LA TELARAÑA: octubre 2013

martes, octubre 29

Abstracto y figurado


La Telaraña en El Mundo.
 
 «Cuanto más horrible es el mundo, más abstractos nos volvemos», dijo Paul Klee en vísperas de la Gran Guerra. O sea, hace unos cien años. Un siglo. Dos o tres generaciones compartiendo el aire enrarecido de la misma estampida: la lenta o rápida, pero seguro que intempestiva, descomposición de la humanidad, el fin de los afectos, la debacle del ser que se mira en el espejo de los demás y acaba por no reconocerse.
 Sucede luego (y luego es ya ahora) que los supervivientes que fuimos, somos y queremos seguir siendo, aunque cada día más próximos a la precariedad y al desaliento, vamos armando también nuestras propias listas de bajas, nuestra peculiar reunión anónima de víctimas que, al caer, nos recuerdan que unos y otros, simplemente, nos precedemos en la ingrata tarea de cumplir con las leyes de la naturaleza y que el camino sólo puede ser ese, porque no hay otro. El domingo murió Lou Reed y sigo escuchando «Perfect Day» sabiendo que hace un rato largo que ha anochecido y que estoy en la UCI de los incurables en plena crisis de ansiedad. O algo así.
 Pero todo pasa y queda, no todo, sino una parte, una esquirla, algún vestigio que nunca se descompone del todo. Será la dignidad. La de las víctimas y también la de los supervivientes que aún somos, por supuesto, aunque yo no piense en montar ningún lobby de damnificados por el simple transcurrir del desahucio de los años y el derribo lento o rápido, pero seguro que intempestivo, de la salud o la mala suerte, de la ética o la Ley y de sus incomprensibles resultantes.
 

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viernes, octubre 25

Entre chamanes y vagos


La Telaraña en El Mundo.
 
 No resulta muy agradable tener que auscultar continuamente las razones y las sinrazones de una nueva huelga educativa, cuando todas las partes (gobierno incluido) nos parecen igual de erradas, diletantes e irresponsables. Cuando los sindicatos del extensísimo ramo se nos antojan sociedades oscurísimas y lascivas, con profundas raíces como infinitos tentáculos, que se hunden en los estratos más subterráneos de la sociedad y la política. Cuando los docentes, en general, nos recuerdan a los egregios chamanes de alguna remota tribu perdida en un torbellino estruendoso de espejos o lo que es lo mismo, en una subasta contra natura de arquetipos pedagógicos.
 Cuando en los estudiantes, en fin, y bien que aún desde su frágil y casi que atávica inocencia, vemos el poco prometedor reflejo de lo que habrá de venir o de lo que ya está llegando y amenaza con quedarse: un cónclave de vagos irredentos practicando con mérito las primeras lecciones, los pasos iniciales de un funambulismo marcial que ya no sé si podrán abandonar en toda su vida.
 Quiero decir, pues, que todo este embrollo me supera y me obliga, por lo tanto, a desconfiar tanto de tirios como de troyanos. Ya hace tiempo que dejé de creer en el crepitar de las recetas mágicas y de las fórmulas magistrales. Que abominé de cualquier plan más o menos colectivo que no fuera, en resumidas cuentas, el fruto manifiesto del esfuerzo individual por comprender el mundo, descifrar su anómalo funcionamiento y devolverlo, finalmente, en mejor estado del que nos fue dado. O así.

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martes, octubre 22

Vivir y dejar vivir


La Telaraña en El Mundo.
 
  Me resulta no sólo bastante ácido, sino exquisitamente paradójico, ir esparciendo en dosis reconcentradas -de momento, los martes y los viernes- estas ligeras (o no tan ligeras) opiniones mías sobre el ir y el venir tránsfuga de una realidad que, de hecho, no sé si va o si viene. Hasta puede que ni vaya ni venga y que todo cuanto nos es dado discutir ahora -por ejemplo, la educación de calidad, el trilingüismo más o menos apolítico, la secesión secular, los albañales del nacionalismo o la eterna duración de una crisis que es económica, pero no sólo económica- sean simples excusas, esbozos inacabados de un viaje sin más origen o desenlace que seguir viajando mientras haya escalas, colas de embarque y, sobre todo, peajes: rutilantes anuncios de neón en el atlas turístico de la niebla.
 Pero lo primero es saber desmitificarse. Aceptar con absoluta normalidad que se carece de cualquier tipo de autoridad verificable; y no sólo eso: también de cualquier competencia normativa sobre lo que es y, muy en especial, sobre lo que debiera ser.
 Ese viejo dilema entre el ser y el deber ser es, quizá, uno de mis argumentos favoritos de supervivencia. Pero también de oración. Puede, pues, que mi mundo ideal, ese trasiego de circunstancias, ideas y acciones que llamo mi propio mundo, no sea, en definitiva, del gusto de casi nadie. No se trata, por lo tanto, de imponérselo a la gente, sino al revés. Dejar vivir, al margen de lenguas, banderías y contra informaciones punto cat, debiera ser el único objetivo común, pero quién sabe.

