LA TELARAÑA: agosto 2013

viernes, agosto 30

La música de los otros


La Telaraña en El Mundo.
 
 
 Sólo la desidia o la incompetencia, la mala gestión continuada o el extraño bulto (sin escurrir) de una inercia contable con tanta vocación de abismo como de debacle, pueden explicar que los músicos de nuestra Orquesta Sinfónica lleven desde julio sin cobrar y que no sea previsible que lo hagan en breve. Es lo que tiene la música cuando deambula entre la precariedad privada y el voluptuoso interés público, entre la necesaria supervivencia (sin sumisión a subvenciones, espero) de la cultura y la estampida general o el naufragio colectivo a la hora de afrontar, puntualmente, los pagos que van desde el territorio confuso de la realidad al lugar, casi indescifrable, de los sueños. O viceversa.
 En esa aduana (que es, entre otras varias, la que marca la línea roja de Hacienda) se forman las colas más largas y redundantes del universo. Los ovillos más desmadejados. Las listas de espera más desesperadas. La antesala imposible, quizá, del desaliento: desafina la tropa y chirrían todos y cada uno de sus instrumentos.
 Pero viajo a la terraza cotidiana de los bares de Palma y a la mendicidad encubierta (o sin encubrir) de otros músicos sin más presentación que el tintineo impaciente de sus alcancías. Creo haber oído que Cort, tal y como sucede en otras ciudades, está planeando exigirles unos niveles artísticos mínimos y una especie de carné para poder tocar en las calles. Pues no sé qué decirles. Odio tanto las intromisiones administrativas como que me asalten con músicas ajenas a la hora sagrada y revoltosa del aperitivo.

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martes, agosto 27

Rompiendo aguas: Emaya


La Telaraña en El Mundo.
 
 Y de repente, la ciudad amanece tullida de bronce y huérfana de colores y como muy oscura y parece que llueve y hasta relampaguea y las calles, perezosamente, se van poblando de paraguas abiertos y nadie puede asegurar si acabará amaneciendo por completo o si la noche, en cambio, holgazaneará algunas horas más allá del abismo de la luz y el equilibrio biológico de las horas.

 Pero es en este mismo instante, tan apurado como quizá inverosímil, que los cielos heridos mezclan sus lágrimas dulces de agua -esa química gramatical de las alturas es también un holograma suicida de las alcantarillas- con las aguas rotas de Emaya; y del chirriante grifo abierto del día a día puede que sólo brote el horror seco de los enchufados por la gracia plural del esperpento, el vocerío de los comisarios políticos en plena timba de tahúres, la sangre desteñida de la corrupción sucesiva y casi que eterna. La molesta sensación repetida de que nada funciona como debiera y de que esto, en fin, no hay quien lo arregle. O casi. O así.

 Sólo falta, pero sucederá en cuanto me descuide, que la corriente eléctrica parpadee con fuerza y que el ordenador se apague de repente y que estas líneas se fundan rápidamente en negro y no haya otra forma de recuperarlas que confiar en la memoria y aceptar el hecho inevitable de estar escribiendo en la arena: justo ahí donde rompe la espuma de los mares y se lleva las palabras a otro lugar donde alguien, y eso sí que es seguro, las acabará reconstruyendo. Estos milagros son los que nos mantienen con vida.

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viernes, agosto 23

Vacaciones en la Red


La Telaraña en El Mundo.
 
 Ingenio, sí, y que no falte, pero siempre a falta de otra cosa mejor. Es para lo que dan los ciento cuarenta caracteres que cifran nuestro ser y estar, la exhibición dialéctica de nuestro devenir en este universo de tabletas y móviles; es decir, un par de oraciones encogidas, un aforismo roto, una sentencia colapsada ideológicamente, tal vez una nótula descarriada. O un exabrupto, por norma. Una descalificación soez. Un aullido. Un chirrido. Cualquier remedo del pensamiento por el ruido. Pero ya lo dije. Ingenio, sí, y que no falte, pero siempre en vez de la inteligencia: en su nombre y lugar. Así va el mundo soltando lastre y, pese a ello, se sigue hundiendo, náufrago compulsivo de sí mismo y su añoranza.
 Pero hoy hablo (o escribo, que es lo mismo y no lo es) desde la euforia de un agosto que va declinando con más lentitud de la prevista. Los días se me demoran tanto que hasta me permiten dibujar el croquis malabar de algún que otro viaje quimérico a través de las rutas intangibles de Internet.
 Puedo decir, por ejemplo, Bilbao, Viena, Madrid, Barcelona, Valencia o París y hasta comprar los pasajes y pagar las aduanas y saber que tras esos nombres se esconde todo lo que deseo en este momento incierto y casi que telúrico. Pero viajo. Y estas vacaciones del alma me transportan el cuerpo más allá de todas las pruebas de esfuerzo, superadas o por superar. No importa si, tras la euforia, seré capaz de reencontrarme con la calma o la decepción. La euforia dura lo que dura y todo lo demás es sólo recuerdo. U olvido.

