LA TELARAÑA: noviembre 2013

viernes, noviembre 29

Violadores y terroristas


La Telaraña en El Mundo.
 
 No resulta muy agradable enfrentarse, cada día, a la puntual y efervescente información sobre la ristra de violadores, secuestradores, asesinos y terroristas (etarras) que regresan a las calles con el único pasaporte válido, quizá, de una condena efectivamente cumplida: la legalidad es un monstruo mutante que hoy nos sonríe o nos aterroriza sin mudar, siquiera, el rictus de su rostro. No es fácil, en efecto, encontrarle la salida al laberinto donde llevamos la vida entera, perdidos, confundidos. Anestesiados.
 Pero resulta curioso, revelador y hasta paradójico que gentes de similar, si no idéntica, calaña reciban un trato del todo opuesto cuando las vendas de la justicia, no sé si tan opacas como debieran, les abren las simbólicas puertas de la libertad. Es así, tras un mismo chirrido, desentumecidos los apretados goznes de la realidad, cuando empieza la huida silenciosa y solitaria, para unos, y la celebración tumultuosa y popular, para otros. La soledad y el disfraz de Valentín Tejero. El olor a multitud y pólvora de Javi de Usansolo. Sólo son dos ejemplos.
 No voy a caer, desde luego, en la trampa dialéctica de dilucidar qué suerte de razones morales priman la presunta supremacía social de las perversiones ideológicas y políticas sobre las otras patologías, digamos que comunes. Pero aquí las palabras nos sirven de muy poco. Lo único seguro es a todos les espera la misma muerte y que el coro de las víctimas –a cada cual sus propias víctimas, por supuesto- les va a seguir cantando. Hoy, como hasta el Día Último.

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martes, noviembre 26

De casinos y palacios


La Telaraña en El Mundo.
 
 Parece, en fin, que todo, absolutamente todo (y me refiero a la vida en su conjunto, su haz, su envés, su filo vertiginoso y, a ratos, cortante, pero también a la sombra interpuesta, subjetiva y ensortijada de nuestros sueños) es tan sólo una especie de gran apaño de indescriptibles proporciones, un embrollo infinito de madejas profusamente enredadas, una maraña de encrucijadas adormecidas, un enjambre tortuoso de corredores subterráneos sin más luz de salida que el suspiro fingido o la tregua obligada del carro fúnebre de la actualidad.
 Podemos subirnos en él (y en ella: la actualidad tiene lomos de liquen y crines de yedra ensangrentada) y hasta darnos una rápida vuelta: el peaje de unas pocas monedas no hace sino confirmarnos que el paisaje entero y el marco del cuadro y la tela –el pedestal, el telón y hasta el púlpito- que lo sostienen y enmarcan son parte gramatical de la misma oración convertida en metáfora alrededor de la ineptitud o, en el peor de los casos, de la incompetencia. Qué remedio si no da para más.
 Ahora tenemos (o tendremos en un futuro inmediato) un céntrico y elegantísimo Casino justo al lado de donde se celebra el imprescindible desguace del Mercado del Olivar, la carga y descarga, la ablación de las frutas y el pescado. Y un simulacro de Palacio de Congresos en la tierra baldía donde nuestra clase política (la que no está en prisión o cerca) quiere dibujar un horizonte abierto y se da de bruces con un terne mar de grava y plomo: de pleitos y litigios sin más orden y concierto que la usura.
 
 

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viernes, noviembre 22

El Pen Català


La Telaraña en El Mundo.
 
 
 Hay que empezar, cómo no, con lo que nos llena de indescriptible emoción y prístina alegría. Con lo que nos precipita en el espinoso estado del éxtasis y nos obliga, quizá por inercia o empatía, a ir a la deriva de los grumos de la inteligencia y su espumoso caer por la cascada, el despeñadero, la gigantesca catarata, el vertedero común, y no sé si propio, de la justicia universal. O algo así. Estoy hablando, por si alguien lo ignora, y aunque sólo sea un por decir desgajado de la razón, del formidable premio que la Asamblea de Docentes de Baleares ha recibido de manos de sus infatigables compatriotas (suyos y nuestros: ya quisieran) del Pen Català.
 El singular premio –entregado, aunque huelga que nos lo digan, de forma excepcional- les ha sido concedido por su defensa de la lengua y la literatura catalanas. Nada menos. Pero es justo. Muy justo. ¿Qué otra cosa podría importarles? Por ello, en esa lucha y esa agonía siguen, aún, nuestros colegios, mitad sumergidos en la áspera dialéctica de los servicios mínimos, mitad en la confusa instancia donde se arremolinan derechos y deberes, ética y sueldo: la realidad sin asumir, ay. Y ese crujido.
 A todo esto, el auténtico IV Premi Veu Lliure del Pen Català, con motivo del Día Internacional del Escritor Perseguido, ha sido para la escritora de Nagaland, un remoto territorio fronterizo entre Birmania e India, Easterine Kire. Allí, según nos cuenta la premiada, «si no les gusta lo que escribes, simplemente te disparan». Mejor dejarlo aquí, pues, y no dar ideas. A nadie.

