LA TELARAÑA: agosto 2014

viernes, agosto 29

La huelga habitual


La Telaraña en El Mundo.
 
 Repaso un par de fotografías recientes y me maravillo de cómo le ha sentado a Jaume Sastre su publicitaria y espectacular huelga de hambre de no hace mucho. Ese lustroso barrigón que nos muestra (bajo una ajustada camiseta verde de La Crida a punto de reventar) le da, según parece, mucha prestancia y no poca solvencia. O eso quiero inferir, al menos, del hecho de que la Assemblea Groga, la homónima en Girona de nuestra propia (y tan verde, en vez de amarilla) Assemblea de Docents, le eligiera para dar el pistoletazo de salida, el pasado 23 de agosto, a la Marxa per l'Educació pública, una serie sucesiva de manifestaciones que deberían concluir mañana, creo, en Barcelona.
 Que los docentes de Girona (o los de cualquier otra parte del orbe) necesiten que Jaume Sastre les ofrezca un discurso sobre la carrera de fondo que, según sus palabras, es su vida y es, también, su lucha personal (su propio «Mein Kampf», para entendernos), me dice mucho, tal vez demasiado, del nivel intelectual que estos presuntos docentes se gastan: sus aulas, al parecer, como harapientos barcos de rejilla en el revoltijo ideológico de las cloacas. Como en el aire asfixiado de las mazmorras. Como en el discurso sumergido en el pozo sin fondo de la inmersión lingüística.
 Pero Jaume Sastre no descansa. Hace unos días ya daba la vara en la Conserjería de Educación con la huelga inaugural del nuevo curso. La huelga política de siempre. Ese pulso (y ese recurso) habitual. Esa pesadilla que nos duele por nuestros hijos. Incluso por los que no tuvimos.
 
 
 
 
 

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martes, agosto 26

Godzilla o el poder


La Telaraña en El Mundo.
 
 Parece que a Europa le sobra grasa, pero no tanta como creíamos. Eso se desprende, al menos, de que Merkel aterrice en España y lo primero que haga es recorrer, con Rajoy, tan sólo seis kilómetros del camino de Santiago, donde les espera el agasajo tribal de las autoridades autonómicas, la solemnidad atávica del Templo y, por supuesto, el temple ruidoso de las protestas, la cacerolada contra los recortes. A Europa le sobra grasa, en efecto, igual que a nosotros nos sobran toneladas de hambre atrasada, quintales de absurda desgana, siglos de decepción y desvarío.
 Será, tal vez, que no hay forma de medir la intensidad de los deseos. Que se mezclan y confunden ética y estética, política y economía, filosofía y religión, arte y diseño; y así no hay forma, en fin, de hallarle algo más que el propio ombligo al mundo y no es de recibo creer que las cosas giran alrededor nuestro, porque no es así. Todo gira a su aire y no al nuestro.
 Así las cosas, me sumerjo en el enésimo remake de Godzilla y observo que el remodelado monstruo es el fruto de alguna de nuestras pesadillas más íntimas. Godzilla se nutre del poder radioactivo de las centrales nucleares con la misma avidez con que nosotros le damos al interruptor de nuestros deseos y queremos, además, que se cumplan. A toda costa. Sin demora. Ya. Para eso inventamos a los políticos (o nos inventaron ellos a nosotros) y vean, sin espantarse, cómo han acabado pareciéndose a Godzilla muchos de ellos. Desde Matas y Munar hasta Antich, Armengol y otros ilustres de nuestro pasado.

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viernes, agosto 22

Desde las trincheras


La Telaraña en El Mundo.
 
 Escribir con la casa tomada por un ejército de pintores de brocha gorda (los muebles y el polvillo blanco arremolinándose por entre los salones y pasillos, el viejo laberinto del hogar transformado en una trinchera) se convierte en una actividad paradójica, intempestiva, casi contra natura.
 No se trata, aunque yo juegue a trazar líneas paralelas donde lo que abundan son aristas y tangentes, de sobrevivir al rito fúnebre de un paredón asesino ni de repetir, obligados, las monótonas consignas de los verdugos habituales, sino de evitar que el discurso de los días se nos acabe atragantando. En efecto, las palabras pierden valor (quizá por el furor uterino de las redes sociales) y la grosera dictadura de las imágenes no hace sino ofrecernos un caos televisivo de sangre y venganza que habrá que lidiar hasta que nos llegue la hora de pagar la factura. Bienvenida la factura. Me refiero a los pintores, claro.
 Pero es que la libertad también tiene su precio. Y hay que pagarlo aunque creamos, pese a todo, en la bondad intrínseca del hombre, en su inocencia esencial, en su condición de heredero de un maldito pecado original que, al parecer, no acabaremos de pagar nunca. Es lo terrible de la usura cuando, además de ahondar en los balances contables, se aferra a los discursos territoriales o étnicos, la fe integrista, el velo de la vergüenza sobre la razón. O el ceñudo monolingüismo subvencionado de la OCB y sus esbirros; es decir, de nuestros catalanes de andar por casa ocupando IB3 y los 116.160 euros de ofrenda. La factura.



