LA TELARAÑA: abril 2013

sábado, abril 27

El monólogo de Teneré



El inevitable monólogo interior de cada día:

 

Aquí el rocío en la piel, la,

tras la ducha, el espejo,

he de llamar a Petra,

en Praga no sé cómo andan

de hospitales, pensé, algo intranquilo,

mientras prendía fuego a un viejo atlas

repleto de naciones que ya no existen,

pero, ah, la ternura,

el musgo verde entre las losas

y el viaje de ida y vuelta,

en espiral o en círculos concéntricos,

el viaje elíptico y entrecortado,

qué sé, qué no, yo, qué,

la niebla, el móvil, la cajetilla

de tabaco, la pluma, el blog de Justo

Serna y sus héroes alfabéticos,

este teclado de ceniza,

el poema, la voz, las voces

sin un instante de tregua,

joder, y este alud de ázoe

o cuántas cucarachas, anoche,

el ruido de afuera y el agobio,

la telaraña en,

cuántas columnas de humo

o de literatura,

los extractos bancarios,

el teléfono que chirría,

una voz de metal y

bla, bla, bla, cuelgo,

no necesito ayuda

pero no sé si

acabaré cediendo, ¿por qué

la bruma nunca se disipa? la contusión,

el hombro, el hombre, el cuerpo entero

de piedra pómez o no sé si de la luna,

el hombre de la luna, la risa lunar

o si esta atrofia degenerativa

de las fosas comunes y los panteones,

el cielo subterráneo de los pasajeros

de un aeropuerto en cuarentena,

el esqueleto a ráfagas de los fósiles

o qué románticas las ecografías

y cuánto duele evacuar

el temor persistente

la sospecha

de que algo no anda como debiera,

será la hipocondría, tal vez,

o el cielo que está cubierto

siempre de sol y nubes,

pero no importa,

he de vestirme

y salir a la calle

a la cuesta de la calle

a la cuesta empinada de la calle Olmos,

donde un niño y una niña juegan a quererse,

sin saber qué será de ellos en veinte años

y si gobernarán el mundo

o las cloacas,

pero salgo a la calle, salgo

como si asemejando la sintaxis

de alguna frase retorcida,

sí, estás muy hermosa

esta mañana, esta tarde, esta noche,

buenos días, buenas tardes,

buenas noches, oh, sí,

ahora y siempre,

pese a mi mala cenestesia,

pero hoy no, hoy es 21 de agosto,

un café largo y un periódico,

por favor, gracias, sí,

ya tomé mis pastillas

y los libros, el moleskine, mi ración

de soledad, sí, muchas

gracias, gracias, de nuevo,

el aire del Mediterráneo huele a naipes

y a flores escondidas en un vientre,

las pinzas de madera del Bar Bosch,

el número apocalíptico de Fibonacci,

la rima artificial de los audífonos,

el tambor persistente de hojalata

y sólo tres monedas en las manos,

el mechero sin gas y el castillo a lo lejos,

dejé el Ipad en un arcón

y el alma y el reloj, Facebook, la.

 

Dios debe estar de vacaciones.




(Fragmento de mi poemario El Árbol de Teneré, Calima Ediciones, 2012)

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viernes, abril 26

Desahucio de la razón


La Telaraña en El Mundo.

 
 ¿Eso que se adivina más allá del último confín es aún la vida? Con esta pregunta, sin más respuesta que un silente parpadeo, acaba el poemario «Entreguerras» de J. M. Caballero Bonald, acaso el penúltimo libro que tuve el humor de comprarme y que he tenido, en fin, que rescatar de entre el desorden y el polvo de la mesa en la que escribo y leo, en la que barrunto estas líneas y borro otras, como si sólo así, a base de acometidas y mutilaciones, uno pudiera librarse de sí mismo y ser otro o no serlo. ¿Quiénes somos? Ah, la vieja retórica de palparse, repetida y obsesivamente, para acabar ignorando qué diferencia la realidad de la ficción. La economía. Los hackers. El virtual agujero negro de cada día.
 Pero hoy ando de estreno, aunque no sepa muy bien si es por desahucio (de la razón, claro) o realojamiento. Tampoco importa mucho, porque las palabras se me agolpan en esta esquina igual que en las columnas verticales de hasta anteayer mismo. Sólo queda, si es que algo ha de quedar, la voz y, tal vez, su resonancia. El eco, ese temblor del que ignoramos tanto su origen como su desenlace.
 Nos queda, eso también, la vocación de no encadenarnos aunque otros vuelvan a convocar viejas cadenas, dicen que humanas, por una lengua que se les va oxidando a pasos agigantados de tanto pasearla por la asfixia de los pasillos de una mazmorra inhabitable. Vale. Aceptamos no poder elegir, por desgracia, el lugar exacto en que vivimos, pero no que nos impidan hacerlo como nos dé la gana. O como nos dicte la conciencia. Faltaría más.