 

 

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martes, agosto 20

La muerte en directo


La Telaraña en El Mundo.
 
 
  Lo vi hace unos días en el vivo y el directo vacilante de los noticiarios televisivos, esos monumentos al cinismo, pero también a la escala (piramidal) de valores que todo lo sostiene y sustenta, hasta que lo engulle. Vale que las noticias son sólo media realidad y que hay otra mitad sumergida que se nos escamotea, en efecto, pero es que no parece que podamos asumir dosis mayores de autenticidad sin que nos hiele el alma la sangre aún cálida de las víctimas, nos ciegue el polvo tóxico de algún trozo de cielo enlatado o nos sintamos protagonizando el clásico de Zinnemann y Gary Cooper, «Sólo ante el peligro», o su versión futurista, «Atmósfera Cero». Según qué asfixia no hay (casi) nadie capaz de soportarla.
 El caso es que el hombre se había separado de la multitud enfrentándose a un tanque policial con los brazos en alto. Rendición o todo lo contrario: requiebro, cita, seducción, cortejo. Tan sólo unos segundos después, una bala cruzaba el aire egipcio y el hombre caía fulminado por un dolor inconcebible en la espalda. Así la realidad imita a la ficción de tantas películas donde la muerte sólo la representan los especialistas. ¿Los habrá mejores que nosotros, que todos nosotros?
 Quizá no. O sí. Anteayer asistí a la victoria y también a la derrota. En una pantalla, Rafa Nadal confirmaba que el regreso es sólo una metáfora cuando uno, de hecho, no se ha ido. En la otra, el Real Mallorca se dejaba el rostro en Sabadell, muy cerca de donde anduve un par de años. Cielo e infierno. Bienvenidos a la Segunda División.

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viernes, agosto 16

Entre dunas y arenales


La Telaraña en El Mundo.
 
 A los comensales se los puede llevar por delante un ciclista. O viceversa. Al menos en  Blanquerna y en Plaza de España, donde los carriles de las bicicletas del verano casi que cruzan -y en todo caso, rozan- el espacio acotado de las terrazas al sol hiriente del día o al calor en llamas de la noche. Este año, algunas terrazas traen su propio sucedáneo de riego por aspersión: ecológico y seguro que sostenible. Me siento en ellas y me pulverizan con la dudosa humedad a ráfagas del cielo y miro a ver si crezco o, al menos, si arraigo; y no. Ya ni una cosa ni la otra me parecen posibles.
 Pero hay una guerra -o su preludio, que siempre es algo mucho más serio que los vulgares desahucios de una artificial crisis económica o los conflictos de intereses en plena zona de ocio y negocio- aquí al lado. En el Egipto de la Biblioteca de Alejandría y de las pirámides que nunca visitamos. De los faraones en sus criptas entre la codicia del tesoro y su maldición de alacranes. O de víboras. De un lado, la turba de los Hermanos Musulmanes. Del otro, el gentío arremolinándose en los fangales del Nilo: esa bruma profunda de miseria, ese caldo muerto de siglos donde empezó buena parte de nuestra historia y no sé si va acabar ahí.
 Mientras tanto, casi todos intentan lavar su descompuesto manto blanco de ira, sin conseguirlo. Presiento que no hay paisaje que no sea capaz de trasladarse desde las dunas del desierto a las dunas turísticas de nuestros arenales. Miedo me da mirar, alrededor, y ver lo que hay. Pavor, lo que podría haber.

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martes, agosto 13

El ábaco de Cort

La Telaraña en El Mundo.
 
 El despilfarro -tradiciones familiares, ideológicas y hasta de partido, al margen- suele acabar convirtiéndose en una simple cuestión de ignorancia, cuando no de pereza. O ineptitud. Irresponsabilidad. Acaso molicie. Nos pueden sobrar los adjetivos, en efecto; pero no, por desgracia, la explicación exacta y mejor si comprensible de sus razones.
 Será, tal vez, que no es fácil escapar a la inercia de las cosas que van -o se dejan ir, en definitiva- hacia su último abrevadero sin otra intención que consumirse de forma lenta y casi que persuasiva; dejando su propia huella y su olor a cuerno quemado. A fracaso personal y colectivo en el histórico fracaso de cada día. O de cada legislatura, si hablamos de los políticos locales y de nuestro dinero en sus manos. Vaya desastre.
 Así están las cosas en el Ayuntamiento de Palma al respecto de un sistema informático que no acaba de modernizarse y que, desde el año 2001, se va llevando lo que debieron ser nuestros ahorros y son, en cambio, nuestras deudas. Así, Fageda, Cirer, Calvo e Isern, por estricto orden de aparición, han ido protagonizando los sucesivos contratos, sus incumplimientos y demandas judiciales, primero con Tao-Gedas y luego con T-Systems, para que la situación informática de nuestro consistorio, más que pertenecer a la nube digital, se haya quedado instalada en los gloriosos días del ábaco. Estamos hablando, tras los pertinentes e impertinentes tira y afloja de rigor, de cincuenta millones de euros. Demasiado dinero para que las cuentas sigan sin cuadrar.

