LA TELARAÑA: abril 2014

martes, abril 29

«Marathon Man»


La Telaraña en El Mundo.
 
 Dedico más de una hora diaria a recorrer Palma con el paso lo más rápido que puedo, que no es mucho, lo sé, porque no soy muy dado a la exhibición física ni a la ropa deportiva y casi que prefiero agotarme con el porte habitual del traje de calle que convertirme en un émulo alucinado de tanto corredor de maratón, al estilo californiano, como me encuentro. Los veo pasar como si fueran seres alados y me gustaría, entonces, tener el valor de preguntarles por qué corren, pero no lo hago. Pienso que es posible que no supieran qué responderme. O peor aún, que me respondieran lo mismo por lo que yo me apuro recorriendo las sombras de una ciudad que cambia mientras camino y voy dejando, a mis espaldas, el rumor pretérito de algo que ya sólo existe en mi memoria. O ni ahí.
 Camino rápido, pues, porque huyo de la muerte. O, tal vez, porque la persigo sin alcanzarla. No es fácil saber el auténtico por qué de las cosas, cuando se nos mezclan, por igual, ilusiones y desengaños, deseos y temores, filias y también fobias; ese arrugado, retorcido y tan travieso hilo conductor que hace que la vida nunca sea, exactamente, tal cual la esperamos. Menos mal.
 Con todo, lo que más me intriga de estas escaramuzas diarias es que, a cada paso, se me repite la gente con que me cruzo y acabo pensando que ya no conozco a nadie; que los amigos se me han hecho muy viejos y apenas salen de sus madrigueras actuales o de sus nichos. Lo primero me parece bien. Lo segundo no hace sino confirmarme lo fugaces y mudables que son los estados de ánimo.

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viernes, abril 25

Réquiem con subtítulos


La Telaraña en El Mundo.
 
 Casi que, desde siempre, mi primer interés al respecto de las televisiones que padecemos, es comprobar si ofrecen un buen servicio de subtitulado en vivo y no una delirante y mecánica traslación salteada de frases sueltas, como cazadas al vuelo o por azar. IB3, por ejemplo, no cumple eficazmente con ese servicio y eso sí que me preocupa y molesta; y no la sandez de andar «salando», o no, los eternos artículos de la discordia, que no son pocos, sino muchos. Quizá todos.
 Quiero decir –ya puesto en la precaria solemnidad de quien ausculta las monomanías ajenas igual que las propias- que hasta Dios es uno y trino. Hipóstasis, se le llama a eso. Y que la lengua catalana, por no ser menos, es también una y trina (Cataluña, Valencia y Baleares, como poco); y si no trina más y mejor es porque las autoridades filológicas de rigor (y estupor: las de la UIB, sin ir más lejos) prefieren que gorjee en un estándar que sólo usan los que llevan bata blanca, guantes de látex y curran en algún laboratorio virtual y aséptico. Irreal. Las palabras como cadáveres en plena autopsia. La gramática como un corsé o una mortaja.
 Será de ver, pues, si tras este réquiem hay alguna resurrección. Tampoco sabemos cuál es la lengua enferma o difunta. Lo ignoramos casi todo. ¿Quién subvenciona los fastos? ¿Quién los duermevelas colectivos, las procesiones conceptuales, las afinidades electivas del próximo 9 de noviembre? ¿Quién las vigilias o el largo rodeo a ninguna parte? Me da igual si no detienen el tren. Ya me bajé hace rato y para siempre.

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jueves, abril 24

El atrapasueños de Sant Jordi

 La Telaraña en El Mundo.
 
