LA TELARAÑA: La hora feliz

viernes, septiembre 13

La hora feliz


La Telaraña en El Mundo.
 
 Parece que no hay nada mejor ni más hermoso que el gregarismo. La catarsis de esos cánticos uniformes, ese pálpito, esa conmoción de sentirse, al fin, partes de algo, trozos o quizá desechos, lo que sea, ese coro de eslóganes simples, entre eufónicos y ripiosos, esas muchedumbres dándose la mano como si regalándose el alma, ay, como si pudieran. Sonriendo cara al sol del futuro. O al tiempo detenido de esas camisetas del color del azufre, esa bandería, esa hora feliz y sectaria, ese baile al filo último del abismo; si no el de la realidad y su propio músculo interior, el de los arrabales ebrios donde el deseo es gobernado por la intensidad, acaso incurable, de la herida.
 Es en este lugar, medio oculto en el maremágnum olímpico de las cajas de ahorro, los tantos por cientos en la sombra, el fraude sostenido del dinero público, el déficit, los recortes y los fondos de reptiles, donde algunos políticos llevan décadas subastando la existencia a un par de dioses menores y, aun así, selectos: el territorio, la identidad y la lengua. Nada menos.
 Nunca me he sentido más fuera de lugar ni más alejado de la auténtica razón de ser del pensamiento, que entre este tipo de conceptos tan vulnerables y fortuitos. Tan ilusorios y engañosos. Tan trágicos y cobardes. Tan obvios e intangibles, que se diluyen con sólo nombrarlos. Tan irrespirables, en fin, que casi prefiero no tener que hablarles de la providencial pestilencia que, a modo de nubes de argamasa, envuelve a los pueblos y los acaba convirtiendo en tales. Así nos va.

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