los niños y las niñas, con el personal radiante y jubiloso de su club de fans. O con el de Francina Armengol, que le acompañaba presumiendo, en su papel de anfitriona, de sonrisa cómplice y hasta hospitalaria.
 Lo cierto es que las escaleras del Olivar no son especialmente míticas ni cinematográficas. No dan para ninguna revolución más allá de las quimeras personales. Allí se reúnen, a veces, algunos mendigos y piden limosna y comparten el vino. Allí una chica negra baila sola y atormentada, mientras habla con no se sabe quién a grandes voces.
 Pero dejémonos de anécdotas y vayamos al grano. No creo que exista nada tan agotador y estresante como someterse a ese primer grado de la multitud y los medios en vivo y en directo. Nada, salvo trabajar de verdad, por supuesto. Nada, salvo edificar los palacetes y los jardines, las revoluciones, reformas y contrarreformas de nuestros sueños con el sudor y el esfuerzo de las propias manos moldeando el barro áspero y gris de los días. Eso es algo que Armengol, al menos, debería de saber muy bien, pero no estoy muy seguro yo de que lo sepa. No.
 

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viernes, diciembre 19

Historia y biografía


La Telaraña en El Mundo.

 Tengo para mí que el aislamiento no hace sino favorecer la cerrazón totalitaria de las dictaduras a la vez que va hundiendo a la gente en la desesperación y el cinismo, en la abulia y la dejadez, en el insomnio y el vértigo indefinidos de no saber si el trabajo forzado de los días y las horas pertenece al pasado o al futuro, al confuso punto de mira de uno mismo en sí mismo; en su ombligo, como en la nebulosa diana de un viaje ficticio a ninguna parte.
 Por eso he recibido con expectación y alegría el aviso de que algo está cambiando entre Cuba y Estados Unidos. Tuve antepasados en esa isla de café y tornados. Los tuve también en Miami. O en Puerto Rico y Uruguay. En Larache, Tánger, Tetuán. Los tengo, aunque les haya perdido la pista, en las áridas tierras de Extremadura y hasta en algún lugar escondido y marítimo de Cataluña, creo.
 Parece, pues, que la sangre dibuja en las páginas terrosas de mis sueños una suerte de estallido internacional y subjetivo, un sarpullido de niebla que no es realmente niebla, sino la densa nube de un exquisito cigarro habano en llamas. Ese fuego me sigue quemando, aunque ya haga año y medio que no fumo. En la espera, ausculto el estertor anunciado de una guerra fría que se evapora, lenta y cálida. Burbujeante. Es por eso que, al margen de otros viajes exóticos, el más urgente es regresar a Campanet, por el intermitente bullicio de Ses Fonts Ufanes y porque ahí nació mi madre; y es que no hay historia o actualidad que se sostenga si no forma parte, de algún modo, de la propia biografía.

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martes, diciembre 16

La franquicia «Podemos»


La Telaraña en El Mundo.

 Supongo que no cabe esperar ningún milagro de los muy variados y especulativos métodos de representatividad que, unos y otros, van ensayando por nosotros. En nuestro lugar y en nuestro nombre. Aquí la vida, por lo tanto, se ha convertido en un hacer somnoliento y diferido, en una especie de construcción y deconstrucción sucesivas y sonámbulas, una demora perenne y por delegación que, primero, ha de decirse y hasta condecirse para luego, a su debido tiempo, convertirse en algo real y tangible. Palpable. En algo así como el Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros. Roto el silencio, quizá ya sólo nos quede la charlatanería.
 Sucede, mientras tanto, que queda vacante (es decir, huérfana de acólitos y milicianos) la representatividad de «Podemos» en Palma y ya han surgido, a la velocidad infecciosa del rayo, dos facciones a la caza de un poder que se prevé inmediato y hasta, quizá, omnímodo.
 La ocasión, pues, la pintan tan calva que brilla y hasta reluce, al menos de cara a las elecciones municipales, como si se tratara del aldabonazo de unos auténticos juegos florales. «Podem per Palma» y «Tots per Palma» pugnan por la franquicia de la marca «Podemos» sin más bagaje dialéctico que hundirse más (o menos) en el légamo de la inmersión en catalán de la enseñanza y la auditoria ciudadana de las deudas (legítimas o no) de Cort. Resulta muy curioso el intento de rellenar un hueco (o vacío) nuevo con las más rancias excreciones litúrgicas: la intoxicación lingüística y el malabarismo contable de los tahúres de costumbre.
 

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viernes, diciembre 12

Ni estudios ni trabajo


La Telaraña en El Mundo.

 Entre los dieciséis y los veinticuatro años puede suceder casi de todo en la vida. Los primeros planes y decepciones. Los preparativos del viaje más extremo y el decisivo desembarco en algún lugar perdido entre la cúspide hormonal y la tormenta perfecta del pensamiento: el revuelo de las grandes palabras y los ideales, el hallazgo del propio lugar en la escalera generacional. Entre las arenas movedizas y el vaivén de las mareas. Junto al volcán de la sangre en el pecho.
 Sin embargo, más de veinte mil jóvenes de las Baleares llevan tatuados en la piel y en algún tajo del espíritu dos enormes estigmas. Pasa el tiempo y la crisis, ese capítulo que no acaba de pasar página, les ha instalado en el filo incómodo y perverso de todos los abismos. Ni estudian ni trabajan. En ese limbo van decayendo las ganas de aprender y hasta las ocasiones de ponerse a prueba. En ese purgatorio la autoestima se evapora. La juventud se va y se convierte en otra cosa.
 Si hay dos cosas difíciles de gestionar, una es la juventud y la otra, el tiempo muerto, las horas vacías sin un sentido definido y reparador. ¿Cómo sobrevivir a ese tiempo muerto? Repaso mi vida y constato lo arduo que es exportar los sentimientos. No encuentro cómo aconsejar a nadie. Me digo, eso sí, que sólo fui feliz cuando sentí la urgencia de hacer algo más allá de la sociedad y su sistema de contraprestaciones. Una experiencia en otra parte, un viaje interior a no sé dónde, un libro. Incluso unas líneas como éstas sin más brújula que un insignificante parpadeo de luz.
 