 

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martes, agosto 19

Dineros y utopías


La Telaraña en El Mundo.
 
 Unas cuantas diapositivas mejor o peor engarzadas le reportaron a Multimèdia de les Illes Balears, S.A. la bonita cifra de sesenta mil euros públicos. Se trataba de un estudio sobre el coche eléctrico, que es ese vehículo limpio, limpísimo, y también lento, lentísimo, que llevamos viendo, desde hace lustros, en los escaparates y vitrinas de casi todas las ferias más vanguardistas del ramo automovilístico, pero no en las calles, entre el estupor de las colas infinitas, el ruidoso temblor de los motores perdiendo aceite, el espejismo de la bruma y el sudor evaporándose donde el asfalto y el sol se funden y una cortina evanescente baila y se contonea, ante nosotros, como si en un sueño o delirio de seducción y lujuria. O así.
 Nada mejor, pues, que apoyarse en la vertiente utópica de cualquier aspecto urgentemente mejorable de la realidad –la ecología, por ejemplo- para que nos sintamos cómplices de algo noble, un futuro mejor, un planeta más limpio, una galaxia más pulcra y láctea, un universo con menos flatulencias y cosas así.
 Lo malo es asumir que el atajo hacia ese edén (y hacia otros paraísos similares) con que la humanidad entera sueña o delira desde el principio de los tiempos (y lo que le queda) suele ser, siempre, una indeterminada cantidad de dinero público presuntamente distraído, mal usado o dilapidado. Es una lástima que resulte tan difícil compaginar la grandeza histórica de nuestros sueños o delirios con el sempiterno agujero negro de nuestros bolsillos. Los nuestros, no los del Pacte de Govern aquel.

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viernes, agosto 15

El humo de los adjetivos


La Telaraña en El Mundo.
 
 Podemos echarle la culpa al mes de agosto y hasta dar por bueno, con estos calores, que la mollera se nos ablande o atrofie; tal vez, que se nos inflame o reseque, convirtiéndonos en una especie de antorchas humanas sobre el abismo resbaladizo que hay entre el fuego y las brasas (o las cenizas de la acritud y el desdén, la falta de rigor y el lenguaje cerril de la intoxicación ideológica) de un odio que no sé si siempre fue nuestro o si sólo es de ahora. De ahora mismo, al menos.
 Me refiero, claro, a los que han convertido las redes sociales y los lugares de opinión (por no hablar del uso de las tertulias televisivas como referente textual) en mera exhibición propagandística de las virtudes propias y los errores ajenos. Toda esa mierda maniquea inunda los muros de Facebook o Twitter y mezcla todos los temas en el mismo tema. No hay tema: sólo un alud de tópicos sobre, por ejemplo, judíos o árabes, fascistas o más que fascistas, bolivarianos y nacionalistas de un lado, el otro o ambos; triste penuria, en fin, de los adjetivos convirtiendo el mundo en una marcha descerebrada hacia ningún sitio.
 Pero nada dura para siempre; y eso es algo que deberíamos celebrar si no fuera porque, en esta carrera de relevos, cada generación le entrega a la que sigue un artefacto más inútil y envejecido, más repleto de problemas y huérfano de soluciones. Un mundo peor amueblado y con peores vistas en la primera línea de todas las playas y la línea última de un horizonte de niebla, quizá de humo y explosiones, alucinación, vacío, nada.

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martes, agosto 12

Los tiempos verbales


La Telaraña en El Mundo.
 
 Repaso las noticias mientras desayuno. Pronto llegará a las librerías (y a los ebooks) el tan demorado como esperado, creo, «Palais de Justice» de José Ángel Valente. Ya casi nadie lee a Valente; será que no andamos muy sobrados de tiempo y que nos agarramos a la vieja trampa de los días como a un bucle de ficción y vértigo donde ya no hay lugar, o no se lo hallamos, para ese lento y prodigioso viaje hacia el origen de lo que somos y la vida.
 Releo lo que he escrito y me dejo llevar por algunos interrogantes. Es cierto que hay libros que se escriben con vocación explícita de futuro, pero también lo es que su guión acaba, las más de las veces, intentando buscar alguna salida, la que sea que se alcance, por entre el espesor de los sueños y la presión asfixiante de la memoria. ¿Dónde podríamos, en fin, encontrar el futuro, sino entre las líneas de las palmas de las manos, en su intermitente tatuaje de arrugas y llagas, su contraluz a hurto y sarpullido, su higiénica, vana costumbre de mostrarse metafóricamente vacías y casi limpias, en apariencia inquietas?
 Salgo a las calles y compruebo la enorme mejoría, en términos turísticos, de Palma. Más tarde, el denso tráfico me mantendrá varado a muy pocos metros de las ruinas del Palacio de Congresos y las de GESA. Sólo empiezo a respirar cuando las dejo atrás y a mi derecha se muestran, bellísimas y altivas, las siluetas desafiantes de la Catedral y la Almudaina. Es decir, qué cercanos y revueltos que andan el futuro, el pasado y ese enigma que damos en llamar el presente.