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martes, noviembre 19

Liturgia y eternidad


La Telaraña en El Mundo.
 
 Se encamina el año hacia su habitual crepúsculo, esa cíclica renovación que renueva casi todo a nuestro alrededor sin renovarnos, apenas, por dentro. Llueve, mientras tanto, de continuo y de corrido y lo hace, tal vez, como si por solidaridad entre los cielos y la tierra o por temor, arriba y abajo, a desangrarse o naufragar, a dejar que el ser (el ser que exactamente somos) vaya perdiendo su esencia en el transcurso rápido y desangelado de los días.
 Nada mejor, pues, que Noviembre, y su aura insípida de falso recogimiento, para ocultarse (como en un sarcófago) en la frialdad de los espacios subterráneos, en las salas lívidas, espectral la luz de los neones, donde la lucidez y la melancolía nos dejan, a ráfagas, con la meditación entrecortada de la asfixia. Es en esa comunión íntima (personal, pero no privada, sino pública) donde alcanzaremos, quizá, a ser exactamente quienes somos. Pero falta saber, después, ahora, cuánto tiempo seremos capaces de soportar esa cruel y pesada evidencia. Ese vacío imperfecto de aire. Ese enorme almacén de nada.
 En algo así pensé mientras visitaba la excepcional exposición «Momias Egipcias» (El secreto de la vida eterna) en CaixaForum. Toda la compleja simbología de un último y desconocido viaje puesta al servicio del que abandona el mundo y se adentra en lo que no sabemos. Repaso las fotografías que tomé a escondidas y leo en una de ellas: «Pronunciar el nombre de un muerto es hacerlo vivir». La frase es de Anjhor, sacerdote de Tebas. Creo que él ha escrito este artículo por mí.

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viernes, noviembre 15

Políticos y sindicatos


La Telaraña en El Mundo.
 
 Lo que se da no se quita, sino que se pierde por el camino, imperceptiblemente, hasta que clama al cielo tanta pérdida y el mundo, entonces, se alinea con la realidad y se deja, al fin, de palabrerías y espantajos; y si perdiste la honorabilidad te quedas, obviamente, sin los honores que la adornan. Sin placa, sin retrato en la Sala del Tiempo, sin medalla, sin títulos honoríficos, sin nada, salvo las rejas oxidadas y la contabilidad sin saldar de la Historia: acaso la fe remota en la absolución del olvido, esa amnesia paulatina, pero férrea. Agotadora.
 Pienso, claro, en Munar, Matas y Urdangarín pero podría hacerlo en muchísima otra gente -hay algo más que un lujoso banquillo de suplentes en la selección valenciana del mismo desfalco general de los sentidos: si no de todos, al menos sí del pudor y la vergüenza ajena- pero lo hago con la misma levedad y desprendimiento que si estuviera repensando, exactamente, en nada. En nada serio, se entiende.
 Está claro, pues, que todas las reencarnaciones de lo mismo, la misma avaricia y la mismísima usura, acaban teniendo el mismo nombre o uno muy similar, casi idéntico. Hasta el viejo romanticismo de las revoluciones industriales y la lucha por la libertad (de ambas, como si la misma cosa) nos devuelve la imagen lapidaria de nuestras dos grandes centrales sindicales convertidas en intermediarios, más o menos consentidos y necesarios, del mismo expolio. Mal asunto que a la lucha de clases, huérfana de estética desde casi siempre, se le venga abajo, ahora, hasta la ética.

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martes, noviembre 12

El regreso del socialismo


La Telaraña en El Mundo.
  
 Rubalcaba desgañitándose en pleno Eureka por el metafísico regreso de su partido. O, mejor aún, por su anacrónica presencia, a estas alturas del festejo, en mitad de todos y de nadie. Oh, sí, es como un milagro.
 Lo es, igual que Francina Armengol presidiendo, no sé si con su rostro de cada día (inflado de camisolas verdes y sogas y banderas y lenguas propias y hasta únicas) o tras alguna máscara prestada, la realidad conjunta y, a la fuerza, momentáneamente solidaria de ser socialista y de no ser nacionalista, de ser algo, al fin, y dejarse llevar por la inercia de la vertiente más roja de la sangre (en el costado) abriendo en canal el grumo de las reformas fiscales, la encorsetada constitución a la medida de la paridad biológica y el sudor del sexo, la soflama esotérica de una democracia que hace lustros que ya está al margen de casi todo: enterrada entre los saldos de las multinacionales del dolor y del placer efímeros e intercambiables, del olvido general y del puntual efecto laxante de las medias verdades donde late, aún, algún tipo de consciencia. O espejismo.
 Pero no seré yo quien juzgue a estos seres lanzados en pos de un poder que desprecio. No seré yo quien los distinga, siquiera, de otros con otras siglas, pero con el mismo becerro de oro al fondo: donde el horizonte se curva y se cierra circularmente y el hombre y la mujer se abrazan, porque sobrevivir es casi una obligación y si no, una prueba de fuego, una quimera, un ritual, el inicio de un viaje a ninguna parte sin más escalas que las del sueño.

