LA TELARAÑA: junio 2014

viernes, junio 27

«Party Boats»


La Telaraña en El Mundo.
 
 Creo que las Islas dan para satisfacer cualquier tipo de turismo. Uno puede perderse, por ejemplo, por las sombras perpetuas de la catedral, las murallas y el casco viejo de Palma; puede olvidarse de casi todo en el zoco palpitante de cal, arena y fuego de Ibiza; puede resurgir, milagrosamente, por entre los islotes del puerto de Mahón, la Fortaleza de la Mola o el Castillo de San Felipe.
 Se puede hacer todo eso, pero también lo contrario. Descolgarse desde los balcones ácidos de la noche hasta el duro empedrado de la realidad. Vivir o morir de placer o dolor y hacerlo para siempre o para nunca; para ese instante decisivo en que todo se detiene y damos un golpe de timón, recobrando el gobierno de las cosas, o no lo damos y se nos lleva, entonces, la corriente. El naufragio.
 Pero no hay que demonizar lo que no nos gusta. Además, es barato. Parece que cuarenta y cinco euros no dan para nada, pero no es así. Dan para recibir manguerazos de champán o cava en la cubierta resbaladiza de un catamarán en plena bahía. Dan para dos horas largas de barra libre de cubos de sangría y chupitos de lo que sea. Dan para rendirse extenuados al compás de la música abrasiva de un par de discjockeys. Dan, en fin, para ahogarse, cuando el sudor, la sed apremiante del alcohol y los fuegos artificiales de otras sustancias, no incluidas en los catálogos oficiales, abren sus abismos hacia el infierno en las hinchadas sienes; y por esos desagües se acaba yendo la vida y también las aguas revueltas. Las aguas que se van, pero ya no regresan.
 

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martes, junio 24

La memoria de los fósiles


La Telaraña en El Mundo.
 
  Sigue habiendo huesos calcinados bajo la tierra revuelta por las llamas, cada vez más retorcidas, del dolor y el tiempo. Huesos ardidos de una guerra antigua sin otros supervivientes que el odio o la sed de la venganza; que el chisporroteo persistente de la memoria, esa vela trucada que nunca acaba de apagarse, mientras los años parpadean y se suceden los funerales y las celebraciones y sobre la mesa se reparten cadáveres y también banderas con que cubrirlos, sin que haya forma, por desgracia, de lavarle al rostro de la vida sus ojeras de rencor y muerte. El anacronismo de su mirada, la frivolidad de su conciencia.
 Pero ahí está, o sigue estando, entre los fueros y desafueros de la corrupción política generalizada, el PSIB pidiendo que el parlamento balear condene rotundamente (sic) la dictadura franquista, como si el paso del tiempo no la hubiese ya condenado y en sus herrumbrosas argollas, allá en los sótanos subterráneos de las mazmorras más tétricas, no existiera, también, un auténtico catálogo del horror, un enorme alijo de huesos rotos y sus correspondientes voces de ultratumba. Ilusiones tiznadas de sangre reseca. Alaridos subyugados por el silencio. La memoria de los fósiles.
 No parece que este catálogo precise de demasiadas excavaciones; pero es muy digno y humano, por supuesto, querer enterrar a los propios muertos en algún lugar donde nos puedan esperar en calma y sin prisas. Quizá la vida consista en pasar unos cuantos años con los nuestros, primero, y toda una eternidad con sus huesos, después. O así.

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viernes, junio 20

Felipe VI


La Telaraña en El Mundo.
 
 Quizá lo más significativo de la monarquía es que se sostiene, siempre, sobre algo que todos creemos conocer bastante bien: los apesadumbrados, pero también funambulistas, aires familiares, la continuidad, quizá algo perversa, de un determinado perfil genético, su curiosa mezcla de pleitos (en los tribunales) y satisfacciones, su voluntad firme, pese a todo, de sobrevivir al paso del tiempo, siquiera sea como espejismo. O como unidad de destino en lo universal, que viene a ser lo mismo y que, de hecho, lo es, porque la vida no puede ser otra cosa que esta larga, perenne y también frustrante sensación de creernos siempre otros y no saber, de hecho, quienes somos.
 Pero escribo estas líneas dividido entre las amargas (y, sobre todo, hiperbólicas) crónicas futbolísticas de la debacle anunciada de España en Brasil y la proclamación en vivo y en directo de Felipe VI. Todo se me antoja sumamente exagerado, una muestra ejemplar de realidad afectada, un cántico a deshoras, una representación chirriante. Fue muy bonito mientras duró, pienso, y sonrío, porque no sé muy bien a qué me refiero.
 Mientras tanto, Felipe VI recorre Madrid en coche descubierto como si recorriera, también, todos los títulos, capítulos y disposiciones de una Constitución que no imaginábamos, la verdad, que nos diera para tanto. Nos da para legitimar al nuevo Rey y, también, para que los nacionalistas más recalcitrantes no le aplaudan cuando le escuchan hablar en su propia lengua (y en la de los otros) sin acabar de entenderle. Qué van a entender ellos.
 