 Sé que no se me ha perdido gran cosa entre la inmensa mayoría de los libros que se exponen por Sant Jordi. Pero, aun y así, salgo a las calles de Palma y recorro mi propia ruta familiar de los libros. La cuesta de Olmos, San Miguel, Geranios, Plaza Mayor, Cort, Ramblas, de nuevo Olmos. Este mapa del tesoro me recuerda emociones pretéritas, hallazgos inesperados y algún que otro feliz reencuentro. Me confirma, asimismo, que no sólo hay literatura entre lo que se muestra: también está la exhibición sectaria de algunos y su habitual pasacalle lingüístico de andar muy por casa y salir, como siempre, trasquilados. Puro material de derribo que, no sé si por fortuna o desgracia, también tiene su público. Es cierto, hay gente para todo.
 Pero escribir siempre tiene efectos colaterales. Convertirse, por ejemplo, en un náufrago al sol esperando que alguien compre, al fin, nuestro nuevo libro y quiera, además, que se lo firmemos. Loado sea Dios, pensaremos entonces, vaya milagro, o no, porque la verdad única y casi irrefutable es que ese hipócrita lector no llega: no acaba de llegar nunca. Estoy seguro de que, ahora mismo, ha vuelto a pasar de largo. Y por enésima vez. Qué mala suerte.
 Pero soy yo, ahora, el que pasa de largo. El que pasea entre libros y rosas sin saber, de hecho, qué tipo de pétalos prefiere. ¿Cuáles ando buscando? Sant Jordi es un murmullo medieval de hierros y dragones, el día repetido, teatral e insomne de Cervantes (y acaso, también, de Shakespeare, de Ramón Llull y hasta del autor más desconocido que logre emocionarnos); es el atrapasueños críptico y misterioso, recurrente, donde se esconden los tiempos verbales de tantas y tantas vidas sucediéndose, sin pausa ni descanso, por entre los pliegues subterráneos de la piel y el papel, del amor, del alma mientras intentamos desnudarnos, mirarnos a la cara y hasta decirnos todo aquello que las palabras no aciertan a decir por completo… O quizá sí. La verdad es que somos muy insistentes. Condenadamente perseverantes.
 Por ello sigo mis pasos, más allá de la fatiga o la pereza, bajo el sol que ruge, arriba, y atravieso la ciudad que arde, metafóricamente, con una suerte de llamas que no pueden provenir de otro fuego, que no sea el interior o el íntimo. Observo que una turba de bienvenidos turistas se mezcla, sin acabar tampoco de mezclarse, con las columnas de los libros, con los mendigos y los músicos a las afueras del templo, con los escritores, en fin, que no escriben libros con títulos larguísimos, con la gente corriente y tranquila, que lleva a sus hijos, los ojos como grandiosas lucernas, de un tenderete a otro, de un malecón al siguiente, de un sueño de páginas de piel o papel a otro sueño similar, pero distinto: es posible que todos busquemos descifrar esa tinta invisible y quizá mágica con que el tiempo (ese incomprendido y sabio aliado) dibuja nuestro propio destino en su nombre. O viceversa.

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martes, abril 22

Fuego cruzado


La Telaraña en El Mundo.
 
 Me asomo perplejo, pese a todo, a la lentísima rutina de los días festivos y a las calles casi desiertas de Palma como si buscando, metafóricamente, algo de vida y de movimiento: el baile anónimo, quizá, de alguna figura humana con la que acompasar, en silencio y desde lejos, mi ánimo de palabras sueltas y frases inconexas, mi indiferencia o mi pereza social, mi cansancio infinito de artículos gramaticales más o menos salobres y de días oscuros de no sé qué patria, cuál, una o doble, pequeña o grande, libre o tan sólo redimida y, seguramente, traicionada, como mi alergia a la lluvia viscosa y amarilla del polen y a los rayos de un sol que empieza a hacerse fuerte. Omnipresente. Casi invencible.
 Es hora, pues, de intentar hacer recuento de las bajas. De rescatar, siquiera sea por unos pocos minutos de eternidad y memoria, los viejos libros de Gabriel García Márquez, que ya no volveré a leer nunca, por supuesto y sin nostalgia alguna, con la misma inocencia aquella que perdí, para siempre, una tarde remota ante el asombroso pelotón de fusilamiento de sus páginas.
 Pasa, y ya es hora de decirlo y, sobre todo, de decírselo a uno mismo, que jamás se abandona ese peligroso lugar de privilegio ante el paredón de la vida o la muerte; y los días se convierten en viajes a ninguna parte, salvo al punto exacto donde seremos alcanzados por el inevitable fuego cruzado de la verdad y de la mentira; por el rayo revelador de alguna última luz perturbadora. A mí me divierte pensar que las cosas son así, aunque, quizá, no lo sean.

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viernes, abril 18

Cuestión de penitencias

 
La Telaraña en El Mundo.  
 
