LA TELARAÑA: julio 2014

martes, julio 29

Conspiraciones


La Telaraña en El Mundo.
 
 De vez en cuando merece la pena dejarse llevar por alguna teoría de la conspiración lo suficientemente absurda como para considerarla material perfecto para un sueño salpicado de sobresaltos, tal que la vida misma. Imaginarse, por ejemplo, que el vuelo de Malaysia Airlines desaparecido el pasado mes de marzo en algún lugar desconocido y el que se estrelló hace diez días entre el cielo y la tierra en llamas de Ucrania son el mismo avión y hasta sus pasajeros los mismos cadáveres sombríos, cuatro meses después, hartos ya de dar vueltas por entre las nubes y los escondrijos de las tormentas; el viaje infernal que concluye cuando ya no quedan trayectos por explorar, rutas suicidas que nadie surca ni vigila: la ronda imaginaria, en fin, de una conspiración o un sueño.
 Así uno digiere la épica y la desmenuza y recicla; la convierte, acaso, en lírica. En ese proceso, uno abre sus ojos al mundo y, quiera o no, parpadea. De una parte, el mundo nos parece un curioso juego literario, donde los personajes son sólo palabras y la acción y los sentimientos, complejas construcciones gramaticales. De otra parte, una viga de polvo se arremolina y se hace fuerte en nuestra mirada; se adueña de su interior y así de nuestro lenguaje.
 Es entonces cuando nos duele, hasta las lágrimas, la sangría colectiva que vemos y palpamos como si estuviéramos en pleno sueño y las mil y una noches de los mil y un cuentos no quisieran amanecer y no hubiera forma, en fin, de decirle a Sherezade que no calle jamás, que mientras haya discurso habrá vida.

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viernes, julio 25

Planeta de simios


La Telaraña en El Mundo.
 
 Guardo en alguna parte, en algún lugar remoto del anaquel de los libros y la niebla, los siete u ocho devedés de las diversas secuelas, precuelas, remakes, versiones y perversiones de «El Planeta de los Simios». Hablo de la saga completa y de algún que otro material paralelo o alternativo, que he ido recopilando sobre el tema. Cosas de simios y humanos. El regreso indeciso al origen de las especies o al temblor explosivo de la Historia, ese baile genético entre seres tullidos (puro viaje en el tiempo, porque el espacio es siempre y sólo un pretexto) sin otra máscara que la propia ignorancia.
 El caso es que hay nueva entrega en la gran pantalla. Más épica y mejor armada, tecnológicamente, que las anteriores. En Sudamérica la han titulado «El Planeta de los Simios: Confrontación» y en España, «Amanecer en el Planeta de los Simios». Aquí los diferentes matices no hacen sino enojarnos y fruncir el ceño. Como simios. O como humanos. Definitivamente.
 De momento sólo he ojeado un par de versiones mutiladas en el inglés original de un incómodo cine repleto de sombras y murmullos. Pero ya habrá tiempo de confirmar la más terrible de las sospechas, porque si algo he aprendido de esta ensalada de simios y humanos es que no hay forma de superar la grandiosidad simbólica de la imagen de Charlton Heston arrodillado en la arena y maldiciéndonos, contra la sombra vergonzosa y las ruinas de la Estatua de la Libertad. Ucrania, Gaza, Siria, Irak, Irán o los secuestros de la guerrilla musulmana, por ejemplo, son sólo el principio. Ay.

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martes, julio 22

Paisajes del horror


La Telaraña en El Mundo.
 
