LA TELARAÑA: septiembre 2014

martes, septiembre 30

«Bon profit»


La Telaraña en El Mundo.
 
 La realidad no es un mal sitio para apreciar el diagrama de las lenguas, su implantación y utilidad efectiva, su música y, sobre todo, sus danzas: el bilingüismo, el trilingüismo y hasta, si se tercia, la locura de Babel. De hecho, no es sólo el mejor, sino el único sitio que jamás deja de sorprendernos por su sencillez y arrojo, su desprecio de las posturas forzadas, su mayestático olvido de la corrección política. Así son las cosas. Las aguas bajan tal cual las lleva la corriente, las guía la inercia, la gravedad, el milagro casi bíblico de los vasos comunicantes: la empatía, las ganas de diálogo y, más aún, la necesidad y el placer de entenderse. De entenderse a toda costa.
 Vengo de una larga noche en Son Amar. Se premiaba el trabajo efectivo de vendedores y proveedores, de empresas afines, marketing, servicios, colaboradores. Una gran fiesta isleña del turismo donde, desde los escenarios, se parodió la entrega de unos Premios Oscar ganados, estos sí, con el sudor y el esfuerzo diario, los contratos en su mayoría fijos discontinuos: gente y empresas de aquí con personal español, pero también extranjero.
 Me bastó echar un vistazo alrededor para saborear esa mezcla de alegría y precariedad, ese aire a esfuerzo, a trabajo hecho lo mejor posible, pese a la crisis y las dificultades. En el escenario se sucedían las actuaciones y los discursos. Tomé nota. Varias frases en español y el resto en estricto inglés. De postre, sólo dos palabras en mallorquín pero, eso sí, antes de empezar a cenar. «Bon profit». Un exitazo.

 

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viernes, septiembre 26

El Infierno


La Telaraña en El Mundo.

 
 De un repugnante saco de músculos artificiales, violaciones a niñas, ensaladas de barbitúricos y anabolizantes (en el lugar exacto del cerebro, como mínimo) a otro de agresiones racistas a cuchillo y cruces gamadas. Más músculo desperdiciado. Más humanidad echada a perder. Más basura que hay que ir recogiendo como se pueda, pero a toda prisa, con urgencia, sin escatimar en medios, sin dejarse confundir por la maraña convulsa de los hechos, el por qué reconvertido (y reconvertible) de los sicólogos o la balsámica indiferencia de los que no aspiramos a juzgar a nadie, salvo a nosotros mismos.
 Es así como la mierda se nos acumula; hemos pasado del presunto violador de Madrid  al descontrolado agresor de Lleida, pero nos faltaba, todavía, la irrupción del último video de los monótonos guionistas del terror de Estado Islámico y su guerra de todas la guerras en el corazón mismo de una actualidad repleta de heridas y gangrenas, la incurable infección de los días y las noches del Ébola colectivo sin otra compañía que la fiebre y los vómitos, el espanto generalizado.
 Quizá la locura sea no afrontar la realidad, sino por sus síntomas en vez de por la atenta lectura de sus entrañas. Pero no hay tiempo para según qué lecturas, introspecciones, vigilias, disecciones. Quizá la vida pase tan rápida que no haya ni tiempo, de hecho,  para que se cumplan totalmente las condenas que merecerían durar la eternidad entera de un auténtico Infierno bíblico y no un simple racimo de años a la sombra tutelar de la paupérrima justicia humana.

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martes, septiembre 23

Famélica legión


La Telaraña en El Mundo.
 
 Ya sabíamos, porque la historia tiende a repetirse, que las crisis económicas acaban enloqueciendo a casi todo el mundo que las padece. Así, mientras se disparan las alarmas y se echan en falta los imprescindibles asideros del equilibrio personal y colectivo, se pierde, como por ensalmo, el paso firme y se cae, si no se anda con muchísimo cuidado, en el paso marcial, que es esa forma tan desagradable que tienen las multitudes de arrastrar su indolencia, su arrogante sentido de la libertad o de la esclavitud y su absoluta ignorancia, en fin, hasta más allá de lo que un ser humano debiera permitirse. O permitirnos.
 Las estupideces, mientras tanto, van tomando forma y hasta volumen. Se convocan referéndums para acabar perdiéndolos. Se crispa la convivencia, no por el deterioro del perfeccionismo, no por la falta de empatía o generosidad, sino por cualquier ocurrencia política que sólo atañe a la mala conciencia y a la peor digestión de unos pocos (políticamente bien comidos y mejor pagados) frente a la hambruna general de la famélica legión que nunca hemos dejado de ser pese a las apariencias.
 Quiero decir que estoy harto. Harto de las banderas y de las camisetas con mensaje, igual que de las televisiones con políticos a la carta. Harto de que se repita una historia que sólo conlleva las mezquinas escaramuzas nacionalistas y la repetida explotación del hombre por el hombre. Y sobre todo, de uno mismo por uno mismo, que lo primero es no echar las culpas a los demás y hacerse cargo de lo que más nos duele. Faltaría más.

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viernes, septiembre 19

Evocaciones


La Telaraña en El Mundo.
 
