LA TELARAÑA: enero 2014

viernes, enero 31

Territorio comanche


La Telaraña en El Mundo.
 
 Menos mal que algo se nos queda de los mayores. Pienso en mi padre y en su peculiar escepticismo al respecto de la realidad o ficción de las estadísticas, de las que, por razón de trabajo, era un experto. A él, los números, ya le podían caer como chuzos de punta, que apenas se inmutaba con su terca inercia; siempre sabía cómo interpretarlos para hallarles la puerta trasera, la perspectiva más alejada de los lugares comunes, el corolario que, al fin, los desactivaba, a los números, siempre ingrávidos y sobre expuestos, siempre ajenos y hasta ignorantes de la afectada palabrería con que solemos revestirlos y maquillarlos. Quizá usurparlos.
 Pero el tema es adivinar bajo qué circunstancias, más o menos adversas o coyunturales, carga el diablo, por qué y cómo, la espoleta con retardo de las estadísticas. Sólo así podríamos asumir que las Baleares sitúen su índice de criminalidad en el nivel más alto, tras Ceuta, de España. Creíamos vivir en una balsa de aceite y resulta que somos, en cambio, auténtico territorio comanche, la recreación del Bronx, quizá la genuina reedición de Alcatraz en mitad de un mar lento y casi estático.
 Habrá, pues, que hilar muy fino y olisquear los índices de la criminalidad por entre la vertical oscura de los balcones y el empedrado letal de la realidad. Habrá que atender a los juzgados y encontrarse –entre otras princesas más o menos reales- a la mismísima Munar revoloteando por sobre las migajas con truco y trato de los fiscales. Igual las estadísticas, esta vez, tampoco mienten del todo.

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martes, enero 28

Contra el petróleo


La Telaraña en El Mundo.
 
 Uno se pasó la primera infancia y los años sesenta ejerciendo de dominguero por las calas de la isla y las autovías del seiscientos, por las aguas cristalinas que ya sólo son una quimera, una anomalía en el tullido ecosistema de la memoria, una imagen entresacada de un viejo álbum en el que un «llaüt» de madera no podía servir para surcarle los fuegos ni al mismísimo Sant Antoni, porque ni a un santo se le podía ofrendar lo que ya era, de por sí, sagrado: la supervivencia o el ocio, el viaje interior o el viaje a ninguna parte. El viaje que nos condujo al exilio, aunque eso no lo podíamos saber entonces, sino ahora.
 Pero hay mar de fondo y habrá fuerte oleaje y también resaca. Toca, pues, simulacro de desembarco: desnudarse y hacerse pasar –que tampoco es tan difícil- por auténticas focas desangradas, para que la autoridad competente nos demuestre, al fin, su más que dudosa competencia y evitar, así, que los cañones submarinos de las prospecciones de hidrocarburos nos pongan la fauna y la flora marítima a caldo. Aturdida y lista, como para un revoltijo de marisco hecho trizas. Exaltada y agónica, como para una infame bullabesa de los sentidos.
 El grumo del petróleo salpicando al óleo nuestras costas; convocando, quizá, a un nuevo turismo de mutantes ansiosos de una hora feliz entre las turbulencias del oro líquido y la espuma tibia del barrizal negro. Las islas convertidas en un cónclave postmoderno de muchedumbres con el traje y la corbata de la especulación. O con el turbante y la chilaba de pega. Vade Retro.
 

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viernes, enero 24

Vergüenza en Can Alcover


La Telaraña en El Mundo.
 
 Seguro que escribo, sobre todo, para que me lean. Seguro que, también, para leerme; para rebuscarme en el laberinto gramatical donde, de forma desencantada, pero consciente, me suelo dar de baja de vez en cuando para así descansar de mí mismo y del mundo, de esa realidad múltiple y caleidoscópica que unos se empeñan en simplificar hasta la náusea o la caricatura, mientras que otros, al contrario, nos esforzamos en intentar dejarla ser tal como es, en sus limitaciones y posibilidades, en su vaivén dinámico, porque nos resulta imposible retocarla sin traicionarla o traicionarnos.
 Pero pasa, también, que la falta de pudor de algunos nos supera. Y que la realidad manipulada (la de unos pocos en nombre de todos) se nos deshace como arenilla entre los dedos, porque no nos la creemos en absoluto. ¿Por qué íbamos a creérnosla? ¿Cómo aceptar, en fin, que la mutilen y troceen con todo un catálogo de insuficiencias ideológicas, monomanías y obsesiones? Hay que dejar terreno al asombro y al estupor, a tanta exuberancia como nos rodea y envuelve, a tanta dialéctica ajena a las discusiones bizantinas o febriles.
 He sentido, de nuevo, y como de costumbre, vergüenza ajena. Vergüenza por el grupo de escritores en lengua catalana que se reúnen en Can Alcover, no tanto para quejarse de los Premios Ciutat de Palma, que este año han gozado del privilegio de ser literal y literariamente bilingües, como para hacer piña y darle vuelo y empaque a su miserable y sectaria condición de talibanes lingüísticos. Otra vez, lo han conseguido.

