LA TELARAÑA: octubre 2014

viernes, octubre 31

Halloween


La Telaraña en El Mundo.

 Resulta que esta noche es noche de Halloween que es algo así (entre lúdico y sangriento) como la impostura del terror convertido en ficción y teatro, en pretexto inverosímil para unas cuantas risas fáciles y algo nerviosas, en moda o en gesto de complicidad importado de ya no importa qué lugar, dónde, porque el mundo es sólo uno y es circular (y además curvado sobre sí mismo), aunque las distancias entre nosotros nos parezcan cada vez mayores y tengamos la sensación de vagar por el desierto de la inteligencia como por el mar embravecido de la corrupción. Cada vez nos sentimos más solos. O tal vez, peor acompañados.
 No voy a enumerar, aquí y ahora, la sucesión de nuevos (y viejos) escándalos políticos sobrevenidos recientemente. No me apetece describirle las grietas y los detalles de la catástrofe al paisaje desolador de un universo en ruinas. Tampoco constatar el absurdo terror que las encuestas (la del CIS, por ejemplo) parecen provocar en los que aún tienen algo que conservar. No es mi caso. O quizá sí. Tengo la íntima impresión de que siempre hay mucho que conservar pese a lo que ya hemos perdido y nos siguen arrebatando.
 Me queda, entre otras cosas, la mínima esperanza o el deseo, en fin, de que todos nuestros muertos nos perdonen y hasta nos tomen a guasa, tal y como nos merecemos, realmente, por intentar trasladar su quimérico infierno (ese abismo, esa niebla, ese fuego, ese tormento, esa corrupción eterna) a nuestra frágil y efímera vida cotidiana. Vamos camino de conseguirlo, si no lo hemos conseguido ya.
 

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martes, octubre 28

Hecho por travesura


La Telaraña en El Mundo.

 La publicidad no tiene otra misión que vender al público un determinado producto y glosar, con mayor o menor acierto, la forma de vida que se quiere promover, su ritmo bullicioso o, quizá, solemne, la búsqueda de una imagen llamativa que se nos quede, en fin, prendida en la retina del deseo tras un rápido vistazo a un cartel fotográfico, un spot televisivo o un corto de efervescente guión en las redes sociales.
 Así, en YouTube está el video de «Made for Mischief» (hecho por travesura). Y en Jaime III, el fotograma extraído de ese mismo video en el que dos chicos y una chica, jóvenes y muy guapos los tres, juegan a los eternos requiebros de una seducción del todo inocente sin más armas que su dentífrica sonrisa y la ropa vaquera de una conocida marca. Puro diseño de un instante de placer que ya hemos tenido y que, de seguro, volveremos a tener. Cuando la vida deja de ser un juego se convierte en otra cosa; tal vez en un juicio sumarísimo, un perverso dictado moral, una monótona plegaria sin más sentido que la represión o el absurdo.
 Aquí es donde aparecen Fina Santiago y Neus Truyol (MÉS, al aparato) para aplicarle a la realidad la severa lavativa de la corrección política. Su denuncia por sexismo del inocuo cartel publicitario, ante el Institut Balear de la Dona, huele a naftalina y a Inquisición. Apesta al añejo sudor puritano del feminismo. Hiede a brida y a corsé públicos sobre la que siempre ha sido la primera víctima de todos los proselitismos que han sido y siguen siendo: la libertad privada, por supuesto.
 

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viernes, octubre 24

Versos sueltos


La Telaraña en El Mundo.
 
 A menudo me escapo de Palma como de mí mismo. Visito, entonces, las ciudades salvajes y vírgenes de mi pasado sabiendo que en ellas encontraré nuevos matices que añadirle a la felicidad y también a los conflictos acumulados. Uno va acumulando contradicciones, versos sueltos y hasta estrofas enteras sabiendo que no pertenecen, tan sólo, al tiempo que ya nos hemos echado a la espalda, sino que van conformando, de alguna manera, ese fenómeno temporal tan sobrevalorado que llamamos futuro y que no es sino lo que hacemos cada día, en este instante de ahora que se nos escapa una vez y otra.
 Están, pues, el tiempo y espacio jugando en nuestra consciencia y, sobre todo, en nuestro lenguaje; en nuestra forma de entender el mundo y de progresar (o intentarlo) no sabemos muy bien hacia dónde, por qué ni cómo. Existe todo un abanico de posibilidades por explorar. Casi infinitas maneras de dejarse vencer por el agobio. Muy pocas de hallarle la salida al laberinto y, aun así, no salir bajo ningún concepto, porque la vida consiste en demorarse en las encrucijadas, los preámbulos, las salas de visita, los umbrales del ser que somos. O casi.
 Cuento todo esto porque ando estos días por Valencia. He descubierto un puente de madera sobre el Turia (Pont de Fusta, se llama) que le da cien mil patadas a todos los puentes con que Calatrava le ha ido sacando el rímel a los ojos pintarrajeados de la vida y la política. Y aquí en Valencia, como en Palma, es muy difícil encontrarse un verso suelto y que no lo acaben machacando. Como a Isern.
 