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lunes, abril 15

La bombilla y el café


La Telaraña en El Mundo.
 
 
 Podría ser una alarma antincendios o la prueba existencial de algún ojo que me vigila. Podría ser, pero no. Se trata, tan solo, de una bombilla de bajo consumo que compré hace días y que parece tener vida propia. ¿Cómo explicarlo? Funciona bien: se enciende y apaga y da luz o no, al compás, obviamente binario, sí o no, del interruptor con que la manejo.
 Hasta aquí, pues, ningún problema. Lo extraño es que esa bombilla lanza cada siete segundos, aunque el acontecimiento sólo pueda percibirse en la oscuridad más absoluta, un breve destello interior: una descarga silenciosa que centellea sin iluminar exhibiendo su médula de filamentos que palpitan como si quisieran avisarme de que sigue habiendo vida ahí afuera. O de que alguna vigilia intermitente me mantiene conectado al exterior hasta que el sueño me vence y ya sólo soy un resquicio entre las imágenes que intento recordar cada mañana, sin éxito.
 Luego salgo a la calle y pago dos euros y veinte céntimos por un café con leche en la terraza de una céntrica cafetería de Palma. Es lo que tiene vivir en una ciudad turística, pero sin demasiados turistas que la asendereen. Que tomas asiento y oyes cómo empieza a correr el taxímetro de la caja registradora; y todo ello, sin que precises proclamar que sí eres, en efecto, un extranjero en tu ciudad y en otras muchas. En casi todas.

 

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sábado, abril 13

La terapia del lodo

La respuesta a la pregunta de los sábados en El Mundo: ¿Está de acuerdo con que el Consell revise los contratos de gestión de residuos de Mallorca? 

 
 Sí. Venía a sugerir Jorge Luis Borges -aunque en otro contexto, mucho menos prosaico que este- que algo queda de nosotros y nuestras habilidades más íntimas en los objetos que manipulamos. Y al revés, que algo nos trasmiten los objetos que usamos, porque otros les dejaron, con anterioridad, el sudor de su propia huella, su carácter, sus vacilaciones. Es así, tal vez, que el puñal aprende de nosotros como nosotros aprendemos de él y el mundo se convierte en una suma de saberes y mutilaciones, que heredamos al igual que transmitimos. Pienso, por ejemplo, en nuestra indudable destreza depredadora y especulativa, pero también en la música que podría engendrar una máquina de escribir que aún recordase el tacto difuso de los que supieron dejarse la vida -y quizá algo más- entre las luces y sombras de las metáforas, las contradicciones y las analogías.
 Es posible, pues, que sea así como el mundo va sumando oficios y saberes, mitologías y leyendas. El catálogo de nuestras virtudes y defectos. El lastre infinito y el poso fértil de tantos errores y aciertos acumulados a través de las generaciones. La contabilidad que dilucide el estado actual del siempre difícil balance -esa zona cero donde se concentra el caudal común de todos los vasos comunicantes- entre lo que, de seguro, debemos y lo que, quizá, nos deben.
 Mientras tanto, me pongo (es un por decir) en el apretado lugar de María Salom y repaso, ensimismado y perplejo, el diagrama de «Mac Insular»: Sa Nostra, un buen grupo de selectas constructoras y el complejo entramado accionarial de la broma gruesa de «Tirme». El paisaje, desde luego, lleva el sello inconfundible de María Antonia Munar y su (más o menos) extinta UM y puede parecernos un lienzo en llamas o un oscuro lodazal. Por eso conviene revisitarlo. Porque no hay otra forma terapéutica de saber cuánto de nosotros hay en él y cuánto de él en nosotros. Aunque igual andamos a la par.

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viernes, abril 12

La lengua balear


La Telaraña en El Mundo.
 
