LA TELARAÑA: febrero 2014

viernes, febrero 28

El estado de la nación


La Telaraña en El Mundo.
 
 
 Ignoro cuál es el auténtico lugar donde se ha celebrado, de veras, el habitual debate sobre el estado de la nación. Obviaré las retóricas preguntas de costumbre -¿qué estado, qué nación?- porque no estoy como para retortijones dialécticos ni alcanzo a discernir, tampoco, si el debate acaba de celebrarse en los hangares del Congreso o si toda esa farsa entre Rajoy, Rubalcaba y sus respectivas guardias pretorianas es sólo un retorcido reflejo de lo que sucede, paralelamente, en el día eterno y gris de los juzgados de guardia. Donde las rampas y las grabaciones inverosímiles, por ejemplo.
 Pero igual da. O qué importa. Sus señorías chirrían tanto que el presunto enfermo (nacional, autonómico y quizá federal) no puede sino revolverse inquieto y desvelado. El símil médico se nos agota pronto, porque cuesta mantener la calma cuando los diagnósticos de unos y otros acaban siendo opuestos y hasta contradictorios. A estos galenos, que dicen auscultarnos, no parece caberles el cuerpo social entre las manos, el pecho y las consignas electorales. La sombra oblicua y rancia de sus incurables promesas.
 Parece, en cambio, que el debate esencial se acaba consumando extramuros: al trasluz, entre ebrio y dislocado, de las redes sociales y las tertulias televisivas, esas abarrotadas peluquerías del alma donde los expertos alardean de su tórrido ingenio y hasta pierden el oremus con tal de barrer todo lo que se mueva y dejarnos sin ningún desagüe que funcione de tanto pelo, pelusilla o pellejo entero como esparcen. Curioso derroche.

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martes, febrero 25

Ni verdades ni mentiras


La Telaraña en El Mundo.
 
 Puede que yo no ponga mucho empeño en distinguir la realidad de la ficción; o que, de hecho, apenas me importe la difusa y acomodaticia línea que delimita esos dos conceptos, tan mayores, minúsculos y sutiles, que son la verdad y la mentira. Igual es que no hay líneas ni fronteras ni márgenes exactos; igual sólo hay lugares comunes (lugares confusos, que sólo nos afectan mientras los pensamos o asendereamos) donde se arremolina, a la vez, la gramática solemne de las grandes ideas y el grafiti subterráneo, mordaz y enloquecido de las especulaciones.
 Estos lugares (y por extensión, el mundo entero desde la perspectiva de cada uno) son como lienzos de arena o de agua donde las imágenes se suceden para que la realidad o la ficción, según corresponda, cuajen en nuestra atónita mirada durante un único y recurrente instante: el recuerdo del fuego en la sombra del cuerpo, la memoria intermitente y lasciva (el abrazo sugestivo y tullido que define, con precisión, todas nuestras relaciones) de un tiempo y un lugar que ya pasaron; pasaron como nosotros.
 Por eso, treinta y tres años después del 23F (alboreando la patética movida de los ochenta) no puede llegar Jordi Évole y sorprendernos con un juego tan poco original como retórico. ¿Puede una mentira explicar una verdad? El chaval, como sus contertulios, debiera saber que las cosas se explican siempre solas si uno prefiere (y puede soportar) el auténtico rostro sin palabras del horror (y del miedo o el vacío) a los tópicos y figuraciones de un profesional de la impostura.

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viernes, febrero 21

Cuestión de camisetas


La Telaraña en El Mundo.
 
 El panorama es el que es, aunque crepite, se enmarañe o florezca. Voy de la larga procesión de las camisetas verdes a la urgente epifanía de las camisetas azules. Voy y vuelvo, desengañado, de las camisetas de todos. Aún hace frío y me demoro en las encrucijadas por no tener que escribirle, quizá, a quien no se lo merece.
 La Asamblea de Docentes recibió el Premi Martí Gasull i Roig por su defensa pertinaz de la lengua catalana. Unos miles de euros y el reconocimiento eterno de las fuerzas vivas y su llama prendida. Árida literatura de combate en unas trincheras de arenas movedizas. Octavillas repletas de un silencio y un hedor antiguo. En efecto, no hay forma de aplacar la náusea que nos asalta cuando le entrevemos a la farsa el armazón, el tuétano y hasta los higadillos. La casquería pura y dura del espíritu. Lástima que cada día se hable menos de educación y más de tablas salariales, jubilaciones y complementos. De lengua y territorio. Así funciona la cosa pública.
 Pero que no decaiga, porque si sigue arrastrándose tan por lo bajo y subterráneo pronto no habrá nada que observar o comentar. De momento, amenaza chapapote y temblores. O ruina. Las prospecciones petrolíferas representan algo así como el lado oscuro de la vida proyectándonos su oscuridad de manual, su pozo negro de metales líquidos y asfixia. Lástima que el panorama último lo acaben de arruinar los políticos con la caricatura arrojadiza de sus listas de personas non gratas. Cuestión de colores, creo. O de camisetas y daltonismo incurable, me temo.