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martes, octubre 21

Los fosfenos


La Telaraña en El Mundo.
 
 Cuando uno cierra los ojos le invaden los fosfenos. Son esas pequeñas manchas luminosas que centellean en la oscuridad sin llegar, por cierto, a iluminarla. Son esas molestas perturbaciones que siguen acompañándonos cuando regresamos al pasado. O cuando el pasado regresa convertido en aparente novedad. Exactamente en eso pensé mientras escuchaba a Pablo Iglesias hablar en Vista Alegre.
 El nivel me pareció más o menos el mismo que cuando Amando de Miguel me puso un sobresaliente en Sociología. Se trataba de un examen monotemático sobre la lucha de clases del que me salí escribiendo folios y más folios tan rellenos de pasión como de mala caligrafía y abundante retórica: los esquemas de Marx y Marta Harnecker, las aventuras de Bakunin,  Godwin o la venerable CNT española, las elipsis de Cioran o Sartre, las distopías de Orwell o Huxley, las enseñanzas alucinadas de Castaneda o el despliegue literario propio, en fin, hacia un futuro sin esas mismas clases sociales de las que iba el examen y parece que vuelve a ir el mundo, empeñado en dar un curioso salto mortal hacia atrás. Hacia atrás como hacia ninguna parte.
 Quizá esta exhibición funambulista debiera empezar a preocuparnos. Quizá no ir hacia ninguna parte sea como perderse indefinidamente en un gran desierto. En el arenal infinito del tiempo. En el légamo perenne de los siglos. En el agujero negro de la ficción y las leyendas. Es cierto, nos han dicho que hay un oasis en alguna parte, pero seguimos dando vueltas sobre nosotros mismos sin encontrarlo. No hay manera.

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viernes, octubre 17

Exagerando


La Telaraña en El Mundo.
 
  A veces, voy de noticia en noticia hasta que la vista (y las ideas) se me nublan y no tengo otra opción, entonces, que cerrar de golpe todas las aplicaciones y diarios digitales y concentrarme en la página en blanco. En ese lugar extrañamente solitario y, a la vez, amenazador donde sé que me acabo reuniendo con los lectores y, sobre todo, conmigo mismo.
 Pero hoy tenía en mente aceptar la invitación que recibí hace unos días de sumarme a la página de Facebook «Quiero que Mateo Isern vuelva a ser Alcalde de Palma». O glosar, por ejemplo, la magnífica labor de la Fundación Jaume III al respecto de la normalización lingüística de los libros de texto de nuestros alumnos. O echarme unas risas malévolas a costa de los juegos malabares del nuevo 9-N. O dejarme llevar por la avaricia y la usura de los políticos y sindicalistas que recibieron (y usaron) las tarjetas B de Caja Madrid, esas tarjetas tan opacas como vergonzosas, tan bien dotadas de dinero como faltas de cordura, tan seductoras, en fin, como abrasivas.
 He optado, sin embargo, por desentenderme de casi todo y alejarme del ruido ajeno y la pintoresca química asamblearia de los foros y redes sociales. Sólo así puedo huir de la fascinación que parece convertir a personas normales (puedo dar fe de ello, al menos en algún caso) en auténticos vándalos del lenguaje y, sobre todo, de las ideas. Sólo así puedo seguir atento a las tres o cuatro cosas en las que aún creo. O ni eso, porque me costaría enumerarlas sin sentir el rubor del que se sabe, como siempre, exagerando.

 

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martes, octubre 14

Afuera de las mazmorras


La Telaraña en El Mundo.
 
 Es cierto que nos rescribimos de continuo. Que estas líneas de ahora son también las de hace algunas décadas, cuando todo nos parecía mucho más excitante y sólo era que éramos más jóvenes y mucho más inexpertos; que el mundo nos deslumbraba con los juegos malabares de nuestros maestros y predecesores y que andábamos, en definitiva, absolutamente famélicos de palabras con las que rellenar los estrechos e irregulares márgenes de esa especie de gran libro que pensábamos, tal vez, que podía ser la vida.
 Luego la vida ha sido ese libro, en efecto, pero también muchísimas otras cosas. Una biblioteca enorme y tullida (de sangre y a fuego), un dantesco laberinto de voces entrecruzándose hasta el infinito o el vacío, un viaje repleto de hallazgos y ausencias donde nos acabamos encontrando con la misma facilidad con que nos sentimos perdidos. Es así que nuestro estar es, desde siempre, intermitente y nuestro decir, por desgracia, se conforma con la exhibición entrecortada y fragmentaria de sus destellos, su indisimulable impotencia final, su voz rota por el rumor permanente de que nada es, de hecho, lo que parecía. O parece. Nos quedan, pues, muy pocas esperanzas de cambiar, para bien, las cosas. Puede que ya no nos quede ninguna.
 Nos hace muy felices, sin embargo, que no todos se hayan vuelto tan escépticos como nosotros. En eso pensé mientras observaba, con asombro, cómo aún queda gente (los convocados por PROU) dispuesta a protestar contra la inmersión lingüística y la asfixia en las mazmorras del nacionalismo. Bien hecho.
 