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martes, junio 17

De bustos y símbolos


La Telaraña en El Mundo.
 
 
  Parece que a los nacionalistas de MÉS les preocupa el busto del Rey Juan Carlos que preside Cort y que habrá de ser cambiado, muy pronto, por el de su hijo, Felipe VI. O eso se supone, porque ya le han encontrado, al busto, un sucesor alternativo (y hasta un autor adicto a la causa) en la no menos esférica y nobilísima cabeza del último alcalde de Palma durante la República, Emili Darder. Es decir, hace un rato de nada y una lluvia infinita de cabezas como cantos. Rodados, por supuesto.
 La verdad es que yo no soy muy partidario de los bustos. Los de piedra tallada me resultan ariscos y hasta impostados; y los parlantes, tan televisivos como políticos, me suelen resultar poco creíbles y hasta ensordecedores. Todo lo contrario que los bustos de algunas señoras y, muy en especial, de la mía. Cómo no.
 Tampoco me gustan, en absoluto, los retratos reales; siempre me acaban pareciendo falsos bodegones donde la naturaleza muerta se reencarna en las facciones más o menos hagiográficas o adustas del tiempo. Ni los crucifijos, a los que reconozco, no obstante, cierta austeridad solemne que no sé si es de este mundo. Mucha peor opinión, aún, me merecen las banderas, los himnos, las señas de identidad enaltecida y, por extensión, los lazos, las sogas y los ayunos más o menos imaginarios. O famélicos. En realidad, me temo que los símbolos siempre acaban queriendo significar mucho más de lo que, de hecho, significan. Y esa impostura es el fruto podrido de no asumir los límites del pensamiento. O las deudas de la propia cultura.
 
 

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viernes, junio 13

Fetichismo y realidad


La Telaraña en El Mundo.
  
 Menos mal que hoy comienza, al fin, la andadura futbolística de España en Brasil, porque ya empezaba a resultarme del todo punto imposible seguir atento a los flecos judiciales, fetichistas y hasta metalingüísticos, al parecer, de la más que próspera farmacia de José Ramón Bauzá como máximo y casi que único objetivo de una descarriada y lamentable oposición política que, salvo invadir aulas, conciencias y patios escolares, lleva toda la legislatura y algo más sin otra labor reconocible que atender a las disputas y delirios ideológicos en las redes sociales; sobre todo, en Twitter.
 En sus orillas de cristal líquido (me temo que ante el monitor de esa playa muchos parecen haber perdido el oremus) la sucesiva resaca de los ciento cuarenta caracteres por mensaje no acaba de inundar por completo la realidad, pero sí que, al menos, la encharca con el alud propagandista de las inquebrantables adhesiones virtuales de los que no tienen otra mejor que hacer que sumarse a lo que sea que se diga o lleve la corriente.
 De ahí al asfalto de las urbes parece que va sólo un paso; y así es, en efecto, que se llenan algunas calles y no pocas plazas y la ciudad se parece a un zoco de cólera o un bazar de ira. Un tótem alrededor del cual el gentío da vueltas y enarbola sus banderas, tararea sus consignas y descubre, finalmente, que siempre son pocos los blasones y menos, aún, los cánticos; que la realidad y el espejismo de nuestros mejores sueños no sólo no son lo mismo, sino que, además, tampoco tienen por qué serlo. Aunque nos duela.

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martes, junio 10

El bálsamo de los deportes


La Telaraña en El Mundo.
 