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viernes, octubre 18

Dejar de fumar


La Telaraña en El Mundo.
 
 Puesto, sin remisión, a dejar de fumar, uno deja de fumar como si en ese feroz abandono un temblor antiguo le agitase el alma con muy malos modos. El mono gramático agita la pluma en el tintero y a los conceptos les empiezan a fallar las costuras y hasta los sietes.
 Es hora, pues, de hacer inventario y de asirle a la memoria alguna remota humareda. ¿Cómo y cuándo empezó todo? Puede que uno empezara a fumar inocentemente, por curiosidad, inconciencia o estupidez. Pero todo es discutible (o al menos hay gente que gusta discutirlo todo) y, entonces, también puede que todo comenzara por el mismo azar o inercia con que uno, un mal día, se levanta y se pide una revolución completa o una independencia de lo más apañada y lingüística y a la carta; al mono gramático le va la marcha y también el astracán, porque las hormonas son muy suyas y todos bailamos al son que marcan y hoy se es muy joven y mañana menos, pero el humo del cigarrillo no nos fallará nunca, ni en la antesala del deseo ni en la hora posterior de su gloriosa consumación o decadencia. Tras el cigarrillo de antes y el de después siempre se nos queda gravitando, estática, la misma nube oscura, la misma alquimia tras la que no podemos evitar escondernos a la vez que fingimos reconcentrarnos.
 Pero miro alrededor y reparo, con sorpresa, que estoy en un bar y que la gente está fumando. ¡Ah, la bendita normalidad del pasado! Estoy en Viena escribiendo estas líneas mientras las ruinas del Imperio me sonríen con sus dientes sin mancha de alquitrán ni de nostalgia.
 

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martes, octubre 15

En busca del estilo


La Telaraña en El Mundo.

 Voy del «Descartes y la felicidad» de Pedro G. Cuartango a las mil y una historias que leo en la Red. Algunas son casi anónimas, pero otras tienen un pedigrí de alto voltaje. Los retratos literarios, las semblanzas poéticas y las opiniones eruditas de Justo Serna, por ejemplo. Las autopsias sociales y, a veces, hasta mallorquinas, de Xavier Pericay, también. Los secretos íntimos de Baroja, que nadie expone tan bien como Francisco Fuster García, por supuesto. Las paradojas o la actualidad histórica del republicanismo -y su afilada guasa cósmica- que le debo, desde siempre, a Ángel Duarte.
 Todos ellos son amigos míos en Facebook o en la vida real. O en ambos lugares, como si Facebook fuera exactamente un lugar y no, tan sólo, un estado de ánimo; y las amplias avenidas y las tortuosas callejuelas de las urbes, las librerías y plazas, donde se alza o cae el telón deshilachado del sol, no fueran un pretexto imaginario ni una composición de lugar, sino la marca indeleble de la vida en la piel y más allá, en el espíritu, en algún lugar del corazón donde la sístole y la diástole son también el parpadeo del ojo, el abrirse y cerrarse de una mano amiga, el inagotable vaivén de los afectos.
 A veces, no obstante, dejo de lado las palabras y me sumerjo en el clamor silencioso de las fotografías. Y no sólo ni siempre en las del exquisito Miquel Julià. Una foto dominical de la Plaza Mayor repleta de ciudadanos sin uniformar me reconcilia con las multitudes y me exime de seguir poniéndoles nombre y apellidos. Linaje al estilo.

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viernes, octubre 11

Contra la marea


La Telaraña en El Mundo.
 
 No sé muy bien qué parte porcentual de lo que somos se lo debemos a lo que aprendimos en los años rápidos de la escuela o, más tarde, ya en la universidad rota por el vértigo del despertar, la transición, esas interminables jornadas hormonales en las que el sudor y la fiebre (y la fascinación por la quimera) nos acababan venciendo mientras hurgábamos en el único mandato que parece tener sentido en toda esta extraña avalancha sintética de contradicciones que es la vida: conocerse pese a todo, conocerse gracias a cuanto, día a día, nos va pasando, conocerse para que lo que nos habrá, aún, de pasar no haga sino añadir algún que otro perfil de insaciable curiosidad en nuestras vidas.
 Todo ello pese a padecer la peor sucesión de sistemas educativos posibles. Un auténtico viacrucis desde las aulas grises del finiquito del franquismo a las aulas igualmente grises de un simulacro de democracia, que ha acabado por decepcionarnos tanto como nos llegó a ilusionar en el inocente fragor de su momento. O quizá más.
 Pero todos los caminos, hasta éste, conducen a alguna parte; incluso a algún punto muerto en alguna encrucijada. Así, inmersos en un fracaso educativo en marcha (que, en España, es como un inevitable volver a la zona cero y a las ruinas de la inteligencia tras cada previsible y deseable cambio de gobierno) sólo nos queda esperar que algunos, los más que sea posible, se atrevan a ir contracorriente de una marea que sólo tiene la inmersión lingüística y la asfixia social en su alucinado punto de mira. Ojalá sea así.