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viernes, octubre 10

El paisaje del Ébola


La Telaraña en El Mundo.
 
 Pienso, ahora, en la inefable ministra de Sanidad del gobierno de España y en los dos venerables misioneros, enfermos del virus Ébola, que fueron transportados, graciosa e irresponsablemente, desde la selva o la sabana africana hasta el mismísimo corazón urbano de Madrid. Ambos fallecieron dejando un reguero de posibles contagios, un rumor creciente a pandemia luciendo entre la precariedad, las quejas y también el lógico terror del personal sanitario, la falta general de preparación, medios e instalaciones y los inocentes, pero quizá contagiosos, colmillos del perro Excalibur, finalmente sacrificado, pese a la ira (irracional) de los animalistas. Pobrecillos.
 Pienso, también, en el ridículo general de España (y muy en especial de la marca España) dando tumbos alrededor de las idas y venidas del virus letal, los trajes protectores que nadie sabe ponerse ni quitarse correctamente, el optimismo propagandista y suicida de las autoridades y el miedo en el rostro de quien se sabe conejillo de unas Indias desconocidas e imprevisibles. Tantos desastres juntos no hacen sino aclararnos el paisaje. Pinta mal.
 Parece, por lo tanto, que no es lo mismo bordear los límites, siempre difusos, pero obvios, del esperpento que ponerse a chapotear de lleno en él. Eso es, más o menos exactamente, el doloroso diagnóstico que cualquier lectura atenta de la realidad nos sugiere. Acabo de enterarme de que Son Espases se ofrece para analizar los casos sospechosos de Ébola. Tanto valor me abruma. De veras. No sé si echarme a reír o a llorar.

 

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martes, octubre 7

Españoles


La Telaraña en El Mundo.
 
 Puedo imaginarme, sin demasiados problemas de conciencia, el hecho cierto, triste y hasta consumado de llegar a Barcelona, Cataluña, Países Catalanes, oficialmente como extranjero y sentirme, pese a todo, igual que siempre que salgo de casa sin llegar a salir, por completo, de ella. Es decir, siempre que salgo de Mallorca y me dejo invadir por la fascinación y por el asombro ante los infinitos mundos que voy descubriendo, pese a todo, en el extraño mundo que es uno mismo y son los demás y somos todos.
 Será, pues, que las coordenadas afectivas no cambian por una independencia de más o de menos, porque no existe más patria, de hecho, que la que nos duele y nos sirve de ubicua referencia, la patria ausente, pero solidaria y generosa, que viví durante meses en alguna urbe arrasada por entre los áridos polígonos industriales del Vallés, la patria que nos devuelve a la verdadera infancia del cuerpo y la mente, a los temblorosos corros de sardanas en Conde Sallent todos los domingos y fiestas de guardar, todos los días en que uno no tiene más remedio que abrir los ojos y mirarse muy adentro y también muy lejos; y se ve ínfimo y, a la vez, enorme sobre un destartalado caballo de cartón, media docena larga de sueños vencidos y todo el universo, todavía, por recorrer.
 Es en este punto donde evito la tentación de citar a Pío Baroja o a Juan Ramón. A Pere Gimferrer o a cualquiera de los Goytisolo. A León Felipe o a Cristóbal Serra. En todos ellos me encuentro la misma manera, tan española, de ser españoles. Incluso a su pesar.

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viernes, octubre 3

Windows 10


La Telaraña en El Mundo.
 
 Cuando la realidad me decepciona me busco alguno de sus paisajes alternativos, algún corte al por menor de la pieza entera de los días, para hacer así, en definitiva, como casi todos y sentir que hay refugios y hasta paraísos artificiales en los que seguir descubriendo quienes somos, como siempre pero de otra manera; a escondidas y sin estridencias, como por descuido, error u omisión y sin sacar pecho, como simples oyentes (y también espectadores) del espectáculo que sea. Hay muchos y para todos los gustos.
 Puedo, pues, dejar de lado tanto el esperpento catalán al respecto de la independencia que jamás tuvieron (no más que ahora, quiero decir) como la indigente situación de la educación en las Islas. Obviamente se está produciendo el esperado choque de trenes entre el angosto y paralizante Decreto de Normalización Lingüística y la lógica social del trilingüismo, sin que la torpeza administrativa (y comunicativa) del Govern parezca capaz de hacer otra cosa que emparejarse, al menos en altura de miras, con la absoluta decrepitud ideológica de la oposición. El asunto anda rodando por los suelos. «Like a Rolling Stone», que cantó Bob Dylan y muchos otros le versionaron.
 Así las cosas, nada mejor que andar probando, como ya lo estoy haciendo, las avanzadillas del nuevo sistema operativo (llamado Windows 10) que Microsoft acaba de sacarse de la manga. Me gusta la informática. Me permite desbordar los límites físicos del lenguaje y arreglarlo todo, después, con un simple reinicio. Ojalá fuera tan fácil con la vida misma.

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