 Aunque no lo parezca siempre hay tiempo para todo. Para la gente que queremos y también para las tertulias sociales. Para la dispersión y el entretenimiento más inocuo, pero ilustrativo y hasta balsámico. Para la literatura y también para uno mismo; y esas extrañas reuniones privadísimas de las que sólo se sale, cuando se sale, tan excitado como taciturno, tan harto de la obscena palabrería (alrededor, pero también adentro) de los dioses y diosecillos ajenos, como insatisfecho y decepcionado por la dimensión exacta de las propias fuerzas, la fatiga súbita del intelecto y de los sentidos ante la luz que nunca acaba de llegar y el cuerpo en la penumbra que somos y no sabemos cómo somos. O algo así.
 Quiero decir, pues, que podemos abstraernos de casi todo y situarnos más allá de la realidad: exactamente en su limbo o en la telúrica carta de ajuste de una televisión ideal que sólo respondiera a nuestros designios. Este pasado fin de semana tocó deportes.
 Por un lado, el Mallorca salvó en Córdoba la categoría, y hasta los muebles, poniéndose ahora, al parecer, entre las manoplas de Aouate y las frías manos millonarias de Abramovich. O viceversa. Por el otro, Rafael Nadal volvió a lucir nuestra ancestral destreza de honderos míticos en la tierra batida de París, como si en las playas de Manacor o Normandía. Entre ambos, la selección de España preparaba el Mundial de Brasil, con Diego Costa como jugador más español entre los españoles. No bromeo. Para ser español lo primero, y casi que lo único, es querer serlo. Cómo no.
 

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viernes, junio 6

La república de Armengol


La Telaraña en El Mundo.
 
 No es plan vivir estos días en España; no lo es, al menos, si nos atrapa la inercia de los eventos que dicen ser la actualidad y que sólo son un pretexto para dejarse vencer por la pereza intelectual y consentir, así, en que el mundo se simplifique tanto que la lujuria de una frase mil veces repetida en Twitter, por ejemplo, no sólo lo defina, sino que lo culmine y desborde.
 No hay reposo, pues, mientras el Rey cumple, entre la laxante hagiografía de los medios, con su agenda pública. No hay reposo, tampoco, entre la efervescente y agitada república tricolor de los que saltan de las tertulias y los muros de Twitter o Facebook a la algarabía ociosa (quizá indignada, pero poco, porque la indignación siempre debiera empezar por uno mismo) de las calles y plazas. Estos miles de personas son mucho menos nocivas (y más inocentes) que políticos como Francina Armengol, más atenta a los pactos de poder y a las revueltas hormonales de las redes sociales, que al pulso de la realidad.
 Me gustaría saber, eso sí, qué tipo de república ansía Armengol. ¿Lo sabe ella? Lo dudo; y ni le vale mirarse en el espejo de los que andan a su izquierda. Entre la maleza y las cavernas. Así, en Més, Biel Barceló y Fina Santiago desean, él, una república balear y, ella, una federal y española. Ahí es nada. Me da que el gran sueño laico de la república está resucitando la confusa pesadilla (sobre todo, nacionalista) que ya fue: la fragilidad de una razón a la que cada vez cuesta más hallarle la médula y hasta los argumentos. Si es que los tiene.

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martes, junio 3

La farsa


 
 Apago el televisor y huyo de las tertulias sobre la abdicación del Rey y el incierto futuro. El futuro siempre es incierto. Salgo a la calle Olmos y pienso, literalmente, en el bullicio de un gran palomar al aire libre. Esquivo el vuelo rasante de las palomas y me diluyo bajo la fronda de la Feria del Libro y sus anaqueles repletos de quimeras. Espejismos. Tal vez alucinaciones.
 Subo a la Plaza Mayor y me cuelo entre la quietud indigente de las estatuas humanas y el sudor huidizo del top manta. Recorro el zoco y observo que la artesanía apenas cambia con los años. La misma sensación de inmovilidad la sentí, también, durante la Diada per la Llengua: la marcha verde (y roja y gualda) de la OCB y su piélago de lazos como gargantillas de una mazmorra. El cínico homenaje (y el desierto de la inteligencia en las arengas) a un ayuno propagandístico y asistido. Adulterado.
 Me digo, después, ahora, que no siempre supe si había que intentar cambiar las cosas desde dentro o desde afuera. Desde la equidad de las urnas o el alarido radical de la negación y el duelo. Pongo en los brazos abiertos de una balanza la dejadez, algo hermética o indiferente, de quien se deja llevar porque intuye que tanto da una cosa que otra, y la urgencia de quien no puede esperar, porque el tiempo es limitado y no hay mejor forma de sobrevivir a la farsa que desenmascararla antes de que nos engulla. Y la balanza me mira, sobrecargada e inmóvil, como si fuera una estatua auténtica, una quietud altiva y desdeñosa en mitad de la Plaza Mayor y el gentío.

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