 

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viernes, noviembre 8

Recuperando a Camus


La Telaraña en El Mundo.
 
 Está la actualidad, con sus agrios flecos de sumisión y secesión, de gobierno abusivo y de oposición absolutamente barriobajera e intolerable, revoloteando en el aire de todos, que también es el mío. O eso creo, pese a la fatiga. Me invade, además, cierta nostalgia indescifrable, cierta somnolencia esencial, cierto cansancio, ya lo dije, sin más síntomas reseñables que el aislamiento voluntario y la inercia tranquila y acaso insensata de los días. La carrera de fondo por las angostas vías circulares del conocimiento, la estampida en dirección opuesta al gentío, el abrazo desigual o el aplastamiento inevitable y lógico de los sentidos. El absurdo como vía de escape y vía muerta. Como lugar de tránsito, eternamente.
 Me demoro, pues, en Albert Camus porque, mientras escribo estas líneas, todas las alarmas digitales del universo me avisan, redundantes, de que se cumplen cien años de su nacimiento. Un siglo que supera los límites físicos de una vida pero que no acaba de asumir las galeradas de su obra. Cosas que pasan, incluso en Francia.
 Pero yo no sé cuándo nace un hombre. No sé si la biografía personal corre a la par que el tiempo. No sé si el rostro primero y el último son el mismo o son otro. No sé si yo soy, ahora, el mismo que leyó, hace décadas, «El Extranjero» o «La Peste». No sé si le estoy rindiendo homenaje al más grande hijo de menorquina que acude a mi memoria o si lo utilizo como simple pretexto para reconocerme, al fin, entre la niebla y el grisú, las banderías, el absurdo del que huyo absurdamente.

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martes, noviembre 5

Red de mentiras


La Telaraña en El Mundo.
 
 Uno desearía, cómo no, tener que enfrentarse a la hora difícil y hasta, quizá, solemne, de las grandes revelaciones: a esa frase certera y profunda o a ese juicio sumarísimo que se aloja en la diana misma de la realidad, que la transforma y la pone en entredicho, que la muestra al trasluz nervioso de todas las filosofías, que la desnuda por completo hasta dejarla en pura médula palpitante. Es obvio que esa realidad final no se parecería en nada a la ridiculez simplificada que nos vienen ofreciendo, en cuentagotas, tanto Julian Assange y «WikiLeaks», como Edward Snowden o los miles de grupos de hackers que, bajo la marca de prestigio «Anonymous», van desmantelando las débiles contraseñas de una partida entre tahúres sin más cartas que las marcadas, previamente, por ellos mismos.
 Quiero decir, pues, que no van a contarnos nada que, de hecho, no supiéramos. Nada que nos afecte más allá de nuestra sumisión más o menos crítica al imperio de las apariencias y las curiosas formalidades de lo que venimos en llamar Democracia. Nada que pueda hacernos temblar por otra cosa que no sea nuestro propio culo. Nada sobre la estirpe humana, sobre las generaciones que fuimos y seremos. Nada sobre nada.
 O sobre muy poco. Vuelvo a mirarme en el espejo de los demás como en el mío y asumo que parecemos empeñados en perpetuarnos en los discos duros virtuales de una red de mentiras que empieza en nosotros mismos y acaba en donde el espionaje mejor se desenvuelve, en las cloacas de Facebook, Twitter, WhatsApp, Dropbox, Skydrive, etc.

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viernes, noviembre 1

El espionaje cósmico


La Telaraña en El Mundo.

Puede que la realidad no sea más que un montón de señales codificadas que hay que descifrar como sea. A nosotros nos vale con la lógica, la deducción o el instinto y es así que lo hacemos, a tientas y como en duermevela, aunque sepamos que a otros, funcionarios con mando y plaza entre el andamiaje de las sombras, les va mejor con la lupa grande del espionaje, esa burla de la privacidad, pero también de la verdad o la mentira como categorías del ser, que no repara en cerrojos ni en sellos lacrados y que se alimenta de la permisividad bastarda de las puertas traseras de los sistemas operativos y los algoritmos de los buscadores: de las grietas malabares de Google, Yahoo y Bing, de la inocente impostura de creerse anónimos en un mar de dígitos censados desde mucho antes de caer en nuestras manos.
 Pero no parece que nos importe mucho cómo y cuánto nos espíen. De hecho, gracias a la levedad de móviles, tabletas y portátiles, se lo ponemos en bandeja de plata al guardar nuestros datos más preciados en ese lugar intangible que llamamos la Nube y que debe ser algo así como la antesala física de la mismísima NSA y demás agencias del espionaje universal.
 Luego está el simulacro de las diplomacias y la presunción de que hay aliados tras los bastidores de la realidad tal y como la conocemos. O la perversa idea de que la inteligencia descansa en esas toneladas de datos que no sólo caen por el propio peso de su irrelevancia sino que, antes de desaparecer, emiten una leve humareda y una especie de chasquido cómico. O cósmico.

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