 

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martes, diciembre 9

El artificio de la luz


La Telaraña en El Mundo.
 
 Leo que la luz y el tiempo están difuminando los colores de los lienzos de Van Gogh. Que su pintura, en definitiva, se está evaporando con la misma persistencia con que la química de la vida nos va desluciendo la sonrisa y hasta los recuerdos. No es fácil, en efecto, mantener el norte (y más aún, la compostura) cuando las brújulas han enloquecido y nos empieza a resultar imposible reconocer las coordenadas en que vivimos, cuando el discurso social es ya de grosero garrafón y sectario tentetieso, cuando las ilusiones se nos van precipitando por el desagüe abierto de la inercia repetida de los días. Contra esa inercia luchamos y no vamos a dejar de hacerlo, por supuesto, pero ignoro si el esfuerzo será suficiente.
 De momento, parece que no lo es, pero quién sabe. No pienso resignarme y aceptar, no al menos todavía, que el mundo se ha convertido en un páramo de girasoles quietos y enmudecidos. Un desfile marcial de cadáveres. El negativo agrietado de una habitación vacía y sin vistas. Un alarido de colores en estampida.
 Mientras tanto, seguiré admirando el extraño parpadeo de la luz en las vertiginosas pinceladas de Van Gogh, aunque el éxito tardío (y la contaminación de la mirada ajena) las conviertan en otra cosa. Voy a seguir admirando ese demoledor y sonámbulo avivamiento de los colores, porque debiera servirnos para no olvidar que el fulgor del mundo en nuestras retinas es también el auténtico fulgor del mundo en sí mismo. En su soledad esencial. Su voluntad de ser. Su ingravidez o desprendimiento. Su artificio.

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viernes, diciembre 5

La violencia


La Telaraña en El Mundo.

 La violencia suele tener muy mal aliento. Aspecto desarrapado y mirada torva. Estúpida. La violencia suele ser pobre, mezquina y muy corta de ideas. Similar a un colapso rápido y absoluto de los sentidos: el estallido claustrofóbico del odio y la ceguera. El latigazo de un rayo silencioso que cruza la piel y la deja marcada. La desgarra. El alarido gutural de un universo donde no hay lugar para el lenguaje de las palabras y la pausa arremolinada de la razón; sólo la inercia marcial de la muerte, el paso atrás en la cadena evolutiva. La renuncia a ser humanos.
 Luego vienen las citas enloquecidas al filo de la niebla o de ese espejismo de río que hay en Madrid y es el Manzanares. O las turbulentas confesiones y testimonios alrededor de un cadáver en los edificios Pullman. O las piedras lanzadas por un joven de 23 años contra los vehículos que circulaban bajo un puente en Sa Cabaneta. Los cristales rotos, la luna de sangre, la cara tumefacta de una mujer inocente.
 Todos somos inocentes, hasta que dejamos de serlo o nos convertimos en cómplices. Hay otra violencia más allá de las reyertas cotidianas. Estoy pensando, entre otras cosas, en la violencia de los que usan el poder para medrar ellos mismos y los suyos. En las bandas para delinquir que nos han gobernado (en las Islas como en tantas otras partes) desde hace décadas. En sus socios necesarios. Los de siempre y los que vendrán. Los que ya despuntan al hilo retórico de nuevas naciones. O estados. O clases sociales. La historia repetida de cada principio de siglo.
 

 

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martes, diciembre 2

Viajeros del tiempo


La Telaraña en El Mundo.
 
 Puede que pensar, discurrir, quizá escribir y hasta gestionar el ir y venir de las cosas de la vida y la política, se resuman en viajar, una y otra vez, a través del tiempo. Un viaje al pasado, que es donde la memoria busca sus raíces, y otro viaje al futuro, que es donde realmente nace nuestra memoria. ¿Dónde si no? Así la materia toma conciencia de sus límites; así el cuerpo se reconoce; así las cosas que hacemos y las que no, se inscriben en un plan mayor al que llamamos destino. Hay que ver cuánto nos gusta ponerle nombres a las cosas sin nombre.
 Destino no es lo mismo que predestinación, pero se le parece. Gracias al cinematógrafo abierto hasta el amanecer de Internet visioné la película «Predestination», la última de los hermanos Spierig. El tiempo en manos de los políticos y sus agencias secretas me llevaron hasta la paradoja en la que, a base de rebobinar la existencia, uno puede alcanzar a ser su propio padre, madre y hasta hijo sin dejar de ser uno mismo. Delicioso, pero terrorífico.
 La realidad, pues, no deja de retorcerse mientras la historia pierde su temblor dialéctico y se vuelve una madeja en la que cada hilo suelto puede cambiar el futuro y hasta dejarnos sin él. Ello explicaría que el sueño de todas las dictaduras y, muy en especial, de los nacionalismos, se haga fuerte en los conceptos territoriales a base de manipular la historia, es decir, el relato con que se nos oculta la esencia de lo que somos: simple materia iluminada entre las brasas del tiempo. Pálpito. Parpadeo. Acaso erupción. Vértigo.
 

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