 
 Releo sobre el pasado de la gente que me interesa como si leyera sobre mi propio pasado, sobre mis días en otra parte, sobre el aprendizaje de la existencia que se traduce en ir quemando etapas y redoblar las esquinas donde alguna vez estuvimos a punto de detenernos. Suerte que no lo hicimos. Releo sobre ese pasado con nombres y apellidos y me dejo mecer por la misma literatura y música de entonces, ahora. El poema en prosa, «Espacio», de Juan Ramón Jiménez o el nuevo disco de Leonard Cohen, «Popular Problems», por ejemplo.
 Pero la realidad no sucede, exactamente, así. Si escucho las últimas canciones de Cohen estoy oyendo, de hecho, algunos de sus más antiguos éxitos. Quizá todos. Si recuerdo la sustancia literaria de los dioses, la luz de Coral Gables o el destierro asumido de España (Catalonia, Spain), en palabras de JRJ, estoy recordándome casi cuarenta años atrás con esos mismos versos entre los labios. Resulta difícil disfrutar de las novedades sin acordarse, a la vez, de los orígenes y principios. De la perturbadora complicidad que establecemos con todo aquello que amamos y que el tiempo nos tatúa en la piel y hasta en la sangre.
 Luego podrán, claro, las instituciones y los hombres ir cambiándolo todo a su antojo. A su necesidad o conveniencia. Podremos, todos, igualmente, intentar convertirnos en otra cosa y mejorar cuanto nos ha precedido. En esas estoy desde hace varias vidas y sólo logro convencerme de lo mucho que cuesta, hoy en día, encontrar algo con que sustituir a nuestros viejos dioses de siempre.

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martes, septiembre 16

El Estado Islámico


La Telaraña en El Mundo.
 
  Incluido el temido (pero tan común y familiar en España) ruido de sables –que me llega desde el maremágnum de las redes sociales pero también vía WhatsApp, es decir, a través de gente que conozco y de la que no me queda otra que fiarme- me asombra sinceramente que los medios (y yo mismo) le dediquemos tanto espacio tipográfico a los desbarres de los independentistas catalanes (que no son mucho más que unos publicistas intentando vendernos la frivolidad de un futuro y un pasado a su medida) y a la áspera situación de caos lingüístico y educativo que padecemos. Todo eso es muy grave, desde luego, pero secundario.
 Hay en el mundo, alrededor y muy cerca de nosotros, otros asuntos mayores. Me refiero, por supuesto, a las decapitaciones sangrientas en la primera plana de los telediarios, a la dolorosa putrefacción ética y estética de todos los sentidos cuando un hombre es públicamente humillado intentando escapar de la muerte y aun así muere porque la daga asesina de los verdugos le alcanza la yugular y hasta el pulso entero de una civilización y un modo de vida (el nuestro) que no debería consentir en arrodillarse, sino ante el Creador y no siempre, ni de cualquier manera.
 Hay que frenar, pues, esa perversión insuperable del autoproclamado Estado Islámico y sus planes de expansión. De lo contrario, no nos importará (si es que llega el infeliz momento) perder Cataluña, si hemos de perder, también, España entera en pleno simulacro de reconquista de ese califato que fue Al Andalus y ya no es. Esperemos que siga sin serlo.

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sábado, septiembre 13

¿Banksy?

En esta finca tapiada desde hace años (tras el dibujo, quizá de Banksy, quizá no: y qué poco me importa eso), seis pisos arriba del cielo y sin ascensor vine a nacer yo...



viernes, septiembre 12

La patria


La Telaraña en El Mundo.
 
 Mientras escribo estas líneas (ayer, para el lector) se está celebrando en Cataluña la tan esperada Diada de este y cada año, al menos mientras la libertad dure. Ese gran Día escogido entre los muchos días iguales y sucesivos de una terrible resaca de siglos en que todas las teorías políticas se colapsan y todos los sentimientos, mientras dicen aunarse, se solidifican; y ese engrudo lento, esa sustancia que querría superar, sin éxito, la exclusividad litúrgica del éter, ese quinto elemento de la ficción y la paraciencia, esa ilusión colectiva (y sin embargo, subjetiva y difusa) recibe, con eco multitudinario, el solemne nombre de patria y no sólo eso.
 También recibe algunas de sus principales cualidades y texturas. Su porte augusto y quizá desafiante. Su elegante cojera marcial y sus íntimas ojerizas, tan hipnóticas. Su declinante material genético. Su arsenal de tribu aristocrática. Su arquitectura claustrofóbica, su aire a club privado y a la vez decadente, el espejismo demoledor de una telúrica casa de putas en la mitad metafórica de todos los caminos. En decir, en parte alguna.
 Pero la patria (esa patria y todas) tiene costuras y grietas. Se parece sospechosamente a un bolsillo y no a uno cualquiera, sino al propio bolsillo. Pero a mí se me escapan esas patrias, todas ellas, cuando agito los bolsillos volteados y los patriotas del mundo entero corren a bailar como posesos. Bailan las mismas sardanas que vi bailar en mi infancia, debajo de la casa familiar, los domingos y festivos de un tiempo que ya no existe.