 
  El STEI-i está que arde contra Rafael Bosch a cuenta de los setenta y cinco mil euros con que el Govern subvencionará la edición de libros de texto que incluyan las modalidades lingüísticas de Baleares. Es decir, que fomenten el uso de la lengua balear: la misma que, según Rafael Bosch, no existe y sobre la que, por desgracia, mantengo opiniones tan dispares y etéreas que casi no sé si agarrar el toro por los cuernos o el rabo.
 Me da, pues, que lo dejaré escapar, medio escurrido o parapetado tras el burladero irreal de las ideas, hacia el callejón sin salida del futuro. El matadero de los higadillos gramaticales y la casquería de la sangre. Ah, y de los recuerdos.
 Porque yo sí tengo memoria familiar de esa lengua, aunque no exista, y poco me importa si existe o no, si fue un espejismo y otro vino a sustituirlo, o si fueron las servidumbres sociales y políticas las que la relegaron al olvido. Lo cierto, con todo, es que leer, por ejemplo, a Toni Cantarellas, ayer en estas mismas páginas, es someterse a una agridulce tortura metalingüística y parasicológica que no me detendré ni un instante en apoyar o denostar. Que cada cual hable o escriba como le plazca. O sepa. O le dejen, que esa es otra; y la más preocupante de todas.
 
 
 

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jueves, abril 11

Fascinación y muerte


La Telaraña en El Mundo.

A veces pasa que la muerte -que suele ser anónima y obrar como si al descuido y en el más sepulcral de los silencios- viene con rachas sonoras de gente más o menos admirada y, entonces, parecen no bastar las ceremoniosas esquelas en blanco y negro de la prensa y se multiplican las necrológicas y uno se hace cruces, en fin, preguntándose si es el azar o el ritmo biológico de la existencia el que se amotina sólo por capricho o para que le prestemos la atención debida.
 Eso hacemos, mientras archivamos algunos recuerdos (quizá robados de alguna entrada que escribimos en la Wikipedia, de la colección de películas que guardamos y que nunca vimos ni veremos o de los libros que ya no rescataremos de entre las ruinas de nuestra biblioteca de Alejandría) y decidimos olvidarlos -o no- para siempre.
 Estoy pensando, claro, en Margaret Thatcher, Sara Montiel y José Luis Sampedro. Tan distintos y, ahora, tan iguales. O no. Pero iré contracorriente. Quien menos me interesó en vida es, sin embargo, quien hoy más me fascina. Una vez hablé con Sara Montiel, mientras alguien cantaba línea o, quizá, bingo, y yo le susurraba sobre la suerte y ella me miraba con los ojos grandes y abiertos, hermosísimos, de la incredulidad o la indiferencia.

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lunes, abril 8

Cuestión de marcas

La Telaraña en El Mundo.
 
 De repente, todo se reduce a una gestión comercial de marcas. Así, primero, el ministro Margallo afirmó que la imputación de la Infanta Cristina era perjudicial para la marca «España» y, luego, nuestro ínclito Rafael Bosch, añadió, suponemos que en un aparte urgente en sus labores simultáneas de pirómano y bombero lingüístico, que tampoco beneficiaba a la marca «Baleares». Dos marcas, pues, parecen derrumbársenos al unísono sin que sepamos si su cotización ya era como para echarse a temblar, a reír o a llorar. Pero casi que preferimos seguir sin saberlo.
 Ambas frases, redundantes, nos demuestran que la valoración de las cosas es sólo una forma de hablar y que lo que importa es empaquetar la realidad -el Estado, la Monarquía, el escrache diario de los políticos y las Autonomías- para vendernos su piel y no su contenido. Nadie le hace ascos a ningún regalo si la marca reluce y el escaparate aún se tiene en pie. Qué menos.
 Tengo dudas, sin embargo, de a qué marca conciernen las otras muchas imputaciones sucedidas en los últimos tiempos. ¿Perjudicaron sólo a Baleares las de Munar o Matas? ¿Nos atañen sólo a nosotros la de Joana Lluïsa Mascaró y su pléyade virtual de senderistas catalanes? No lo tengo muy claro, porque todos los caminos conducen a Roma y bastantes problemas tiene ya el Papa Francisco con los que tiene. Seguro.
 

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domingo, abril 7

Aviso



A fin de mes, tanto la Revista Puertas Abiertas como Los Digitales (nacidas a finales de 2001) y, de paso, toda mi Web personal en Telefónica dejarán de existir y sus actuales links conducirán a ninguna parte. Ya pensaré qué hago en el futuro con ellas. Quizá nada.

sábado, abril 6

Un mundo perfecto


La respuesta al debate de los sábados en El Mundo : ¿Está de acuerdo en que algunas zonas de Marivent puedan visitarse, tal como propone la oposición?
 