 «Els tentacles de les tenebres». O un gobierno contra la escuela. Los cómics que la Asamblea de Docentes, al parecer, endosa a los alumnos (que aún siguen siendo, por cierto, nuestros hijos) llevan títulos así de crípticos y llamativos, delirantes. Con José Ramón Bauzá y Jorge Campos en la diana de las viñetas del odio. El imperio del mal, la opresión. O el lugar perverso de las cavernas. La noche cerrada donde los lobos aúllan como vampiros ávidos de sangre; y el viento silba, gruñe y se retuerce, quizá, por entre sus afilados colmillos. Cómo no.
 Es una pena, sin embargo, que el inagotable cómic de la realidad no vaya un poco más allá del maniqueísmo de rigor y que la imaginación de los docentes (de la facción nacionalista que usurpa, fraudulentamente, su representación) no sea capaz de traspasar el umbral de la inmersión lingüística, el catalán como terapia de shock, la escisión de la identidad entre las dos lenguas que, a fin de cuentas, nos han convertido en lo que somos.
 Pero no voy a ir mucho más lejos. Escribo en pleno Jueves Santo. Huele a cera y un lento paso fantasmal recorre Palma con su insomne ejército de tambores. No sé si esa música solemne responde a la fe o a la tradición, a la voluntad o al azar que nos coloca, sin que sepamos por qué, en un lugar y no en otro. No me queda sino observar el paisaje, desde el minúsculo lado de la libertad en que vivo, y dejar que la vista se me nuble de túnicas y capirotes igual que de camisetas verdes y estandartes ajenos. Allá cada cual con su propia penitencia.

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martes, abril 15

Entre arias y alaridos


La Telaraña en El Mundo.
 
 Las más de las veces les daría algunas monedas con tal de que se fueran con su música a otra parte; pero igual es que soy un raro y no deben, por lo tanto, tomarme en serio: hay gente que hasta les aplaude y tararea, mientras dan vueltas por entre las mesas abarrotadas de las terrazas y el mundo, entonces, se vuelve más oscuro y no sé si mezquino y un rugido catastrófico de acordeones y timbales (o así) me hace trizas el alma y el poco tímpano que aún me queda.
 Es la hora del café con leche, el refresco o la caña echados a perder para siempre. La hora del mal cuerpo, confirmado, por tener que afrontar los ciclones y las tormentas acústicas y no poder, siquiera, poner cara de disgusto, negar una limosna, una sonrisa, un airado cruce de miradas entre el gentío inconsciente y el sol de plomo (o latón, el paupérrimo metal del dinero) en las alcancías.
 El tema, no obstante, no es tanto la música como la mendicidad. La sobreactuación vulgar de los peores frente a la discreta presencia de los más cualificados. Ahora recuerdo a una mujer entonando arias con esforzada dignidad y a varios grupos o solistas, sobre todo por San Miguel y alrededores, que casi convierten la ciudad en un magnífico viaje desbocado entre emociones que van o vienen: siempre al galope. Lo que ya no sé (desechada la autoridad moral de todos los colectivos artísticos o municipales del universo) es cómo disfrutar de su fiesta sin tener, como contrapunto, que aguantar a la peña ruidosa y folclórica de las terrazas y la sangría compartida de los bares.

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viernes, abril 11

Marcianos en Madrid


La Telaraña en El Mundo.
 
 Acabo de ver una extraña luz brillando sobre la superficie reseca y, seguramente, baldía de Marte. Una especie de géiser de luz, muy similar al géiser de agua bajo los arcos y las agujas góticas, flamígeras, de la catedral de Palma: la brisa marina empieza ya a ser cálida, pero no deja de salpicarnos, como siempre, con su refrescante espuma (de mar Mediterráneo en peligro inminente de expolio, explosiones y taladros), mitad surgida de la curiosidad y mitad de la ignorancia. O del inacabado saber que nos confirma que no lo sabemos todo, ni falta que nos hace.
 La inmensidad de nuestra catedral me turba, pero también me sonroja su personalidad y parsimonia de siglos, su aplomo solemne de pedernal y lápida, su sacrificio sucesivo de generaciones, su fortaleza de fe, quizá, en los cielos y hasta en las extrañas luces brillando sobre la superficie reseca y, seguramente, baldía de Marte.
 Recorro lo que queda de las antiguas murallas y las callejuelas, en sombra perenne, del laberinto del casco viejo, alrededor. Enciendo, más tarde, luego, ahora, la televisión y me dejo caer en la actualidad y en el pozo sin fondo de las redes sociales. No parece de recibo acudir hasta el mismísimo Congreso de los Diputados con un equipillo plagado de suplentes. Con una terna de simpáticos funambulistas sentimentales. No es serio. Como tampoco lo es quedarse sin la semifinal de Champions a orillas del reseco y, seguramente, baldío Manzanares, cuando lo suyo, desde siempre, era arrasar a lo grande en el Bernabéu. O intentarlo, al menos.

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martes, abril 8

Filias y fobias


La Telaraña en El Mundo.
 