 
 Unas cuantas fotografías de Javier Izquierdo me estropean el almuerzo y hasta es posible que algo más. Me duele, en efecto, la obscena sobredosis de realidad de las imágenes que, al fin juntas y revueltas en su exposición #passionformagalluf, no hacen sino recordarnos el perfil abigarrado y obtuso de algunos paisajes que, pese a todo, no pueden sernos absolutamente ajenos: el júbilo delirante y efímero en plena bacanal alcohólica por entre las trincheras encharcadas de Magaluf, el sexo autómata y desechable sobre su arena blanca y mordida, el escatológico corolario muscular de la vulgaridad. Quizá la zoología costumbrista. O la taxidermia física de la barbarie.
 Estas imágenes, sin embargo, no colman por completo mis ansias; ignoro si de realidad o ficción. ¿Cómo diferenciarlas? No parece del todo real recorrer los cielos diez kilómetros arriba, entre las nubes, y que un misil tierra aire venga a despertarte a una pesadilla de fuego y carros de combate, cadáveres y comisarios políticos. Me temo que no hay vena que aguante el ácido convulso y corrosivo de tanta realidad de golpe y por asalto.
 Algo similar, o tal vez peor, pasa también allá donde mi (buena) educación judeocristiana acaba palideciendo entre dos fuegos con la misma llama incandescente y el mismo ardor tullido. No es hora de tópicos o inventarios, sino de evidencias y soluciones. Y esto debiera valer para todo y todos. No se puede caer tan bajo y tener enemigos tan rastreros que no te dejen ser, siquiera, quien debieras ser y, por desgracia, ya no eres.

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viernes, julio 18

Los manifiestos


La Telaraña en El Mundo.
 
 Parece que la cosa va de manifiestos. Es decir, de elaborar un catálogo de afrentas lo más prolijo y conceptual posible y de buscarle alguna salida de síntesis al enorme entuerto, algún discurso afectado, por lo tanto, de metáforas rebuscadamente sencillitas y de buenas intenciones sociales. Cómo no. Se trata, pues, de poner la realidad en una cuarentena similar a la del barbecho para invitarnos a reflexionar sobre sus problemas y los nuestros: buscarle la luz colectiva al apagón de la inteligencia, mejorar su aspecto, su aura a mundo futuro sin más futuro que la debacle, la disolución o, y eso es siempre lo peor y lo más probable, el triunfo final de algún espejismo, del que sea.
 Porque siempre hay algún espejismo que nos seduce sin que sepamos por qué o cómo. Alguna idea u obsesión que nos palpita con letal urgencia en las sienes. Alguna especie de maldad telúrica que se nos ocurre, quizá entre sonrisas, y con la que pretendemos quitarnos la máscara ante todos y así vernos, al fin, tal y como quisiéramos ser vistos. Lástima que no haya forma de que las imágenes se estén quietas.
 Pienso ahora en «Libres e Iguales» y en Vargas Llosa o Fernando Savater. También en el nuevo manifiesto federal de Sartorius o Baltasar Garzón. Pienso en “PLIS. Educación,  por favor” y en lo difícil que es intentar construir un oasis en mitad de la uniformidad desértica del pensamiento único. Pienso que una vez me adherí a un manifiesto (al de la Lengua Común) y que, hasta que se cumpla, no me hace falta firmar ningún otro. Qué alivio.

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martes, julio 15

La guerra de los días


La Telaraña en El Mundo.
 
 El futuro es un lugar muy extraño al que no hay otra forma de llegar que hacerlo absolutamente desencantados y sucios, muy sucios, con toda la indeleble suciedad de los días grabada en la piel y en el alma, en el claroscuro de las intenciones, en el trasluz de la sonrisa, en el cansancio infinito de la voz, en la lenta disección de la realidad que vamos haciendo aunque nos hiera su inaguantable hedor a pólvora y a mentira, a injusticia inexplicable, a universo ordenado a la fuerza y a las bravas: la persistente sospecha de que alguna demagogia de orden superior nos está arruinando el raciocinio o lo que nos pueda quedar de él. No mucho, me temo.
 Voy y vengo, pues, de las críticas, por ejemplo, a Israel o Palestina como si fuera un náufrago en pleno desierto del Mar Rojo. O de las ideas. Dejo de lado el maniqueísmo y su amplio catálogo de alucinaciones, porque aun sabiendo de qué parte debiera estar la justicia, ignoro qué parajes, cuáles, le corresponden a la humanidad y a la barbarie. El mundo es un lugar muy estrecho donde el espacio físico resulta vital y no puede haber peor consejero que las apreturas ni mayor pecado que ceder a la tentación gratuita de la frase fácil, la sentencia fulminante, la solemnidad fatua del lenguaje.
 Algo similar me ocurre con Jaume Matas y su inmediato ingreso en prisión o en donde sea. Si, en su momento, la reclusión de Munar me dejó frío, qué puede importarme, ahora, Matas. Cada uno suele acabar, muy a menudo, donde se merece. Sobre todo, si además se empeña en ello. Por supuesto.
 