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martes, septiembre 9

La representatividad

La Telaraña en El Mundo.
 
  Seguro que hay una miríada de resortes legales o burocráticos que ignoro. Que las personas se mueven gracias a intereses de otro mundo, o no; todos los mundos son este mundo y no me olvido de los que aún están por venir y ya se anuncian en las esquinas pavorosas de la síntesis: la confrontación o el desengaño.

 Seguro que hay más de un par de filosofías sociales sobre la educación y las masas, un maremágnum de sicologías aplicadas y hasta varias dialécticas (más o menos históricas) detrás del telón y del talonario. Cientos de acciones cruzadas alrededor de un desembarco en no importa el lugar, mientras cale hondo. Qué menos. Nada mejor que tergiversar la historia y usurpar (como tahúres) la voluntad pública de los que callan y otorgan. De los que dudan y auscultan, inmóviles, el temblor de la verdad y la mentira: ambas se revuelcan. Nadie sabe cómo.

 Seguro que la marea verde retrocede de noche y avanza al alba. Hay que inundar las aulas con la ideología espumosa del resplandor, la letanía litúrgica de una lengua y un territorio. El caos de los sentidos cuando el mundo se hace fuerte en una única dimensión y acaba romo y plano, tullido. Seguro que las aulas, entonces, son el cadalso de una nueva Inquisición (tan española) y las palabras preceden a los actos mientras brillan las túnicas del deseo en los ojos y la marea (ahora negra como una leyenda) cubre los arrecifes y los engulle. No hay faro, no hay luz capaz de penetrar algunos enigmas. El de la representatividad efectiva de la Assemblea de Docents, por ejemplo.

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viernes, septiembre 5

Uniformes


La Telaraña en El Mundo.

 
 Puede que se trate de uniformarse de cualquier manera y de comprobar, después, lo poco que importa, de hecho, el uniforme elegido. Pasan dos mujeres (o dos bultos sospechosos, mejor) con el burka negro del fanatismo y la sumisión. Pasa un grupo de exaltados con la camiseta verde de la intolerancia lingüística de algunos de nuestros docentes. Cada vez menos, espero. Pasan varios de sus alumnos con prisas y urgencias hormonales, el rostro alborotado y los pantalones gachos. Serán una mala metáfora de la situación o la buena noticia de su carácter reversible. El eterno regreso de lo mismo o Cantinflas que ha vuelto.
 Pasa una pareja de jóvenes extremadamente pálidos con botas militares claveteadas y un racimo de cruces de metal colgando. Pasa un mendigo harapiento (con brillantes dientes de charol) y hace de su capa un sayo: se planta entre la multitud y observa, con curiosidad, cómo le miran con indiferencia o disimulo. Como si no le vieran o no quisieran verlo.
 Dejo de lado, ahora, el fulgor incendiario de otros hábitos y otros monjes. El de algunos policías y empresarios de Calviá o la Playa de Palma. El de los turistas ebrios y sus balcones extremos, sin paracaídas. Cierro la libreta y dejo de tomar apuntes del natural o del imaginario. Pasa entonces (y este tipo de visión sólo dura un parpadeo) una ligera y oblicua sombra semidesnuda y el aire parece que se estremece dubitativo: será que no hay otra forma de aprehender los recuerdos, que rescribirlos, vana y vagamente, con la sangre reseca de las grandes ocasiones.
 

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martes, septiembre 2

Confidencias


La Telaraña en El Mundo.
 
 Quizá el tiempo sólo sea la continuidad imaginaria de cierto estado de vigilia, la conciencia (a menudo, inverosímil y fragmentaria) de un espacio físico más o menos determinado que va dando tumbos según un guión maestro cuyo sentido final ignoramos. Las cosas cambian con nosotros, nos mejoran y degradan, nos envuelven de luz y sombras amenazándonos, paradójicamente, con convertirnos en otros o en nosotros mismos. Lástima que no siempre lo logren.
 Fue en septiembre de 2003 cuando publiqué mi primera columna en esta cabecera. Desde entonces, sin más interrupción que una arteria bloqueada y algún que otro apagón informático, se han cumplido once años y aquí sigo (y mientras lo digo observo una sarcástica sonrisa de humo y niebla escondida en el omnipresente perfil oscuro de esta página) repitiendo, pese a todo, el mismo artículo un par de veces a la semana, varias al mes, bastantes al año, muchas al lustro, muchísimas, en fin, a la década.
 Contra el tópico de andar escribiendo siempre lo mismo (como contra tantísimos otros tópicos) uno empieza a rebelarse de joven para terminar encogiéndose de hombros algo después; es decir, ahora. Lo digo porque, en no pocas ocasiones, quisiera haberles escrito alguna primicia de las que venden periódicos y hacen avanzar, siquiera sea democráticamente, a la sociedad entera. Lo digo porque, a falta de personajes y lugares extraordinarios, he tenido que refugiarme en el estilo: ese artificio o ese mérito, ese modo de decirles las cosas tal y como me las digo a mí mismo y a nadie más.

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