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martes, enero 21

Los extremismos


La Telaraña en El Mundo.
 
 A falta de inteligencia, ingenio, y así la vida intelectual mengua (o agoniza y languidece en Twitter y otras tertulias más o menos televisivas) y nos vamos quedando sin palabras. O sin nada que expresar con ellas. No es de extrañar, pues, que acaben siendo los movimientos callejeros, su arquetípico manual de barricadas y cristales rotos, los que ocupen la indiscutible primera plana de una política convertida, al fin, en el dudoso arte de simularle una fachada a un edificio en ruinas o un rostro de lo más aparente a un cuerpo social, que hace aguas negras por dondequiera. Cómo apesta.
 Me refiero, claro, al maquillaje groseramente populista y demagógico bajo el que van surgiendo nuevas opciones políticas que se dicen alternativas a las que ya conocemos de siempre. Es cierto que los dos partidos mayoritarios son unos nidos de corrupción e incompetencia, pero no parece que propuestas mesiánicas como las de «Podemos» o «Vox», por ejemplo, vayan más allá de revolcarse en el albañal conceptual donde fermentan, siempre hermanados e indistinguibles, la extrema derecha o la extrema izquierda. La extrema simplificación. La extrema simpleza.
 Por lo demás, escribo estas líneas con la metafórica resaca de Sant Sebastià pesándome en los párpados y las yemas de los dedos. Este año, la lluvia vino a salvarme, al menos en parte, del ruido infernal de una música que, en vez de amansar a las fieras, parece que las excita y convoca. Lo diré sin rodeos: no necesito que me convoquen, sino que me dejen descansar, cuando corresponde.

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viernes, enero 17

La rampa


La Telaraña en El Mundo.
 
 Hay que reconocerlo, aunque nos duela. La rampa de los juzgados de Palma, salvo si la acaban cubriendo con una mullida y cinematográfica alfombra roja, a juego con las numerosas televisiones que, de seguro, retransmitirán el evento, resulta ser bastante desangelada y cutre, bastante húmeda y hasta resbaladiza, si el día baja, como es de esperar, entre nubes turbulentas y rayos o, quizá, truenos. Y no importa si los coros y danzas -o así- de la meteorología tribal son, finalmente, reales o tan sólo mediáticos.
 No importa, porque puestos a descender hacia el infierno tortuoso de la verdad o de la mentira, ese gran dilema absolutamente irresoluble, lo único seguro es que todo baja mejor si baja cuesta abajo, sin frenos y a lo loco: hay que ver lo que ayuda la inercia.
 ¿Cómo debería, pues, descender la Infanta Cristina esos setenta pasos mal contados? ¿En coche, a pie, tal vez deprisa y corriendo, quizá bajo palio? ¿A lomos, metafóricamente hablando, de Pedro Horrach, el fiscal anticorrupción que, a fin de cuentas, es quien más empeño está poniendo en su defensa? Yo preferiría, sin duda alguna, verla entrar del brazo incorrupto de su marido, que ya conoce muy bien las retorcidas trampas y peligros de esa rampa o vieja puerta trasera de los juzgados, por la que los días laborables –de lunes a viernes- no suele entrar nadie, sino tan sólo salir y casi siempre a hurtadillas. Parece que todos olvidaron que la entrada principal de los juzgados es la que da a Vía Alemania y ahí no hay rampa ni paseíllo que valga. O casi.

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martes, enero 14

Colección de catástrofes


La Telaraña en El Mundo.
 
 Creo que pasan cosas muy raras. No es normal, por ejemplo, que un juez, incluso uno tan insomne y persistente como el juez Castro, precise un tocho de más de 200 folios para justificar (con éxito inmediato, esta vez sí) que la infanta Cristina tenga a bien presentarse en Vía Alemania para responder (voluntariamente, claro) una batería de preguntas que se presume retórica, seguro que redundante y hasta puede que excesiva.
 Pero no hay que hacerse demasiadas ilusiones. El entramado de Urdangarin y Cristina es sólo uno más entre otros muchos entramados, similares, que llevan arrasando España en las últimas décadas. Una especie de descenso metafórico a los infiernos donde los círculos (que fueron dantescos y ya sólo son iletrados) se han ido superponiendo y confundiendo. Allí, la usura financiera, el fraude contable y la utilización sectaria del mercado. Aquí, la huida a los paraísos fiscales donde la corte entera de UM sepultó buena parte de nuestro futuro con el permiso cómplice de sus socios en los sucesivos gobiernos, las comisiones urbanísticas, el desbarre de las mayorías artificiales, la efervescencia inmoral de los sindicatos, la desagradable ascensión del nacionalismo y sus aliados coyunturales, su intolerancia lingüística.
 Creo que pasan cosas muy raras. El problema es que ya no sé si dejarme llevar, definitivamente, por el asco o por la ira. Ambas opciones me parecen tan poco literarias que casi me avergüenzo de no hallarle, a esta colección metafísica de catástrofes, más y mejores alternativas. ¿Las hay?