 

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viernes, julio 11

Los paraísos artificiales


La Telaraña en El Mundo.
 
 La prueba de que hay otros mundos (y de que, además, están en éste, según la cita clásica de Paul Éluard) la tenemos con la existencia, a tan sólo unos pocos kilómetros y varias rotondas de Palma, de una urbe en mitad de ninguna parte y de todas, una especie de Sodoma y Gomorra entre los arenales curvos y bronceados de las dunas y la espuma voluptuosa y hecha añicos del oleaje, tan próximo: ese lugar llamado Magaluf, donde no recordamos si estuvimos hace lustros o décadas.
 Resulta, claro, que el tiempo pasa tan deprisa que igual, pese a todas nuestras cábalas, no estuvimos nunca y estamos, en realidad, delirando sobre un lugar de ficción que sólo existe en la mente tórrida y locuaz de un turismo que viene, exclusivamente, en busca de los paraísos artificiales que ya no se encuentran en el aburrido mundo real sino, tal vez, en sus universos paralelos, en sus hangares alternativos bajo la niebla, en sus limbos de alcohol, éxtasis y lava; de humanidad ebria e insomne, estupefacta entre los vapores y las alucinaciones. El spleen. La ascensión y caída de Ícaro. O los versos del mejor poema de Arthur Rimbaud, Una temporada en el Infierno.
 Luego sucede, no obstante, que estos paraísos artificiales se convierten en pesadillas demasiado largas y convincentes. Es cierto que el cuerpo da para bastante, pero la mente no siempre le acompaña y, cuando se queda atrás o desembarca en otra parte, la fiesta se reduce al estertor de una muerte anunciada que acaba en vómitos, y no en sangre, tan sólo cuando hay suerte. Mucha suerte.
 

 

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martes, julio 8

La Lonja y otros sueños


La Telaraña en El Mundo.
 
 Sabes que ya empieza a ser la hora y que debes levantarte a escribir estas líneas, pero el sueño te vence, suavemente, con voluptuosidad rotunda, y las primeras luces y también los primeros ronquidos del alba te parecen un ruidoso enjambre de luciérnagas en mitad de alguna recurrente pesadilla en la que no eres capaz de distinguir si lo que te rodea es real o es ficticio, mientras sigues dando vueltas sobre el lecho y las sábanas y el resplandor y los acordes de la música o la vida siguen revoloteando por ahí adentro, en algún lugar de ti mismo donde no quieres mirar ni tampoco mirarte. Nos cuesta mucho mirarnos, si no estamos muy seguros de lo que vamos a ver.
 Pero resuenan en la lonja de tu cerebro, sobre las espaldas lentas de las tortugas de Jan Fabre, los acordes de alguna vieja canción –quizá de David Bowie o Pink Floyd, que anuncian nuevo disco- y entonces el grito del tiempo es un jadeo de vértigo, una sinfónica voz andrógina, un destello parpadeante en los espejos donde no alcanzas a verte, sino a ráfagas. O ni así.
 Esa música te sumerge en el remolino agridulce de los que podrían estar contigo y ya no están o están muy lejos; y no te dejas vencer por la nostalgia, porque lo que te paraliza es el terror físico de no saberte tú mismo ni siquiera en esa vigilia previa a la vida que es demorarse la eternidad entera en las orillas próximas al ser y, sobre todo, al deseo. Quiero decir, pues, que es así que al levantarte te encuentras que ya está escrita la columna que ibas a escribir y no sabías cuál ni cómo.