 Sí. Cuando el éxito de cualquier ideología se cifra en la resonancia de unos ciento cuarenta caracteres y la hora de la verdad -como no puede ser ya de otra forma- es también la de la máxima audiencia, sólo nos resta plegarnos al furor uterino de la plebe y exclamar, con ellos, que entre el Museo que fue, pero ya no es, de Saridakis y la mismísima Alhambra, que fue, y sigue siendo, de Granada, no hay la más mínima diferencia. Ninguna. Qué va.
 Que las sombras heroicas del pasado dibujan, aquí como allá, los mismos arabescos espectrales, esa mezcla turbia de espejismos y sombras chinescas, y que, ante tamaña sugestión, no nos queda otra mejor ni, tampoco, más digna que clamar como posesos enfurecidos por nuestros sacrosantos derechos sobre las ruinas digitales de la guillotina metálica de nuestros sueños bipolares: sobre la piedra herida y manchada de sangre aún caliente y sobre la plaza engalanada de cristales rotos al alba de los crujidos. Aquí manda, ahora, la chusma. Y si no ella, sus representantes populares, su aristocracia en mangas de camisa y trajes de rústico diseño, el entramado piramidal y apocalíptico de los políticos, con sus masas, sus musas y esa garganta profunda que da en tragar lo que sea de un gran pelotazo y como si nada. Estamos de enhorabuena. Pues ya era hora.
 Tiemblo de placer al darme cuenta de que nos aproximamos a la difícil perfección del mundo perfecto. La biblioteca mutante y anónima de la Wikipedia, la literatura colapsada de los emails y la cultura punto cero de las redes sociales. A este paso podremos visitar el Palacio de Marivent desde nuestros ordenadores repletos de virus y troyanos y hasta chapotear en sus estanques dorados y piscinas. Vivir como reyes, príncipes y princesas, aunque nuestra vocación oculta sólo sea la de ejercer de voyeurs de una república virtual donde la falta de ideas propias nos permita, cómo no, escapar de la náusea. Así sea.

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viernes, abril 5

Cofradías y templarios

 
La Telaraña en El Mundo.
 
 
 Desde hace años he buscado, con relativa persistencia, las viejas huellas de los templarios -su simbolismo hermético, la sombra oblicua del «Baphomet», su arquitectura geométrica, su liturgia entre religiosa y castrense- en ciudades como París y Londres, sobre todo. Pero también en los aledaños franciscanos de mi infancia en Palma y, algo después, entre las torres, los zocos y las bibliotecas de Valencia. Cómo no.
 
 Quizá la razón de ese interés podría situarlo en la lectura, dos o tres décadas atrás, de varios libros de Jules Michelet y Umberto Eco. «La Bruja» o «El Péndulo de Foucault», por ejemplo. Pero igual esto no es así, porque los libros nunca nos descubren nada que ya no existiera, siquiera de forma germinal y aletargada, en ese lugar tan íntimo y ajeno, ignoto y familiar, al que llamamos, a falta de una descripción más precisa, nuestro interior.
 
 La sorpresa, no obstante, es rencontrarse con las rancias disputas de la Iglesia oficial y la reencarnación de los Caballeros Templarios en plena celebración de la Pascua en Porreres, año 2013. Los curas Ángel Reigadas y Francesc Novellas deberían dejarse de justas medievales y recordar que lo que hace al monje no es el hábito, sino la vigilia respetuosa del misterio. O así.

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lunes, abril 1

El fulgor y las palabras

La Telaraña en El Mundo.
 
 
  Pasan los días tan rápidos y resbaladizos que no nos queda otra, a veces, que agarrarnos con fuerza a las palabras por ver si logramos fijarle la brújula a nuestros sentidos (a un par de ellos, al menos) y darle, así, cierta consistencia lógica a todo cuanto hacemos más allá, por supuesto, de la rutinaria inercia del paso del tiempo. Hay, pues, que ponerle alguna que otra brida a la naturaleza y detenerse, siquiera un instante, para reflexionar sobre lo que somos cuando percibimos no ser, exactamente, lo que quisiéramos, sino un croquis parcial, un deseo aplazado, quizá un holograma, tal vez un espejismo.
 
 Algo sabemos sobre nosotros mismos y, aunque sólo sea por azar, sobre los demás. Todos. Pero eso es tan cierto como que ignoramos, también, infinidad de matices propios y ajenos. El paisaje que auscultamos (y del que formamos parte) es un lugar esquivo, siempre sumergido en un claroscuro indeciso que nos seduce igual que nos atormenta. No hay forma de saber de dónde viene la luz. No hay forma de saber a dónde va la oscuridad.
 
 Pero ahí estamos, en efecto. Entre la luz y las sombras. Deslumbrados. Ciegos. O casi videntes cuando, a nuestro pesar, conseguimos olvidar todo cuanto creemos saber o desconocer y nos abandonamos al fulgor elemental de las palabras. Por ellas, hoy he escrito estas líneas. Buscándome. Buscándoles.

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