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viernes, agosto 8

De cenas y asambleas


La Telaraña en El Mundo.
 
 
 No sé si prefiero una cena o una asamblea. Es cierto que las cenas a gran escala (donde todos se mezclan como si la gastronomía fuera un arte y ellos unos artistas del hambre) tienen mejor prensa, pero mi poca experiencia en el tema no acaba de saber cómo librarse de la rigidez de la etiqueta, la mirada inquisitiva de los camareros, los monólogos cruzados de los comensales, el batir ensordecedor de las mandíbulas y plumas, el efímero soufflé que siempre se derrite antes de tiempo.
 Sobre las asambleas, en cambio, soy casi un experto, porque me pasé un par de cursos universitarios, en Valencia, yendo de asamblea en asamblea a la hora de clase y a todas horas. Era divertido discutir sin más urgencias que las hormonales y encontrarse, aunque sólo se aprobaran las propuestas más delirantes, con que siempre había algún grupo en la sombra (acaso los precursores de Podemos) que sí sabían cómo presentar sus tesis y hasta vendérselas a la opinión pública. Podían y lo hacían, claro.
 Así las cosas, puede que las huestes de MÉS acierten al declinar la invitación real (de Felipe y no de Juan Carlos, que tenemos a dos reyes cohabitando) a la cena en el Palacio de la Almudaina. Igual ese no es el lugar adecuado para los que preferirían, tal vez, departir ideológicamente con Jordi Pujol y su espabilada prole. O acudir en masa (y hasta infiltrados) a alguna asamblea incendiaria de Podemos para atisbar por dónde van los nuevos derroteros del poder, esa falange sin más brújula que las perlas televisivas de Pablo Iglesias. Nada menos.
 

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martes, agosto 5

Cuestiones de agosto


La Telaraña en El Mundo.
 
 Nunca he llegado mucho más allá de andar barajando (poniendo y quitando) discos de vinilo sobre la aguja de la gente, más o menos ebria, en algún pub amigo y lejano en el tiempo. Calle Apuntadores, Atarazanas, Plaza Gomila y adyacentes. Algún lugar, pues, envuelto en la pesada bruma del tiempo y en el calor huérfano de tantos meses de agosto huyendo del sol y las playas, de los largos paseos al alba sobre la arena, las algas y el alquitrán, sobre las conchas, vacías de vida, pero repletas de alguna música remota. Quizá de metáforas o de mujeres que me escribían cartas, cuando aún se escribían cartas.
 Por desgracia, ya no se escriben cartas y el archivo íntimo de toda una vida se reduce a un desordenado arcón de papeles envejecidos y un puñado de bites en un único pen de unos pocos gigas de capacidad con una carpeta ramificada (por voluntad o azar) y un mar de archivos víctimas, en fin, del olvido o la apatía. A la intemperie tanto de cualquier virus informático como del más clamoroso de los naufragios. O el silencio.
 Quiero decir, claro, que sé muy poco, pese a los precedentes, de afamados disc-jockeys y de multitudes más o menos histéricas o exaltadas. Más aún, me temo que su histriónica psicodelia actual lleva los mismos lustros de retraso o distancia que mantengo conmigo mismo y con mi pasado. En todo ello, pienso, mientras me acomodo en la terraza de algunos bares de Palma y dejo que me rieguen como si fuera una planta en un frágil invernadero de cristal. Acaso un penúltimo palacio de invierno en pleno agosto.

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viernes, agosto 1

El referéndum de los otros


La Telaraña en El Mundo.
 
  Habrá que ver quién puede convocar, finalmente, el referéndum del 9-N en Cataluña. Habrá que verlo, porque puede que no sean pocos los políticos nacionalistas que, a rebufo de la polvareda familiar (y Cataluña, como Baleares, es algo así como una familia) de Jordi Pujol, van a acabar dando vueltas alrededor de los juzgados y la vergüenza en los medios, la pena del telediario y la crispación en las redes sociales, la risa de los escépticos, el estupor de los que por ahí pasaban y siguen pasando. Aún no se precisa pasaporte para aterrizar donde fui feliz como en tantas otras partes; de forma intensa, pero intermitente.
 Habrá que ver, también, cómo se logra superar la crispación que irá cerniéndose sobre todos a medida que se acerque la fecha y no haya urnas ni colegios electorales legítimos más allá del perplejo limbo español, la tormenta europea y las amenazas universales de excomunión; más allá, asimismo, de una crisis que sigue dando sus coletazos de hambre y dolor, el estertor del que no piensa irse sin dejarnos su huella más profunda. Ese dolor (y ese desgarro) lo vamos a heredar nosotros. Todos nosotros.
 Pero no hay problema. Todo se hereda y se dilapida. Todo se pierde, igual que se gana, entre las raíces polvorientas de un árbol genético tan vital y confuso, como azaroso y cómplice. Da igual lo que voten o no: la asamblea de la vida es sólo un simulacro donde lo único que se reparten, de veras, son las diversas máscaras biológicas del poder, ese juego de rol donde los esclavos son siempre los otros. Cómo no.

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