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viernes, enero 10

Arden los juzgados


La Telaraña en El Mundo.
 
 Acaba de empezar el año y ya están que arden los juzgados (por no hablar de las aulas) de Baleares; a la imputación estelar de la infanta Cristina se suma el regreso de Munar, a cuenta de las asombrosas recalificaciones de Son Oms, y la intermitente presencia de Matas, siempre al filo de la cárcel, de la ingratitud del improbable indulto y de unas cuantas sentencias más. Ya irán cayendo, inexorables y casi seguro que fatales, como también lo hará, aunque sea sólo por escrito, el expresidente valenciano Camps: toda una joya al aparato, ciertamente.
 Con Camps me pasa algo muy curioso. Siempre me recuerda a Calatrava y me lleva de vuelta a la Ciudad de las Artes y las Ciencias cayéndose a pedazos, perdiendo color y textura, diluyéndose en nada: el lodo y el vacío originales en el cauce del Turia, los sueños de grandeza –infames e insostenibles- convertidos en una danza macabra en pleno barrizal de excrementos. Alrededor del tótem. La Fórmula 1, las televisiones que ya no existen, el esperpéntico «Bou» en los lares ilustres de Pedro Serra, la maqueta de un Teatro de la Ópera al que sólo le faltó el holograma atormentado de Jaume Matas en el papel de Quasimodo, las comisiones y peculios de un sueño abortado, finalmente, por la realidad. Qué terca. Qué tozuda.
 Hace unos meses crucé el puente con moqueta de Bilbao, el Zubizuri, el puente blanco y resbaladizo de metacrilato, el puente de Calatrava. Con Calatrava me pasa algo muy curioso. Siempre me recuerda a algún político en la cola interminable de la corrupción.
 

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martes, enero 7

Los pájaros verdes


La Telaraña en El Mundo.
 
  Corretean los niños tras las palomas sin sospechar que el juego consiste en perseguirlas y no en alcanzarlas. Qué harían ellos, en fin, con las palomas, los buitres, las bandadas verdes y picudas de pajarracos que vuelan más bajo que nunca, que se arrastran como serpientes verdes por los patios de los colegios, por las aulas pervertidas por las banderas y los lazos, la educación abrasada por la huelga permanente de cada día, la letanía de la sumisión lingüística, la epifanía de los derechos pisoteados, el curso perdido, la educación convertida en suplicio, hurto, atentado, en vuelo rasante de niños y familias, de palomas y pájaros, de reptiles que ya ni vuelan, de docentes emplumados con las plumas verdes de la infamia, los sindicatos de la asfixia, la lengua única, la impostura, la delación, la guerrilla dialéctica del fin y los medios.
 Corretean los niños, precisamente hoy, que es día de rencuentros y regreso taciturno a las aulas, en busca de palomas y halcones, de murciélagos y búhos, de pájaros mágicos en vez de águilas desnortadas; y no encuentran sino la maraña verde de las jaulas verdes, las horas vacías, la enseñanza convertida en mimetismo, desidia y vergüenza. Otra vez, tiempo de silencio.
 Pero ahora la pregunta es si hay que seguir abriendo expedientes o echar un vistazo al páramo y a la pajarería y cerrarlos todos de golpe, deprisa y corriendo. Tanto da. Por desgracia, nada ni nadie podrá liberar a los pájaros que adoran las jaulas y no el vuelo asombrado hasta donde Ícaro y más allá del horizonte.

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viernes, enero 3

La cuesta de enero


La Telaraña en El Mundo.
  
 De momento, todo es (sólo) una sucesión de fotos, discursos y banderas. La algarabía enfática y al alza del diseño. Sonrisas efervescentes con un punto de nieve, un brote instintivo de urgencia y vértigo, un sarpullido, no sé si juvenil o maligno, pero de recorrido dialéctico y clasista, tortuoso. Territorial y epidérmico. Político y también abstracto, como un viaje atrás en el tiempo para cambiar una Historia que ya no tiene recambios de futuro porque la fábrica de las quimeras quebró hace rato. O se dejó de razones para vivir de la indigencia fácil y subvencionada de la síntesis. Su artificial corolario. Su paradoja. La barcarola del amor contra los arrecifes cotidianos. O así, pero sólo por fuera, porque adentro no hay nada.
 Pero las imágenes nos llegan repetidas, persistentes. Baños independentistas para empezar el año con la bravuconería de quien sabe que la cuesta de enero es lo de menos, que ya vendrán repechos mayores, con un perfil y una climatología más exigente. Ah, qué largos el atardecer y la noche cuando el día no llega, no acaba de llegar. No ha de llegar nunca.
 Será por eso que, desterrados al limbo de la incredulidad los grandes ideales, inicio mi nuevo año con unas pocas cosas simples y concretas, puede que inaplazables. Recorrer a pie, desde Can Pastilla hasta la Seo, el auténtico paseo marítimo de Palma, que no es el de Palma, sino el del Molinar. Limpiar de polvo el vientre de mi ordenador de sobremesa. Escribir estas líneas sin prisas ni miedos. Grácil y levemente, como si danzando. O casi.

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