 A dos euros por cabeza, unas diez mil personas (sorprendentemente salidas de la generosa pulsión electoral o del doble fondo incorruptible de los armarios) dejaron el domingo su voto para que Francina Armengol y Aina Calvo presuman, ahora, de democracia interna y primarias; de diáfana transparencia más allá de las estructuras piramidales de un partido que se mece o se columpia, como todos los demás partidos, según la brisa y el poder lo arrasen o lo arrullen.
 Así suceden las cosas. De vez en cuando, la gente se cansa de dar vueltas, a solas y a ciegas, y se adhiere primorosamente a lo primero que encuentra. Se deja crecer, entonces, una larga cabellera de filias y fobias; una greña de tópicos y prejuicios que, además de servirle de guía, de brújula, de faro, de norte, de bandera y de divisa en el largo y tortuoso camino diario, tiene el efecto colateral de reducir el espectro entero de la sociedad a la singularidad de alguna de sus anécdotas: el fluorescente y frío resplandor de la síntesis como culminación (y como parodia final) de un pensamiento más próximo a las habilidades cisorias de un forense que al estupor de un filósofo o un poeta.
 Pero da igual. De hecho, no me sorprenden estas ni otras artimañas, más o menos sofisticadas, de intentar convertir la vida de cada uno (y así la de todos) en algo más llevadero y satisfactorio. En el patio global, donde todo se compra y se vende, los partidos políticos no hacen otra que confirmar nuestra estirpe fenicia contra el muro vacío y desolado de nuestra fe y sueños.

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viernes, abril 4

La Feria de Abril


La Telaraña en El Mundo.
 
 Si ya degenera –y lo hace mucho, muchísimo- la cultura que podríamos llamar, sin temor a equivocarnos, propia o autóctona, cómo no va a degenerar –y hasta convertirse en puro delirio- la que nace por simple imitación o empatía, quizá por nostalgia, tal vez por llenar algún vacío afectivo o importar, casi de estraperlo, las costumbres que nos son tan próximas en el espacio y el tiempo como ajenas en su substancia, en su acaecer diario, en su telúrica inmersión en nuestras vidas. Una Feria de Abril sevillana en el acalorado mayo de Mallorca no es tan sólo una orgía de requiebros, finitos y faralaes; también es un viaje temático al extranjero: a ese lugar mitológico y salvaje donde siempre somos mejores (lo son, incluso, los bárbaros del pubcrawling o el balconing) de lo que en realidad somos.
 Repaso el párrafo que acabo de escribir y sonrío. Está claro que me he dejado llevar por el optimismo antropológico y por la fe ciega, tal vez, en la quimera; por la convicción penúltima de que la vida es también un viaje del que –como de las crisis, esos capítulos que abrimos y cerramos casi sin darnos cuenta- sólo podemos salir reforzados. O no salir.
 La Feria de Abril parece que se nos ha caído, veinticinco años después, de la agenda local por unos cuantos inodoros de menos. O por unas cuantas escaramuzas de más al interior de esos armarios de azufre y plástico donde lo difícil no es ya dejarse, heroica y malamente, el vientre, sino hasta el alma entera. Sea como fuere, y en donde fuere, no olviden recuperarla a la salida.
 

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martes, abril 1

El último emperador


La Telaraña en El Mundo.
 
 
 Para degustar el remolino tóxico de la existencia, catar su médula agridulce y palpar su resbaladiza realidad de limo (y sarpullido) hace falta recorrer los alrededores temáticos de la injusticia, el espectral y tétrico lenguaje o alarido de la sumisión y las mazmorras, el caudal asfixiante de la voluntad domada y hasta, quizá, tullida, las emociones azoradas, el reloj detenido de la esclavitud y otras cien mil perversiones. O más.
 Podríamos, desde luego, realizar este singular viaje recordando, sin ningún ánimo enciclopédico, algunas de las lecturas que nos iniciaron, inadvertidamente, en el tema. Podemos ir, por ejemplo, de Zola a Dostoievski, de Sade a Henry Miller, de Catulo a Georges Bataille, de Job hasta el mismísimo Apocalipsis.
 Estas lecturas, junto a muchas otras, forman parte de nuestra educación sentimental. Son, pues, importantes y hasta puede que decisivas. Nos ayudan, al menos, a leer y profundizar en los entresijos de la crónica prejudicial de Fernando Ferré y su Grupo Playa Sol sin que se nos atraganten, más allá de lo inevitable, las atrocidades de ese abigarrado paisaje donde el capitalismo consistía, aún, en ser el nuevo pretexto para la extorsión más antigua. La sombra vertical de un imperio sobre el sudor de una mano de obra que trabajaba de sol a sol bajo el sol infinito de Ibiza y que firmaba, presuntamente, sus contratos laborales en checo. Es lo que tienen los imperios. Que siempre caen en la tentación de eternizarse en algún idioma que no entiende casi nadie; salvo Franz Kafka, claro.

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