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martes, octubre 8

Liquidación por derribo


La Telaraña en El Mundo.
 
 Entre las animaciones de un ejército de martillos que marchan sobre las ruinas de una civilización que sigue siendo la nuestra, el niño inglés Pink recibe en clase las torturas del acerado autoritarismo de siempre. Roger Waters observa la televisión y enloquece. En todo ello pienso en este instante, mientras me muevo inquieto entre la bruma y la nieve y «The Wall», la vieja película de Pink Floyd y Alan Parker, vuelve a convertirse en la música de la actualidad más rabiosa: los docentes, al fin, retornan a las aulas y la huelga indefinida deviene una insumisión parcial cobrada a precio de servicio público completo. De letanía y asalto, de juglar y cántico, de broma sobre unos países absolutamente imaginarios. De noche cubierta por un eterno manto de plomo.
 Todo se reduce, pues, a una paradójica y agria pantomima porque, de hecho, nunca llegó a ser otra cosa. No es posible tomarse muy en serio a una marea del color que sea -incluso verde, como el extraño color del cielo cuando el amanecer es tan sólo una premonición y una duda- en manos tan representativas como las de Biel Caldentey o Iñaki Aicart. ¡Por no hablar de Jaume Sastre!
 No es aconsejable perseverar en el fervor social a las caricaturas ni revivir, tampoco, la recurrente pesadilla de la ascensión del mismo nacionalismo que ya convirtiera el siglo XX en el lienzo necesario del «Guernica», en la interminable necrópolis sulfúrea de una Europa de lápidas o en el burdel de la muerte al precio cero de la ganga, el saldo, la definitiva liquidación por derribo.
 

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viernes, octubre 4

Más allá del espejo

La Telaraña en El Mundo.
 
 
  «Alicia en el país de las maravillas» es un cuento infantil y también un tratado matemático, una evasión liviana y una seria introspección en el complejo universo de la lógica, una tierna aventura y una afilada sátira política, social, educativa e histórica. Una especie de compendio donde acaba correspondiendo al lector -cómo no- escoger qué universo quiere transitar, en cuál desea vivir y sumergirse, qué brumas habrán de transportarle hasta ese lugar interior de la conciencia donde el ser y el estar son exactamente la misma cosa porque, de hecho, no pueden ser sino lo que son.
 Hay que hablar claro, pues. Con Alicia, que es sólo un señuelo, o sin ella. Con el sueño subterráneo de la realidad o con la pesadilla mutilada del día a día. Con el pensamiento libre de los eufemismos o con (y, sobre todo, contra) el juego gramatical que acaba convirtiendo el lenguaje en cómplice del sectarismo lingüístico o social, la cerrazón y el apartheid nacionalista, la proverbial indigencia dialéctica contra la historia.
 Pero ha venido, mientras tanto, el Tribunal Constitucional a decirnos lo que ya sabíamos, que no es poco sino mucho y muy de agradecer, respecto al mérito o la obligación de las lenguas (y de la Lengua) en esa función pública que es de todos y, se supone, para todos. No iré mucho más lejos. No es mi trabajo explicar lo que cae por su propio peso como si mirando el espejo otro universo se abriera y en esas fauces uno pudiera reconocerse, por igual, a la derecha y a la izquierda de una quebradiza lámina de cristal.

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martes, octubre 1

Desmitificación de la marea


La Telaraña en El Mundo.
 
 Tiene su miga, su aquél y hasta su qué sé yo, llegar a Palma, agotado y feliz tras una semanita en la más que limpia, limpísima y hasta cristalina, ciudad de Bilbao y darse de bruces con la marea verde de unas cien mil personas -una bonita y, desde luego, llamativa minoría- inundando definitivamente el aire de todos con el revuelo de las pancartas y de las banderas, el ritmo marcial y redundante de las consignas y el estruendo ripioso y coral de los eslóganes: la urbe transida, en fin, por una frívola algarabía sin más consistencia que la inercia espumosa del hervor dominical o la terne resaca del desbarre ideológico.
 Pero analizar con cierto rigor el movimiento compulsivo de las mareas, como hacerlo con los efectos colaterales del temblor sudoroso de las fiebres colectivas, esa especie de paludismo de origen infeccioso pero desconocido, no es precisamente una labor fácil. Al contrario. Hay que saber acogerse a la coyuntura incomprensible de las metáforas y los símiles. Hay que saber dejarse arrastrar por el desmitificador tobogán de las comparaciones.
 Viene a ser, pues, algo así como entrar en el Museo Guggenheim, tras haber dado una docena larga de vueltas por sus espectaculares y cuidadísimos exteriores. La incredulidad, la sorpresa y la admiración inicial acaban dando paso a una revelación triste y quizá desencantada: el exceso y el derroche de tanto continente para tan poco contenido. Pues con las mareas humanas y verdes y no sé si de docentes pasa, más o menos, lo mismo. Nada serio, grave o irreparable.
 

 

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