 
 
Zeno brains and oracle stones de Jan Fabre en La Lonja (Palma de Mallorca)

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viernes, julio 4

Juicios y felaciones


La Telaraña en El Mundo.
 
 Cuando veo a los jugadores de la selección brasileña de fútbol, entre otros, cantar a capela el himno de su país empiezo a temblar de desagrado y pavor; quizá de vergüenza, acaso de hastío. Me da, entonces, que estoy en el sitio equivocado a la hora en que no debiera. Que el universo ha enloquecido y que una especie de guerra (de momento, sólo psicosomática) entre tribus en proceso de descomposición social y cultural no ha hecho sino comenzar ante mis propias narices. Mal lugar para observar lo que era un partido de fútbol y ya no sé qué es.
 Pero el lugar es malo, también, para asistir al juicio tardío de los cuarenta y tantos estudiantes que ocuparon, hace más de dos años, la conserjería de educación, por aquellos días de Rafael Bosch, entre los aplausos y vítores de los más que asombrados, emocionados funcionarios, los cánticos de aliento de los hooligans, el ayuno futuro de Jaume Sastre y su flota de barcos de rejilla, el apoyo eufórico y eufónico de las fuerzas vivas, el ondear frenético y hasta refulgente de las camisetas verdes, su marea de inmersión lingüística, su estela de no sé ya cuántas virtudes abriéndose paso, al fin, entre la ignominia general de los otros. Siempre los otros.
 Quiero decir, pues, que entre el análisis sumarial de este tipo de juicios y el rápido visionado de los videos de los concursos de felaciones a cambio de copas gratis, que se han puesto de moda en varios pubs de Magaluf, no sé ya cómo hablarles de la actualidad sin que se me salten las lágrimas. Y no digo por qué. Por supuesto.
 

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martes, julio 1

El exhibicionismo


La Telaraña en El Mundo.
 
 Me he comprado un cacharro (otro más, no sé si digital u holográfico) donde palpitan, de nuevo, mis contactos de siempre, esos rostros y nombres, tan absolutamente familiares como desconocidos, con los que comparto, sin pudor alguno, esa parte de la realidad que llamamos virtual, porque sólo nos la podemos encontrar, precisamente, en ese mismo cacharro (o en cualquier otro similar) con que uno pierde el tiempo y distrae, asimismo, la mirada; recorre la piel y los perfiles que sólo puede palpar en sueños, pero también aprehende ideas o máximas y asiste a motines, como si la vida fuera un aula inmensa y las pizarras chirriasen como enloquecidas en busca de mi atención, mi tiempo y mis sueños.
 Nada de eso sucede, porque suelo andar escarpado y lejos de los cinco sentidos y también harto, muy harto, del presunto ingenio de los que se las ingenian para convocar a los demás como a sí mismos. Ese movimiento cero y esa gran manipulación me resultan obscenas.
 Pero hay que aceptarlo. Todos los círculos (sociales, políticos y hasta informáticos) se acaban cerrando, porque esa curvatura, que vive de la exageración y del mito del eterno retorno, está en su naturaleza y en la nuestra. Desde su interior, repleto de metáforas, celebramos no sé muy bien qué, porque la soledad sólo se vence con la empatía y no es empatía, de hecho, lo que solemos sentir en la absurda soledad de nuestro círculo, ese lugar vacío, pese a la ingeniería social o el exhibicionismo. Ese es, por supuesto, el más horrendo y común o compartido de los pecados.
 

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