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viernes, agosto 9

Educación y proselitismo


La Telaraña en El Mundo.
 
 Desde que uno exhibe, con la siempre juvenil y ridícula osadía de la ingenuidad, el conocimiento y, sobre todo, la cita literal de algunas de las mejores ideas ajenas (de los mejores o los más acreditados en la disciplina que se trate: filósofos, escritores, científicos, lingüistas, quizá políticos o economistas, lo que fueren) hasta que, al fin, logra poseer algunas pocas ideas del todo propias (si no en su síntesis o desenlace, sí en su planteamiento o desarrollo) suele ir un largo trecho.
 Años de estudio y aprendizaje. Lustros de olvido y hasta de difícil, pero necesario, desprendimiento. Siglos en los que uno no está para nada, salvo para ir quitándose de encima (y de adentro) el grumo de todas las rémoras culturales adquiridas, de todos los errores de cálculo, de toda la impostura acumulada en el discurrir del pensamiento y su «alter ego», el lenguaje.
 Hay que entender, pues, que la educación es como un vestirse (y hasta un abrigarse) lo máximo posible para, con el tiempo, acabar absolutamente desnudos y, quizá, exentos. Satisfechos y sudorosos. Tal vez extasiados. Con la piel a tiras y la sien palpitante. Con el rostro expuesto a las intermitencias de la verdad o la incertidumbre. Con la satisfacción o el apuro de haber dado a luz lo único que nos está permitido dar: un poco de nosotros mismos. Y no mucho, por desgracia. Lo que ya no sé, y bien que me duele, es cómo explicar todo esto a la banda de nacionalistas y asimilados que confunden educación con proselitismo, fe con ciencia y territorio con lengua. 

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martes, agosto 6

El lugar y el sitio


La Telaraña en El Mundo.
 
  Amanece en silencio, aunque Palma no haya dejado de ser una de las ciudades más ruidosas del mundo en proporción a sus niveles, relativamente pobres, de actividad urbana. Quiero decir que ya puede estar la calle desierta, ya, que siempre hay algo o alguien dispuesto a rasgar la paz del universo con el chirrido y el clamor de una obra a destiempo, una mudanza intempestiva, una alarma que se dispara sin motivo alguno, un aullido entre zombi y orquestado, el crepitar de las lenguas de fuego, los camiones y la quejumbre de los hierros y la basura, los restos de un naufragio o una despedida de solteros.
 Tanto da, sin embargo, porque todo parece ser casi lo mismo, sin serlo, y hay que abrir los ojos por completo y levantarse y hasta encomendarse al Dios de los creyentes como si al de los ateos: sabiendo que, por desgracia, ambos tienen el mismo perfil antropométrico y, desde luego, inacabado. La misma falta de sustancia.
 Demasiado ruido, pues, alrededor y también adentro: allí donde las palabras se desperezan al mismo ritmo -o similar- que nosotros y la calle parece cobrar vida y chirrían las enormes puertas metálicas de los comercios y hace calor y ruge la intolerancia de los de siempre. Buenos días. La prensa habla de la amenaza de una huelga indefinida en educación o de cómo intentar acabar -antes de que nazca- con el decreto del trilingüismo. Paso las páginas en el cristal metafórico de Orbyt con la íntima certeza de que habría que poner en su sitio a quiénes no saben cuál es ese lugar. Es que ni lo sospechan.

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viernes, agosto 2

«Fin de la cita»


La Telaraña en El Mundo.
 
 Quizá no haya nada más glorioso que empezar agosto con algunas lecciones magistrales al respecto de sueldos, sobresueldos y otros complementos de serie B. Me refiero a la comparecencia del presidente Rajoy y a su discurso, desde el plasma de su personalidad, ante el más que selecto, selectísimo, grupo de expertos en el turbio asunto de las contabilidades subterráneas que le aplaudían, jaleaban o abucheaban.
 Ahí es nada, en efecto. Todos los partidos políticos del orbe a vueltas con su propia financiación, ese misterio eterno de porcentajes fluctuantes donde se mezcla la picaresca de los bajos fondos y la desfachatez cínica del exhibicionismo. «Fin de la cita». Esto es, en resumen, lo que vinieron a representar Rajoy, Rubalcaba, Lara y demás líderes políticos (incluidos los catalanes) ante sus chirriantes bancadas de diputados afectos.
 Porque de lo que se trata, al parecer, es de revivir en el Parlamento lo que ya se ha convertido en el sello distintivo de las tertulias televisivas. Buscar culpables (sin alejarse de la tradición judeocristiana) y demorarse en ellos a cambio de las dosis precisas del proselitismo más ajustado al morbo de la audiencia. La fascinación ideológica por los SMS filtrados. El erotismo de las cajas negras de la razón. Lástima que para este tipo de sesudas introspecciones valga igual un maquinista desorientado que un bárbaro jugando con las brasas del infierno, un tesorero fuera cuerda que el valiente (o suicida) Duran i Lleida exigiéndole al gobierno un examen de conciencia. ¡Nada menos!

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