LA TELARAÑA: La terapia del lodo

sábado, abril 13

La terapia del lodo

La respuesta a la pregunta de los sábados en El Mundo: ¿Está de acuerdo con que el Consell revise los contratos de gestión de residuos de Mallorca? 

 
 Sí. Venía a sugerir Jorge Luis Borges -aunque en otro contexto, mucho menos prosaico que este- que algo queda de nosotros y nuestras habilidades más íntimas en los objetos que manipulamos. Y al revés, que algo nos trasmiten los objetos que usamos, porque otros les dejaron, con anterioridad, el sudor de su propia huella, su carácter, sus vacilaciones. Es así, tal vez, que el puñal aprende de nosotros como nosotros aprendemos de él y el mundo se convierte en una suma de saberes y mutilaciones, que heredamos al igual que transmitimos. Pienso, por ejemplo, en nuestra indudable destreza depredadora y especulativa, pero también en la música que podría engendrar una máquina de escribir que aún recordase el tacto difuso de los que supieron dejarse la vida -y quizá algo más- entre las luces y sombras de las metáforas, las contradicciones y las analogías.
 Es posible, pues, que sea así como el mundo va sumando oficios y saberes, mitologías y leyendas. El catálogo de nuestras virtudes y defectos. El lastre infinito y el poso fértil de tantos errores y aciertos acumulados a través de las generaciones. La contabilidad que dilucide el estado actual del siempre difícil balance -esa zona cero donde se concentra el caudal común de todos los vasos comunicantes- entre lo que, de seguro, debemos y lo que, quizá, nos deben.
 Mientras tanto, me pongo (es un por decir) en el apretado lugar de María Salom y repaso, ensimismado y perplejo, el diagrama de «Mac Insular»: Sa Nostra, un buen grupo de selectas constructoras y el complejo entramado accionarial de la broma gruesa de «Tirme». El paisaje, desde luego, lleva el sello inconfundible de María Antonia Munar y su (más o menos) extinta UM y puede parecernos un lienzo en llamas o un oscuro lodazal. Por eso conviene revisitarlo. Porque no hay otra forma terapéutica de saber cuánto de nosotros hay en él y cuánto de él en nosotros. Aunque igual andamos a la par.

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