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martes, febrero 18

La gran belleza


La Telaraña en El Mundo.
  
 El cine, a veces, nos depara sorpresas que ni en el mejor de los sueños. O sólo en ellos. Abro los ojos (o los cierro, ya no sé) y dejo que la fascinación me venza. La gran belleza inteligente, caótica y decadente de Roma me resulta reconocible y me sobrecoge, desde luego, pero son las palabras de Gambardella, el escritor que ya no escribe (pero que escribió una vez y se vació, quizá, del todo) las que, en definitiva, me desarman trasladándome a otro pasado en el que también fui derrotado; y era joven y me creía inmenso. No hay, pues, dolor ni placer, simetría o consuelo, en ese viaje, sino sólo una sonrisa agridulce y una única sospecha taladrándonos las sienes. Nada es, en fin, tal y como lo imaginábamos; pero eso no es demasiado grave. A veces, hasta es mejor.
 Con todo, el tiempo acaba poniendo cierto tipo de orden en nuestras vidas. A un lado, la pancarta de salida y al otro, la de llegada. Hay una niebla espesa sobre ambas y algo así como un extraño rumor parece precedernos, igual que lo vamos dejando atrás. Ni el próximo paso que daremos, ni el que ya dimos, son seguros. Ni ciertos, ni tampoco fiables.
 Puede que la memoria nos engañe ahora como siempre, aunque creamos, con Gambardella, que a nosotros (como a casi todos) también nos abandonó una mujer cuando teníamos dieciocho años y el tiempo aún no era un problema, sino un puente tendido hacia ninguna parte: uno mismo o el futuro, quizá esas largas frases retóricas que nunca acabamos de decir por completo, aunque quisiéramos. Cómo no. Qué error, supongo.

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viernes, febrero 14

La milla de oro


La Telaraña en El Mundo.
 
 Duele, tal vez, pero ilumina también el rostro (y no sé muy bien si de placer o envidia, indiferencia o desengaño) ojear algo así como media docena de escaparates en Palma y comprender, de inmediato, que nadie espera que compres nada, sino todo lo contrario; al mercado, a la franquicia, a la realidad sociológica del lujo le basta con que admires la inalcanzable marca de unos sueños que debieran ser, quizá, los tuyos, pero que no, no lo son, porque siempre preferiste soñar con lo que ya era tuyo, sabiendo que podía suceder que lo perdieras. En efecto, esa pérdida sucede (y volverá a suceder) varias veces a lo largo de la vida. No es nada grave.
 El lujo se convierte, así, en el lugar de un espejismo, cuanto más inalcanzable, mejor. Nos podemos, pues, acercar a los cristales y mirar, sí, mirar mucho y a fondo, pero sin tocar nada, por favor; que no hay nada peor que las huellas del vulgo en la frágil y quisquillosa realidad del papel de celofán o en el diagrama enloquecido de las plusvalías.
 Miren. Regreso al Borne y a los alrededores del rehabilitado Can Alomar. Regreso casi al mismo lugar donde hace ya siglos una mujer de indefinida edad me vendió los primeros cigarrillos americanos de mi vida. Ya no fumo, pero no dejo de añorar ese humo, entre gris y púrpura, sobre el que se sigue recortando la insalvable distancia entre la realidad y el deseo; entre los sueños y su coartada: la ficción bastarda de su precio. O lo que va de una milla de oro a un simple recuerdo, en tan sólo un par de metros cuadrados. O menos.

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martes, febrero 11

La farsa y el cortejo


La Telaraña en El Mundo.
 
 
 Tan sólo unos trescientos ciudadanos, entre republicanos, separatistas, antimonárquicos y afectos a las catástrofes del ERE de Coca Cola y las prospecciones petrolíferas en aguas muy próximas: muy poco prójimas, se dieron por aludidos el pasado sábado con la presencia de la infanta Cristina rampa arriba y abajo de los juzgados, de la guardia imaginaria de los fotógrafos y guardiaciviles, de la letanía iterativa del Juez y la fluorescencia de los togados, de la corte fantasmagórica de un estado de derecho que se diluye en un simple rebuscar en los detalles más nimios de la condición humana, como si lo hiciera en el interior de una gran bolsa de basura.
 Resulta, así, pues, que las preguntas y las respuestas se solapan y confunden convirtiéndose, en vez de en hallazgos, en auténticos desechos. Es lo que pasa donde no caben la imaginación y el desenfreno; la creación y el caos. O el estertor de la lujuria, por ejemplo. Es lo que pasa cuando tanto las preguntas como las respuestas, además de obvias, pertenecen a la farsa, al cortejo glacial de lo irrelevante.
 Hemos contemplado el paisaje (y hasta vimos al Juez saliendo entre vítores) y ahora lo que queremos es olvidarlo por completo. Qué remedio. Fuimos testigos de un último reflejo dorado en el estanque de un jardín que pudo ser el mismísimo paraíso (y el lugar de la primera caída) y que ya sólo es una especie de pantano, los alrededores de la realeza, la solemnidad de un pozo negro y sus aguas fecales. Pero había que dar la nota y hacerlo con nota. Misión cumplida.

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viernes, febrero 7

La guerra del petróleo


La Telaraña en El Mundo.
 
 La mujer se llamaba Jil Love, pero su nombre quizá fuera lo de menos. Lo más importante era su cuerpo y, sobre todo, su admonitoria mirada de mujer, el revuelo acharolado de sus cabellos como algas marinas y los dos pequeños peces que sostenían sus manos, como en una especie de bodegón eterno y menesteroso por las calles asombradas de una ciudad, Madrid, donde siempre hace más frío o calor del que aparenta y donde todo queda, de hecho, muy lejos y hasta como muy diminuto.
 ¿Pero qué es Ibiza (como Mallorca o las islas todas) en Madrid, salvo una indescifrable anomalía, un profundo sueño húmedo, tribal y acaso exótico, un último y radiante destino escogido más por necesidad, quizá, que por azar, un lema escrito en una rudimentaria pancarta de cartón y piel no sólo humana, sino mucho más que humana, definitivamente demasiado humana?
 Ya podrán los gobiernos (tanto nacionales como autonómicos) y también sus respectivas, personalísimas y muy esquizofrénicas oposiciones continuar labrando el complicado cauce legal de la barbarie, del futuro exhausto y agotado en sí mismo, de la tierra yerma de pasado mañana, del erial baldío de un mar despoblado y de una tierra raptada por el desafecto o por el olvido. Ya podrán, entre unos y otros, continuar sorbiéndole su savia al mundo (en especial, a los territorios a los que nos encadenaron) y hasta su médula al conocimiento. No sé si muy pronto ya no habrá petróleo para encender la luz de una sonrisa. O si lo que faltarán son sonrisas que den sentido a la luz y al mundo entero.

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martes, febrero 4

La fiebre y el fútbol


La Telaraña en El Mundo.
 
 Deseaba revivir la segunda división del Real Mallorca y, en concreto, recuperar de entre la memoria las jugadas de Doval, Orellana y «Chango» Díaz, la pléyade de los oriundos que coincidió conmigo en el Luis Sitjar, cuando el Luis Sitjar era un campo de fútbol con los urinarios al aire libre y no el nido sucio de ratas y cucarachas, el albañal de basura y maleza que es hoy en día y vaya usted a saber hasta cuándo, y yo era apenas un niño con un balón amazacotado de piel y papeles entre los pies y las manos hacia las cinco de la tarde de cada domingo que había fútbol en Palma. Hay que ver lo que ha llovido desde entonces.
 Cogí, pues, la tableta y medio poseído, aún, por los efectos colaterales de la fiebre alta, la tos y los mocos me dispuse a disfrutar del partido del Mallorca con el Sporting de Gijón, un histórico en la agenda deshilachada de mis recuerdos, mejor que mejor.
 La primera decepción fue comprobar que en el Gijón ya no jugaba Enrique Castro «Quini» y que en el Mallorca, sin ninguno de mis oriundos, tampoco jugaba Samuel Eto'o. Si esto es la segunda división, pensé, prefiero la primera, mientras el partido decaía en un ir y venir sin más sentido que la desolación. Está claro que un equipo sin Eto'o es mucho peor que otro sin Quini y así el partido acabó con una victoria visitante que tenía resabio a segunda división y a quiebra deportiva: la imagen y semejanza de la usura y la miseria en los Consejos de Administración trasladada al peor lugar posible, al césped de los sueños y, ay, de los recuerdos.
 

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